Las misiones de los padres jesuitas en Latinoamérica (1606-1767).
Benedicto Cuervo Álvarez.
Licenciado en Historia y Geografía por la Universidad de Oviedo. Pr. de Historia en la FESDO. Colabora en diversas revistas científicas.
RESUMEN. Las denominadas Reducciones o Misiones fueron establecimientos realizados por los jesuitas en América del Sur a principios del s. XVII y estuvieron en desarrollo y actividad hasta la expulsión de la Compañía de Jesús, en 1767, por or den del rey Carlos III e incluso posteriormente, ya en decadencia, hasta principios del siglo XIX. A lo largo de ese siglo y medio los jesuitas asentaron en sus Misiones a decenas de miles de guaraníes dándoles una educación cristiana, vestidos y alimentación y en señándoles la lectura y escritura guaraní y española. Además, los jesuitas se ocupa ron de organizar el trabajo productivo de tipo agrícola y ganadero. A mediados del s. XVIII, se va a producir la denominada Guerra guaraní. Los indígenas se vieron obligados a combatir contra los ejércitos de España y Portugal, siendo, finalmente, vencidos. Como consecuencia de la Guerra guaraní la Corona española decidió expulsar a los jesuitas de sus colonias del Río de la Plata y las Misiones quedaron desiertas y en ruinas a principios del s. XIX.
PALABRAS CLAVE. Compañía de Jesús, Misiones, indios guaraníes, actividades en las Misiones, expulsión de los jesuitas.
SUMMARY. Reductions or local area missions were called Lentiviral by the Jesuits in South America at the beginning of s. XVII and were in development and activity until the expulsion of the Society of Jesus, ordered in 1767 by King Charles III and even then, already in decline, until the early nineteenth century. Over that half century, the Jesuits settled in their quests to tens of thousands of Guarani giving them a Christian education, clothing and feeding and teaching them reading and writing Spanish and Guarani. In addition, the Jesuits organized the agricultural productive work In middle of s. XVIII, began the Guarani War. The indigenous were forced to fight the armies of Spain and Portugal, but finally they were vanquished. As a result of the Guarani War, Spanish Crown decided to expel the Jesuits from their colonies in the River Plate and the missions were deserted and in ruins at the beginning of s. XIX.
KEYWORDS. Society of Jesus, Missions, Guarani Indians, Missions activities, expulsion of the Jesuits.
INTRODUCCIÓN.
Cuando América fue descubierta y se inició su exploración y colonización, además de ser un territorio mucho mayor que el de la Europa de ese tiempo, tenía una población que, numéricamente, también superaba ampliamente al total de los europeos. Pero, a la vez que esa población se encontraba distribuída de manera muy desigual en un territorio que tenía enormes zonas deshabitadas por el hombre, el grado de su evolución política, técnica y cultural era también muy dispar. (1)
Mientras en los tres grandes centros de las civilizaciones indígenas — los Aztecas, los Mayas y los Incas — se concentraban grandes poblaciones integradas en sociedades que tenían lo que cabe considerar un grado importante de organización social y política, que llegaron a evolucionar hasta convertirse en sociedades sedentarias, urbanas, agrícolas y con una estructura social jerarquizada con autoridades políticas y religiosas que efectivamente las gobernaban; existían, por el contrario, grandes conglomerados — caso de los pueblos de la etnia guaraní —que vivían en un estado salvaje como nómadas meramente recolectores, cazadores y pescadores, en una organización a lo sumo tribal, con creencias de carácter sobrenatural meramente supersticiosas, y en un nivel tecnológico igualmente primitivo; de hecho estaban en la Edad de piedra. (2)
La Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola (3) y confirmada por el Papa en 1540, formó una clase de misioneros tan especial, que pronto se destacó entre todas las órdenes. La rigurosa preparación y disciplina de sus miembros, el orden jerárquico existente entre ellos y los profundos estudios a que se dedicaban, tanto en las ciencias teológicas como en las ciencias exactas y naturales, prepararon a un conjunto de personas que, en pocos años, se destacaron en los territorios donde desarrollaban su misión: Asia, África y América. En el Nuevo Continente extendieron su acción desde Canadá y Alaska hasta el Brasil y la Patagonia. (4)
La Corona española consideró suficiente el número de misioneros que trabajaban en América, principalmente Dominicos y Franciscanos, de ahí que retardase la autorización a los jesuitas, que no ingresaron hasta la segunda mitad del siglo XVI. Se destacaron, en las ciudades pobladas por españoles, a causa de la fundación de colegios y univer sidades y, en las zonas selváticas y apartadas, por la evangelización de los indios.
Según los reglamentos de la Compañía de Jesús, el general de la orden nombraba a los provinciales, cuya función era organizar y dirigir las tareas misionales y controlar el desempeño de los miembros de la orden en sus respectivas provincias. (5)
La labor evangelizadora de los jesuitas en América se extendió desde 1585 hasta su ex pulsión en 1767 y su actuación en el escenario rioplatense se extendió geográficamente desde el Pilcomayo hasta Tierra del Fuego y desde el estuario del Río de la Plata hasta la cordillera de los Andes.
Los jesuitas fueron, por lo general, hombres de más que mediana cultura y provenientes de diversos países de Europa: españoles, italianos, alemanes, húngaros, franceses, in gleses y hasta griegos, todos ellos enriquecieron y aportaron a la civilización de acuerdo con su país de origen e incorporaron la tecnología de su tiempo a la agricultura y a la medicina, entre otras cosas. (6)
El Padre Joaquín Camaño concibió, en el siglo XVIII, la conveniencia de realizar una enciclopedia etnográfica argentina y, a tal efecto, reunió abundante material personal y de varios misioneros (los padres Manuel Canelas, Juan Andreu, Román Arturo, Antonio Moxi, Roque Gorostiza) que describieron y conservaron datos que se encuentran, hoy día, en los archivos italianos y españoles. (7)
Los 30 pueblos misioneros que construyeron y administraron los
jesuitas en América del Sur, sumaron, en 1702, una población de 115.000 habitantes. Merece citar, entre
ellos, el pueblo de Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, fundado en 1627, famoso por su escuela musical. En él nació San Martín en 1778, treinta y nueve años antes de que los portugueses
lo incendiasen y destruyesen definitivamente. La Misión de San Ignacio Miní que el P. Ruiz de Montoya había trasladado desde el Guayrá, se estableció en 1631 y los portugueses la destruyeron en
1819. Tiene ya celebridad por sus notables ruinas, que se están restaurando y que han sido declaradas Monumento histórico nacional. (8)
LOS JESUITAS EN AMÉRICA DEL SUR.
En 1609 se inició la fundación de Reducciones jesuíticas. Los intentos realizados en el Chaco entre los guaycurúes fracasaron porque no practicaban la agricultura. En cambio, entre los guaraníes que sí la conocían, los jesuitas pudieron organizar sus poblaciones. La primera fue San Ignacio Guazú, a fines de 1609, a la que siguieron Encarnación de Itapúa, Concepción, San Nicolás, San Javier y Yapeyú. Más al Norte, en el Guayrá, se fundaron otros pueblos gracias al esfuerzo del Padre Antonio Ruiz de Montoya, pero fueron atacados por los paulistas, que destruyeron varias Misiones y llevaron cautivos a muchos indios. Esta situación obligó a trasladar las Reducciones más al Sur hasta Pará y Río de la Plata. (9)
De hecho, una parte del pueblo guaraní se refugió en los bosques, pantanos y montañas, escapando del alcance de los pioneros o bandeirantes portugueses, así como también de la servidumbre a los encomenderos españoles y de las Misiones jesuitas, llegaron a ser conocidos por el nombre genérico Kainguá exonominação, Kaaiguá o Ka'ayguá Cain guá todos estos términos derivados de la palabra guaraní ka'aguyguá, habitantes de los bosques. Esta probablemente es también el origen del nombre de los actuales subgrupos guaraníes, los caiouás (llamados también pãí tavyterá̃s), aunque éstos probablemente no son los únicos grupos de descendientes modernos de los pueblos no sumisos a los europeos. (10)
Uno de los medios con que, especialmente Hernandarias (11), procuró lograr la incor poración de los indígenas, consistió en contar con la colaboración de una orden religiosa católica, la Compañía de Jesús — también conocida como Orden de los Jesuitas — quienes se encargaron de fundar establecimientos en que los indígenas asimilaran los hábitos de trabajo disciplinado, y rindieran el culto cristiano. Esos establecimientos, fue ron llamados Misiones.
Brasil fue la primera provincia jesuítica de América del Sur; estaba a cargo del Padre Nóbrega, a quien algunos pobladores de Asunción pidieron el envío de misioneros, pero el gobernador portugués se opuso. (12)
El problema fue estudiado por el secretario del Padre Loyola y por el Consejo de Indias; éste último, en virtud del derecho de Patronato, decidió que el envío de los sacerdotes debía contar con la expresa autorización de la Corona. Para evitar mayores conflictos, Felipe II, que desde 1580 era también rey de Portugal, ordenó la separación de las Misiones españolas y portuguesas. Por ese motivo, el General jesuita decretó que la zona del Río de la Plata dependiera del Perú.
Los primeros misioneros llegaron al Tucumán en 1585 procedentes del Perú; dos años después arribó un grupo procedente del Brasil. Los dos grupos fueron pedidos por el obispo de Tucumán, Francisco de Vitoria. (13)
Cuando llegó el decreto de separación, el Provincial de Brasil regresó a su jurisdicción y quedaron en el Tucumán tres sacerdotes que fueron designados para trasladarse a Asunción. Como la provincia jesuita del Perú era demasiado extensa, el Provincial envió a España al Padre Diego de Torres con la propuesta de dividir en dos la región. En 1607 quedó fundada la provincia jesuítica del Paraguay, que abarcaba los actuales territorios de la Argentina, Paraguay, Uruguay, la mayor parte de Chile, el Sur de Bolivia y Brasil. Su primer Provincial fue el Padre Torres. En 1625, Chile fue separada.
