Ascética para el Bicentenario.
Jorge Bosco
Ensayista y poeta (Argentina)
En memoria de Leopoldo Marechal,
el Poeta Depuesto;
y del Padre Leonardo Castellani,
el Cura Loco.
“Porque la Patria es aún la pena de una flor sin Sol,
o de un amor sin Luna…”
I
Oh, Santos: bien sé yo que la flor de tu juventud
creció allí entre tropillas y mazorcas de una pampa
bruñida al calor del Sol y al sudor del hombre.
Gastado ya por las batallas de la tierra,
no te desanime, Santos, el rostro de Elegía
que hoy adorna de grises a la Patria:
Argentina es un retoño de promesas,
en ansias aún de su cosecha.
II
Si apurásemos el trago picante
de las inquisiciones,
pronto balbuciría para ti un ramillete
de respuestas; si quieres saber
cuál es el motivo de nuestro encuentro,
te diré sin más demoras
que el hastío que proviene
de la contemplación de sombras
me impele a una obra de luz,
en este rincón que nos cobija
del mundo y sus tormentas;
en esta región del Sur
bien sazonada por cuatro vientos,
dos mares, y un Cielo.
III
Santos, en el invierno de la Patria
quiero anunciarte ya la primavera posible,
porque sé acabadamente que anónimos labradores
no cesan de trabajar el suelo noble
de las almas patriotas:
yo espero aún la Gran Argentina
que soñaron mis maestros.
El letargo de la Patria soñada, si bien se mira,
es el insomnio de una Patria real,
cuyas potencias deben ser ordenadas
al Fin último y necesario.
La Patria no es una añeja definición libresca,
o un idilio ajado por derrotas pasajeras,
o una entidad etérea sin encarnadura:
la Patria es un cuerpo carnal y espiritual,
la Patria ríe y llora,
la Patria es un ansia de frutos
porque es una espiga de sacrificios.
IV
Hablaremos, pues, de la Patria
en la versión urgente de mis ánimos:
mis palabras serán los refucilos lejanos
que anuncian la llegada de la tormenta.
Yo sólo quiero unir el tono de mi voz
al libre juego de tus manos:
y así quizás el arte sea por fin un día
la manifestación fiel y arquetípica
de una bien modelada arcilla de la realidad.
V
Adelanté ya el tema y la ocasión de mi canto:
te propondré una ASCÉTICA
que considero necesaria en la lista
de quehaceres inmediatos de la Patria;
daremos a luz el embrión ejemplar
de una Gran Argentina
en el día de conmemoración de su ya BICENTENARIO
arribo a esta tenebrosa edad de los pueblos.
No puedo adelantarte, sin embargo
(y es que no hallarás el don de profecía
entre las palabras de tu servidor),
la suerte del presente clamor.
Tú bien sabes, Santos,
que el mucho gritar no es señal
del mucho hacer, ni del mucho lograr.
De allí que no sea raro ver a muchos gritones solemnes
contraídos en sus voceríos
por oportunos catarros:
a veces la corruptibilidad de nuestro cuerpo
nos amonesta por nuestra culpable corrupción del alma.
VI
Las cosas de Arriba no son dadas
a la contemplación de muchos,
y sin embargo la ASCÉTICA es necesaria a todos.
Por eso, deberás ser tú primero
el ánimo de la debilidad argentina,
y luego, la debilidad de su soberbia.
Quizás entonces impere en nuestro suelo
y sus mil habitantes,
la armonía que da el orden,
y la libertad que da la disciplina.
VII
En el elogio necesario de la Patria,
nunca mientas sus glorias ni sus penas:
el exceso y el defecto son a la Verdad
lo que la penitencia y la gula
al alma que principia su devoción.
Sé, pues, un equilibrado devoto
de tu Patria de la tierra, y entonces podré anunciarte
tu ya próxima ciudadanía en la Patria del Cielo.
Pero no calles, sin embargo, sus grandezas,
bajo el cariz de una falsa humildad.
Ambas cosas (el mentir y el callar)
son el doble rostro de la cobardía:
sólo que la segunda disfrazada de pudor.
