La moral cristiana en confronto[1].
Leonardo Castellani.
Escritor, periodista, filósofo, teólogo y sacerdote argentino [1899-1981], estandarte del tradicionalismo católico en Argentina.
La moral cristiana se ha desleído y edulcorado en el ambiente común. El Liberalismo lo ha hecho. Las virtudes se han amansado y anestesiado. Incluso la palabra “virtud” suena un poco ridícula y ya no significa “fuerza” y “virilidad” como entre los romanos y griegos (“virtus”, “aretée” de vir y de anéer, varón) sino más bien debilidad. La virtud actual es una cosa para viejas; y en la mujer se reduce a la castidad externa, o sea a la “defensa de su honra”, lo cual no diré que no sea importante. No es todo. No olvidar que el Liberalismo es una herejía cristiana: pasa por alto el pecado original, cree que el hombre es naturalmente bueno, y por ende no necesita de Sacramentos, ni de la oficina de los Sacramentos, la Iglesia, aunque la religión en sí puede tolerarse; pero todas las religiones son buenas… lo cual equivale a decir, vive Cristo, que todas las religiones son malas.
El Catolicismo Liberal emasculó y ablandó las virtudes católicas: el liberal es muelle. Incluso las falsificó introduciendo una falsa Prudencia – Justicia – Fortaleza – Templanza. Le sigue hablando de… e incluso se sigue alabando al Prudente, al Valiente, al Moderado; pero esas palabras ya no significan lo mismo que en los grandes siglos cristianos, cuando Martín Fierro distinguía tan bien entre la Prudencia y la Astucia, entre la valentía y el matonismo –en que él cayó de joven.
A ningún hombre amenacen
porque naides se acobarda…
puesto que la Fortaleza nunca agrede, nunca “empieza” como dicen los chicos:
El hombre no mate al hombre
ni pelee por fantasía,
tiene en la desgracia mía
un espejo en que mirarse:
saber un hombre guardarse
es la gran sabiduría.
En los “consejos” de Martín Fierro se encuentran las cuatro virtudes cardinales –con más acento la Justicia.
La Prudencia
Veámoslo brevemente: se introdujo una Prudencia remirada, egoísta y cobardona: el “no te metas”, p.e. pero esta Primera de las virtudes, sin la cual ninguna es virtud, es un conocimiento, el conocimiento de lo hacedero y de lo faciendo, de lo agendo, de lo que hay que hacer; y este conocimiento está cimentado en el conocimiento de la Realidad; no es un mero timoratismo, es un conocimiento.
Cuando hacemos una imprudencia, malconocemos lo agendo; cuando malconocemos lo agendo, desconocemos la realidad; cuando desconocemos la realidad, pecamos. El que peca se pone delante como un bien lo que en realidad es un mal; de modo que se puede decir que “el Bien es lo real, el mal es una equivocación” acerca de lo real realísimo, conforme al viejo apotegma de Sócrates d que todo pecado es un error. Si uno dice: “es nada más que un error”, se equivoca; pero si dice “es un error”, dice bien.
La Prudencia pues, siendo “el ojo que encuentra el camino”, no tiene por qué ser ni astucia ni picardía ni sobrecautela ni precaucionismo ni cálculo ni continuo desconfío y avizoro, ni mucho menos cobardía; al contrario, la Prudencia no existe sino junto con su hermana la Fortaleza o Valentía. Al contrario del proverbio italiano de que “soldado que huye sirve para otra vuelta” y del proverbio catalán “de los que dispararan, algunos se salvan”, la Prudencia sabe que en muchos casos lo más imprudente de todo es disparar; y lo más prudente, acometer. Y así Mussolini, que era italiano, dijo una vez que la primera virtud del Gobernante era la Prudencia; pero la segunda, sin la cual la primera no sirve, era la imprudencia; queriendo decir que la prudencia no excluye, antes reclama el brío, la osadía, la valentía, el golpe; en una palabra: la virtud de la Fortaleza.
