Pio Moa y la polémica revisión de la historia contemporánea española

 

 

Esteban de Castilla

 

Ensayista. Instituto de estudios históricos y sociales (España).

 

 

            Cualquier estudiante que se aventure por primera vez al estudio de la Historia española o de algunos de los sucesos históricos más destacados, contemplará una dimensión ideológica que afecta, en grado sumo, al devenir de esta disciplina, y que la convierte, en numerosos casos, en mero instrumento del discurso político o de las luchas partidistas. Las empresas políticas identitarias (nacionalistas, colectivistas) o la “memoria histórica” presente en los discursos electorales de ciertos partidos políticos demuestran este uso ideológico; un uso que niega los preceptos científicos de la disciplina al enarbolar una visión “objetiva” del pasado, simple medio para buscar legitimaciones políticas en el pasado de sus reivindicaciones presentes, o para negar la validez de las posiciones contrarias por supuestas conexiones con un pasado culpable.

“El insólito fenómeno de haber asistido en días recientes a un resonante éxito editorial con la publicación de los libros de Pío Moa no puede, como quiere un aristocrático sector del contemporaneísmo, pasar inadvertido. Ante todo revela una exigencia hasta ahora insatisfecha del lado de un amplio círculo de nuestra bien reducida comunidad lectora, contrariada en su franja más cultivada por el unilaterismo de la producción historiográfica dominante en torno a las raíces inmediatas del presente”. Estas palabras de José Manuel Cuenca Toribio[1] nos adentran en la génesis y en la trascendencia de la obra del historiador Pío Moa, y en los debates sobre la realidad y el mito presentes en la llamada “memoria histórica”[2]. El “cordón sanitario” ideológico aplicado a su obra y sus tesis, así como la rigidez interpretativa de numerosas etapas de nuestra historia contemporánea parecen explicar gran parte del éxito mediático de Moa, negando o apartando la necesidad de confrontar sus revelaciones en sus fuentes y su metodología.

Acusado de reaccionario o revisionista, sus tesis sobre la Historia contemporánea de España, abierta con sus propias memorias (De un tiempo, de un país, 1980), has diseccionadas en sus métodos historiográficos o sus propios conceptos históricos casi en solitario por P.C. González Cuevas[3]. Mayoritariamente se ha analizado su obra por temas profundamente ideológicos; sus tesis han pasado a primera plana mediática por haber difundido, con gran éxito mediático, una visión radicalmente distinta sobre la Segunda República y la Guerra civil a la difundida, entre otros por Manuel Tuñón de Lara, Julio Arostegui o Enrique Reig Tapia[4]. Autores que, desde la neo-marxista “historia social” sancionaron académicamente una suerte de interpretación cerrada sobre este periodo histórico, al establecer un “lenguaje ideológico” con el que era “imposible entrar en polémica”, tal como advirtió Martín Rubio, “ya que no escriben historia, y no escriben historia porque –a pesar de que algunos de ellos manejan con mayor acierto documentación y funestes- el contexto explicativo es falso, está al servicio de una tesis previa y por eso cuando es necesario se distorsionan los resultados”[5].

Los orígenes de la Guerra Civil española (1999) marcó el punto de inicio de una nueva “polémica historiográfica” en España[6], asistida en esta tendencia “revisionista” por el hispanista Stanley G. Payne, César Vidal, J. Mª Marco o J.J. Esparza. Autores, con mayor o menor fortuna, avinieron a documentar la necesidad de revisar historiográficamente nuestro pasado inmediato, y a demostrar el ascendiente político del proyecto de construcción de la “memoria histórica” sobre la Guerra civil y el Régimen franquista. Al respecto, el catedrático de Sociología Emilio Lamo de Espinosa señala que “no es tarea de los políticos reescribir la historia y el pasado sino construir el futuro, que es lo que une a los pueblos: la ilusión colectiva de un futuro mejor. Para construir la historia están los historiadores, y esos llevan ya muchas décadas haciéndolo. Los españoles no han necesitado de un nuevo socialismo para recobrar la memoria. Yo publiqué mi tesis doctoral sobre Julián Besteiro en 1972, en pleno franquismo”. Aventurarse en la razón histórica de la Guerra de España –apunta Lamo de Espinosa parafraseando a Max Weber solo puede residir en el estudio de “la estructura total de una sociedad”, lo único “que puede explicar aquella catástrofe. ¿Vamos a recordar que el Partido Socialista rompió radicalmente con la legalidad republicana en la revolución de Octubre de 1934?”[7].