VIII
Enceguece ante el despliegue hipnótico
de los colores del mundo;
enmudece ante los oídos del mundo,
sedientos de calumnia;
ensordece ante la verborragia insípida del mundo,
que no es más que un manantial de distracciones
que paraliza el obrar, agiliza el hablar,
y disuelve el sabor de las palabras justas
en una vendimia retórica, ebria de nada.
No malgastes entonces tus palabras
en extensas peroratas insulsas,
y mucho menos en las agrias calumnias.
La palabra del hombre es una imagen
fiel y semejante a aquella Palabra
que desde la Eternidad es Proferida:
el peso de la insensatez en el hablar,
es un oro profanado
a la cordura divina del Verbo.
Y en nuestra Patria, bien lo sabes Santos,
las palabras sobran,
y las obras faltan.
IX
Un santo (¡Santo como tu nombre!)
de la Madre Patria que nos dio a la luz
de esta provincia de la tierra
que habitamos por gracia del Cielo,
supo decir que “lo que importa
es callar y obrar; porque el hablar distrae
y el callar y obrar recoge”.
Y ya la Escritura nos previene
de esa verborragia insensata:
“de la abundancia del corazón
habla la boca”.
Huye, Santos, de los charlatanes
y su fiebre de literatura:
“por tus palabras serás justificado,
y por tus palabras serás condenado”.
X
Por eso, mantén tu mente con el pensamiento
en lo que haces;
mantén tus manos obrando constantes
en lo que haces;
y mantén siempre en tus oídos la Palabra de Dios
diciendo lo que debes hacer.
Pues que la realidad se fecunda
con la carga grave de las obras
y no con el juego libre de las palabras,
escucha bien mi primer anuncio: “la santidad no es
la teorización aguda de las virtudes,
sino la práctica heroica de ellas”.
XI
Querrás tener entonces, Santos,
una mente esclarecida, aun
por aquellas verdades que no alcanzas a entender
(no otra cosa es, sino la Fe);
un corazón colmado
por el deseo de lo que no posees
(no otra cosa es, sino la Esperanza);
y dos manos abiertas al clamor
de tus hermanos, pues que
hermanos somos en Cristo Jesús
(y no otra cosa es esto, sino la Caridad).
XII
No quieras lanzarte al vértigo
de las profecías futuras
sin el freno de las obras presentes.
Recréate en la cordura
del que busca las cosas del Cielo
labrando la tierra, y no las cosas de la tierra
hurgando en los asuntos del Cielo.
¡No es otra la euforia que a tantos arrebata,
por medir las magnitudes geométricas de las profecías!
Necio es el carrero que monta la carreta
por delante del burro;
o el labrador que extiende el acero del arado
frente a la resignación del buey: no habrá siembra posible,
y la fatiga infértil será todo su premio.
Olvídalo, Santos, y las conjeturas posibles
serán actuales en tu medida de hombre;
única geometría de prudencia, en esta métrica terrena.
XIII
El mensaje arcano es, ciertamente,
arquetípico en su noción de fin
inevitable. Pero guárdate bien, Santos,
de caer en un quietismo inercial
que oculte bajo su rostro patético
la faz motora de los vaticinios.
“¿A qué te refieres?” Santos, todo anuncio verosímil
implica dos movimientos:
la resignación obediente a la ley y su fatalidad,
tal es el primero;
la reanimación vital en orden a las acciones
todavía posibles, cual es el segundo.
Atendiendo a eso, has de prestar tus oídos
a la predicción ineluctable,
pero no mezquinarás tus manos y sudor
a la obra inacabada del mundo.
“Dies irae, dies illa”;
comprende, Santos:
el día ni la hora nadie sabe, ni los ángeles del Cielo,
sino sólo el Dios Altísimo.
Lo que tú sabes es que el momento de la persecución,
es el momento de la confesión.
Resiste pues, hermano mío, y persevera hasta el fin:
más no puedes; menos no debes.