Los jesuitas dependían de la generosidad de los pobladores españoles para su subsistencia. El Padre Torres recibió del General de la orden la recomendación de no permitir el servicio personal de indios en encomienda. Por su defensa de los indígenas, los jesuitas estuvieron expuestos a peligros y sufrieron la enemistad de los encomenderos. Los misioneros se van a enfrentar, ya desde un principio, a los encomenderos españoles, formulando las siguientes advertencias a los encomenderos y pobladores blancos, advertencia cuyos términos coincidían con la que hicieron los misioneros de la Orden cuando se internaron en las selvas para dar comienzo a las célebres Reducciones guaraníes: (14)
“Nosotros no pretendemos - decían los jesuitas- oponernos a los aprovechamientos que por las vías legítimas podéis sacar de los indios; pero vosotros sabéis que la intención del Rey jamás ha sido que los miráis como a esclavos, y que la Ley de Dios os lo prohíbe. En cuanto a aquéllos que nos hemos propuesto ganar para Jesucristo, y sobre los que vosotros no tenéis ningún derecho, pues que jamás fueron sometidos por las armas, nosotros vamos a trabajar para hacerlos hombres... Nosotros no creemos que sea permitido atentar contra la libertad, a la que tienen su derecho natural, que ningún título alcanza a controvertir; pero les haremos comprender que por el abuso que hacen de ella, les viene a ser perjudicial, y les enseñaremos a contenerla en sus justos límites”. (15)
Por sus continuas discrepancias los encomenderos quitaron su ayuda económica a los jesuitas. Por esta razón y para asegurar la subsistencia, el Padre Diego de Torres fundó una estancia en Córdoba, con cuyas rentas y algunas donaciones, los jesuitas pudieron fundar colegios en casi todas las ciudades importantes e incluso una universidad. (16)
Hernandarias, primer criollo que ejerció el gobierno del Río de la Plata seis veces (entre 1592 y 1617), proyectó, desde Asunción, el dominio de la región Sudeste hasta llegar al mar y fundar un puerto en Santa Catalina. Se dio cuenta pronto de la importancia que tenía la presencia de los misioneros para cumplir ese objetivo.
Después de inspeccionar las Reducciones franciscanas del Padre Bolaños, Hernandarias resolvió, junto con el obispo, pedir al Padre Torres el envío de misioneros a las zonas del Chaco, el Guayrá y el Paraná. Se acordó que cada misionero recibiría medio sueldo de un párroco. Se estableció también que los indígenas reducidos no serían obligados al servicio personal ni pagarían tributo durante los primeros diez años después de su con versión. (17)
Hacia 1640, las Misiones de los jesuitas eran, en total, 152 y tenían medio millón de in dios cristianizados (incluyendo guaraníes, omaguas, ucayabes, etc) y se extendían desde Maynas, Marañón y Quito hasta Pará y la cuenca del Plata al Sur. En ese mismo año, 1640, se produce la independencia de Portugal de España y los portugueses empiezan a realizar una serie de incursiones contra las Misiones de los jesuitas españoles con la in tención de conseguir esclavos para sus minas y plantaciones. (18)
Hacia mediados del siglo XVIII el enfrentamiento territorial entre España y Portugal incidirá negativamente en las Reducciones. La nunca resuelta apetencia portuguesa sobre los aborígenes se expresó más violentamente con nuevos ataques.
Un problema clave en su definición fue el reemplazo en España de los reyes austrias que había forjado la colonización (Carlos V, Felipe II) por la rama real borbónica. El talante liberal y afrancesado de ésta dinastía, modificó el estatus jurídico de las posesiones americanas, transformándolas de reinos pares de los dominios españoles de Europa en colonias, situación que con el tiempo dará lugar a la gesta emancipadora de estas regiones. (19)
Por otra parte la mayor prosperidad poblacional y económica de las Misiones en comparación con el resto de ciudades del virreinato del Río de la Plata, el uso de armas de fuego por parte de los aborígenes como defensa frente a las incursiones bandeirantes, suscitaron recelos, envidias, suspicacias y desconfianza que encontraron ecos en una par te importante de la sociedad colonial. (20)
Así, la riqueza que se advertía en los templos misioneros o la abundancia reinante en los pueblos fue atribuida a la explotación subrepticia de minas de oro, antes que al trabajo y la eficiencia del sistema. Un gobernante de 1647 y un visitador real en 1652 pusieron en evidencia que sólo se trataba de un rumor sin consistencia aunque de hecho, el infundio había servido para cuestionar a los misioneros.
El siglo XVIII es un periodo de transformaciones radicales en los espacios abiertos de las Pampas y la Patagonia. Desplazamientos de población entre unas zonas y otras, y el establecimiento de una compleja red de interrelaciones políticas y económicas más allá de las fronteras étnicas, son elementos a tener en cuenta a la hora de trazar la historia de aquellos años. (21)
Los jesuitas continuaron creando Misiones hasta pocos años antes de su expulsión. Sería el caso de Nuestra Señora de la Concepción de las Pampas la primera en fundarse en esa región argentina, según el eminente historiador Guillermo Furlong, se debe a que a prin cipios de 1739 se presentaron cuatro caciques en Buenos Aires solicitando misioneros para constituirse en pueblos. Pero aclara: “No era un sincero deseo de ser cristianos y vivir a la europea lo que los impulsaba, sino para verse protegidos por los españoles contra ciertos enemigos que, por entonces, les perseguían”. (22)
Sobre dichos indígenas, afirma Furlong que dos de esos caciques eran puelches y dos tehuelches, lo que no indica raza diversa, ni diverso idioma, sino procedencia diversa.
La última Reducción fue la del Pilar que se levantó a orillas de la Laguna “Las Cabrillas” denominada en la actualidad “Laguna de los Padres”. Los campos de la Reducción se extendían hasta el Atlántico entre los arroyos “La Tapera” y “Del Barco”, o sea el perímetro actual de Mar del Plata. La Reducción ofrecía a los naturales campo propicio para el trabajo placentero e intervención en la organización administrativa y policial. (23)
Además del catecismo, en charlas sencillas, se destacaban las ventajas de vivir en determinados lugares, en comunidad, sujetándose a las leyes cristianas de respeto por todos, lo que hacía posible la mejor atención de los enfermos, la distribución de provisiones y el aprovechamiento del aprendizaje de labores manuales y de cultivos. Los exhortaban asimismo a la obediencia para con el rey y a sus representantes, tratando de apartarlos del camino del saqueo, del robo y del consumo de bebidas alcohólicas.
Entre las actividades laborales figuraba el cultivo del trigo, siendo esta población la pionera en esta materia en todo el Sudeste de Latinoamérica.
El 1° de enero de 1751 quedó constituido el Cabildo del Pueblo. El acta del primer comicio, realizado en esta zona (Norte de Argentina), se encuentra en la Biblioteca Nacional, siendo un documento de gran valor histórico y muy poco conocido. (24)
Esta magnífica organización comunal se vio malograda, poco después, por la amenaza de destrucción de la propia Reducción por parte del cacique Cangapol, conocido por los españoles como el “cacique bravo”, de estatura hercúlea, altanero, gran cacique de los Puelches y Pampas, desde el límite del Río Salado hasta Río Negro.
El pedido de soldados formulado al gobernador el 31 de junio de 1751 conforme a dis posiciones reales para la defensa de las Misiones de indios no fue tomado en cuenta y el 1 de septiembre de ese año los misioneros y parte de los indios de la Reducción emprendieron la retirada hacia la Misión de la Concepción. Finalizó así un notable esfuerzo civilizador, que pudo tener proyecciones insospechadas sobre la marcha de la actual nación Argentina, anticipando la conquista pacífica del desierto, que se vio dilatada por más de un siglo. (25)
Además, como hemos visto anteriormente, del recelo que sentían bastantes colonos espa ñoles hacia los jesuitas por el presunto enriquecimiento procedente de explotaciones mineras por parte de sus indios, el reemplazo de jesuitas españoles por otros de Europa central generaron más recelos aún sobre su lealtad a la Corona y la posibilidad de crear un reino guaranítico independiente de España.
Es muy significativo, en este sentido, la presencia de muchos padres jesuitas húngaros, a principio del siglo XVIII, en Sudamérica, algunos de ellos jugaron un papel muy destacado. El más importante es Károly Brentán, quien actuó en la provincia de Quito.
En la Misión del Alto Perú una figura descollante fue Ferenc Éder. Llegó en 1750 a los 24 años de edad y evangelizó a los indios mojos, en la parte Noreste de Bolivia, János Zakarias, quien después de una actuación misionera breve fue profesor del colegio San Martín y János Rér, profesor de matemáticas en la Universidad de Lima y luego misionero entre los indios mojos, en cuyo medio murió en 1758. Frerenc Limp, que llegó a Buenos Aires en 1729 y actuó en la Reducción de San Juan Bautista, siendo director de las de San Lorenzo y de San Ángel. (26)
Este conjunto de sucesos motivó, primero, la decisión de reemplazar a los jesuitas por curas seculares y la posterior expulsión de la Orden de España y América, dictada por Carlos III con fecha 2 de abril de 1767. (27)
El cambio se hace sin drama ya que los jesuitas no se oponen a la decisión Real. Todos los jesuitas son enviados al puerto de Buenos Aires para ser embarcados hacia Europa. Los jesuitas son sustituidos, en las Misiones, por Franciscanos que no tienen ni la ex periencia ni la autoridad de sus predecesores: pero, sobre todo, se nombra a un gober nador español a la cabeza de las Reducciones. Su primera medida es reemplazar la universidad prometida por Bucareli a los caciques, por una academia de artes y letras. Aparentemente todo continúa igual. Pero, en el fondo, todo ha cambiado. Es verdad que la organización colectiva se mantiene y que el sistema de cabildo sigue funcionando, pero los guaraníes quedan sometidos a la arbitrariedad de los funcionarios. Muchos de ellos se marchan y se dispersan por las ciudades en donde encuentran trabajo gracias a los oficios que han aprendido en las Reducciones. De esta manera, se inicia una larga decadencia, precipitada por los conflictos que marcan el período de la emancipación de los países del Río de la Plata: la mayoría de las Reducciones son destruidas entre 1817 y 1828. (28)
MÉTODO Y ORGANIZACIÓN DE LOS JESUITAS EN LAS MISIONES.
