Gramsci y el cambio del sentido común. Su estrategia anticatólica.
Hugo Alberto Verdera.
Abogado. Profesor de la Universidad Católica de la Plata
En este artículo, el autor analiza las consecuencias socioculturales del gramscismo, cuya influencia se advierte en muchos católicos, que, aún sin haberlo leído, aplican sus conceptos, antitéticos con la doctrina social católica.
Según Gramsci, los católicos “se convertirán en hombres, en el sentido moderno de la palabra, hombres que extraen de la propia conciencia los principios de su acción, hombres que rompen los ídolos, que decapitan a Dios”.
1. INTRODUCCIÓN
Es realidad vigente en el mundo occidental y, sin lugar a dudas, en nuestro país la consolidación de una vigencia fáctica del gramscismo, con sus principios rectores socioculturales asumidos con determinación por los protagonistas del actual escenario político. El pensamiento de Antonio Gramsci se ha introducido en la cultura latinoamericana en un grado de importancia significativo, circunstancia que se evidencia por el hecho de que muchas de sus categorías analíticas integran el discurso teórico de los “científicos sociales” o “cientistas sociales”, como se llama a los sociólogos, historiadores, críticos e intelectuales en general. Estas categorías analíticas del pensador comunista italiano hasta penetraron, diríamos de manera casi abusiva, en el lenguaje común de las formaciones políticas de izquierda o democráticas.
Así, para razonar sobre la problemática y la cotidiana realidad social, se utilizan los términos “hegemonía”, “bloque histórico”,
“intelectuales orgánicos”, “crisis orgánica”, “revolución pasiva”, “guerra de posición”, “guerra de movimiento”, “sociedad civil”,
“sociedad política”, “estado ampliado”,“protagonismo negro”, “transformismo”, integrantes todos de las categorías de análisis utilizadas por Antonio Gramsci
Esta proliferación extrema del vocabulario técnico en clave gramsciana indica un fenómeno cultural que rebasa los límites restringidos del ámbito académico, para involucrar al más amplio de la política y de los lenguajes propios de la política.
De este modo, no puede negarse que muchos de los elementos estratégicos elaborados por Antonio Gramsci se han ido materializando en forma tal, que hoy son elementos que forman parte ya de la atmósfera común que respiramos. Y ello es posible por qué en la base de dicha elaboración juega un rol prioritario la conformación de “un nuevo sentido común”, que permite una palmaria hegemonía secularista que satura la mentalidad de grandes segmentos de la sociedad actual —más allá de matices y variantes por países, regiones y ciudades— y va posibilitando, de día en día, que lo que antes era visto como inaceptable, negativo o incluso aberrante, se mire como "normal", positivo y hasta encomiable, y representativo de un “progreso” superador de los tabúes y mentalidades conservadoras tradicionales, claros exponentes del fundamentalismo, es especial, del catolicismo.
2. LA FILOSOFÍA DE GRAMSCI
Gramsci no publicó nunca ningún libro. Sus escritos, de 1914 a 1926, son artículos y colaboraciones en periódicos y revistas, un ensayo incompleto sobre la cuestión meridional, algunos apuntes sobre los “consejos de fabrica en Turín” y la documentación del naciente Partido Comunista Italiano. De 1929 a 1937, en las cárceles fascistas, escribe, en más de 50 cuadernos escolares (algunos sostienen que en 32), una serie de anotaciones y apuntes de lectura. También escribe numerosas cartas desde la prisión. Estas “Lettere dal carcere” constituyen el primer libro póstumo de Gramsci.
Los “Quaderni dal carcere” constituyen la obra en la que se encuentra condensado todo el pensamiento filosófico de Gramsci. No es un trabajo sistemático. Gramsci no escribió ningún tratado, sino una increíble mole de notas fragmentarias y sin orden. Datan de 1929 a 1935. Son 32 (o 50) cuadernos, transcritos después por los editores en casi 4000 páginas mecanografiadas, recogidas por orden de temas y publicadas a partir de 1948.
Para conocer el pensamiento de Gramsci, fundamentalmente en los “Cuadernos”, su obra esencial, es preciso contemplar tres niveles epistemologicos: el filosófico, el sociológico y el político. Gramsci tiende constantemente a reducir el análisis sociológico a la filosofía o a la política, para, a la vez, afirmar que la filosofía es política.