Así, volvía a la primera plana de los medios de comunicación el debate sobre los mitos históricos, en especial sobre la Segunda República española [1931-1936]. De nuevo se ponía de manifiesto el estudio de la “mitología histórica”, que no resultaba las tradicionales “máscaras, relatos que tallan en la memoria de la gente recuerdos falsos y creencias impersonales” (F. García de Cortazar[8]), o un simple “relato y representación que organiza y trata de explicar la realidad tratada como una acción extraordinaria” (E. Moradiellos[9]) o incluso un “concepto opuesto a la explicación racional del mundo” (Gadamer[10]); ni tampoco, y por ello, algo a desterrar del vocabulario historiográfico actual por supuesta falsedad. Eso sería desconocer profundamente la historia contemporánea española y mundial. Junto a estos análisis teóricos, el mito fue y es, como bien señaló Georges Sorel, un valioso y comprobado instrumento político-social capaz de la movilización de masas, de la unión partidista y la legitimación ideológica[11]. El mito permitió y permite luchar por el poder, refundar una nación, crear y convencer de utopías, de encubrir las debilidades o falsedades, y de justificar como necesaria o inevitable la violencia contra “el enemigo político”. No sólo representa un ente irracional capaz de ocultar la realidad, sino un ente racional capaz de disfrazar la utopía. Sin el análisis de su “razón histórica”, de la función política que le dieron sus creadores, se deja profundamente incompleta la reconstrucción hermenéutica de los mismos[12].

Más allá de la popularidad de Pío Moa, estos debates, aun objeto de conclusión, demuestra, como bien señala P.C González Cuevas, como toda empresa historiográfica, en el pasado y en el presente debe afrontar una dificultad intelectual y académica bien definida por la “confrontación que suele producirse entre el trabajo del historiador y una memoria histórica emergente, celosa de sus prerrogativas, y que tiende a presentarse como un valor intrínseco, como una moral de sustitución y hasta en una nueva religiosidad”. Es difícil hacerse oír y leer, como historiador y como científico, ante la exaltación de una memoria histórica que se convierte, como demuestra el caso español, en guión de la reconstrucción ideológica del pasado inmediato, en este caso “el mito republicano”; memoria, por cierto, que “tiene como objetivo, confesado o no, fundar una identidad” o “un culto al pasado”[13]; una memoria por ello, capaz de sancionar moralmente el ejercicio de la profesión historiográfica o de revisar ciertas convenciones ideológicas adoptadas[14]. Esta memoria, convertida en guía oficial de la reconstrucción historiográfica sobre el pasado republicano, difunde una visión ideológica que pretende impedir la revisión crítica de dicho pasado[15].

Así, respecto al fenómeno del revisionismo “histórico” español, Pedro C. González Cuevas señalaba que “En este mediocre panorama, sólo han destacado los dispersos estudios de Juan José Linz, buen conocedor de las obras de Renzo de Felice y de Gorge Mosse. Esta pobreza intelectual tiene su reflejo en el contenido de la actual polémica sobre la «memoria histórica» y sobre la naturaleza del régimen de Franco. Por decirlo en términos de Renzo de Felice, ni en el nivel político ni en el nivel histórico hemos pasado todavía los españoles de un esquemático franquismo/antifranquismo, «que es inaceptable en una cuestión de este género, y que sólo es válida en las plazas o en los comités». En ese contexto, el conocimiento y la profundización en las obras de los historiadores revisionistas podría dar un impulso a la racionalización de la vida cultural e historiográfica española. Pero esta recepción e interpretación no debería llegar con la cejijunta y embobada beatería tan al uso en la vida intelectual española, sino con la ayuda de ese soberano principio vital de la inteligencia que, además libra al elogio de cualquier bochornosa apariencia de lisonja: el espíritu crítico[16].

 



[1] José Manuel Cuenca Toribio, Ocho claves de la Historia de España contemporánea. Madrid, Encuentro, 2003, p. 150.

[2] J. P. Fusi señala al respecto que “o la memoria histórica es el estudio de las representaciones que una sociedad se hace de su propio pasado (símbolos oficiales, monumentos, conmemoraciones, narrativas nacionales, historia oral...) o es una expresión necesariamente equívoca. Primero, porque memoria (en su doble acepción: capacidad de recordar; aquello que se recuerda) es en principio una facultad individual, y por ello puede ser completa o fragmentaria, exacta o imprecisa, buena o mala, permanente o efímera, simplificada o compleja. Segundo, porque en su dimensión social -memoria colectiva o cultural: lo que se recuerda en una sociedad-tiene, como tal, obvios problemas intrínsecos: su carácter asistemático y no científico, su dimensión emocional asociada casi siempre a mitos, leyendas y creencias difusas y vagas, y el hecho de ser por definición memoria plural, y muchas veces memoria dividida. Y lo que importa más; la idea de memoria histórica tiene un formidable problema extrínseco: el uso político que de ella se hace o puede hacerse; el problema, en suma, de ser muchas veces memoria construida, rehecha, reinventada y reimplantada desde el poder”. Véase Juan Pablo Fusi, “Memoria histórica”, en ABC, Madrid, 27-06-07, p. 3.