Si por civilización entendemos el predominio del espíritu sobre la materia, el amor a lo noble y grande sobre las tendencias bajas y viles, la vida tranquila, laboriosa y familiar, la mezcla de placer y abnegación, de sport y de trabajo, de paz interna y de sociabilidad sin envidias, rencores, persecuciones y odios, no cabe la menor duda que pocas veces ha contemplado la historia una civilización tan genuina y duradera como la que desde 1606 hasta 1767 existió en los pueblos guaraníes. (29)
Sea cual fuere la fuerza que se quiera dar al vocablo “civilización”, cierto es que los jesuitas realizaron el portentoso hecho de reunir y conservar. sin coacción alguna, más de cien mil indígenas, y eso durante centuria y media, no obstante las invasiones de los paulistas, las insidias de los españoles, las pestes continuas y la natural inconstancia de los indígenas. (30)
La idea de reducir indios, es decir de juntar a los indios en pueblos, se remonta a los inicios de la conquista de América, cuando una instrucción real establecía que: “por lo que cumple a la salvación de las ánimas de los dichos indios... es necesario que los indios se repartan en pueblos en que vivan juntamente, y que los unos no estén ni anden apartados de los otros por los montes (Konetzke, 1953:9). (31) Entonces, las Reduc ciones surgieron en América como proyecto político de integración del indio dentro del sistema colonial; en este proyecto, más que el clero secular, serán las órdenes religiosas las que cumplirán un papel de singular importancia. Según el jesuita Bartomeu Meliá: “ La reducción era vista también como un excelente método misional: con ella se con seguía de hecho “reducir” la confrontación y el conflicto, tanto militar como social que oponía a indios y españoles”. (32)
La serie de normativas que fue produciendo la sociedad guaraní a lo largo de siglo y medio quedó reunida en el Libro de Órdenes, del cual cada Reducción poseía un ejemplar.
En cada Reducción había dos jesuitas, el cura, paí tuyá, responsable de la economía y de la planificación, y el vicario, paí miní, que comúnmente era un joven destinado a apren der la lengua y cumplía las funciones del catequista, con responsabilidades espirituales. Ambos estaban sujetos al Superior de las Misiones y todos al Provincial. Los jesuitas habían sido escogidos cuidadosamente de entre muchos candidatos europeos y fueron sólidamente preparados no sólo en cuanto a la religión, sino también en la enseñanza, medicina, agricultura, artesanía, ingeniería o arquitectura, para poder realizar los planes de economía autosuficiente y organización eficaz de una sociedad misional. (33)
Para el gobierno interno de la Reducción se seguía el modelo hispánico y las Leyes de
Indias; los jesuitas intentaron poner en práctica estas Leyes, que estaban vigentes, pero que en las colonias casi nunca se cumplían. Había un corregidor, la cabeza de la jerar quía indígena, encargado de la justicia, un teniente, dos alcaldes, cuatro regidores y varios alguaciles, todos guaraníes elegidos por el pueblo en presencia del sacerdote. Es tos indios formaban el Concejo municipal con autoridad civil sobre la población. Junto con los dos jesuitas, este concejo tomaba las resoluciones necesarias para el mejor fun cionamiento y desarrollo económico, tales como extender zonas agrícolas, crear nuevas praderas para el ganado, construir nuevos edificios, talleres, embarcaciones, etc. (34)
Las Misiones estaban organizadas en una estructura de cargos públicos similar a la de las ciudades españolas. En cada una de ellas existía un Jefe superior, alcaldes y regidores que integraban el Cabildo; cargos que eran todos ellos ejercidos por indios (generalmente los caciques); aunque no poseían iniciativa propia y tenían solamente la función de ejecutar las directivas de los sacerdotes que dirigían la Misión. (35)
Más que la organización fue el método lo que dio el triunfo a los jesuitas en los pueblos guaraníes. En cuanto a organización, en poco o nada se diferenciaban de los pueblos fundados por franciscanos y capuchinos y otros religiosos, así en California, en Sonora, en Quinto, en el Amazonas, entre los Mojos y entre los Chibdas. Unos y otros pueblos se basaban en la legislación colonial española como recientemente ha demostrado el profesor O. Quelle, de Berlín, y con anterioridad había expuesto extensamente el P. Pablo Hernández. Los que hablan de “Imperio jesuítico” del Paraguay muestran un des conocimiento absoluto de la realidad histórica. (36)
La organización que los jesuitas dieron a sus Misiones era totalmente uniforme, de tal manera que no sólo presentaban todas el mismo aspecto e igual forma edilicia, sino que también se llevaba en ellas la misma vida, regulada con mucho cuidado y en la que todo marchaba con estricta precisión. En este sentido Blas Garay señala: “Parecíanse todos los pueblos jesuíticos como una gota de agua a otra gota de agua, su disposición es tan igual y uniforme, que visto uno, puede decirse que se han visto todos siendo necesarios ojos de lince para notar la pequeña diversidad que hay hasta en los mismos naturales y sus costumbres”. (37)
Una característica distintiva de la Orden de los Jesuitas, la constituyó su orgazación estrictamente jerarquizada; siguiendo muy firmemente el modelo de la organización militar, al punto de que su autoridad máxima era el General de la Compañía. (38)
Existieron dos grandes grupos de Misiones, las Misiones Orientales que estaban en los territorios al Este del río Uruguay, al Norte del río Ibicuy, y a ambos lados de la actual frontera entre el Uruguay y el Brasil; y las Misiones Occidentales, situadas en actual territorio argentino de la Mesopotamia entre los ríos Paraná y Paraguay, en el territorio de la actual provincia de Misiones, que son las únicas de las que se han conservado restos de sus edificaciones, y que son visitadas como lugar de interés turístico. (39)
La primera de las Misiones fue establecida en 1624, dirigida por el Padre Guzmán quien logró fundar en territorio del actual Departamento de Soriano, ubicado al Sur del Río Negro, la Misión de Santo Domingo de Soriano, cuyos pobladores fueron indios chanás. (40)
Los padres jesuitas llegaron a establecer muchas otras Misiones sobre las costas orien tales del río Uruguay, abarcando los actuales Departamentos de Artigas y Rivera, como del Sur del actual Estado brasileño de Río Grande del Sur; entre ellas las poblaciones de San Borja, San Ángel, San Juan, San Nicolás, San Luis, San Lorenzo y San Miguel, que alcanzaron, en su conjunto, una población superior a las 30.000 personas. (41)
Sobre líneas comunes a otros pueblos y en conformidad con las prescripciones reales organizaron los jesuitas rioplatenses sus pueblos indígenas. Es indiscutible que contaron con un elemento indígena menos reacio, más maleable, que el de otras regiones de América. También pudieron conservar los pueblos más aislados del elemento europeo, generalmente entorpecedor y hasta maleante.
En tercer término, los pueblos estaban rodeados de campos amplísimos para la agricul tura y ganadería, y tenían en abundancia agua potable y leña, pero todas estas ventajas habrían sido poco menos que inútiles si de parte de los misioneros no hubiera habido un gran talento de adaptación, una norma fija y común en todos los pueblos y, a través de los años, una vida intensamente sacerdotal y un espíritu de amplísimo sacrificio. (42)
Notemos que, desde sus comienzos, fue abiertamente internacional el personal jesuítico que fundó primero y llevó después a todo su esplendor los pueblos misioneros. Jesuitas españoles (Lorenzana, Saloni, Torres, Romero, etc.), criollos (beato González, Ruiz de Montoya), portugueses (Grifi, Ortega, etc.) y británicos (Field) inician aquellos pueblos, y son españoles (peninsulares y criollos), italianos, belgas y sobre todo alemanes los que más habrían de contribuir al engrandecimiento de los mismos. La influencia alemana, desde principios del siglo XVIII, fue universal y profunda, sobre todo en la mecánica, en la agricultura, y en las artes. (43)
Desde el punto de vista morfológico, la ciudad jesuítica era igual en todo el territorio de las Misiones establecidas en América del Sur; es una aglomeración ordenada al ideal religioso. Su planificación urbana, recuerda bastante la planta primitiva del campamento militar romano, mostrando, en los términos más elementales, los elementos generales de una ciudad planificada.
Todas las Misiones tenían tres componentes fundamentales: El templo, el claustro y los talleres, eran la base de la vida y del espacio urbano. La actividad humana estaba en relación a tales espacios y exigencias. (44)
El claustro era un edificio de dos patios, adosado a la iglesia, se lo conocía como “colegio”. Era la residencia de los sacerdotes misioneros y contenía, asimismo, el depósito general y los talleres de las diversas artesanías que desarrollaban los guaraníes. Al otro lado de la iglesia se situaba el cementerio, cercado y comunicado con el templo.
De la plaza, trazadas a cordel, salían las calles, y en filas paralelas se ordenaban las casas de los guaraníes, cosa común a las ciudades hispanas de América. Manzanas de seis o siete casas quedaban unidas por pórticos, que protegían del sol y de la lluvia; por estas galerías podía recorrerse a cubierto casi toda la ciudad. (45)
En los otros tres lados de la plaza se alineaban las viviendas indígenas en edificios alar gados, con recovas y divisiones para cada familia. No existían manzanas del tipo de las ciudades españolas. Estos pabellones se adaptaban a las antiguas viviendas utilizadas por los guaraníes. Formaban rectángulos de aproximadamente 50 metros de largo por 15 metros de ancho. La separación de los pabellones determinaba calles con anchos de entre 13 y 20 metros, según los casos, incluido, en el mismo, el ancho de la vereda bajo la recova. (46)
Tras la residencia de los sacerdotes se localizaba una huerta con frutales de diversas es pecies y plantas medicinales y, cercanos al poblado, corrales para animales de trabajo y para consumo. Los pueblos se localizaban en zonas altas y sanas, abastecidos de agua con cisternas o estanques. Había otros edificios destinados a sede del cabildo, residen cias para viudas y mujeres solas, cárcel, graneros y cobertizos para la fabricación de tejas y ladrillos. (47)
La planta urbana se rodeaba con chacras y una red vial elemental conectaba los distintos centros urbanos. La ciudad se cercaba con defensas sobre y bajo nivel capaces de defen derla del ataque de sus eventuales enemigos. Por lo general se trataba de empalizadas formadas con palo a pique. En ocasiones se construía también alrededor un foso seme jante al de los fortines bonaerenses. (48)
En definitiva, el trazado de las Misiones era similar entre sí: Una plaza en el centro, a un lado la iglesia la casa de los sacerdotes, escuelas, talleres, depósitos, las casas de las viudas y huérfanos y, en los demás lados, las casas de los indígenas, de ladrillo o piedra, con techo de dos aguas que cubría las aceras.
