La condición social de los obreros (1891)

 

Mons. Mariano Casanova

 

  Arzobispo de Santiago de Chile [1833-1908] apasionado divulgador de la encíclica Rerum Novarum, fundador de la Universidad Católica de Chile y del Santuario de la Inmaculada Concepción del Cerro San Cristóbal (Chile).

 

 

SEÑOR DOCTOR MARIANO CASANOVA, ARZOBISPÒ DE SANTIAGO DE CHILE, DIRIGE AL CLERO Y FIELES AL PUBLICAR LA ENCICLICA DE NUESTRO SANTISIMO PADRE LEON XIII SOBRE LA CONDICION DE LOS OBREROS

Mons. Mariano Casanova, por gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica; arzobispo de Santiago de Chile.

Al clero y fieles de la arquidiócesis, salud y paz en el Señor.

Nuestro santísimo padre león XIII ha hablado nuevamente al mundo en un documento que bastaría por sí solo para inmortalizarlo. Este documento es la encíclica monumental del 15 de mayo del presente año, en que con admirable sabiduría resuelve el arduo problema de la cuestión social, que ha preocupado en este siglo a pueblos y gobiernos. Como incansable vigía, su mirada observa de continuo todos los puntos del horizonte moral para señalar a las sociedades cristianas la nube oscura que perseguía próxima tempestad. Y no contento con señalar el peligro que las amenaza, indica los medios de conjurarlo con infalible eficacia.

Tal es el objeto de su última encíclica. En ella señala al socialismo como un peligro formidable que amenaza destruir el fundamento mismo de la sociedad humana, estableciendo una igualdad de condiciones y de fortunas contrarias a su naturaleza y a las disposiciones de la Providencia. Esta doctrina desquiciadora ha hallado en todas partes numerosos adeptos, porque halaga la codicia de los desheredados de la fortuna con la expectativa de riquezas adquiridas sin trabajo. Los espíritus ligeros se convencen fácilmente de la aparente injusticia que creen descubrir en el hecho providencial de que hombres iguales en naturaleza sean desiguales en condición social; y esta falsa creencia va engendrando un funesto antagonismo entre los ricos y los pobres, los patrones y proletarios, los favorecidos de la fortuna y los desheredados de ella. Y este antagonismo, que se ahonda cada día con la propaganda socialista, no tardará mucho en convertirse en odio implacable, si alguna mano poderosa no contiene sus estragos.


Mucho se han afanado los sabios en buscar en la ciencia económica un remedio para esta grave dolencia; mucho han trabajado los gobiernos por contener el torrente con los enérgicos recursos del poder; muchos sistemas se han ideado para restablecer la armonía entre las dos clases sociales que se disputan la posesión de los bienes de fortuna. Pero todo esfuerzo ha resultado ineficaz.

En esta situación, León XIII hace oír su palabra en medio de la tempestad social para indicar a pueblos y gobiernos dónde se encuentra el único remedio que pueda curar la llaga mortal del socialismo. Ese remedio de divina eficacia se encuentra en el Evangelio, que enseña a los ricos el desprendimiento y a los pobres la resignación, que obliga a los unos a mirar a los pobres como hermanos, a interesarse por la suerte y socorrerlos en la necesidad, y que impone a los otros el deber de buscar en el trabajo honrado y en una conducta arreglada los recursos necesarios para la vida. Y el Papa, interponiéndose como mediador entre los capitalistas y los obreros, pide a los primeros que, moderando su sed de riquezas, no arrebaten al obrero la justa remuneración de su trabajo ni le impongan mayor carga que la que pueden soportar sus fuerzas, al mismo tiempo que recuerda al proletario la dignidad altísima del pobre a los ojos del Evangelio y el ejemplo del Salvador del mundo que, por amor a la pobreza, pudiendo ser el Rey más opulento de la tierra, file el obrero más humilde de Nazaret. Y, viendo que este antagonismo tiene por causa principal la ambición de riquezas, se empeña por moderarla con la consideración de que el hombre ha nacido para mayores destinos que la posesión de bienes caducos y vanos; que el hombre debe trabajar, porque el trabajo es ley providencial, pero haciendo del trabajo una virtud, es decir, un medio que le facilite la consecución de su eterno destino.