¿Hay un “núcleo común” que se origine en los “Cuadernos”?
En una carta a su cuñada, del 19 marzo de 1927, Gramsci traza un primer programa de trabajo, señalando al “espíritu popular creativo” como el centro de las investigaciones que emprende: Gramsci quiere elaborar una cultura popular italiana en clave completamente marxista. Después, Gramsci va incorporando a su programa original aspectos filosóficos y políticos.
Esto debe ser recalcado. Gramsci no corrige al marxismo, ni menos pretende “superarlo”, por el contrario, lo asume plenamente. En este sentido, es absolutamente adecuado el análisis de Augusto del Noce, que señala que el gramscismo es “ajeno al marxismo de algunos texto de Marx, no al espíritu del marxismo”[1]. Lo que Gramsci “corrige” es “la férrea trabazón que el marxismo (sobre todo el marxismo escolástico) establece entre la infraestructura o estructura (las fuerzas y relaciones de producción) y la superestructura (religión, Estado, derecho, familia, etc.)”. Y en esta corrección, Gramsci es drástico, puesto que considera que “la revolución para él, debe pasar por la conquista de lo que pertenece al ámbito de la superestructura (la sociedad civil). La conquista de la sociedad política (poder del Estado) vendrá por sí sola; y con ella se harán todas las transformaciones económicas previstas en los textos del marxismo”[2]
Si bien Gramsci pasó rápidamente por los aspectos especulativos o “abstractos” del marxismo, y acentuó el papel de la praxis entendida como practica revolucionaria, no obstante ello, toda su elaboración es eminentemente filosófica, a punto tal que aun sus análisis políticos y filosóficos hay que interpretarlos en ese sentido o encuadre filosófico.
Ahora bien, Gramsci no hizo nunca una filosofía de sistema, y la razón estriba en que no podía hacerla, porque a Gramsci le molestaba todo tipo de “fijismo”. Las líneas rectoras de su elaboración filosófica pasan por la determinación de elementos concretos: el “sentido común”; la imprescindible “vinculación de la teoría y la praxis”; por un “materialismo historicista” (es decir, prevalentemente un “historicismo” sobre el materialismo) y, por consecuencia, un “materialismo histórico”. Y como corolario fundamental y, diríamos verdadero eje-motor constitutivo de su pensamiento, por la asunción plena, máxima y definitiva del “inmanentismo”. Estas son las líneas rectoras de la elaboración filosófica de Gramsci. Vamos ahora a bosquejarlas.
Toda la fraseología que utiliza es comunista. Su materialismo es real, pero es un materialismo que desearía no serlo, si hubiera un tercer camino entre materialismo y espiritualismo, entre inmanencia y trascendencia. Como no existe, Gramsci se decide por el materialismo, pero procura matizar lo inmatizable; adopta una posición ambigua y equívoca. Así, llega a dos comprobaciones fundamentales: el valor filosófico del “sentido común” y la necesaria vinculación entre teoría y práctica.
Para Gramsci, “hay que destruir el prejuicio, muy difundido, de que la filosofía sea algo muy difícil”[3]. Una filosofía existe siempre, porque “todos los hombres son filósofos”[4], en virtud de la fuerza y de la calidad del sentido común. “el sentido común es... La filosofía de los no filósofos, es decir, la concepción del mundo absorbida acriticamente por los diversos ambientes sociales y culturales, en la que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio”[5].
Vemos entonces que la importancia del “sentido común” para Gramsci reside en su vinculación a la otra ya citada comprobación formal que realiza: la necesaria vinculación entre teoría y práctica. Así, para Gramsci, el sentido común es una concepción del mundo: elemental, acrítica, no sistemática, pero contiene ideas que llevan a la práctica. Así, el sentido común “toca” la realidad y, lo que es más importante en clave marxista, “transforma” la realidad.
Se puede admitir que todos los hombres son filósofos gracias al sentido común y éste, desde el punto de vista filosófico, no es otra cosa que la respuesta directa, inmediata, del uso natural de la inteligencia cuando el hombre se pregunta por qué las cosas son.
