Magister vitae.

“Memoria histórica, polémica política”.

 

Carlos Fernández

Historiador y ensayista. IEHS (España).

 

“Mi memoria depende de mis experiencias y nada más”, señala R. Koselleck; la memoria colectiva de un pueblo o de una nación, cuando no parte de este principio existencial, de esta “memoria dividida”, se sitúa como simple instrumento de un pasado mitificado creado ex proffeso. Todorov escribía sobre el tema, que una memoria colectiva es por naturaleza selectiva, ya que escoge una serie de acontecimientos concretos, conmemora un conjunto específico de hechos históricos, se funda en ciertas experiencias trágicas y en la legitimidad moral de ciertas víctimas[1]. Las actitudes cerradas a la revisión historiográfica parecen pertenecer a lo que acertadamente Dalmacio Negro denominó como “modo ideológico de pensar”[2], o interpretación del pasado en clave meramente ideológica, y con pretensiones de totalización social. Por ello, o es recuperada la “memoria” como arma propagandística, o se somete a un claro interés ideológico de mantener latente el mito del conflicto político como medio de deslegitimación política y académica del enemigo intelectual. Esta estrategia, determinada por una secta izquierdista decidida a imponerla al resto bajo amenaza de escarnio público, persigue el “desprestigio intelectual y la anulación política de facto de las “legitimidades históricas” del contrincante político[3].

Manuel Ortiz Heras refleja el hermanamiento ideológico entre la Historia social y la “Memoria histórica”, a través de la difusión académica y periodística de una conciencia social o colectiva[4]; plataforma que debía “oficializar” una visión moral del pasado no basada en hechos ciertos y probados, sino en sentimientos de supuesta validez ética y universal. En una misma línea se manifiesta Juan Sinisio Pérez cuando afirma que la enseñanza de la historia no es el único cauce para la formar e informar a una conciencia ciudadana, ya que la memoria colectiva se crea sobre estereotipos al margen del sistema educativo y difundidos por los medios de comunicación audiovisual[5]; así la historia no es conocimiento, es adoctrinamiento.

Así la aspiración a la neutralidad axiológica, la objetividad científica como meta del trabajo intelectual, se somete a imperativos de superioridad moral. Al respecto de este tipo de líneas, Koselleck escribía que ocultar otras memorias históricas, asociarlas a posiciones reaccionarias o fascistas sin más e impedir la confrontación mediática, solo conduce a una falsa mitificación del saber histórico. Para el historiador alemán, mantener la persistencia interesada del conflicto derivado de la distinta y contrapuesta interpretación de la historia y de la memoria histórica conlleva la radicalización ideológica, y anular la diferencia de posiciones hermenéuticas valiosas lleva a imponer un sectarismo de nulo valor intelectual; ante esta línea historiográfica e ideológica solo cabe la investigación rigurosa y la confrontación científica[6]. Este debe ser nuestro reto, el reto de todo historiador.

Por ello, este número 13 de la Revista La Razón histórica, abordamos el tema de la relación siempre actual entre Historia y Polémica. Así, en primer lugar Pedro C. González Cuevas nos vuelve a ilustrar sobre los recovecos de la interpretación ideológica de la Historia española con su texto En torno a la falsificación de la Historia de las derechas por parte de la izquierda: los fascismos y las derechas españolas. A continuación el filósofo político Carlos Daniel Lasa nos sorprende gratamente con un acertado estudio sobre la figura del no tan héroe de América: Ernesto Che Guevara. Mientras el politólogo norteamericano George Weigel nos invita, de manera brillante, a releer la Historia moderna del mundo occidental, superando la artificial dicotomía entre Fe y modernidad. Sigue la historiadora Beatriz Comella con un texto aclaratorio sobre La Inquisición, una de las grandes “leyendas negras” de la historia, en este caso católica. El ensayista argentino Pablo S. Otero nos desvela algunas de las claves contemporáneas de la relación entre Razón y Fe. Mientras, el teólogo Leonardo Castellani en la Moral cristiana al confronto nos desvela algunos de los rasgos éticos que caracterizan nuestro tiempo histórico. El historiador Sergio Fernández recoge en una nota historiográfica algunos de los representantes de la opción corporativa del Socialismo español durante la época de la Restauración. El ensayista Esteban de Castilla reflexiona sobre el fenómeno del “revisionismo histórico” español tomando como referente la obra y la polémica en torno a Pio Moa y ciertos debates creados desde la autoproclamada como memoria histórica. El ensayista y jurista José Ignacio Pallarés vuelve a incursionar sobre temas polémicos que afectan a la tradición histórica cristiana, de manera concisa y directa, en este caso sobre La justificación del Concilio de Trento. Y para finalizar, reseñamos el valioso y polémico (para sus detractores, claro está) libro del Prof. Miguel Ayuso sobre La constitución cristiana de los Estados, tan de moda ante la batalla laicista emprendida en el mundo occidental.