Y, aunque el recuerdo de las verdades cristianas bastaría para dar solución al gran problema social, León XIII no se contenta con ese recuerdo. Pide también sus luces y enseñanzas a la filosofía para demostrar que la doctrina niveladora del socialismo es impracticable, porque es contraria al orden natural y dañosa para los mismos a quienes se pretende favorecer. La desigualdad de condiciones y de fortunas nace de la desigualdad natural de talentos, aptitudes y fuerzas; y no está en la mano del hombre corregir esa desigualdad, porque no está en su mano igualar la condición de todos. Y sabiamente lo ha dispuesto así la Providencia, pues el día en que se nivelasen las condiciones y fortuna de los hombres, desaparecería la sociedad, que se funda en la reciprocidad de servicios que se prestan unos a otros. Y de aquí deduce el sabio Pontífice que no pueden ser enemigas las clases en que se divide la sociedad, sino que, al contrario, deben estar unidas, no solamente por los lazos de la comunidad de origen, de naturaleza y de destinos, sino también por los vínculos de mutuo interés. El rico necesita del pobre para el cultivo de sus campos, para extraer y beneficiar el oro de sus minas, para las variadas obras de la industria humana, para la construcción de sus edificios y hasta para la preparación de su alimento; el pobre necesita del rico para obtener los recursos de la vida con la remuneración de su trabajo. El uno y el otro se complementan como los diferentes miembros del cuerpo humano.

Además de la práctica de las enseñanzas evangélicas y de las virtudes cristianas, que hace al rico desprendido y caritativo y al pobre resignado y laborioso, recomienda la Santidad de León XIII el uso de ciertos medios humanos que pueden cooperar eficazmente a la curación de la llaga social. En este punto corresponde al Estado una parte muy considerable, ya sea procurando el bienestar general por medio de buenas leyes, ya sea reprimiendo con mano severa los atentados contra la propiedad, ya procurando mejorar la condición de la clase proletaria protegiéndola contra las exacciones injustas y las exigencias inmoderadas de la codicia, ya haciendo obligatoria la ley del descanso dominical, y, por último, procurando con su auxilio que se guarde y fomente la religión y florezcan las buenas costumbres en la vida pública y privada.

Toca también a los particulares una parte no pequeña en la extirpación del mal que aflige a la sociedad actual. Contribuirá a remediarlo todo lo que se enderece a aliviar la penosa condición de los proletarios; y entre los varios medios conducentes a este fin, ocupa, ajuicio del Papa, un lugar preferente la fundación de asociaciones de servicios mutuos, los protectorados o patronatos y otras análogas instituciones. En todo orden de cosas la acción común es mucho más eficaz que la acción individual; y, tratándose del alivio de las necesidades sociales, la experiencia de los siglos ha demostrado que la asociación es la manera más fácil de remediarlas. Por eso la Iglesia las ha multiplicado en su seno, de tal modo que no hay humana miseria que no encuentre alivio y remedio en alguna asociación de caridad. Y puesto que su eficacia es tan evidente, no debe el Estado estorbar su formación con leyes restrictivas de la libertad de asociación, no poniéndole otro limite que el que señalan la justicia, la moral y el bien público. Las asociaciones de obreros católicos dirigidas por hombres virtuosos y prudentes podrán llegar a ser, si se multiplican, puertos de salvación, no solamente para el pueblo que trabaja y que sufre, sino también para la sociedad doméstica y pública.

Tal es, amados diocesanos, expuesto en ceñidísimo resumen, el objeto de la encíclica De conditione opificum, que por su excelencia y oportunidad ha producido en el mundo tan honda sensación. Es tal vez el documento más acabado y más importante que ha salido de la docta y fecunda pluma del gran Pontífice, que ha cautivado al mundo con su sabiduría y prudencia. En ella se contiene la última y decisiva palabra entre la cuestión social que desde hace un siglo divide y apasiona los espíritus y de cuya resolución depende la suerte de la sociedad. La resolución dada por el Papa, apoyada en el Evangelio, en la filosofía y en los verdaderos principios de la ciencia económica, zanja las dificultades sin dañar ningún derecho y protegiendo con igual eficacia el interés de los ricos y de los pobres. Con lógica vigorosa pulveriza los errores antisociales que seducen a las masas, y los extraviados de buena fe volverán a buen camino convencidos y desengañados. De esta manera, el que por su misión en la tierra parece que no debiera preocuparse sino del bien de las almas, vela también con solicitud paternal por la suerte temporal de los pueblos cristianos. Y en esta ocasión como en tantas otras, el Papa será el salvador de la sociedad.