Así, el sentido común se constituye como el homenaje inmediato al ser, la prueba común de que la realidad no es un producto de la conciencia, sino que la conciencia es una continua referencia al ser.
Sí, la filosofía sobre el sentido común lleva naturalmente al reconocimiento del ser, al reconocimiento del papel central de la metafísica.
Y Gramsci, como Marx y como “historicista”, jamás va a admitirlo y seguir ese camino natural. Gramsci pasa rápidamente a analizar el contenido del sentido común, a su descripción sociológica y, sobre todo, a su utilización política.
Pero este voluntario apartarse de la esencia metafísica del sentido común es un implícito y no querido reconocimiento de su existencia. Más aun, la fuerza de algunas de las afirmaciones de Gramsci sobre el sentido común deriva de su esencia metafísica.
El segundo elemento desarrollado por Gramsci es “la necesaria vinculación entre teoría y práctica”. Gramsci no es sino uno más de los numerosos pensadores que han hecho esta comprobación, que tiene también fundamentos metafísicos, ya que toda filosofía no es mas que una relación intrínseca entre “ser” y “pensar”. Pero Gramsci sostiene que “la identificación entre teoría y práctica es un acto crítico, por el cual la práctica es demostrada como racional y necesaria o la teoría realista y racional”[6].
Pero el negarse a conceder la primacía a la teoría o a la práctica, como hace Gramsci, es solo un modo ambiguo de reconocer la inseparabilidad de esos dos momentos.
Como ya vimos al analizar el concepto de “sentido común”, Gramsci hace esfuerzos titánicos para no dar un contenido metafísico a la necesaria vinculación entre teoría y práctica. Pero son esfuerzos inútiles, porque, se quiera o no, un contenido existe siempre. Gramsci desea a la vez que el contenido sea el mínimo y el máximo posible: de ahí que conjugue en forma muy particular -y es lo que constituye la esencia de su pensamiento- el “materialismo” y el “historicismo”.
La inmanencia (inmanentismo) es en Gramsci la explicación única, el núcleo teórico en el que Gramsci individúa el fundamento del marxismo. Para Gramsci, el marxismo constituyó la culminación de la filosofía moderna de la “inmanencia”, siendo la única expresión totalmente coherente de esa filosofía moderna: “se afirma que la filosofía de la praxis ha nacido sobre el terreno del máximo desarrollo de la cultura en la primera mitad del siglo XIX, cultura representada por la filosofía clásica alemana, por la economía clásica inglesa y por la literatura y practica política francesa. En el origen de la filosofía de la praxis están esas tres corrientes culturales. Pero, ¿cómo hay que entender esa afirmación? ¿en el sentido de que cada uno de esos tres momentos ha contribuido a elaborar, respectivamente, la filosofía, la economía y la política de la filosofía de la praxis? ¿o más bien que la filosofía de la praxis ha elaborado sintéticamente los tres movimientos, es decir, toda la cultura de la época , y que en la nueva síntesis, en cualquier estadio en que se la examine -teórico, económico, político- se encuentra, como elemento preparatorio cualquiera de esos tres movimientos? Así me parece. Y el momento de la síntesis unitaria me parece que hay que individualizarlo en el nuevo concepto de inmanencia que ha sido traducido, desde su forma especulativa, ofrecida por la filosofía clásica alemana, a su forma historicista, con la ayuda de la política francesa y de la economía clásica inglesa”[7].