No olvidemos pues que la Prudencia es la “recta ratio agibilium”, la recta apreciación de lo agendo y agible, o sea, la guía para hacer el bien; y el bien a veces pide lucha, esfuerzo, osadía; el bonum arduum que decían los antiguos, el bien arduo, como lo son todos los bienes grandes, y en realidad de verdad todos los bienes verdaderos.
Yo he recogido en mi vida religiosa demasiada experiencia de la falsa prudencia, que San Pablo llama prudencia según la carne[2]: la prudencia catalana que consiste en disparar siempre. Tres veces el original de un libro me ha sido devuelto por un religioso editor con las palabras: “es una buena obra; nos gustaría publicarla pero no podemos por prudencia: tenemos miedo”.
Palabras textuales de una tarjeta acerca del Evangelio de Jesucristo. La primera vez me dio rabia y dije: “Los Padres del Verbo Divino tienen miedo del Verbo Divino”; pero la segunda vez me consolé diciendo: “Puede ser señal de que es literatura viva y no literatura muerta. Como es viva se mueve; y ellos al ver un bulto que se menea creen que puede ser un tigre o una víbora; y es un perro guardián, un manso y leal mastín”.
La Prudencia del Liberalismo, la “prudencia según la carne” está aguada; la Justicia del liberalismo está mutilada: es meramente negativa y se reduce a la llamada Justicia Conmutativa; y ésa, no entera ni completa.
La Justicia
La Justicia burguesa se reduce al contrato: do ut des, doyte para que me des: considera un cambio de bienes al modo comercial; yo te doy 10.000 pesos, pero me debes devolver 15.000, o bien otro bien equivalente, o al menos una ilimitada gratitud, alabanzas, favores, servicios o lo que sea. El Liberalismo ha ido tan lejos en esto que ha llegado a definir el Estado y la Nación como un CONTRATO, el Contrato Social. (Éste es un disparate fenomenal, que no voy a refutar ahora. La Nación no surge de un contrato ni explícito ni implícito entre todos los connacionales –como imaginan Rousseau y también Suárez-, sino que surge de un movimiento natural del hombre, “animal político” que dijo Aristóteles, el cual movimiento requiere la Autoridad, causa eficiente de la sociedad, y por ende el Mando y la Obediencia. Y en ese sentido solo decimos que “la Autoridad viene de Dios”, no inmediatamente, sino a través de la Natura, creada por Dios[3]).
De modo que el Liberalismo elimina la Justicia Distributiva (del Jefe para los súbditos) y la Justicia Legal (de los súbditos para con el Jefe): y una vez hecho el Contrato Social (elegido el Presidente), los súbditos no tienen más deberes para con él, y él puede hacer lo que se le antoja. Lo único que queda es el “ordo partium ad partes”[4], eliminando el “ordo partium ad totum”[5] y el “ordo totius ad partes”[6], que son las más importantes partes de la Justicia, la cual exige al gobernante que distribuya bien los castigos, premios, trabajos, puestos y privilegios, según los méritos, y que busque y alcance el Bien Común de todos, lo cual le es exigido acérrimamente, es su deber más estricto, o sea, el orden del todo a las partes, o Justicia Distributiva. Y a su vez los súbditos deben al gobernante legítimo respeto, apoyo y obediencia, o sea el orden de las partes al todo, o sea, Justicia Legal; y estos dos órdenes son mucho más transcendentes que el orden de las partes a las partes o Justicia Conmutativa.
Ni este orden siquiera guarda el Liberalismo, pues este orden no se reduce a cumplir los contratos, pagar las dudas y no emitir cheques en blanco, lo cual desde luego debe hacerse. La Justicia cristiana tiene dos partes, negativa y positiva; y la Justicia actual se contrae a una parte de la parte negativa: “no dañes”. Es poco.