El gobierno de cada Reducción estaba a cargo de un corregidor indio, nombrado por el gobernador después de consultar a los misioneros, y un cabildo, formado de la misma manera que los de las ciudades españolas y compuesto también por indígenas. Estas autoridades no podían aplicar castigos sin consultar a los padres jesuitas. Los españoles no tenían ninguna participación en dicho gobierno; se trataba de evitar, con esta medida, los abusos que frecuentemente se cometían. Les estaba prohibido residir en las Reduc ciones, pero podían ser alojados si estaban de paso. La justicia era ejercida por los misioneros que aplicaban, por lo general, castigos de azotes. (49)
Los dos sacerdotes que estaban al frente de cada pueblo se encargaban del gobierno es piritual y la organización de la vida indígena. Las tareas diarias se iniciaban y concluían con oraciones y cantos. La base de la instrucción fue el catecismo. Las fiestas religiosas eran celebradas con particular entusiasmo y realce. (50)
Atendiendo a su objetivo de civilizar a los indígenas, los jesuitas lograron insertarse en su estructura social; logrando su sedentarización mediante el establecimiento de los poblados que constituyeron las Misiones. Los guaraníes se encontraban en estado tribal; componiéndose sus colectividades por conjuntos de familias poligámicas que contaban con dos autoridades, los caciques y los chamanes. Vivían en un estado muy primitivo, practicaban la antropofagia, y ejecutaban ceremonias funerarias de tipo pagano. (51)
Los caciques van a ser atraídos por los jesuitas. Eran principalmente jefes guerreros cuya autoridad se centraba fundamentalmente en los aspectos materiales de la vida del grupo; en tanto que los chamanes, también llamados payes, tenían un ascendiente de carácter religioso, entre lo cual se incluía -como en muchos otros pueblos primitivos -intervenir frente a las enfermedades. Por lo tanto los jesuitas, en cuanto tenían como objetivo la conversión religiosa de los indios, que implicaba quitar su influencia a los chamanes, se apoyaron en la rivalidad de ellos con los caciques. Obteniendo la conversión religiosa de los caciques se propiciaba la del resto de la tribu; y para los caciques, ello significaba imponer su autoridad por encima de la de los chamanes. (52)
Los jesuitas fueron transformando gradualmente las costumbres de los indígenas; atendiendo primariamente a aquellos aspectos más contrarios a los principios de la religión católica, como la antropofagia y la poligamia. Orientaron la organización familiar de la tribu guaraní en base a la monogamia; para lo cual construyeron en sus Misiones un tipo de habitaciones que se conocen como “tiras”; por cuanto las unidades de habitación eran contiguas, pero en cada una habitaba solamente una familia, destinando la primera a la familia del cacique. (53)
Por otra parte, si bien algunos misioneros jesuitas eran expertos en la asistencia de las enfermedades — como el padre Zsigmond Asperger, a quien por su origen se conoció como “el médico húngaro”, ya que se hizo misionero jesuita luego de culminar sus estudios de Medicina-; de todos formas la medicina se encontraba todavía en condiciones precarias desde el punto de vista de su desarrollo científico, por lo cual no solamente continuaron aplicando, en gran medida, las prácticas curativas mediante el empleo de hierbas, sino que, a partir de ello, lograron conocer las propiedades efec tivamente terapéuticas que muchas de ellas poseen. (54)
De tal modo, los jesuitas pudieron realizar, a lo largo del siglo y medio en que es tuvieron desempeñando su labor en las Misiones, un proceso de civilización de los in dígenas que no acabó con sus hábitos culturales, sino que los adaptó a sus objetivos civilizadores y religiosos; permitiéndoles progresar en numerosos aspectos, como los relativos a la construcción de poblaciones, el desarrollo de las artes y las técnicas del cultivo y cría de ganado. (55)
LA ACTIVIDAD ECONÓMICA.
Los jesuitas no cambiaron radicalmente los usos indígenas, sino que los canalizaron para darles un nuevo sentido. Reconocieron la importancia de los caciques, a los que dieron una situación de privilegio entre los suyos. Reunieron varios cacicazgos en un solo pueblo y fomentaron la antigua solidaridad tribal con el nuevo impulso religioso. Dicha solidaridad se manifestó en todos los aspectos de la vida, tanto en la organización interna como en la defensa contra sus enemigos: los encomenderos y los mamelucos paulistas. (56)
Las comunidades que formaban las Misiones tenían una estructura económica primitiva, prácticamente eran economías de subsistencia; así que pudieron mantener sus características conforme a las cuales el concepto de la propiedad quedaba limitado a los utensilios personales. El proceso educativo de los indígenas en cuanto a la dedicación organizada al trabajo productivo de tipo agrícola y ganadero, resultaba compatible con la puesta en común de los bienes de consumo y de uso, que concordaba, además, con las prácticas usuales en las comunidades de las órdenes religiosas cristianas. (57)
Las Misiones eran centros productores urbano-rurales que combinaron las exigencias apostólicas misioneras con las tradiciones y cultura de los aborígenes. Estas actividades económicas se podrían considerar como de economías precapitalistas donde se buscaba la autosuficiencia, con una centralizada conducción de los misioneros. Fue, en realidad, una economía distinta basada en la conjunción de dos factores que muy difícilmente puedan volver a reunirse modernamente y a los cuales nos referiremos más adelante. (58)
En el principio, la propiedad privada no existía ni siquiera de nombre, y todo el fruto del trabajo de los indios se depositaba en los graneros comunales. Los jesuitas habían con vencido a la Corte de que los guaraníes eran tan imprevisores e ignorantes que no podrían mantenerse si se abandonaba a su albedrío el empleo que de lo agenciado con su trabajo hubiesen de hacer. (59)
Al cabo de muchísimos años que duraba este sistema, la Corte, dio a entender a los jesuitas que era ya tiempo de que los indios hubiesen aprendido a gobernarse por sí mismos y a conocer las ventajas y los goces que la propiedad individual proporciona, y que parecía llegado el momento de poner fin al régimen de la comunidad. Fue entonces que los Padres, para acallar los reparos y las quejas, mas no sin haber antes agotado todos los resortes para eludir la reforma, vinieron en asignar a cada jefe de familia determinada extensión de tierra, a fin de que la cultivase y explotase con los suyos en provecho propio, empleando en esto tres días de cada semana, y los otros tres en beneficio público. (60)
La principal actividad productiva fue la primaria, la planta urbana se rodeaba de chacras (alquería o granjas) donde los aborígenes trabajaban. Esta actividad agrícola-ganadera se complementaba con una serie de actividades artesanales en las cuales los indígenas descollaban. (61)
Las chacras eran de dos tipos:
A)Familiares, dado que cada familia recibía una parcela en la que plantaba maíz, batatas calabazas, legumbres, mandioca, etc. Este predio se llamaba abambaé.
B)Colectivas, parcelas más amplias en superficie en las cuales el cultivo era común y cuya producción tenía destino comunitario. Allí se sembraba principalmente algodón, tabaco, maíz y caña de azúcar. Lo producido se almacenaba en los depósitos ya mencionados cuya finalidad era múltiple: atención a los huérfanos, viudas ancianos y enfermos, proporcionar semillas para futuras siembras y disponer de raciones para los que viajaban o cumplían tareas comunitarias.
En las Misiones imperaba un sistema cooperativo de producción. Las Misiones eran ciudades económicamente autosuficientes, prósperas e igualitarias. Si un colono español aparecía por allí se le ofrecía hospitalidad, pero no podía alojarse más de tres días en la Misión. (62)
Según el testimonio de los jesuitas el gran problema a vencer en las tareas diarias era la desidia y pereza aborigen, así como su absoluta falta de previsión. Guillermo Furlong, eminente historiador, reproduce una carta del misionero José Cardiel donde éste señala:
“Obligámosles a que cada uno traiga a los almacenes comunes, que aquí se llaman per cheles dos grandes sacos (bolsas). Pónese en ellos el nombre de su dueño y se guarda hasta su tiempo. De lo restante –lo que queda en el campo- van sacando y comiendo a su modo, ellos y los loros, que ponen poco cuidado en espantarlos, y dando y desper diciando, que todo no es posible el remediarlo. Cuando se les va acabando lo que les quedó, se da un saco a cada uno y cuando éste se acaba, se le da el segundo que suele ser al tiempo de la siembra, y con esto tienen también semilla para la siembra, que de otro modo los más no la guardarían”. (63)
La producción de yerba mate que originariamente era producto de la recolección de los montes naturales, fue cultivada por los jesuitas quienes produjeron almácigos para su producción, con lo que se pudieron constituir yerbales cercanos a los pueblos, facilitan do la tarea de cosecha y produciendo un excedente que los misioneros comerciaban en las ciudades coloniales, generando un valor en dinero que permitía adquirir bienes no producidos en las Misiones y que se repartían entre cada familia. (64)
La producción de algodón era también importante ya que sus fibras eran hiladas y tejidas en telares ubicados en el segundo patio del colegio, confeccionándose distintos tipos de telas destinadas, en su mayoría, a vestimenta aborigen. Como en el caso anterior la producción excedente también se comercializaba. (65)
También producían tabaco en hojas que consumían localmente para mascar, ya que el hábito de fumar estaba más generalizado entre los españoles. El trueque de los produc tos era muy frecuente entre los pueblos misioneros para compensar pérdidas por malas cosechas. (66)
La producción agrícola se complementaba con la ganadería originada en el ganado llevado por los jesuitas a las Reducciones y que los guaraníes habían incorporado a sus costumbres y sobre todo a su dieta. (67)
Además de las labores agrícolas, en las que empleaban los guaraníes todo el tiempo que no pasaban en sus doctrinas, existían la de la extracción de las piedras para construir caminos y edificios, la tala de madera en los montes, la construcción de embarcaciones y el comercio fluvial. Existían, además, en las Reducciones artesanos de todos los oficios que eran necesarios para el desarrollo de la comunidad. Angles señala al respecto: “En todos los referidos pueblos y en unos con más abundancia y esmero que en otros, hay oficinas de plateros, maestros que trabajan en vaciado, los hay herreros y gente que fabrican armas de fuego”. (68)
Las artesanías permitían cubrir las necesidades locales siendo destacable la calidad de las tareas guaraníes. Se fabricaban tejas, ladrillos, baldosas, también se desarrollaron la cantería, la carpintería y la herrería. Se agregaban a esto los tallistas y escultores de imágenes, los pintores y plateros. Sobresalían, así, maestros artesanos que fabricaban retablos, imágenes y cuadros. (69)
Para proveer al sustento de cada familia los jesuitas les entregaban, en propiedad, una parcela de tierra, los instrumentos de labranza, las herramientas para artesanías y las ar mas para cazar y pescar. La cosecha, de la cual los indios eran sus dueños, se guardaba en graneros y les era suministrada periódicamente para evitar que la malgastaran.