Como señala Capucci, “el marxismo se encuentra así en una situación de continuidad con la filosofía moderna, en cuanto asume su mismo fundamento. Pero en la trayectoria del marxismo, además de la continuidad, se cumple también la originalidad. Como historicismo, es la ultima perfección del inmanentismo; y, en este sentido, se presenta como el punto de llegada —insuperable— de cualquier filosofía”[8]. Así, para Gramsci “a nivel teórico, el marxismo reconoce y supera todo el pasado, y ello tanto al nivel político como ideológico, nacional como internacional, historicizándolo, heredando sus aspectos positivos”, y es por ello que “el marxismo debe considerarse el heredero y la superación de todo el movimiento cultural que abarca de la Reforma a la Revolución francesa”[9]. Expresa Gramsci textualmente: “La filosofía de la praxis presupone todo ese pasado cultural, el Renacimiento y la reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que fundamenta cualquier concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la culminación de todo ese movimiento de reforma intelectual y moral, dialectizando el contraste entre cultura popular y alta cultura. Corresponde al vínculo Reforma protestante más Revolución francesa. Es una filosofía que es a su vez una política, y una política que es a su vez una filosofía”.[10]
Gramsci es claro y nosotros suscribimos (junto con el pensamiento católico) su afirmación: el marxismo es heredero y toma de conciencia de un prolongado pero preciso proceso, que se condensa en la expresión “filosofía moderna”. Así, el marxismo es una inevitable resultante de tres líneas de pensamiento que se originan en las Reformas protestante y laica. Como se ha señalado, esas tres corrientes “se caracterizan como otros tantos intentos de reinsertar las clases subalternas en la vida política y cultural: la Reforma luterana que remató en Hegel, la Reforma calvinista qu desembocó en Ricardo y la economía clásica, y la Revolución francesa que crea el jacobismo”[11].
Y para Gramsci, esas corrientes se sintetizan, precisamente, en el concepto de “inmanencia”. Y es la “inmanencia” el concepto clave de la concepción gramsciana del marxismo. Esa inmanencia absoluta es la que conduce a la idea central y fundamental de Gramsci: la total identificación entre teoría y praxis. Para Gramsci, esta “identidad” es la novedad filosófica del marxismo y constituye la concepción verdaderamente revolucionaria. Así, cualquiera que rompa esa unidad es antirrevolucionario.
Para Gramsci, “material” es la realidad de todo lo que es: es la historia. Afirma que “la materia no ha de ser considerada en cuanto tal, sino como algo socialmente e históricamente organizado por la producción”[12]; la materia es humana gracias al proceso de transformación que circularmente se verifica entre el hombre y la naturaleza.
Así, preguntarse por un “antes” de la materia respecto al hombre, carece de sentido. Para Gramsci, la materia no es algo fijo, sino algo históricamente determinado. Dice: “como la fuerza natural abstracta, la electricidad existía también antes de su reducción a fuerza productiva, pero no operaba en la historia y era un tema de hipótesis en la historia natural (y antes era la nada histórica, porque nadie se ocupaba de ella y, es más, todos la ignoraban”[13].
Así, el peso se traslada a la historia, es decir, a la conciencia histórica del hombre, según el postulado inmanentista. De este modo, Gramsci toma lo que Marx tomo de Hegel y le añade lo que toma de Croce: “nosotros conocemos la realidad sólo en relación al hombre, y como el hombre es devenir histórico, también el conocimiento y la realidad son un devenir, también la objetividad es un devenir”[14].
Como en Marx, en Gramsci el hombre no es creado, crea. “Objetivo significa siempre humanamente objetivo, lo que puede corresponder exactamente a históricamente subjetivo; es decir, objetivo significaría universal subjetivo”[15]. Es decir, que para Gramsci si se introduce la historia, ya se puede hablar de subjetivo, porque la historia es lo único, lo universal. Por eso afirma que “el hombre conoce objetivamente en cuanto el conocimiento es real para todo el género humano históricamente unificado en un sistema cultural unitario”[16].
De este modo, Gramsci involucra el concepto de materia en el de inmanencia, éste, a su vez, afluye al de historia: “la filosofía de la praxis continúa la filosofía de la inmanencia, pero la depura de todo su aparato metafísico y la conduce al terreno concreto de la historia”[17]. “La antigua concepción inmanente ha sido superada; sin embargo, permanece siempre -está supuesta- como un eslabón en el proceso del pensamiento que ha surgido de lo nuevo”[18].
La historia es, en Gramsci, su “deus ex machina”. El universal subjetivo se da con el contenido social concreto de cada época y de sus correspondientes relaciones de producción. No hablara de subjetividad del hombre, sino de “subjetividad histórica de un grupo social”[19].
En una palabra, toda la explicación de los sinónimos “materialismo” e “inmanencia” queda confiada, el ultimo termino, a la “historia”. Así, escribe terminantemente: “...la filosofía de la praxis es el historicismo absoluto, la mundanizacion y terrestridad absoluta del pensamiento, un humanismo absoluto de la historia. En esta línea hay que trabajar para conseguir el filón de la nueva concepción del mundo”[20].