La Justicia cristiana está toda ella encerrada en la norma conocida: “No hagas al otro lo que no quisieras te hagan a ti”, que encontramos en boca de Jesucristo, y en la Ley de Moisés, y en el antiquísimo libro chino “Las Analectas de Confucio” traducido por A. Waley. Es negativo: dice “no hagas”, no dice:
“Haz a los otros lo que quisieras te hicieran a ti”, porque eso es falso: yo no puedo querer para todos los otros lo que quiero para mí, p.e., que escriban libros o que digan misa, porque cácual es cácual. Yo quiero que se editen mis libros, pero no puedo querer, por ejemplo, que se editen los libros del P.P. o del P.R.R., los cuales sin embargo se editan antes que los míos. Pero eso no es justicia ni positiva ni negativa.
El famoso Proudhon, en su libro La Justicia en la Revolución y en la Iglesia, reprocha a la Iglesia su Justicia puramente negativa, según él, porque estaba rodeado el año 1858 de la Justicia del Capitalismo y el Catolicismo
Liberal, y creía ésa era toda la Justicia cristiana. Pedro José Proudhon, el famoso autor de La Propiedad es un Robo (y debajo: “Este libro es propiedad del autor”), fue un anarquista, pero un proletario honrado y de buena fibra; de una ignorancia impresionante. A pesar de haber sido seminarista, ignoraba la parte positiva de la Justicia cristiana, la más esencial. Donoso Cortés lo tiene por un demoníaco. Puede ser. Pero más parece un ignorante, sembrado de “virtudes cristianas que se han vuelto locas”.
Lo positivo de la Justicia cristiana está contenido simplemente en el precepto: “Amarás al prójimo como a ti mismo”[7], lo cual es mucho más que decir “no dañarás al prójimo”. Decir “como a ti mismo” es decir que yo soy uno y el prójimo es otro, y después equipararlo conmigo, lo cual es el efecto propio del amor. Eso significa que el prójimo tiene cosas suyas que son distintas de las mías, y no se reducen solamente al dinero, y esas cosas positivamente yo se las debo, no de limosna sino de Justicia: si tiene, hambre, yo le debo una parte de mi pan; si está perseguido, yo le debo mi defensa; si merece un puesto, yo debo dárselo y no excluirlo para ponerme yo; si es ignorante, yo le debo mi saber.
De este modo, la definición pagana de la Justicia: “dar a cada cual lo suyo” (unicuique suum) se amplía por obra del amor maravillosamente. En la Justicia natural, el tener yo saber no me crea ninguna obligación, lo imparto o comparto si quiero; pero en la Justicia cristiana, que considera el saber un don de Dios, nace la obligación de Caridad de trabajar para compartirlo. –Pero entonces es Caridad y no Justicia. –La Justicia en el cristiano está envestida de la Caridad, o sea el Amor, lo mismo que todas las otras virtudes, como veremos. “Dad a los que no os pueden devolver nada”, dijo Jesucristo, “ni siquiera gratitud”[8]. Nace el Buen Samaritano. El buen samaritano da compasión, ayuda, dinero, tiempo y cuidado a un desconocido que topa y que es, religiosamente, su enemigo. “Bien, ése es tu prójimo”, dice Jesucristo[9].
En suma, la Justicia cristiana consiste en reconocer al otro como persona, no como algo mío, sino como EL EN SÍ, munido de toda clase de derechos; y entonces volverme dese modo “deudor de todo el mundo”, como decía San Pablo de sí mismo[10]. Lejísimos de la ruin Justicia burguesa, comercial y liberal, que tiene como máxima alabanza: “Yo no debo nada a nadie: este hombre no debe nada a nadie”. La alabanza verdadera es: “Yo me debo a todos”.
El efecto de la Justicia es conservar el orden en las relaciones humanas; y ese orden después de Jesucristo no se puede conservar sino por el amor, digamos por una exageración del despego de sí mismo, para lo cual es necesaria la Fortaleza.