La propiedad común, también llamada “propiedad de Dios”, era de extensión similar a las propiedades privadas en conjunto. Los indios tenían obligación de trabajarla dos ó tres días por semana. (70)
Todos los frutos de comunidad se recogían y almacenaban en el colegio, de los cuales los que eran comerciables los despachaban fuera de la provincia, la mayor parte a Buenos Aires. El sobrante lo retornaban en efectos para el consumo de los pueblos, de los que gran parte se invertía en adornos y alhajas de las iglesias, en algunos efectos comerciables, y una no pequeña parte en comprar vestidos costosísimos, que más servían de ridiculizar que de adorno en sus festividades. Con el producto obtenido pagaban el tributo al rey, compraban las herramientas y materiales necesarios, mantenían a viudas, huérfanos y enfermos, construían iglesias y talleres y atendían a la defensa. (71)
La ganadería, dirigida por los misioneros, servía para alimento, transporte y vestimenta. La lana era repartida y tejida por las nativas; los bueyes eran prestados a las familias para que los campos fueran arados. Realizaban el comercio por trueque entre los diversos pueblos y con los colegios jesuitas de Asunción, Santa Fe y Buenos Aires; en estos últimos las transacciones eran supervisadas por un procurador.
En 1599 los jesuitas se establecieron en Córdoba. En esta zona tuvieron tres estancias, destinadas a mantener la Universidad: Jesús María, Santa Catalina y Alta Gracia. Esta última —cuyo nombre proviene de un santuario de Extremadura— se caracterizó por la construcción de “El Tajamar’, lago artificial cuya agua era utilizada para los regados. Esta estancia constaba de potreros, talleres de carpintería, herraría, dos hornos para construcción de ladrillos, telares y una fundición, la única que tuvieron estos religiosos. (72)
De este modo se aseguró a las Misiones un funcionamiento económico fluido que les permitió solventar su crecimiento poblacional y desarrollarse a lo largo de más de siglo y medio con suficiencia y autonomía.
Desde 1767 el proceso de abandono de las Misiones se aceleró, tras la expulsión de los jesuitas (la Corona española venía aplicando políticas cada vez más centralistas desde la instauración de los Borbones que chocaban directamente con la tradicional autonomía de las Misiones), 15. 000 indios huyeron a las llanuras del río Uruguay en la Banda Oriental y muchos más en 1777 cuando muchas Misiones pasaron a poder lusitano. (73)
Es significativo el descenso tan brutal en el número de cabezas de ganado que se produce en el corto espacio de cinco años (1768-1772) después de la expulsión de los jesuitas de sus Misiones latinoamericanas (74)
La producción agrícola también se resiente con la salida de la Compañía de Jesús de las Misiones. En el mismo periodo, la producción total de yerba mate (incluidas 20.000 arrobas de consumo interno) alcanza las 216.000 arrobas y en 1800 a 234.783 arrobas. Es decir, tras la expulsión de los jesuitas este cultivo entró en decadencia. Los yerbales se fueron perdiendo como explotación productiva. Su reposición se hizo difícil pues se desconocían los métodos que habían permitido producir la germinación a escala indus trial.
Todo esto nos revela, por un lado, el escaso aumento de la producción yerbatera duran te los últimos años de la colonización española; pero por otra parte, nos revela también el alto grado de dependencia de la provincia norteña argentina, de sus exportaciones de yerba. Este producto, si bien de consumo masivo en Sudamérica, jamás llegó al mercado mundial, como el cacao, el café, el tabaco o el caucho. (75)
La exportación de tabaco cuyo cultivo era alentado con éxito por las autoridades coloniales a partir de 1751 alcanzó a 60.0000 arrobas en 1779. Sin embargo ese mismo año la Corona monopolizó el producto, con el fin de asegurarse unas 80.000 arrobas para el consumo interno de España. El proyecto fracasó porque:
“... No se calculó el número de brazos con que se podía contar; no se tuvo en cuenta que los cultivadores, no siendo esclavos, se harían pagar más caro”.
Este fracaso muestra claramente la magnitud y la importancia de la población de campesinos libres, así como la ausencia de personas capaces de dirigir las explotaciones agrícolas en las postrimerías del período colonial.
En el caso del azúcar, cuya exportación en 1781 es de solo 3.145 arrobas, equivalentes a 6.290 pesos fuertes, las técnicas de producción están tan rudimentarias como a principios del siglo XVII: “No hay máquina para producir el azúcar en grande como en otras partes...”.
Buenos Aires importaba azúcar en gran cantidad de La Habana y Brasil, y solo una ínfima cantidad de Asunción.
El algodón -salvo pequeñas cantidades- prácticamente desaparece del cuadro de las exportaciones a fines del s. XVIII. El instrumental utilizado es el mismo que fue incorporado por los conquistadores:
“El hilado y los telares son muy imperfectos, porque apenas se conocen la rueca y el torno de hilar (...) El telar, el peine y otros instrumentos del tejedor no son mucho más conocidos”. Por lo tanto, sabemos que los telares jesuitas eran técnicamente más avanza dos.
Asunción fue el primer productor de trigo de todo el Río de la Plata. Si la productividad a principios del siglo XVII era de 30 por 1, a fines del siglo XVIII la producción media anual era en Montevideo de 12 por 1, en Buenos Aires 18 por 1 y en España 8 por 1. La del Paraguay era de solo 4 por 1, con lo cual ni siquiera cubría su consumo interno. (76)
EL PAGO DE LOS TRIBUTOS POR LOS INDÍGENAS Y SU MODO DE VIDA.
Los continuados conflictos entre los intereses de los encomenderos, que pretendían tomar gratuitamente a los indios como fuerza laboral reducida y entrenada por los padres jesuitas, la Real Cédula de 1654 colocó a las Reducciones administradas por la Compañía de Jesús bajo Real Patronato, con exenciones impositivas que facilitaron la instrucción misional y con medidas que propendieron a la defensa del territorio, con siderando a los guaraníes como guarnición de frontera. La Cédula significaba liberar a los guaraníes del servicio personal (mita), pero les obligaba a pagar, en el futuro, un peso de plata por cada individuo en edad de tributar (personas de más de 18 años).
Tal desafío llevó a redefinir el papel de los padres jesuitas dentro del territorio, es tableciéndose un cargo con facultades idénticas a las de un rector de colegio, pero en este caso con responsabilidad sobre las comunidades Superiores que -junto con sus deberes religiosos- asumieron responsabilidades económicas, políticas y sociales tanto con respecto a los guaraníes como con la Corona española.
Esto llevó a los padres jesuitas, en primer lugar, a cobrar impuestos, llevando a algunos a opinar que se trataba de una “pesada carga que la Compañía tome por su cuenta el
cobrar los tributos del Rey, cosa ajena de religiosos” (P. Vitelleschi). (77) Y en segundo término, a institucionalizar una forma de funcionamiento para las comunidades que les permitiera
crecer, organizarse y responder al compromiso tributario de “estar en cabeza del Rey” (78)
No se aumentó la cuantía de la capitación, porque los jesuitas eran, en aquellos tiempos, omnipotentes y se creía muy justo que sus indios pagaran únicamente un peso, mientras todos los demás de América pagaban cinco. Sólo se elevó a 10.440 el número de personas tributarias en 1677, y a 10.505 por Real Cédula de 2 de Noviembre de 1679, y se confirmó a los habitantes de los tres pueblos más cercanos al Paraguay ( calculados en 1.000 tributarios) la concesión de satisfacer su cuota en el lienzo por ellos fabricado, computándoseles a un peso la vara, lo cual valía tanto como reducírsela a la mitad. (79)
Para pagar los tributos de los indios y las necesidades generales del pueblo, el recurso principal era la explotación de la yerba mate. Acabado el tiempo de las sementeras, cada cura mandaba indios a la faena de la yerba, con provisión bastante de charque y maíz. Iban en balsas ("itapá") hechas con dos canoas amarradas. Cada uno debía traer su cosecha en dos sacos, hechos con sendos cueros vacunos, y se le pagaba en especies, según el peso.