XIV
El mismo Jesucristo en su paso
por la tierra del hombre
dio testimonio de que un profeta
no es honrado en su Patria.
¡Oh, Santos, no querrás herir tu vocación
a obras tempranas, con la espada
de las palabras remotas!
Santos, quien no recibe el favor especialísimo de lo Alto
para anunciar los sucesos-que-han-de-ser,
ha de empeñar sus manos en la tierra
(y su corazón en el Cielo)
por los sucesos-que-ya-son.
De otra manera (y no son pocos los ejemplos
de esta apostasía de la ASCÉTICA),
empeñarías al Cielo en una grave subasta
de anuncios inverosímiles.
Si acaso buscaras aún la definición
de los dolores de parto que hoy agobian a la familia humana,
yo te alcanzaría, piadoso, el recuerdo de aquella predicción:
“la Caridad se verá enfriada en muchos”.
Y el frío, Santos, es la privación que da el reposo:
el calor, no otra cosa que el poncho natural que abriga todo movimiento.
¿Entiendes ahora la urgencia de esta ASCÉTICA?
XV
¡Mas cuídate de los falsos profetas!
“¿Pero cómo –me dirás- advertir
al falso profeta sin atender
a su mensaje bastardo?”
Oh, varón, tú conoces la ley evangélica:
manso como paloma, astuto como serpiente.
Habrás de inclinar tu rostro al afán cotidiano,
con la misma sencillez de la creatura alada,
desinteresada como es, del mundo circundante.
Como cordero que pace y duerme,
llevarás en calma tus horas
y ofrecerás tus pesares como un incienso
aromado de penas.
Pero mantendrás tus oídos alertas
al idioma de los lobos ignominiosos.
¿Cuál es la clave? Que no esperes la novedad
con la sed avarienta de los holgazanes,
sino que la dejes llegar a ti, abrupta entre tus ocupaciones,
como a la triste visita de lo terrible.
En esta edad del mundo
con sus muchas romerías, y colmada
de extravagancias y suntuosidades,
yo anuncio la prudencia de aquel
que rompe todos los espejos de su hogar.
Santos, en la estación de próxima cosecha
que por gracia nos toca vivir,
yo no confiaría ni en el más pudoroso
reflejo de mí mismo.
Entiende bien eso, y entenderás el alcance
de mi pobre consejo.
XVI
Santos, una lírica bien calibrada
me impone esos últimos cuatro versos,
pues que como verás, ocupan el espacio medio
de esta ASCÉTICA PARA EL BICENTENARIO.
No puedo negarte la necesidad imperiosa
que hoy obliga al rebaño fiel a escudriñar
las Escrituras (es mandato divino)
y atender a los signos, pesados ya por su evidencia.
Pero comprende, hermano mío,
que el Hijo del Hombre alentó la vigilia
(que es acción y es oración)
y no la ensoñación
(que es conjetura y es premura),
dejándonos una didáctica firme:
obrar la Caridad, para cuidar la Fe y sostener la Esperanza.
Ya te hablé del labrador, el arado y el buey:
si quieres trillar los caminos del Cielo,
ama a Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.
Reposa en tu Dios, y atiende a tu hermano:
allí está la sabiduría que buscas,
y allí encontrarás el campo orégano de tus anhelos.
¿Te has empeñado ya en esos quehaceres?
Bien sé que no, y por eso he templado acabadamente
el metal de mis palabras.
“¿Acaso discurriendo podrías añadir un codo
a tu estatura?”, se pregunta el Maestro.
Y agrega: “el día de mañana a sí mismo traerá
su cuidado; le basta a cada día su propio afán”.
Ahora, Santos, levántate y anda:
el mundo se extiende fresco ante ti,
con el candor del primer amanecer tras el Diluvio.
XVII
El calor del día, o el frío de la noche;
la humedad de los veranos del Sur
o la aridez de sus inviernos,
no deberán animar ni desanimar
el fuego vivo de tu alma,
y para ello, te convendrá guardar celosamente
los tizones del espíritu
en el reparo de lo eterno;
allí donde las leyes cambiantes de la tierra
no someten el rostro inmutable del Bien,
ni de la Belleza, ni de la Verdad,
triple nombre del Único Nombrador
(¡aires de vidala soplan ya
en la llanura extensa de mi poema!).