La Fortaleza
"Todo el mérito de la Fortaleza viene de la Justicia" -dice Santo Tomás. Fortaleza significa simplemente Valentía y se define: "la aptitud para acometer peligros y soportar dolores". De Luis XVI de Francia escribió Hipólito Taine:
"Tenía todas las virtudes de un cristiano, pero no las de un Rey". Se equivocaba grandemente: la Fortaleza, que le faltó a Luis XVI (aunque no en el momento de su muerte santa), es estrictamente una virtud del cristiano, aunque no del cristiano liberal. La cobardía puede ser pecado mortal y Jesucristo tenía verdadera inquina a la cobardía. En el Apokalypsis San Juan enumera una cantidad de condenados al fuego, y entre ellos pone "los mentirosos y cobardes"[11], que faltan a la Justicia y a la Fortaleza.
La falsificación liberal de la Fortaleza consiste en admirar el coraje en sí, con prescindencia de su uso, o sea, prescindiendo de la Prudencia y la Justicia.
Pero el coraje aplicado al mal no es virtud, es una calamidad, es "la palanca del Diablo" dice Santo Tomás.
El coraje en sí puede ser una cualidad natural, una especie de furor temperamental, una ceguera para ver el peligro, o una estolidez en soportar males que no se deben soportar. Entre nosotros, por ejemplo, es usual admirar y encarecer a Sarmiento porque era corajudo. Está bien, pero falta ver todavía si aplicó ese coraje, que le venía simplemente de haber nacido sanjuanino, a una buena causa o a una mala causa, como por ejemplo, la exaltación soberbia de sí mismo; si la aplicó a buenas causas lo nombraremos prócer. En un discurso para la inauguración de un busto de Rosas en Sáenz Peña (Chaco) Marianito Grondona dijo que estaba dispuesto a reconocer a Rosas como un héroe si los rosistas reconocían a Sarmiento como un héroe, aunque no con estas palabras.
Dijo literalmente: “Debemos venerar y honrar a todos nuestros próceres, porque somos una nación joven, que no tiene muchos, prescindiendo de sus defectos, de sus fallas y hasta de sus crímenes”, dijo el orador. Un momento: un héroe que hace crímenes no es héroe; y nosotros no podemos prescindir de sus crímenes.
Mejor es que caigan Rosas y Sarmiento, antes que amontonarlos a los dos en una coyunda común. Ninguno de los dos fue prócer, en todo caso, Marianito.
Lavalle era un prócer y mató a Dorrego; pero Dorrego también es un prócer y los dos tienen su estatua en la misma calle a 300 metros de distancia.
En la realidad estuvieron tan distantes como la Muerte y la Vida; pero ahora están juntitos “en el abrazo luminoso de la inmortalidad” que dice Marianito Grondona. Creo (y corríjanme si me engaño) que Lavalle no tuvo más virtud de Fortaleza que el coraje para pelear en la guerra, fue un “buen sable”, la virtud del tigre y del toro, no la virtud del cristiano, incluso tomando “cristiano” en el sentido criollo de humano, de hombre racional. Fue un poco bobo.
La Fortaleza no excluye el miedo, solamente lo domina; al contrario ella está fundamentada en un miedo, en el miedo profundo del mal definitivo, deperder mi propia razón de ser. La Fortaleza se basa en que el hombre es vulnerable, el ángel no puede tener Fortaleza porque no puede recibir heridas.
La Fortaleza consiste en ser capaz de exponerse a las heridas y a la muerte (el martirio, supremo acto de la virtud de Fortaleza) antes de soportar ciertas cosas, de tragar ciertas cosas y de hacer ciertas cosas. No existiría la Fortaleza o Valentía si no existiera el miedo:
“el miedo es natural en el prudente, y el saberlo vencer es ser valiente”, y tampoco si no existiera la vulnerabilidad. ¡Qué palabra más fea! (PARÉNTESIS acerca de nuestra lengua. Hemos perdido el latín “vulnus”, que significa “herida”, y tenemos “vulnerable” y “vulnerabilidad”, palabra sexquipedal. El castellano perdió muchísimas de las palabras raíces, el sustantivo o el verbo corto y simple, y conservó los derivados, a veces larguísimos y para la mayoría incomprensibles; sobre todo en países donde no se estudia el latín en las escuelas. ¿Países, dije? País hay uno solo, la Argentina: hasta los rusos estudian ahora latín; así que nuestra lengua en nuestras bocas se va derruyendo. La gente usa las palabras a bulto, sin comprenderlas exactamente, incluso los periodistas, los locutores ¡y los políticos! No digamos “totalitarismo”, por ejemplo: no es palabra castellana, es un barbarismo.