Otro recurso provechoso era el lienzo de algodón. Dos veces por semana las mujeres recibían del alcalde media libra de algodón y lo devolvían hilado en un ovillo que, eliminada la semilla, debía pesar dos tercios menos. En previsión de fraudes, el alcalde metía en el ovillo una cañita con el nombre de la india, antes de entregar sus cuatro arrobas por pieza al tejedor. Si éste encontraba en el medio alguna piedra o barro, denunciaba el caso y, por la cañita, se sabía quién era la culpable. (80)
Algunos otros pueblos producían tabaco de hoja y azúcar. Anualmente cada pueblo enviaba sus excedentes, en varias balsas, a Santa Fe o Buenos Aires, donde los padres procuradores de la Compañía trocaban aquellos productos por otros que el cura de la Misión cambiaba por cuchillos, cascabeles, pólvora, escopetas, seda para el atuendo de los cabildantes, hierro, etc.), y se los remitían en arcas bajo llave. (81)
Después, de un largo proceso de investigación –dice Magnus Mörner–, el rey Felipe V, el 28 de diciembre de 1743, firmó una Cédula aprobando casi todos los aspectos de la administración jesuita en los pueblos guaraníes y confirmando sus privilegios, incluso el tributo de sólo un peso por cabeza. Según los historiadores favorables a los jesuitas: “esta Cédula fue el resultado de un escrutinio escrupuloso y objetivo y los adversarios no han sido capaces de probar lo contrario”. (82)
Los antecedentes de la Cédula, pueden resumirse así: Un capitán Bartolomé de Al dunate, había insinuado al gobierno Real, en 1726, que los 150.000 (!) indios de los jesuitas no pagaban ningún tributo. El rey pidió que emitiera su parecer el gobernador interino del Paraguay, Martín de Barúa. Éste informó, en 1730, que probablemente no había más de 40.000 tributarios en los pueblos guaraníes pero que pensaba que el tributo debía de alzarse a dos pesos por cabeza ( lo que todavía sería sólo la mitad de lo que pagaban otros indios de su jurisdicción). Barúa alegó, además, que los guaraníes estaban debiendo a la Real Hacienda nada menos que 3.200.000 pesos en tributos conforme a la tasa impuesta en 1679. (83)
El Consejo de Indias decidió entonces enviar al Río de la Plata a un funcionario de la Corte de nombre Juan Vázquez de Agüero para investigar el asunto. Al parecer, hombre poco enérgico, Vázquez de Agüero, nunca llegó a visitar los treinta pueblos. Se contentó con entrevistas en Buenos Aires con el provincial Jaime Aguilar, los obispos José Palos del Paraguay y Juan de Arregui de Buenos Aires y otros personajes de relieve. Informó al Consejo en 1735 que según le había informado el provincial, había 30.000 tributarios en los treinta pueblos. Según el mismo, las exportaciones anuales de los pueblos arroja ban alrededor de 100.000 pesos. Agregaba el visitador que, al parecer, los indios no eran debidamente instruidos en castellano, ni pagaban diezmos, y no existía en los pueblos propiedad privada. Cuando propuso al padre Aguilar un alza del tributo, éste replicó que “ello causaría la deserción o rebeldía de los indios”. (84)
En cuanto a la forma de vestir de los guaraníes, los hombres prácticamente no usaban ropa, en cambio las mujeres usaban una especie de tapa triangular de plumas o algodón tejido por ellas mismas. Desde la llegada de los misioneros los hombres comenzaron a utilizar un chiripá y una especie de taparrabos (baticolas) confeccionadas con la chala u hojas del maíz, fibra de ortiga o algodón; las mujeres comenzaron con el uso del typoi (túnica del algodón sin mangas, hasta los tobillos), para los días fríos se utilizaba el killapy’ una especie de manto hecho con pieles como las del roedor acuático llamado killá o quillá.
Hombres y mujeres utilizaban adornos, tatuajes con pinturas fabricadas con la mezcla de especies vegetales, complementado con plumas de aves, amuletos colgados en el cuello, collares confeccionados con huesos de animales y semillas.
Los distintivos entre varones y mujeres consistían en que los varones a partir de la pubertad llevaban una especie de clavo (de madera, hueso o piedra) insertados debajo del labio inferior (tembetá) y las mujeres en las orejas. (85)
Anualmente los indios recibían un equipo nuevo de ropa. Sus vestidos eran de algodón, de color pardo, y consistían en una larga camisa, calzoncillos, ceñidor, escapulario y poncho (Stroebel, 1729). Iban descalzos y con el cabello corto. Las mujeres usaban un largo ropón que les llegaba a los pies, llamado “tipoy”, falda corta y larga parecida a un camisón y que es utilizada por las mujeres guaraníes en Sudamérica en la región del Chaco y en países como Paraguay, parte de Bolivia, Brasil y Argentina. Este vestido es de origen español, de las islas Canarias, y debido a la conquista española de América este vestido fue traído para que las nativas se vistieran ya que era un traje para utilizarlo en climas cálidos.
Cuenta Peramás (1768) que cada día, luego que salían de misa, se les repartía la ración alimenticia a cada familia, y después cada uno iba a su trabajo, en procesión, con cánticos y músicas; “de manera que, el día de fiesta y de trabajo, no teñían ni una hora que no estuviese arreglada a alguna distribución, y todos, pequeños y grandes, trabajaban según su estado, edad, sexo y oficio”. (86)
Si iban “a la yerba”, o de viaje a llevar mercaderías, partían llevando la imagen de un santo, cantando coplas devotas, y ejecutando marchas, minuetos y fugas a dúo, al son de flautas y tamboriles. Tal era la devoción de los guaraníes y la instrucción recibida por los jesuitas.
Cada vez que los jesuitas se presentaban en la iglesia, aunque sólo fuera para decir una misa rezada, ostentaban deslumbrador aparato e iban rodeados de numeroso cortejo de sacristanes, acólitos y monaguillos, cuyo número pasaba de cien, vestidos con gran magnificencia. Con la misma se procuraba celebrar todas las ceremonias religiosas.
Y no podía ser de otro modo, porque los indios iban a la iglesia compelidos por una fuer za superior y no a buscar espontáneamente el sitio desde donde con más recogimiento y unción pudieran elevar sus preces a Dios. Colocados en tablillas, colgadas a la puerta del templo, había dos padrones, uno para cada sexo, en donde cada cual leía su nombre o le reconocía por una señal particular: de esta manera se aseguraban los celadores de su asiduidad a la misa. Dentro, las mujeres estaban separadas de los hombres, y salían de la misma manera, sin que se permitiese a ningún varón detenerse a contemplar a aquéllas. (87)
Besaban la mano del cura llamándole “Cherubaí” (Padre mío), y éste los dirigía como a niños infundiéndoles intensa devoción. “Cuando vamos a confesar —cuenta Cardiel— siempre llevamos una cestilla llena de tablillas, con un letrero en cada una, grabado a fuego. Ésta se da por un agujero del confesonario a cada uno que recibe la absolución, para que pueda comulgar. Cuando se ponen en el comulgatorio, va el sacristán con un plato recogiendo las tablillas de todos; y al que no la trae le echa de allí”. (88)
EDUCACIÓN Y CULTURA.
Los niños aprendían, junto con la doctrina, letras y ciencias. A los hijos de caciques y principales les enseñaban la lengua española y el latín; además, se los preparaba para los puestos dirigentes.
En las Misiones se tenía especial cuidado en la educación de los niños, desde los siete años. Antes del amanecer salían los alcaldes, acompañados de los tamborileros, a despertar a la población, e iban dando voces: “Hermanos, ¡ya es hora de que os levantéis! ¡Enviad a vuestros hijos e hijas a reverenciar a Dios y al trabajo cotidiano! No seáis flojos ni remisos. ¡Ea! ¡Despertadlos presto y despachadlos...!” (89)
En cuanto a la educación, José Cardiel presenta una preparación parecida a la de los países europeos por razones que los europeos podrían comprender: “En la crianza de los muchachos de uno y otro sexo se pone mucho cuidado, como lo ponen todas las Repúblicas bien ordenadas, pues de su educación depende todo el bienestar de la República” (90)
Los niños y las niñas se congregaban “bien apartados unos de otros, y nunca se juntaban en función alguna”, así como hombres y mujeres. Fuera de las prácticas religiosas, unos iban a la escuela de leer y escribir, otros a la de música y danzas; los de más allá como aprendices, ayudar a los tejedores, pintores, estatuarios y demás oficiales; “ y luego los restantes, que son los más, al trabajo del campo; los muchachos por un lado y las muchachas por otro, todos con sus alcaldes con un azote a la cinta para gobernarlos”, acompañados de flautas y tamboriles. En el campo escardillaban la sementera, recogían el algodón y el maíz, rozaban las malezas. "Y aunque trabajan como niños —explica Cardiel—, por ser tantos, hacen lo que muchas hormigas juntas, y son de mucho alivio". (91)
Llegando a los 17 años —y las niñas a los 15— se estimaba conveniente que se casaran. A veces se celebraban en conjunto numerosos matrimonios, que se festejaban con músicas y danzas de hombres solos.
Los padres jesuitas enseñaban música y artes plásticas; los indígenas elegían oficio según sus aptitudes. Fueron hábiles escultores y pintores; hicieron todo tipo de tallas religiosas; muebles y puertas que aún se conservan. Fabricaron instrumentos musicales, aparatos y relojes; trabajaron los metales y el hierro forjado; hicieron adornos y objetos de plata. Su obra más destacada fue la impresión de libros en sus propias imprentas a partir de 1700, mucho antes que en las ciudades españolas del Río de la Plata. El primer libro publicado fue Martirologio romano; también se imprimieron catecismos, tablas astronómicas, calendarios y obras religiosas. (92)
La obra civilizadora llevada a cabo en las Misiones, fue integral y en conformidad con la idiosincrasia de los guaraníes. No sólo se atendió a lo esencialmente religioso y a lo material, sino que el fomento de la cultura general fue siempre tenido en cuenta.
Además de la educación escolar y la instrucción sobre las diversas técnicas de trabajo, la enseñanza de las artes ocupaba un lugar importante dentro de las actividades. Parte de las obras artísticas realizadas en las Misiones no eran vendidas sino que se destinaba a la decoración de los pueblos. (93)
Florecieron la arquitectura, la escultura en piedra y madera, la pintura, el dorado, des tinados a realzar la belleza de sus iglesias y de las ceremonias litúrgicas.