XVIII
Sé de patriotas de rigurosa mecánica
que alzan el color de sus naciones
como un índigo inteligible
que a todos los pueblos del mundo
debería necesariamente adornar.
No, Santos, tú no querrás hacer aquello:
amarás a tu Patria en su color y medida,
y alzarás la gracia de su Bandera
en el postigo alto de tu alma,
sin olvidar que todo estandarte soporta
en su faz visible, el rostro de una Cruz velada;
signo de contradicción en el cual
reposa toda esperanza
(¡San Pablo la llamó “locura”!)
y de la cual brota el manantial
de una Vid Divina, que por la salvación de muchos
abrió el costado de su sarmiento:
y aquello hizo en un acto de Amor,
que no distingue razas ni banderas ni lenguas.
XIX
Santos, no detengas el minuto intelectivo
ni ofrezcas el instante volitivo
(un instante basta a Dios
para enriquecer al pobre, afirma la Escritura)
ante el discurso falaz de la que he dado en llamar
“herejía del patriotismo argentino”,
una neo-doctrina hastiada de neo-errores,
con sus correspondientes neo-heresiarcas
y no pocos neo-feligreses.
“¿De qué me hablas?”, te preguntarás en justicia,
y ahora respondo.
Esta neo-herejía, huérfana del materialismo moderno
(muy pródigo en hijos que abandona tras verlos nacer),
está compuesta de un cierto
maniqueísmo patriótico,
donde los bienes espirituales de nuestra Patria
se ven superexaltados entre la silogística interna de la escuela
(los iniciados hablan de un “Paraíso Argentino”),
y sus defecciones terrenales son supervapuleadas
(en el así llamado “Infierno Argentino”).
XX
Estos maniqueos de la nueva hora tienen,
sin embargo, la edad joven de la tierra
que los parió: ya corrían sus rumores idiotas
en los cimbrones de la Patria, dos siglos ha.
Así, exaltados por las posibilidades espirituales
de una Patria idílica,
denigran hasta la náusea
las carencias materiales que pesan
sobre el fértil suelo del país,
ignorantes quizás de la razón sencilla
que hace de un suelo rico en el plano de lo posible,
una tierra pobre en el plano de lo dado:
y la razón es, ¡oh, Santos!,
la ya nombrada gula de palabras en que reboza
el espíritu argentino, no sometido aún a aquella
ASCÉTICA del obrar que ya te he anunciado.
XXI
Escandalizados en su cortedad,
desertan el amor de la Patria
(“postrero como es después del amor de Dios”,
según sentencia del Cura de esta argéntea parroquia),
excusados en una maquinal repetición
que denuncia las ya conocidas asimetrías
de los patéticos balances contables
en las livianas alforjas de la Patria.
¡La Patria no es una caja de ahorros!
Y un patriota, Santos, no es un frígido calculador
de intereses compuestos.
XXII
Quiero advertirte también, Santos,
de aquel patriotismo de utilería
que se declara vencedor en debates
inacabables como el gesto burlesco
de una estatua de piedra,
y tan infructuosos como la burla
y como la piedra.
Reúnense patriotas de vidriera con sus mejores galas
(se exponen a la Patria amada
adornando por fuera lo que carecen por dentro)
en largas mesas de bares de poca monta:
largos tablones regados generosamente con café colombiano,
bares eclipsados por el humo de cigarros cubanos,
mentes aleladas y bocas exaltadas por whiskys escoceses,
y corazones infectos de anglomanía.
Abandona, hermano, esa costumbre rápida al devaneo
que a todos nos tienta con la sutileza de lo liviano:
no son los enemigos de la Patria
enormes molinos que tuercen
los vientos de la insania,
sino verdaderos gigantes con carne de créditos,
huesos de finanzas, corazones de hierro
y mentalidades volátiles e indóciles
como el turbio e incógnito humo.