“Totalismo” sería, en todo caso; “tota-lita-rismo” es casi impronunciable, y el vulgo cree que es el nombre de dos bailarinas. Dicen “irrefragable” queriendo significar “inevitable”: irrefragable significa “lo que no se puede votar en contra”, viene de “suffragari”, votar a favor (sufragio), y “refragari”, votar en contra (“refragio” deberíamos tener). Irrefragable es algo que no se puede negar ni rechazar ni objetar ni siquiera discutir; y así “opinión irrefragable” está bien, pero “acontecimiento irrefragable”, como dice Bernardo Vogelman, está pésimo. Y así “indeleble” lo he visto usado por “inolvidable”; “indeleble” es lo que no se puede borrar; pero el colmo es “latente”: los cagatintas creen que viene del verbo latir y lo usan en el sentido de palpitante; y viene del verbo later, que se perdió, y significa “estar escondido”. No es lo mismo. –Y esto ¿qué tiene que ver con la virtud de la Fortaleza? –La Fortaleza que se necesita para escuchar “Radio” y leer los diarios).
La virtud de la Valentía no supone no tener miedo; al revés, supone un supremo miedo al último y definitivo mal, y el miedo menor a los males de esta vida captados en su realidad real; de acuerdo a la palabra de Cristo: “No temáis tanto a los que pueden quitar la vida del cuerpo; temed más al que puede cuerpo y alma condenar para siempre”[12]. No dice: “No temáis nada”, porque eso es imposible: el prudente naturalmente teme los males naturales captados en su realidad real, no en imaginaciones… Dice Cristo: “temed menos”; y en caso de conflicto que el temor mayor venza al menor, impidiéndonos “perder el alma”, aun a costa de perder la vida.
De ahí que los dos actos precipuos de la Fortaleza son acometer y aguantar; y este último es el principal; dice Santo Tomás inesperadamente.
¿Cómo? ¿No es mejor siempre la ofensiva que la defensiva, la actividad que la pasividad? Santo Tomás parece apocado, parece aconsejar agacharse y aguantar más bien que atacar; y el mundo siempre ha tenido el ataque por más valeroso que el simple aguante. Santo Tomás tiene por más a la Paciencia que al Arrojo; pero no excluye el Arrojo cuando es posible, al contrario; con otra proposición paradojal dice que la Ira trabaja con la Fortaleza y hace parte della.
¡Oh argentinos, que no sois capaces de airaros y os refugiáis en la pasividad resentida! No sois fuertes, ni sois tan siquiera pacientes.
En la condición actual del mundo, en que la estupidez y la maldad tienen mucha fuerza, hay muchos casos en que no hay chance de lucha; y aun para luchar bien se necesita como precondición la paciencia; y a veces el sacrificio.
“He aquí que os envío como corderos en medio de lobos”[13]. El acto supremo de la virtud de la Fortaleza es el martirio, pero la Iglesia ha llamado siempre al martirio “triunfo” y no derrota.
La Ira reta arroja al hombre recto al ataque, o al menos lo mantiene en su puesto: “airaos sin pecar” dice San Pablo[14], de lo cual el dio grandes ejemplos, o sea, indignaos ante el Mal sin frenesí ni desorden. El hombre que no puede indignarse no es hombre, ni tampoco mujer: es un cuitadillo. La recta indignación es el permanente motor del paladín: ella presta y aumenta las fuerzas. La Ira desordenada es uno de los pecados capitales; pero la Ira de suyo es una pasión natural, que como todas ellas puede ser o buena o mala según sea o no gobernada por la razón. Me gustaría verlo a Illia iracundo algún día.