La música, para la cual estaban especialmente dotados los guaraníes, ocupó un lugar de privilegio en la vida de las Reducciones. Tanto en el canto coral a varias voces como en la interpretación de música instrumental, se destacaron notablemente. En Yapeyú, el Padre Antonio Sepp creó un verdadero centro de educación musical, es decir, un conservatorio, cuya fama se extendió por todo el Río de la Plata. Él mismo era un destacado músico. Además, fabricaron en sus talleres, todo tipo de instrumentos musicales, incluso un órgano. (94). “No era el paraíso en la tierra”, señala el Padre Doumic. “Pero en las Reducciones hubo un elemento igualitario, una idea de dignidad fundada en una lectura testaruda del Evangelio”. (95)
Otra notable realización cultural de los jesuitas fue la creación de la primera imprenta en estas regiones sudamericanas.
En estas imprentas se publicaron numerosas obras, desde diccionarios en castellano-guaraní, hasta obras de los propios indígenas tales como los libros de Nicolás Yapuguay. Fue el primer indígena que publicó obras en las Misiones, y de la misma forma en que el Padre Montoya aprendió el guaraní, Nicolás aprendió el español y el latín traduciendo algunos textos hispanos, tales como Explicación del catecismo en lengua guaraní y Sermones y ejemplos en lengua guaraní. (96)
En el año 1700, sesenta y cinco años antes que en Córdoba y ochenta antes que en Buenos Aires, los pueblos misioneros poseyeron prensa tipográfica con la particularidad de que, si bien algunos moldes fueron traídos de España, otros fueron fabricados en los talleres propios. Y la tinta también fue elaborada por los indígenas. Todo ello se llevó a cabo en la Reducción de Loreto bajo la dirección de los jesuitas Juan Bautista Neumann y José Serrano. Estos Padres fueron, pues, los fundadores del arte tipográfico en América del Sur.
La Reducción de Loreto es la cuna de la imprenta argentina y sudamericana. La prensa y el soporte fueron hechos con madera de la región y los caracteres fundidos en plomo y estaño. Se trataba de una imprenta itinerante, que se instalaba en Loreto, Santa María La Mayor o San Javier, según lo requerían los trabajos de impresión. Como tinta se usaba la yerba mate. La primera obra publicada, en 1700, fue el "Martirologio Romano" -el cual recogía breves reseñas biográficas de los mártires cristiano-.(97)En 1705 se publica el libro del P. Eusebio Nieremberg “De la diferencia entre lo temporal y eterno”. El pie de imprenta indica su procedencia guaraní. Contiene 37 viñetas, (xilografiadas en su mayor parte) y 43 láminas. Se publicaron, además, libritos de efemérides, calendarios, tablas astronómicas, curso de planetas y diversas obras de piedad. (98)
El poseer buenas bibliotecas fue otra preocupación de los misioneros. Cada pueblo con taba con la suya. La de Santa María la Mayor contenía 445 volúmenes; la de los Santos Mártires, 382; la de Nuestra Señora de Loreto, 315; la de Corpus Christi, 460; la de Candelaria, asiento oficial de los Superiores Jesuitas, atesoraba 4.725 volúmenes. (99)
También tuvieron las Reducciones, en San Cosme y Damián, un Observatorio As tronómico levantado por el P. Buenaventura Suárez, criollo oriundo de Santa Fe.
Entre 1703 y 1739 trabajó solo con sus indígenas construyendo diversos aparatos como telescopios, un péndulo astronómico con índice de minutos y segundos, un cuadrante astronómico con los grados divididos de minuto en minuto.
Con estos escasos elementos compuso su “Lunario” (1739) que alcanzó gran reper cusión en América y Europa. A partir de ese momento, contó con aparatos traídos de Europa, pues sus Superiores, al comprender la importancia de sus investigaciones, lo apoyaron.
Cabe señalar que, si bien este libro fue publicado en Europa, el P. Suárez se valió de la imprenta misionera para divulgar varios temas referidos a sus estudios. El prestigio científico de este misionero, que tenía correspondencia con colegas de distintas partes del mundo, llegó hasta Vargentin y Celsius, quienes reprodujeron sus observaciones astronómicas en los “Anales” de la Universidad de Upsala. (100) Juan María Gutiérrez, nuestro gran hombre de letras, adelantó en su tiempo las virtudes científicas de Buenaventura Suárez, anotando que “… se lo colocará [a Suarez] al lado de Francklin, entre aquellos que por un amor innato a la naturaleza y una propensión imperiosa del espítitu hacia la investigación de sus leyes, cultivaron las ciencias exactas sin maestros y sin más auxilio que la inspiración propia” (101)
El admirable desarrollo de las Misiones trascendió fuera de ellas, caracterizando un ciclo de sorprendentes realizaciones. Matemáticos y geógrafos, naturalistas y médicos, historiadores, arquitectos y músicos eximios, jerarquizaron a su época con una labor de vastísimos alcances. (102)
Las artesanías, artes gráficas y bellas artes —en cuya enseñanza se destacaron los misioneros alemanes e italianos— fueron cultivadas por los indios, que demostraban excelentes aptitudes, especialmente para la música y la danza. "Son muy hábiles en todos los trabajos de mano —afirma Betschon— porque lo que ven una vez lo remedan con maestría. En todas las clases de oficio hay entre ellos algunos notables artistas, como pintores, escultores, etc.” (103)
Algunos jesuitas se dirigieron a la zona de los ríos Amazonas y Marañón, y sus afluentes, actuando como misioneros entre los indios de esas regiones; con lo cual realizaron también una interesante actividad en cuanto al conocimiento geográfico de esas áreas, especialmente, en cuanto a la delimitación de los territorios asignados a España y Por tugal. (104)
Siendo muchos de los jesuitas personas sumamente cultas, no solamente aprendieron y cultivaron los idiomas indígenas y tradujeron a los mismos los textos sagrados católicos sino que estudiaron la flora — incluso las plantas medicinales — la fauna, la geografía y hasta la astronomía en estos territorios. (105)
Además, los jesuitas tuvieron una importante actuación en el desarrollo de los más antiguos centros culturales, colegios y universidades de América del Sur, como son las de Lima y Córdoba. (106)
PROBLEMAS EXTERIORES Y EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS.
Desde sus primeros asentamientos, las Reducciones sufrieron los ataques de los bandeirantes que hacían correrías con el fin de apoderarse de riquezas y capturar indios para vender en los mercados de esclavos de las ciudades brasileñas. Esta situación obligó, desde 1629, al traslado de los pueblos del Guayrá hacia el Oeste. (107)
Los ataques no cesaron, por lo que los jesuitas comenzaron a enseñar a los indios el uso de armas de fuego y organizaron la defensa de las Misiones; por ese motivo entraron muchas veces en conflicto con las autoridades españolas.
Fue difícil la regularización de las relaciones entre los territorios españoles y portugueses en América mientras las dos Coronas se mantuvieron unidas. A partir de su separación, en 1640, fueron las Misiones guaraníes las que custodiaron la frontera y alertaron a las autoridades españolas. La firme defensa en la zona del alto Paraná y Uruguay hizo que la expansión portuguesa se dirigiera hacia el Noroeste y hacia el Sur, atraída, a esta última región, por la abundancia de ganado cimarrón. (108)
La pugna entre españoles y portugueses por ejercer actos de ocupación y posesión sobre los territorios en disputas de jurisdicción se manifestó inicialmente, a principios del s. XVII, con el establecimiento de la Provincia Jesuita del Paraguay y el desarrollo de las Misiones, especialmente en la zona al Oriente del río Uruguay. Una parte de las funciones que cumplían las Misiones era de carácter militar, como guardia fronteriza de defensa frente a las incursiones de los portugueses; y con tal fin, los indígenas guaraníes fueron organizados y entrenados por los jesuitas, como tropas militares. (109)
Los jesuitas avisaron al gobierno de Buenos Aires sobre el plan portugués de establecer poblaciones en la Banda Oriental y en el Río de la Plata; este hecho se concretó en 1680 con la fundación de la Colonia de Sacramento.
En 1680 los portugueses se presentaron en el Río de la Plata, fundando la Colonia de Sacramento; con lo cual apuntaban a reclamar jurisdicción sobre todo el territorio de la que después fue llamada la Banda Oriental. Buena parte de la fuerza militar empleada por el Gobernador de Buenos Aires para llevar a cabo la primera expulsión de los portugueses de la Colonia, estuvo compuesta por soldados guaraníes provenientes de las Misiones. (110)
La diplomacia portuguesa obtuvo su primer logro al año siguiente, al conseguir que el Rey Carlos II de España aceptara devolver la Colonia de Sacramento a Portugal; hasta que en 1705 el Virrey del Perú — bajo cuya jurisdicción se encontraban los españoles de Buenos Aires — ordenó la recuperación de la Colonia, que tuvo lugar después de soportar un sitio de más de seis meses. (111)
No obstante, la diplomacia portuguesa volvió a recuperar la Colonia de Sacramento mediante el Tratado de Utrech en 1715, con que se selló la paz de la Guerra de Sucesión entre España y Portugal; y la convirtieron en el centro del comercio irregular con Buenos Aires y las demás colonias españolas y de la explotación del ganado que libremente se multiplicaban en las praderas al Este del río Uruguay. (112)
En 1723 y 1724, se repitieron las acciones de portugueses y españoles para marcar sus pretensiones territoriales en la Banda Oriental, cuando ante el intento portugués de instalarse en la bahía de Montevideo, el Gobernador Zabala de Buenos Aires fundó la plaza fuerte de Montevideo. (113)
El matrimonio de Fernando VI, Rey de España, con la hija del Rey Juan V de Portugal, la Infanta María de Braganza, trajo aparejado un período de excelentes relaciones diplomáticas entre ambos países. De todos modos, la presencia portuguesa en Sacramento era muy molesta para la Corona española; especialmente porque luego de la guerra en tre España e Inglaterra de 1739 a 1748, se temía que la expansión de los intereses comer ciales ingleses en el Río de la Plata condujera a que utilizaran Sacramento como una base militar; aprensiones que luego se vieron confirmadas con las invasiones inglesas. (114)
Como consecuencia de todo ello Portugal — cuyo Rey había obtenido de los propios jesuitas, nueva información geográfica sobre los territorios comprendidos entre el río Uruguay y la costa atlántica y del Río de la Plata — inició negociaciones diplomáticas con España; que culminaron con el llamado Tratado de Permuta, firmado en Madrid el 13 de enero de 1750. Por este Tratado, cuyo objetivo era sustituir al Tratado de Tordesillas, reajustando los límites entre las jurisdicciones española y portuguesa en la zona, España aceptó la jurisdicción de Portugal sobre los territorios que había ocupado al Oeste de la línea de Tordesillas, y Portugal renunció definitivamente a la Colonia de Sacramento. (115)
Pero el Tratado de Madrid de 1750 fue ampliamente favorable a los intereses por tugueses; en lo cual se asigna importancia a la influencia de la Princesa de Braganza sobre su esposo el Rey Fernando VI. Los territorios situados al Oeste de la línea de Tordesillas, sobre los que España renunciaba en favor de Portugal, comprendían unos 500.000 kms2; e incluían todas las estancias de las Misiones jesuitas y sus siete pueblos del Este del río Uruguay. El nuevo límite entre las posesiones de España y Portugal, quedaba fijado por los ríos Ibicuy y Uruguay hasta el río Pepirí Guazú, y por las cumbres de las sierras.