“¿Y el alma de los gigantes?”
Para hablar de ella, deberíamos hundir nuestras narices,
no en el fango terrestre, sino en el quemante lodazal
de más oscuras profundidades.
XXIII
Por ello, ante la neo-herejía,
habrás de emprender la neo-reconquista de la Patria,
anunciando a sus cuatro rumbos,
tres climas, dos rostros y un destino,
que Argentina no es pródiga en bondades espirituales,
porque sus hijos
(tus hermanos y los míos)
no son industriosos en la siembra,
regadío y cosecha de las virtudes de lo Alto.
Y añadirás a tu prédica
el anuncio solemne de una edad recién descubierta:
la Patria es una amante que ha sido sometida
al bravo fuego de un Purgatorio de Amor.
Ni pretendidos Paraísos, ni mentirosos Infiernos
dan el color y la temperatura de una tierra
abierta por el dolor de sus purificaciones.
Amar las virtudes de Argentina,
y Padecer y denunciar sus vicios
son los dos platillos de la balanza
de esta ASCÉTICA que nos apremia.
XXIV
Pues que denunciando misericordioso los pecados de tu pueblo,
y aclamando sus muchas virtudes en estricta justicia,
los mil habitantes de Argentina
entornarán sus rostros reconociéndose
en un aquí y en un ahora,
que por dos siglos les ha sido velado
por el embuste de los muchos farsantes
que ocuparon la dignidad de los altos puestos
de denuncia, y de aclamación.
Santos, “el bien es difusivo de sí mismo”:
abraza tú el Bien, obrando según la Belleza.
Así la Patria, hija de una mentira ya lejana,
ha de ser restablecida en adopción
a una futura Verdad sin mácula.
XXV
Crecer por dentro y despuntar por fuera
es la ley de toda fruta.
Has de esforzar entonces el vigor de tu espíritu,
pues que en cada gramo de virtud que crezcas,
aumentará el peso maduro de la Patria.
Recuerda siempre, Santos, que Dios no mira
montones ni medidas,
y sus cálculos no están sujetos
a códigos ni barras.
Plomo y pluma son idénticos a los ojos de Dios,
Quien sólo atiende a la intensidad de nuestras obras
que realizadas al modo divino
(¡mira bien la importancia de los Dones del Espíritu!)
bien pueden hacer subir al plomo,
y caer a la pluma.
Sé celoso en mi segundo anuncio:
“en la horizontal extensa de la creación,
ver un llamado a la vertical intensa de la salvación”.
“¿Cómo?” Santos, un alma abrasada de Amor
es más pesada en la divina balanza
por el ardor liviano de sus llamas amorosas,
que mil almas comunes y silvestres,
densas y frías en sus labores gredosas.
Aún más, toda la carga grave de una vida de pecados
es disuelta en un instante, por el fuego
quemante de un solo acto de perfecta Caridad.
¿Has visto, pues, cómo lo liviano
vuélvese pesado cuando libre
de la vana joyería de la tierra
abraza humilde la pobre desnudez del Cielo?
Ahí tienes, Santos, a la fruta madura de la virtud,
ya liviana de artificiales atavíos,
ya pesada por una desnudez inefable.
XXVI
¡Pero cuidado! Esa agreste faena
reclama el sudor de muchos:
calor de la égloga; Sol del Evangelio.
¡Hinca, Santos, tu voluntad de plata
ante un Rey de Oro,
y pídele que envíe más obreros
-ya de manos consagradas por un Orden celeste,
ya de manos por consagrar en labores terrestres-
a la mies de la Argentina!
Cada mella en el duro hierro de un arado es,
para el ojo avizor, una espiga ya entera en su posibilidad.
¡Rotura tu cuerpo arando virtudes
en el siempre fecundo campo del alma!
Atiende bien a esto, pues que la Caridad florece
allí donde uno la siembra,
y si el tesoro está en el Cielo,
y en él nuestro corazón, entonces estallará de albores
y frutos la fertilidad de nuestro suelo,
y será la conquista del Reino celeste
bien recompensada con un frugal botín
de añadidura terrestre. No otra es la Ciudad Cristiana
en el bien diagramado Plan de la Providencia.