Con razón ha prestado el mundo una acogida tan favorable y entusiasta a este documento pontificio. Amigos y enemigos, obispos y gobiernos, diarios y universidades todo lo que sirve de órgano autorizado a la opinión pública, han expresado en términos encomiásticos la complacencia que les ha producido su lectura, y todos creen que la palabra infalible del Vaticano ha dado golpe mortal al socialismo contemporáneo en el momento en que parecía más seguro su triunfo. Los que no están dominados por el espíritu de secta le rinden homenaje de admiración; los otros guardan un silencio que parece significar la confesión de su impotencia.

Y a fin de que os penetréis, amados diocesanos, de la importancia de la encíclica, creemos conveniente transcribir el juicio que se han formado de ella hombres doctos y altamente colocados, comenzando por el episcopado, sea en las felicitaciones enviadas al Santo Padre, sea al publicar la encíclica.

El cardenal Foulon, arzobispo de Lyon, dice: "Esta enseñanza, de tan alto alcance, nos viene a la hora en que las cuestiones sociales agitan al mundo entero, al que da, con una autoridad infalible, la verdadera solución que en vano se esfuerza en buscar fuera del Evangelio".

El arzobispo de Rennes, cardenal Place, agrega: “Este documento es para mí uno de los hechos más considerables de nuestro siglo, uno de los actos más fecundos en consecuencias felices que haya emanado después de mucho tiempo, de la Cátedra Apostólica.

“El temido y complicado problema, considerado en toda su extensión, es estudiado en todas sus fases en luminoso y armónico desarrollo, sin preocupación de escuela, de sistema y de partido. Este documento pontificio es la carta de la verdadera economía social, y será el código de todo el que tenga la noble ambición de trabajar eficazmente en procurar la paz pública, la dicha de los pueblos, el mejoramiento material y moral de la clase obrera...... Esta Encíclica producirá el acuerdo entre los hombres de buena voluntad, agrupará a los enérgicos y encenderá una llama de apostolado que producirá frutos ciertos...".

El obispo de Vannes (Francia) se expresa así: "Sólo vos en el mundo, Santo Padre, estáis autorizado para servir de árbitro en este grave y universal debate de que dependen la tranquilidad y la dicha de los pueblos.

Si este documento magistral, que en nada cede a todos los otros que han señalado el curso de vuestro Pontificado, tan fecundo en palabras y en obras, fuese propagado en todas las clases de la sociedad, tranquilizaría a muchos espíritus inquietos, consolaría a muchos corazones ulcerados y contribuiría poderosamente a reconciliar a los hermanos divididos y a dar a cada uno lo que les es debido".

Refiriéndose a la encíclica, dice el arzobispo de Burdeos: “La palabra de Vuestra Santidad no ha menester del sufragio popular: ella tiene por sí misma su indiscutible autoridad y su soberano poder: es la luz, la expresión de la eterna verdad y por lo tanto está siempre segura de encontrar en todas partes la sumisión y la adhesión filial del mundo cristiano. Pero esta palabra tiene ahora, por el mérito personal que el mundo admira, una majestad y un brillo que obliga a los hijos a alabarla con los sentimientos de un vivo entusiasmo.

"El pueblo sabrá ahora mejor que el Papa es su padre y que los límites del Vaticano no pueden detener la caridad paterna que anima a Vuestra Santidad en favor del obrero cristiano en todos los lugares del mundo".

El obispo de Rochela dice así: “Habéis dado al mundo una solución clara y precisa a una cuestión de actualidad. Habéis probado victoriosamente, aún a los ojos de los incrédulos, que no os niegan sus elogios, que las doctrinas religiosas son las únicas capaces de moralizar a los pueblos.

En una época en que las escuelas de mentira e impiedad se han multiplicado hasta el exceso y han sacudido los fundamentos de la conciencia humana, Vos habéis consolidado este edificio tan conmovido. Habéis hecho flamear bien alto en los aires el augusto estandarte de Cristo, como lo habíais ya hecho en vuestras anteriores cartas.

Las sociedades encontrarán en la Encíclica la luz de que necesitan para entrar en el camino del orden, de la paz y de la grandeza".