De este modo, se va configurando un mundo diseñado por y a la medida del pensamiento de Gramsci: se han invertido las valoraciones morales y políticas, se busca desjerarquizar todo lo valioso, se exalta todo lo que sea o implique "horizontalismo", se "deconstruye" el sano pensamiento filosófico y teológico, de forma tal que queda "pulverizado" en una multitud de nuevas ideologías y "filosofías" cuyo sólo empeño es "desmitificar", "secularizar", "desacralizar". Los ejemplos sobran: la consolidación del “inmanentismo” (postulado clave de Gramsci, de que la de la única realidad que se puede (y se debe) hablar, es la de "aquí abajo" (cierre inmanentista total); que los escritores y los pensadores secularistas (“intelectuales orgánicos”) debían hegemonizar los medios masivos de comunicación (basta encender el televisor, escuchar ciertos programas de radio o asomarse a cualquier kiosco), que había que acabar con el prestigio de autores, instituciones, medios de comunicación o editoriales fieles a los valores de la tradición y por ende, opuestos a los designios de secularistas, laicistas y "modernizantes".
3. LA ESTRATEGIA DE GRAMSCI PARA CON LA IGLESIA CATÓLICA
Incluso previó Gramsci la defección de numerosos "católicos" que, deslumbrados por la utopía secularista, habrían de aceptar las diversas formas de "compromiso histórico". Es que Gramsci agudamente sabía se obtenían mayores ganancias por estas vías graduales, de lenta pero sostenida transformación de la mentalidad que por la vía de una persecución abierta. Toda una hábil guerra de posición estratégicamente concebida y ejecutada. Y muy mal entendida y enfrentada por quienes estarían obligados a hacerlo.
Esta posición de Gramsci significaba que la lucha contra el catolicismo “no debía adoptar la forma de persecución, sino de una especie de compromiso practico, que estimaba más pernicioso para el catolicismo que cualquier persecución”[21].
Como señala agudamente Ángel Maestro, “cuando el anticristianismo o el anticatolicismo es explotado por muchos de sus contemporáneos de una forma grosera y tosca, Gramsci, en enero de 1922, habla con anticipación asombrosa, de algo similar a las comunidades de base o de los grupos progresistas a fines de los años 60 y 70 de nuestro siglo, de la necesidad de constituir una plataforma común para los cristianos, socialdemocratas y comunistas con vistas a la realización de un programa mínimo de reformas económicas y políticas”[22].
“Y todavía antes, en 1917, con motivo de la campaña antibélica, escribe algo que resulta verdaderamente asombroso: «lo único que os enseñan es un anticlericalismo estúpido que en vez de educar os hace intelectual y políticamente mas ignorantes. Yo tampoco voy a la iglesia porque no creo. Debemos darnos cuenta de que los que creen en la religión son la mayoría. Si seguimos manteniendo relaciones únicamente con los ateos seremos siempre una minoría. Hay burgueses antisocialistas que son ateos, se burlan de los curas y no van a la iglesia y sin embargo son intervencionistas y nos combaten violentamente. En cambio, estos jóvenes van a misa, no son industriales y no piden más que trabajar con nosotros para hacer cesar lo mas pronto posible la guerra»”[23].