Existe un concepto vulgar de que la virtud consiste en la ausencia de pasiones y la santidad en la eliminación de las pasiones: es erradísimo. Las pasiones son las fuerzas naturales del hombre, sin las cuales no podemos hacer nada grande –ni chico, no podemos caminar: “los afectos son los pies del alma”, dice San Agustín. El burgués se disgusta ante cualquier apasionamiento, le parece que se quiebra la corrección o la buena educación: “¡Vamos, paz, paz, querido: no te atufes: despacio, despacio!”. Esta virtud pacata que consistiría en la eliminación de las pasiones es el falso concepto de los estoicos antiguos, de los modernos liberales, y de la religión y cosmovisión budista: un Schopenhauer, por ejemplo; pero eso no es virtud, será corrección a lo más, y a lo menos es debilidad, insensibilidad y apatía. Para que triunfen los malos en el mundo, basta que los buenos no hagan nada. Por eso en la Argentina los malos gobiernos se ponen a gritar: “¡Paz, tranquilidad, reencuentro de todos los argentinos buenos y malos!” Pero eso, la mescolanza del bien y del mal en la falsa tranquilidad burguesa, ése es el reencuentro en la ignominia –y no en la Paciencia.
“Ten cuidado con el hombre paciente: es peligroso” –dijo uno. ¿Por qué?
Porque espera su momento. La paciencia consiste formalmente en no dejarse derrotar por las heridas, o sea, no caer en tristeza desordenada que me abata el corazón y perturbe el pensamiento; hasta hacerme abandonar la Prudencia, abandonar el bien o adherir al mal; y en eso se ejerce una actividad enorme.
“Soportar es más fuerte que atacar”; y por eso las mujeres tienen muchas veces más fortaleza que los varones: y por eso una buena mujer que ha soportado toda la vida a un mal marido ha hecho quizá una hazaña mayor que si le hubiera dado un garrotazo; aunque esto también puede servir a veces.
Otra vez volvemos los ojos al error moderno y plebeyo; considerar la paciencia como la actitud lacrimosa y pasiva del “corazón destrozado”, que dicen. Al contrario, la paciencia consiste en no dejarse destrozar el corazón, no permitir al Mal invadir mi interior. Por tanto en el fondo se basa en la convicción o en la fe en mi última “invulnerablez”, en mi inmunidad definitiva.
Pase lo que pase, al fin yo voy a vencer, cree el cristiano; y hasta el fin nadie es dichoso. Aunque sea a través de la muerte, si es inevitable; pero si no es inevitable, no. Como dijo Don Pío Ducadelia al morir:
Oíd, mi Padre Confesor
y parentela entera:
si hay que morir, yo muero por…
fuerza, no porque quiera.
De donde se ve que la Paciencia pisa y pende de la virtud de la Esperanza sobrenatural, lo mismo que la Fortaleza, y no del apocamiento y la debilidad.
Sufra y aguante,
tenga paciencia,
que con paciencia
se gana el cielo,
dice el tango: pero la paciencia no consiste en el sufrir sino en el vencer el sufrimiento: “eso no lo sufro yo” –dijo el Valeroso. Sufrir y aguantar no es lo mismo: aguantar es activo, y es pariente de “aguardar” y “aguaitar”.
Con razón dice el filósofo Pieper que la Fortaleza o Valentía atraviesa los tres órdenes humanos, el Pre-orden, el Orden, y el Super-orden, y está integrada en ellos. El Pre-orden en este caso es el coraje natural, el instinto de agresión en el varón sobre todo, y de resistencia en la mujer sobre todo, que lo poseen lo mismo el ser humano que el león o el mastín, y depende mucho del cuerpo,temperamento y temple; el Orden es el coraje ordenado por la razón y devenido valentía o valor; y el Super-orden es la virtud moral de la Fortaleza, pendiente de la virtud supernatural de la Esperanza, la cual informa a los otros dos órdenes y los robustece o se los incorpora; de tal modo que puede darse un hombre tímido, cansado, entristecido y castrado de lo natural, que haga grandes fortalezas en virtud de su virtud sobrenatural –como se ha visto en débiles mujeres y enfermas, de llapa –como aquella santa que estaba embarazada y era una esclava- en el tiempo de los triunfos de los mártires.