XXVII
“Cada hombre es el arquitecto
de su propio destino”, anuncia
una vieja sentencia de la casa de mi padre.
Y el destino, Santos, es un acero que se forja
con el rojo fuego de nuestras acciones.
Camina en la virtud, para que tu combate
sea por las potestades del Cielo,
y no la corrupta mueblería
de una tierra en mudanza: “el reino de Dios
no está en palabras, sino en virtud”,
proclama el Apóstol de las Gentes.
Si así lo hicieres, un día
reposarás en el Trono del Hijo,
según su tan lejana como siempre fiel promesa.
Y junto a ti sosegará por fin el jadeo
penoso de Argentina,
cual Novia que detiene su fuga
al cobijo de su Esposo.
XXVIII
La Patria es una niña cuya virginidad
fue custodiada por quince mayos de inocencia.
¿No la ves en el día en que su flor despunta,
abriendo ante la vista atónita
de un mundo desengañado
el frescor de sus anhelos,
cual doncella expectante por la llegada del doncel?
La Patria es una niña, sí.
Y si la infancia es la promesa
de un destino posible,
la adultez es la dicha de una batalla cumplida:
si la batalla se librara en la tierra,
la dicha será la heroicidad.
Si la batalla, en cambio, librárase
en las campañas del Cielo,
la dicha sería transfigurada
en el retoño de una santidad
colmada de alabanzas.
XXIX
¿Qué batalla librará la Patria,
en la ya desatada guerra
por el reposo eterno de las almas?
La frente niña de la Patria podría ser coronada
por la virilidad de un hierro bien torneado
por combates terrenales, sí;
nuestra Patria sería el numen hoy,
del elogio futuro
de una heroicidad pasada.
O nuestra Patria sería inocente en su infancia
de toda sangre derramada en su nombre
(y acaso derramaría la suya sola),
y sería víctima amante de un Amor celeste
aún no correspondido
en este suelo ingrato del mundo.
XXX
Sería pues Argentina
una flor de pureza
adornada por un carmesí de sacrificio,
y un oro de abnegación;
en su entrega amorosa
hallaría la gracia del Esposo,
y entraría en el gozo de su Señor,
según palabra y promesa divinas.
Pero entonces, ¿qué será
de la niñez de la Patria?
Atiende, Santos, a mis palabras,
pues que de las acciones que emprendas
en la edad inocente de la Argentina,
dependerá la gloria de su edad madura.
Y tú no quieres, varón justo,
entregar por nada ni nadie,
la inocencia de una niña.
XXXI
Santos, la poesía es una llaga abierta
en el costado del poeta;
una herida en la transparencia de su alma,
por la cual se translucen y reflejan
los dolores de sus hermanos;
una pena que brota en la faz
de un espíritu atormentado
y de la cual mana una sangre
de letras e imágenes,
que son la materia próxima del poema.
XXXII
Yo te dejo, así, este trago de mi propia cosecha,
para que lo alces con las manos
de tus días,
y lo bebas con la boca
de tus noches,
y que el mosto de las penas que aquí te he revelado
embriague tu corazón cristiano:
buen anuncio será de la sobriedad venidera.
¡Qué nada ni nadie destemple
tu forja de herrero!
De traidores e imbéciles
(¡oh, etimología!)
está rebosante el viñedo del mundo.
XXXIII
¡Oh, Santos! “Mira que al recibir un nombre,
se recibe un destino”, es la sentencia del Poeta.
Y he querido hablarte, pues,
sólo a ti de la Patria. Quizás tú puedas entender
la razón de mis palabras,
o valorar el peso de mis obras,
o contemplar los matices de mi arte,
o reír o llorar según la dinámica
de mis alegrías y de mis penas,
que como al pan de mi alma te comparto,
siendo pobre, sediento y desnudo.
Que así sea.
Jorge Bosco
La Razón Histórica, nº12, 2010 [83-92], ISSN 1989-2659. © IPS.