Pero el texto gramsciano más claramente significativo en este aspecto. Es el publicado al día siguiente de la fundación del Partido Popular de Don Sturzo, en L’ordine nuovo, el 1ro. de noviembre de 1919. Dice el artículo:
“El catolicismo vuelve a aparecer a la luz de la historia, pero !como ha sido modificado, como se ha «reformado»! El espíritu se ha hecho carne, y carne corruptible como las formas humanas, sometida a las mismas leyes históricas de desarrollo y de superación que resultan inmanentes a las instituciones humanas. El catolicismo que se encarnaba en una cerrada y rígidamente estrecha jerarquía que irradiaba desde las alturas, dominadora absoluta e incontrolada de las muchedumbres fieles, llega a ser la muchedumbre misma, se convierte en emanación de la muchedumbre, encarna su suerte en los buenos y en los malos logros de la acción política y económica de hombres que prometen bienes terrenos, que quieren conducir a la felicidad terrena y no solo y exclusivamente a la ciudad de Dios. El catolicismo entra de esta forma en competencia, no ya con el liberalismo, no ya con el estado laico; comienza a competir con el socialismo, se dirige a las masas, como el socialismo, y será vencido por el socialismo, será definitivamente expulsado de la historia por el socialismo (...). El catolicismo democrático hace lo que el socialismo no podría hacer: amalgama, ordena, vivifica y se suicida. Asumida una forma, convertido en una potencia real, estas gentes se funden con las masas socialistas conscientes, llegan a ser su prolongación normal. Lo que habría resultado imposible para los individuos, se hace posible para las amplias formaciones. Convertidos en sociedad, adquirida la conciencia de su forma real, estos individuos comprenderán la superioridad del lema socialista: la emancipación del proletariado será obra del mismo proletariado. Y querrán actuar por si mismos y desarrollaran ellos mismos sus propias fuerzas y no querrán ya intermediarios, no desearan ya pastores con autoridad, sino que aprenderán a moverse por propio impulso. Se convertirán en hombres, en el sentido moderno de la palabra, hombres que extraen de la propia conciencia los principios de su acción, hombres que rompen los ídolos, que decapitan a dios”[24].
Veamos las “ideas fuerza” contenidas en este articulo.
1) El catolicismo vuelve a aparecer a la luz de la historia, pero modificado, reformado.
2) Esa “modificación” o “reforma”, se sintetiza en su temporalización: “el espíritu se ha hecho carne, y carne corruptible como las formas humanas, sometida a las mismas leyes históricas de desarrollo y de superación que resultan inmanentes a las instituciones humanas”.
3) Esto ha permitido que perdiera una condición propia fundamental:
a) Antes de esa “modificación” o “reforma”, el catolicismo “se encarnaba en una cerrada y rígidamente estrecha jerarquía que irradiaba desde las alturas, dominadora absoluta e incontrolada de las muchedumbres fieles”.
b) Ahora, producida esa “modificación” o “reforma”, el catolicismo “llega a ser la muchedumbre misma, se convierte en emanación de la muchedumbre, encarna su suerte en los buenos y en los malos logros de la acción política y económica de hombres que prometen bienes terrenos, que quieren conducir a la felicidad terrena y no solo y exclusivamente a la ciudad de dios”.
4) De este modo, el catolicismo entra en competencia, no ya con el liberalismo y el estado laico, sino con el socialismo, pues “se dirige a las masas, como el socialismo, y será vencido por el socialismo, será definitivamente expulsado de la historia por el socialismo”.
Esta “entrada en competencia” lo convierte en “catolicismo democrático”, el que “hace lo que el socialismo no podría hacer: amalgama, ordena, vivifica y se suicida”.
5) y ¿cómo se produce este “suicidio” del catolicismo?: el catolicismo, al asumir esa forma, se convierte en una “potencia real se funden con las masas socialistas conscientes, llegan a ser su prolongación normal”.
Así, “lo que habría resultado imposible para los individuos, se hace posible para las amplias formaciones”. Al convertirse “en sociedad”, los católicos “comprenderán la superioridad del lema socialista: la emancipación del proletariado será obra del mismo proletariado”. Así, “querrán actuar por si mismos y desarrollaran ellos mismos sus propias fuerzas y no querrán ya intermediarios, no desearan ya pastores con autoridad, sino que aprenderán a moverse por propio impulso”.
6) de este modo, llega Gramsci a su máximo principio, el primer rasgo de su pensamiento, aplicado precisamente a los católicos, o mejor dicho, al catolicismo “modificado” o “reformado” los católicos “se convertirán en hombres, en el sentido moderno de la palabra, hombres que extraen de la propia conciencia los principios de su acción, hombres que rompen los ídolos, que decapitan a dios”:
Señala Del Noce que “si de hecho miramos la situación moral y religiosa actual, no se puede negar que estas palabras tienen un sentido profético”, puesto que “desde 1943 hasta hoy el proceso se ha desarrollado exactamente en el sentido que Gramsci había previsto”:
Ha tenido lugar, en el mundo católico:
a) un cambio en las valoraciones morales y políticas, consecuencia del abandono de la idea madre de la ciudad de dios;
b) un decaimiento de la idea religiosa de “jerarquía” y de la correlativa de “orden moral”;
c) una especie de “decapitación de dios” en una multitud de ideologías nuevas empeñadas en “desmitificar” y en “secularizar”.