Una ilustración de todo esto puede ser una novela policial del irlandés yanqui Day Keene (no sé si es varón o mujer) llamada Naked Fury (Desnuda Furia), que leí poco ha en alemán, donde ninguna mención se hace de la Virtudni de la Religión, pero en sí misma es de inspiración católica. No es una policíaca yanqui en puridad, sino una tragedia shekspiriana y sofoclea a la vez.
El héroe es una Magnánimo, un caudillo político de una pequeña ciudad yanqui, que hace bien a todos y por ende es seguido de todos; cuya suprema aspiración
de su vida, por la cual lucha y se sacrifica, es ver al suburbio miserable, hediondo y malsano donde nació, saneado y convertido en un barrio humano y decente por medio de elecciones y electoralismo –democracia.
Es el Magnánimo de Aristóteles, que tiene que enfrentar a la política corrompida y criminosa, es engañado por ella, cae en una trampa, está a punto de claudicar; y de repente es poseído de un sacro furor a una palabra de su mujer: “Pero él todavía tiene corazón”; y con la fuerza de la ira recta, mata y muere, a la vez fiscal y verdugo; pero vence al morir.
No es un santo, es un pecador, pero tiene el magno ánimo o señorío, que es una gran virtud natural o mejor dicho es la tierra de todas las virtudes. Está juntado con una pobre mujer, que es tan magnánima como él o más, con la cual propone casarse y retirarse a vivir tranquilo, una vez acabado su combate, al cual sacrifica todo; y cae al final en un delito de adulterio, del cual abomina al instante, pero cae con la atenuante de una tentación tremenda. Por tanto, es un hombre humano y defectuoso, no es un estoico ni un superhombre, pero es un hombre, como dice un periodista al final, en presencia de su cadáver y de su mujer: “No fue un santo; ya ha sido juzgado de sus yerros en otra parte; pero fue un hombre; y amaba a los hombres”. Y a la mujer le dice: “No llores” –y ella contesta: “No lloro”.
Es una obra de arte perfecta, como nos dan de vez en cuando los yanquis, que constituye como una ilustración pagana (digamos) de la virtud de la Fortaleza y las otras virtudes cristianas.
La Templanza
A la Fortaleza sigue la más chica de las virtudes cardinales, la Templanza o Temple (propongo se denomine a las virtudes cardinales Discriminación, Ecuanimidad, Valentía y Temple), la más pequeña pero la más urgente y cotidiana: la más pequeña porque dice respecto a sí mismo y no en relación con los demás, es individual y no comunitaria; pero su falta estropea o debilita todas las otras virtudes, hasta hacerlas desaparecer a veces. La Lujuria, por ejemplo, produce imprudencia, injusticia y cobardía –estropea las otras virtudes.
La Templanza, para el burgués, consiste en no hacer excesos peligrosos, evitar el escándalo y, si acaso, no ser casto pero ser cauto: usar el “preservativo”; en suma: “ser moderados en todo”, como dicen, dando a “moderado” el sentido de “mediocre”. O sea, la Templanza burguesa se vuelve puramente negativa, como la Prudencia burguesa, la Justicia burguesa y la Fortaleza burguesa. Pero la Templanza es una virtud positiva, consiste en el recto uso de los placeres y también, por supuesto, en la recta exclusión de algunos placeres; tanto es así que entre las ramas de la Templanza existe una virtud poco conocida hoy día que los griegos llamaban “eutrapelia”: la virtud de “saberse divertir”, el arte de divertirse bien, es decir, mucho. Esto no es una broma o una ocurrencia, Santo Tomás diserta muy sabiamente acerca de la eutrapelia, que creo que para él consistía principalmente en leer libros y dar clases; y para mí consiste en escribir novelas que es mucho más divertido que leerlas. Leer novelas, aunque sean novelones, es un deleite lícito y humano; contra la opinión del P. Luis
Martín, General S.J., que las llama “fábulas estúpidas y lascivas”.