[3] Véase este texto fundamental: Pedro C. González Cuevas, “¿Revisionismo histórico en España?”, en El Catoblepas, nº 82, 2008, p. 14.

[4] Véase una de las obras paradigmáticas de esta línea historiográfica: Alberto Reig Tapia, Ideología e historia. Sobre la represión y la guerra civil, Ed. Akal, Madrid, 1984.

[5] A.D Marín Rubio, Los mitos de la represión. Madrid, Grafité, 2005, pp. 134-136.

[6]Y continuada con una prolífica labor editorial: Los personajes de la República vistos por ellos mismos (2000), El derrumbe de la II República y la guerra civil (2001), la reedición De un tiempo y de un país (2002), Contra la mentira: guerra civil, izquierda nacionalista y jacobinismo (2003), Los mitos de la Guerra Civil (2003), Los libros fundamentales sobre la guerra civil (2004), Una historia chocante: los nacionalismos catalán y vasco en la historia contemporánea de España (2004), Los crímenes de la Guerra Civil y otras polémicas (2004), 1934, comienza la guerra civil : el PSOE y la Esquerra emprenden la contienda, en colaboración con Javier Ruiz Portella (2004), 1936, el asalto final a la República (2005), Franco: un balance histórico (2005), La República que acabó en guerra civil (2006), La quiebra de la historia progresista (2007) o Años de hierro. España en la posguerra. 1939-1945 (2007), entre otros

[7] Ante la promulgación de la Ley sobre la Memoria histórica en 2007, se pregunta irónicamente “¿se imagina alguien a las Cortes de la II República discutiendo sobre la memoria de las guerras carlistas?”. Entrevista a Emilio Lamo de Espinosa, en ABC, Madrid, 19-7-2006.

[8] Fernando García de Cortazar, op.cit., pp. 10 y 11.

[9] Enrique Moradiellos, 1936. Los mitos de la Guerra civil. Barcelona, Península, 2005, p. 19.

[10] Hans-Georg Gadamer, Mito y razón. Barcelona, Ed. Paidós, 1999, p. 27.

[11] Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia. Madrid, Ediciones Nueva República, 2004, pp. 109 y 110.

[12] En el caso que nos toca, el debate historiográfico entre Moradiellos y Moa, por ejemplo, sobre la “mitología” explicativa de la Guerra civil, rescata el papel central del mito no sólo como elemento legitimador de las posiciones ideológicas de los protagonistas de la contienda (republicanos y nacionales), sino también de los historiadores de nuestra época.

[13] Pedro Carlos González Cuevas, Maeztu. Biografía de un nacionalista español, Marcial Pons ed., Madrid, 2003, pp. 12-14.

[14] Véase Ángel David Marín Rubio, “Los enredos de la memoria histórica”, en Razón española, 138, Madrid, 2006, pp. 101-113.

[15] Para Ucelay-Da Cal, las causas de la recuperación de la llamada “Memoria histórica” residían incluso en países extranjeros: “al calor de las campañas de las extremas izquierdas chilena y argentina para mantenerse visibles exigiendo la culpa a los militares responsables de “genocidio” en los tiempos de las “guerra sucias” de los años 1970, la generación española nacida durante la “Transición” exige ahora la literalidad de los valores del período republicano, pero sin la carga del recuerdo vivido, de los costes de tal exteriorización de la Guerra, la “diáspora” de los derrotados, la represión y todo lo demás”. Véase Enric Ucelay-Da Cal, “El recuerdo imaginario como peso del pasado: Las transiciones políticas en España”, en Carlos Waisman, Raanan Rein y Ander Gurrutxaga Abad (eds), Transiciones de la dictadura a la democracia: los casos de España y América Latina. Zarautz, Servicio Editorial UPV/Argitalpen erbitzua EHU, 2005, pp. 37-83. 

[16] P.C. González Cuevas, “¿Revisionismo..?”, opc.it.

 

 

 

La Razón Histórica, nº13, 2010 [33-36], ISSN 1989-2659. © IPS.

 

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