Magister Vitae.
“La prudencia política ante la mitología histórica”.
Fulgencio Navas Riquelme.
Historiador y ensayista. IEHS (España).
"El diagnóstico de una existencia humana-la de un hombre, de un pueblo, de una época- tiene que comenzar filiando el sistema de sus convicciones, fijando su creencia fundamental, la decisiva. La historia supone por ello, el método para fijar el estado de las creencias en cierto momento, y compararlo con otros momentos" (José Ortega y Gasset, 1941).
Frente a una época marcada por la utilización de la historia como mitología política, las enseñanzas sobre la "prudencia política" del profesor y filósofo Leopoldo Eulogio Palacios [1912-1981], discípulo de nuestro insigne Ramiro de Maeztu, nos pueden guiar en el camino intelectual que comienza "La Razón histórica". Su obra capital, La prudencia política (1945), premio nacional de Literatura, es un magno ejemplo al respecto.
La prudencia política nacía, para el profesor Palacios, del objetivo epistemológico de intentar conciliar las dos posturas antagónicas de la política: el oportunismo y el doctrinarismo. Ambas expresiones no significaban, a su juicio, ningún sistema político positivo e histórico de gobierno, sino dos formas de concebir el camino del hombre en los negocios políticos de su pueblo. Son "concepciones extremas" del ciudadano ante los asuntos de la comunidad que presentan, al mismo tiempo, ventajas e inconvenientes: el oportunismo confía los problemas prácticos de la política a la flexibilidad, aprovechando las circunstancias de lugar y de tiempo, pero privada de principios universales e inmutables; el doctrinarismo, en cambio, se aferra a principios juzgados como eternos que guían el acto humano, y que "ciegan las mudanzas de la historia" (pág. 9).
El profesor Palacios nos enseña como "entre los dos extremos (..) y por encima de ambos, se encuentra la concepción de la prudencia política". Una concepción que recoge las ventajas de lo relativo y lo dogmático, y las anula en una unidad superior, en una categoría moral que descansa sobre "las verdades de la vida y del hombre"; así permite "conciliar la permanencia y la universalidad en los principios de la acción humana, haciendo compatibles el ser fijo y necesario de la ley moral con la índole contingente y temporal de nuestra vida" (pág. 10). La prudencia, por ello, determina una política radicalmente humana, que integra un conjunto de normas flexibles pero firmes.
La concepción de la acción política que destila las enseñanzas del profesor Palacios "integra las ventajas y evita los defectos de las viejas posturas del oportunismo y del doctrinarismo". El prudencialismo aspira a "ser, de esta suerte, la conjunción armónica de lo ideal y lo real, el ensamblaje del caballero y del escudero, síntesis de Don Quijote y de Sancho" (pág. 11).
Por ello, frente a una "razón dogmática" que otorga atención primordial a la existencia de un orden moral inquebrantable "no sujeto a caprichos ni mudanzas", y ante a una "razón práctica" que relativiza todo valor y toda norma en beneficio de intereses personales, se alza La Razón histórica: una razón prudencial que parte de las verdades naturales de nuestra Tradición nacional y espiritual, y pretende adaptarlas, armónicamente, a las realidades temporales y contingentes. Como señalaba Leopoldo Palacios "el objeto de la prudencia política es la verdad puesta al servicio de la Nación", facilitando "la posibilidad de una política que sea buena de verdad, buena moralmente, con bondad moral y no meramente física" (pág. 162).
Ojalá que lo humano y lo divino alumbre a nuestros políticos, a la izquierda y derecha del espectro ideológico, en los imprescindibles "requisitos" de la prudencia ("memoria, intuición y providencia"), por el bien de la sociedad española y del Estado nacional. Fundamentar estos requisitos y exponerlos documentalmente es el reto de nuestra empresa editorial.
Así, la prudencia de L. Palacios nos alumbra, o pretende hacerlo, en este primer número de la La Razón histórica, sobre algunos de los mitos clave en nuestra historia contemporánea. Una prudencia que el historiador Sergio Fernández utiliza para afrontar el estudio de la Política Social del régimen franquistas más allá de prejuicios ideológicos que dificultan su correcta comprensión historiográfica; y prudencia que ya previno al insigne Hilaire Belloc para discernir sobre las herejías en el mundo contemporáneo. También lo hace con Esteban de Castilla a la hora de analizar el grado y las causas de la represión republicana durante la Guerra Civil, tomando como ejemplo el caso de la provincia de Murcia. Vuelve a buscar esa prudencia de nuevo el historiador Sergio Fernández para estudiar los mitos identitarios surgidos durante la interminable Guerra de Yugoslavia. A él le sigue el ensayista J.A. Jumilla que busca la prudencia sobre el mito del Estado social en Europa, capaz de desterrar de su lenguaje oficial las propuestas y realidades del Liberalismo. Para terminar, ofrecemos la intervención parlamentaria del malogrado José Calvo Sotelo, ejemplo de los límites de la prudencia en los momentos de radicalización política, ante la vida y ante la muerte; las aspiraciones a una prudencia política ante el Estado y la Monarquía en la obra del filósofo Julián Marías; y la magna obra de P.C. González Cuevas, fundamental en nuestras ciencias sociales y humanas a la hora de analizar las raíces de la “prudencia política”, o más bien falta de ella, en nuestra realidad nacional.
Véase Leopoldo Euologio Palacios: La prudencia política. Madrid, Gredos, 1978.
La Razón Histórica, nº1, 2007 [2], ISSN 1989-2659. © IPS