“Yo he dado en Don Quijote pasatiempo
al pecho melancólico y mohíno
en cualquiera lugar y en todo tiempo…”,
porque la Templanza, así como comprende la abstinencia, la continencia y la renuencia, también comprende la eutrapelia, la afabilidad, la sociabilidad, la gracia en el hablar, el viajar, el cantar (pero cantar bien), el nadar, el domar potros (aunque esto tiene algo de la Fortaleza), el gusto artístico, el huir de los necios, el no comprar diarios y… la buena cocina. La mala cocina es un pecado contra la Templanza.
-¡Cómo que m´hi divertío anoche! –dijo el salteño. -¿Y qué hiciste? –
Comí arroz con leche.
La Templanza es católica, la moderación es protestante. Si la Templanza consistiese en la mera corrección externa del burgués, entonces los puritanos serían prodigios de virtud; y el Puritanismo, que rechaza todos los placeres o se avergüenza de los inevitables o indispensables, condena el teatro, la pintura y todas las bellas artes y se pasa la vida oprimiendo a sus hijos y a sus prójimos, no es virtud sino vicio: es el fanatismo de la negatividad. Esos dos grandes escritores ingleses, Chesterton y Belloc se pasaron la vida alardeando de su afición a la cerveza y su afición al vino respectivamente; y sus adversarios los tachaban de bohemios, viciosos y borrachos; y en realidad era el gusto de reírsele en la cara al Puritanismo inglés; y creo que hicieron más apología cristiana con sus vidas alegres que con todos sus libros de Apologética. Belloc escribió un largo poema al vino, “The Wine”, que es una de las cumbres de la poesía inglesa, tan rica hoy día; donde junto con el vino anda el viajar, el dirigir un velero, el hacer bromas, el hacer versos, el cenar con los amigos, el corregir los deberes de los hijos, pelearse con la mujer, polemizar con los protestantes – toda la eutrapelia, podía llamarse en vez de “The Wine”, “The Eutrapely”- para acabar con la buena muerte y el Santísimo Sacramento. Al pobre Belloc le vino por permisión de Dios un diluvio de desgracias al fin de la vida y tuvo que ejercitar la paciencia mucho más que la eutrapelia; pero sus cincuenta o sesenta años de eutrapelia no se los quita nadie. San Hilario Belloc: Hilario significa alegre, de donde viene “hilaridad”; y es otra de las palabras latinas que hemos perdido, hílaro, alegre.
Conclusión
En suma, el Liberalismo corrompió las virtudes cardinales naturalizándolas (puesto que el Liberalismo es Naturalismo religioso) y mutilándolas (puesto que el Liberalismo es falta de grandeza, es la idiosincrasia del comerciante); y en consecuencia suprimió las virtudes teologales, la Fe, la Esperanza y la Caridad.
La virtud es lo más allá que un hombre puede ser; el ensanchamiento, la plenitud del ser humano en cuanto humano; pero Cristo añadió otra plenitud, la plenitud del ser humano en cuanto sobrehumano, o sea elevado al orden sobrenatural. Desto, más adelante, si Dios quiere.
[1] Extraído de “Castellani por Castellani”, pp. 330-342, BAJO EXPRESO PERMISO DEL POSEEDOR DE LOS DERECHOS DE AUTOR. Hemos respetado el formato íntegro del original en papel. Versión revisada por D. Jorge Bosco: jorgeabosco@gmail.com
[2] Romanos 8, 6.
[3] Sobre esto, ver La Autoridad y sus Funciones, p. 82. [sic en el original en papel]
[4] El orden de las partes a las partes.
[5] El orden de las partes al todo.
[6] El orden del todo a las partes.
[7] Mateo 22, 39; Lucas 10, 27.
[8] Lucas 6, 35.
[9] Lucas 10, 29-37.
[10] Romanos 1, 14.
[11] 21, 8.
[12] Lucas 12, 5.
[13] Mateo 10, 16.
[14] Efesios 4, 26.
La Razón Histórica, nº13 , 2010 [44-51], ISSN 1989-2659. © IPS.