El nuevo Tratado de Límites entre España y Portugal resultó totalmente sorpresivo para las autoridades coloniales del Río de la Plata; tanto el Gobernador de Buenos Aires como el Virrey de Lima y, por supuesto, el Padre Provincial, que era la máxima autoridad de la Provincia Jesuita del Paraguay. Las primeras noticias del Tratado se conocieron en septiembre de 1750, y en abril de 1751 llegó a Buenos Aires la comunicación oficial a las autoridades coloniales; así como otra del General de la Compañía de Jesús que ordenaba a los jesuitas de las Misiones la entrega de los siete pueblos a los portugueses. (116)
Eso significaba que debían abandonarse las Reducciones de Apóstoles, Concepción, La Cruz, Santo Tomé y Yapeyú, con una población de 30.000 indígenas, y sus estancias que contenían la mayor población ganadera e importantes cultivos de yerba mate. La tarea de dar cumplimiento al Tratado de Permuta fue encomendada por el Padre Provincial Isidoro Barreda al jesuita Bernardo Nusdorffer; quien durante los meses de marzo y abril de 1752 recorrió las Misiones, informando a los padres y a los caciques de las Reducciones, que deberían abandonar esas tierras en el plazo de un año, a cambio de lo cual recibirían una menguada indemnización; pues de no hacerlo quedarían bajo el con trol y dominio portugués. (117)
La reacción de los caciques fue absolutamente negativa, rehusando tanto abandonar los pueblos, como someterse al dominio portugués. En una comunicación que los caciques dirigieron al Gobernador de Buenos Aires, invocaron sus servicios militares a España, y especialmente sus luchas contra los portugueses en la Colonia de Sacramento; así como las enseñanzas que se les había impartido en cuanto a su enemistad con los portugueses, incluso mediante cartas enviadas por el propio Rey Fernando VI.
Por su parte, los jesuitas instaron a los indios de las Reducciones a dar cumplimiento a la Orden Real; e incluso se dio comienzo al traslado hacia otros lugares de asentamiento al Oeste del río Uruguay; pero buena parte de los primeros indios que se trasladaban, huyeron. Los jesuitas informaron a las autoridades de la Orden de la situación y solicitaron se les otorgara mayor plazo; pero se encontraron con la oposición del General de la Compañía, que residía en Roma, el cual consideró que los Padres misioneros, apoyando a los caciques guaraníes, desobedecían sus órdenes, y los amena zó con ser expulsados de la Compañía de Jesús y ser excomulgados. (118)
Ello dio lugar a que entre los propios jesuitas surgiera una situación de enfrentamiento; en la cual el Padre Provincial y el Superior de las Misiones se encontraban ante las exigencias de un Padre Comisario venido de Roma por expresas indicaciones del General de la Compañía de Jesús por una parte, y por la otra la actitud de los padres misioneros que, percibiendo la firme resistencia de los indios de las Misiones a entregarlas a sus permanentes enemigos, los portugueses, se inclinaban a apoyarlos.
Los guaraníes de las Misiones orientales ya se habían enfrentado antes con las tropas portuguesas de los bandeirantes; especie de milicia a la vez dedicada al saqueo del ganado. Luego de que en 163l habían debido abandonar a los bandeirantes la llamada región del Guayrá, y en 1638 habían tenido que hacer lo mismo en la denominada región del Tape; las tropas guaraníes habían logrado retornar a esos territorios luego de vencer a los bandeirantes en la batalla de Mbororé, con lo que volvieron a fundar las Misiones orientales. Estos indígenas consideraban que esos territorios situados al Oriente del río Uruguay les pertenecían en forma originaria. (119)
Para sorpresa de los propios jesuitas, los caciques guaraníes de las Reducciones se dispusieron a resistir la expulsión o el dominio portugués de sus territorios, por medio de las armas. La guerra guaranítica se desarrolló entre los años 1754 y 1756. Los indígenas debieron combatir contra los ejércitos de Portugal y de España; y finalmente fueron vencidos. (120)
Una consecuencia de la guerra fue que la Corona española decidiera expulsar a los jesuitas de sus colonias del Río de la Plata; lo que fue resuelto por una Orden Real de Carlos III, en 1767. El 24 de mayo de 1768, el gobernador de Buenos Aires, Francisco Bucareli, salió con un ejército de 1.500 soldados, con destino a Candelaria, capital de las Reducciones. Llevaba la orden de Carlos III, rey de España, que expulsaba a los jesu itas de los territorios coloniales españoles. (121)
El historiador Cunnighame Graham considera que: “Nada hubiera sido más fácil, dada la escasez de las tropas de Bucareli, que contravenir la orden y resistir para intentar establecer un estado guaraní independiente dirigido por jesuitas”. (122)
El historiador inglés, Sir Woodbine Parish, que estudia las Reducciones jesuíticas, señala que: “Los indios amaban a los jesuitas, los miraban como a padres suyos y gran des fueron sus lamentos cuando se los quitaron”. (123) El lector se preguntará las razones de la expulsión de los padres de la Compañía de Jesús después de una labor de 150 años. El Profesor Richard Alan White, de la Universidad de California, juzga que la expulsión de los jesuitas puede entenderse “en el contexto del absolutismo de los gobiernos del siglo XVIII”: quienes buscaban expulsarlos “divulgaron rumores falsos de minas de oro escondidas y de una conspiración jesuítica para crear un estado in dependiente suyo en las selvas de Sudamérica Eso fue solamente el pretexto de la expulsión”. (124)
Los jesuitas fueron embarcados como prisioneros hacia España, en un viaje que tuvo 100 días de duración, y llegaron al puerto de Cádiz en pésimas condiciones, para allí ser encarcelados. Varios de ellos, que eran de nacionalidad austro-húngara, fueron liberados por mediación de la Emperatriz María Teresa, radicándose en Hungría. (125)
Así, pues, a semejanza de otros gobiernos europeos, Carlos III expulsó a los jesuitas de sus dominios al igual que lo hiciera Portugal dos décadas antes. Esta medida drástica precipitó a los 30 pueblos jesuíticos a un claro empobrecimiento y despoblación que los condujo a su ruina; cerrándose así un ciclo de pujanza inigualada que la Compañía de Jesús había logrado durante 150 años.
La administración de las Misiones pasó a otras órdenes religiosas (principalmente Franciscanos). Los indígenas no se adecuaron a los cambios, y comenzó una lenta decadencia acentuada por los problemas de frontera. Para la administración de los bienes confiscados a la Compañía de Jesús, se creó una Junta de Temporalidades.
La expulsión de los jesuitas de los dominios americanos permitió al estado español disponer de los ingresos derivados de la producción, los arrendamientos y las ventas de los bienes que habían pertenecido a las Misiones y a los grupos locales acceder a los establecimientos productivos. La Corona delegó la administración de las Temporalida des en una jerarquía de funcionarios coloniales, criollos y peninsulares, y buscó controlar y uniformar el proceso de traspaso con reglamentaciones de carácter general. El balance realizado sobre la gestión de las Temporalidades del Paraguay, Tucumán, Chile y Río de la Plata por las autoridades de la época fue, en gran parte, negativo remarcándose aspectos de ineficiencia y corrupción. En términos generales, los establecimientos productivos sufrieron una devaluación progresiva como consecuencia de la venta inmediata, del deterioro edilicio y del descenso productivo y, además, hubo manipula ción en el valor de las tasaciones, de los arrendamientos y de las ventas, como respuesta a intereses personales de los miembros de las Juntas locales. (126)
Se mantuvieron las prerrogativas de la elite guaraní, en una doble vertiente. Por un lado, se buscó sostener la influencia de los cacicazgos y sus exenciones impositivas y laborales y, por otro lado, se ampliaron los poderes y el número de la burocracia indígena que recaía en el corregidor y en los miembros del cabildo de cada uno de los pueblos, en torno a lo cual se crearon mecanismos arbitrarios y abusivos de interacción con la indios del común. Asimismo, se puso especial énfasis en garantizar el pago de los tributos, diezmos e impuestos hasta el momento no efectivizados y con ello se buscaron diferentes medios para que de las Reducciones se cobraran los mismos más allá de las condiciones, realimentando una relación de vasallaje al estilo del antiguo régimen pero despojado de artilugios paternalistas. (127)
Las Misiones Orientales tuvieron incidencia en el período de la Independencia. Durante un breve tiempo, desde noviembre de 1811 hasta mediados de 1812, el territorio de las Misiones, por entonces llamado Departamento de Yapeyú, fue encomendado al mando del entonces Cnel. José Gervasio Artigas; habiendo recibido el cometido principal de organizar una milicia para combatir las constantes acciones de los portugueses. También fue en las Misiones donde Fructuoso Rivera logró un importante triunfo en la batalla de Misiones, que determinó el retiro de los brasileños del territorio de la Banda Oriental. (128)
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