 

 

 

Notas


[1] Tzvetan Todorov, Los abusos de la Memoria. Barcelona, Península, 2000, pp. 15-17.

[2] Dalmacio Negro, La tradición liberal y el Estado. Madrid, Real Academia de Ciencias morales y políticas, 1995, p. 261.

[3] Sobre la valoración de la obra de Pío Moa véanse trabajos como Alberto Reig Tapia, “Ideología e Historia: quosque tandem, Pío Moa?”, en Sistema: Revista de ciencias sociales, nº 177, Madrid, 2003, pp. 103-119; Carlos Rilova Jericó, "¿Qué te parece Pío Moa?" Dos notas sobre el revisionismo y la guerra civil española”, Hispania Nova: Revista de historia contemporánea, nº 7, 2007; Justo Serna Alonso, “ Las iluminaciones de Pío Moa: el revisionismo antirrepublicano”, Pasajes: Revista de pensamiento contemporáneo, 2007, pp. 99-108

[4] Denomina a la “memoria histórica” como “memoria colectiva o social”, al “ser la memoria de una sociedad globalmente considerada, y no, o en exclusividad, a la memoria de un grupo concreto, más o menos reducido”, que trasciende las potencias del individuo aislado como elemento condicionante de la actividad social. Ortiz demuestra, con sus propias palabras, el carácter selectivo y partidista de la “memoria histórica republicana”, basada exclusivamente en “reconocer que la II República, la primera experiencia democrática en España, fue violentamente interrumpida por una rebelión militar contra su ordenamiento constitucional, lo cual conculca los valores del estado de derecho más elementales”, y “reconocer y homenajear a quienes estuvieron defendiendo aquella legalidad porque merecen nuestro más profundo respeto, ya que “las víctimas entre los vencidos de la guerra civil merecen el mismo tratamiento que durante tantos años han obtenido las del bando triunfador”; así la historia no es saber, sino es justicia. Véase Juan Sisinio Pérez Garzón et al., La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder. Barcelona, Ed. Crítica, 2000.

[6] Una típica versión equidistante de la Guerra civil la encontramos en Salvador de Madariaga, que en su faceta de historiador escribía que “la guerra se debió al efecto de dos pronunciamientos a la española. El de Francisco Largo Caballero, caudillo del ala revolucionaria de la Unión general de trabajadores, que no era comunista, y el de Francisco Franco, caudillo de la Unión general de Oficiales, que no era fascista”. A su juicio, este efecto conjunto derrumbó e imposibilitó toda posibilidad de consenso en torno del tercer actor en liza: el reformismo y el contrarreformismo. Siguiendo esta interpretación, el pronunciamiento político e ideológico del primer bando, el frentepopulista -objeto de análisis en su dimensión represiva en estas páginas- ligó desde sus orígenes la defensa de la democracia republicana y la aspiración a la revolución obrera, uniendo sus destinos y pervirtiendo la esencia jurídico-política de la primera. Salvador de Madariaga, España. Ensayo de historia contemporánea. Madrid, Espasa Calpe, 1989, p. 407.

 

  

La Razón Histórica, nº13, 2010 [2], ISSN 1989-2659. © IPS.

 

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