Hay una experiencia histórica concreta, que Del Noce señala precisamente: es la de Italia. “Nunca se había dado en Italia una crisis religiosa tan profunda y un cambio de valores tan radicales respecto a los que se apoyaban en una milenaria tradición sagrada y metafísica; y todo ello a pesar de que el poder político esta en manos de católicos desde hace casi treinta años” (escrito en 1975/6)[25].
Así, si se diera “el fin de la religión trascendente tendría lugar por “suicidio”. Y “la novedad de Gramsci consiste en haber adelantado esta tesis. El marxismo ortodoxo había dicho que la caída de la fe religiosa seria el resultado o consecuencia de la transformación económico-social. Para Gramsci, por el contrario, la caída de esta fe dentro del mismo mundo católico -como consecuencia de una practica política en la que la idea normativa de la ciudad de dios esta ausente- se convierte en la mejor oportunidad para una «vía nacional» hacia el comunismo; o mejor dicho, para la transición de la vieja a la «nueva» iglesia”[26].
Textualmente dice Gramsci: “La iglesia romana ha sido siempre la más tenaz en impedir que «oficialmente» se formen dos religiones, la de los intelectuales y la de las almas sencillas”, y que, hasta ahora, “una de las mayores debilidades de las filosofías inmanentistas” consiste precisamente en no haber sabido crear una unidad ideológica entre lo bajo y lo alto, entre los «simples» y los «intelectuales», y que realizarla es la misión de la filosofía de la praxis, cuyos intelectuales elaboran y dan coherencia a los “principios y los problemas planteados a las masas en su actividad practica, construyendo de esta manera un bloque cultural y social”[27].
Concluye agudamente Del Noce que, en suma, para Gramsci, el comunismo es el equivalente moderno de la Iglesia Católica. Claro que “un equivalente diametralmente opuesto en los principios, dado que la única realidad sobre la que no solo se puede, sino que se debe hablar, es la realidad de aquí abajo”.[28]
Ello explica las simpatías de Gramsci por el modernismo teológico, cuya expresión política seria el partido demócrata cristiano. Gramsci ve que la “mentalidad moderna” inundara a la iglesia; que la “vieja” iglesia desembocara en la “nueva”. Y que esta función del modernismo es esencial en la transformación revolucionaria, “ya que no se puede pensar en un paso de las masas populares desde el estado religioso al filosófico, y el materialismo erosiona en la realidad la maciza estructura ideológica y practica de la iglesia”[29].
En suma, podemos afirmar que Gramsci ha descubierto para lograr la extinción de la fe religioso-trascendente un camino más perfecto que el de la persecución, sea esta directa o indirecta. Gramsci ha comprendido que las persecuciones exteriores solo sirven para reforzar la fe religiosa, y que el único camino para eliminar a la Iglesia Católica consiste en hacer que “salte desde dentro”.
En síntesis, con respecto al pensamiento de Gramsci, el ofrecimiento del “compromiso histórico” no es sino la comprobación de que Italia tenía esa “madurez histórica” para pasar al comunismo, para pasar de la vieja a la nueva iglesia.
Y en el programa planificado por Gramsci para la formación de la conciencia proletaria, ve un grave obstáculo ideológico: la religión. De ahí que Gramsci va a considerar a la religión en relación, no tanto con la filosofía, sino con la política, es decir, con la acción revolucionaria.
El programa era (y es) bien claro: “lograr el desprestigio de la clase hegemónica, de la Iglesia, del ejército, de los intelectuales, de los profesores, etc. Habrá incluso que (…) enarbolar las banderas de las libertades burguesas, de la democracia, como brechas para penetrar en la sociedad civil. Habrá que presentarse maquiavélicamente como defensor de esas libertades democráticas, pero sabiendo muy bien que se las considera tan solo como un instrumento para la marxistización general del sentido común del pueblo”.
4. CONCLUSIÓN
Es preciso enfatizar que el gramscismo representa el más agresivo, cáustico y disolvente ataque contra toda forma de religión trascendente, y en particular contra la Iglesia Católica. No es exagerado afirmar que la mayor parte de la actual descristianización obedece en buena parte a la estrategia gramsciana, llevada a cabo por la acción destructiva y semioculta de los “intelectuales orgánicos” a la Gramsci, estratégicamente situados, cuya acción toda se encuentra encaminada a la “mutación del sentido común” teísta y cristiano a fin de que devenga su opuesto. Y el objetivo buscado es la “descomposición interna del catolicismo”, de “hacer saltar la Iglesia desde dentro” y de liquidar totalmente el “antiguo concepto del mundo” insito en la cultura cristiano-católica.
El desarrollo del gramscismo en nuestro país continúa. Muchos de sus mentores oficiales ignoran, quizás, las líneas básicas del pensamiento de Antonio Gramsci. Otros las conocen muy bien y así las aplican. El proceso democrático argentino evidencia, con toda claridad, como ese pensamiento es un instrumento de primera calidad para el logro de una nueva civilización, que deberá integrarse en el proyecto inmanentista del nuevo orden mundial. No vale el argumento de la “crisis del pensamiento marxista” y de sus concreciones históricas. El pensamiento de Antonio Gramsci es, esencialmente, pensamiento marxista. Pero si hoy viviera, vería que sus análisis encuadran, precisamente por esa crisis del marxismo ortodoxo, en la continuidad del proceso de inmanencia absoluto.
De ahí la importancia de conocer el pensamiento de Antonio Gramsci y de ahí la importancia de comprender que su esencialidad es precisamente lo más radicalmente opuesto a la filosofía realista del ser y al pensamiento y la praxis cristianas. De ahí que el compromiso del intelectual católico es entablar decididamente la batalla cultural, que debe presentarse en base a la filosofía realista, con la asunción plena de sus principios metafísicos y epistemológicos, para desenmascarar la nefasta estrategia gramsciana y lograr el restablecimiento de la vigencia social, primero del sentido común (ahora sí en la acepción propia del tomismo) y, en segundo término, de sus propios contenidos.
Notas.
[1] Augusto del Noce, Italia y el Eurocomunismo. Una estrategia para Occidente, E.M.E.S.A., Ensayos Aldaba, Madrid, 1977, p. 16.
[2] Ib., p. 17.
[3] Gramsci, Il materialismo storico e la filosofía di Benedetto Croce, p. 3.
[4] Ib., p. 3.
[5] Ib., p. 19.
[6] Ib., p. 39.
[7] Ib., pp. 104-105.
[8] Flavio Capucci, Antonio Gramsci: Cuadernos de la Cárcel, Crítica Filosófica, E.M.E.S.A., Madrid, 1978, pp. 27-28.
[9] Hugues Portelli, Gramsci y la cuestión religiosa, Editorial LAIA, Barcelona, 1974, p. 206.
[10] Gramsci, Il materialismo storico..., pp. 86-87.
[11] Hugues Portelli, o. c., p. 207.
[12] Gramsci, El Materialismo..., p. 160.
[13] Ib., p. 161.
[14] Ib., p. 143.
[15] Ib. p. 142.
[16] Ib., p. 146.
[17] Ib., p. 146.
[18] Ib. p. 173.
[19] Ib., p. 191.
[20] Ib., p. 159..
[21] Ib., p. 60.
[22] Ángel Maestro, Gramsci: la revolución actualizada, Revista Verbo español, Madrid, pp. 99-100, donde cita la obra de Christine Buci-Gluckman, Gramsci y el estado, a la que considera una de las obras clásicas hoy en día al referirse a Gramsci; obra que pese a su estilo farragoso, demuestra un gran conocimiento del pensamiento de Gramsci, y que recibió el premio “Iglesias 1976”, otorgado por un jurado del que formaban parte destacados conocedores de Gramsci, como Fiori, Spriamo y Bobbio.
[23] Ib., citado por Maestro, o.c., p. 100, quien lo toma de la obra de Antonio Fiori , Vida de Antonio Gramsci.
[24] Ib., pp. 60-61
[25] Ib., p. 62.
[26] Ib., pp. 62-63.
[27] Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la Filosofía de Benedetto Croce, pp. 7-9.
[28] Del Noce, o.c., pp. 63-64.
[29] Antonio Gramsci, o. c., p. 174.