El cardenal Langénieux, arzobispo de Reims, dice: “El universo entero, a estas horas, dirige al trono de Pedro sus acciones de gracia y la respetuosa expresión de su reconocimiento, porque una voz se ha oído que repite a la multitud, con un acento que llama la atención y atrae todos los corazones, la gran palabra del divino Maestro: misereor super turban!

En adelante la multitud de los obreros no ignorará que la Iglesia, a la vez que tiene palabras de vida eterna, posee también el secreto de asegurar su dicha temporal; que ella tiene una ciencia social cuyo olvido ha causado la ruina y la división que lamentamos y cuya observancia restablecería la prosperidad de los antiguos días".

No han sido menos explícitos los gobiernos civiles. En el Parlamento español, en la sesión de 30 de mayo, el Ministro del Interior don Francisco Silvela, haciéndose intérprete de los sentimientos del presidente del Consejo de Ministros, declaró, contestando a una interpelación del señor Nocedal, que "en todos los casos de presentación de nuevas leyes, el gobierno español no se separará ni mucho ni poco de los principios sociales y políticos que se contienen en la última Encíclica sobre la cuestión obrera. Los principios en que se inspira el gobierno de S.M. en las cuestiones sociales, son perfectamente conformes a las admirables enseñanzas de la Encíclica pontificia". Concluyó su discurso asegurando, a nombre del gobierno, que "en los límites de la esfera legislativa, las mencionadas enseñanzas de Su Santidad serán tomadas en consideración y obedecidas".

Pocos días después, el señor Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros, confirmó en el Senado cuanto había dicho el ministro Silvela en la otra Cámara, agregando que "hacía votos porque la doctrina de la Encíclica fuese observada por la generalidad de los pueblos y de los individuos, afirmando que si así sucedía, no sería necesaria la intervención del Estado en las cuestiones sociales". Agregó que se alegraba de encontrar en el mencionado documento “un íntimo conocimiento de las necesidades y de las circunstancias de la época” y concluyó diciendo que “puesto que al mismo tiempo que somos Ministros de la Reina y Ministros de un Estado Católico, tenemos la fortuna de ser nosotros católicos podemos declarar también con satisfacción que el espíritu, en el ideal, en la alta dirección, en todo aquello que debe informar todos nuestros actos y todas nuestras leyes, estamos enteramente de acuerdo con las ideas esenciales y fundamentales de la Encíclica de Su Santidad.

Los emperadores de Alemania y de Austria, el presidente de Francia y otros, han dirigido al Santo Padre mensajes de felicitación y de gratitud por la encíclica.

El juicio de la prensa amiga y enemiga es igualmente favorable.

No hay diario de cualquier color político que sea, que no haya hablado con interés de la encíclica. Es éste un verdadero plebiscito de la opinión pública en favor del Papa y de la doctrina católica respecto al gran problema que hoy se debate.

La misma prensa impía o protestante se ha hecho órgano de propaganda de la palabra vivificante del Vicario de Jesucristo.

El Pays, diario anticlerical, dice: “Esta Encíclica es el principio del siglo xx".

El Times, St. James Gazette, el radical Dundes Advetiser, el Anti Jacobin, la protestante Saturday Review, consagran largos artículos a la encíclica papal, en general llenos de sincera admiración, o al menos de la más alta consideración hacia este importantísimo documento.

El Temps, que representa exactamente las ideas del gobierno francés, ha aprobado el tono general, el trabajo tan completo y la suma prudencia de este documento.

El Soleil, órgano del Partido Conservador, hace un gran elogio de la enciclica "que ha venido en momento tan oportuno y que será el monumento más glorioso del reinado de León XIII, la gran carta económica del mundo moderno, con un espíritu conservador, liberal y democrático, y no contiene la panacea social sino enseñanzas que conviene que mediten especialmente los ricos".

La Europa, gaceta diplomática, compara "la política del Vaticano, noble, majestuosa, humanitaria, con la del gobierno de Italia, celosa, mezquina, vulgar".

El Petit Journal de París, cuya impresión pasa de un millón de números diariamente, dice: "Cualquiera que sea la opinión que se tenga es imposible no reconocer cuán elevados y generosos son los conceptos de León XIII y no ver la importancia de este documento.

"Es éste un acontecimiento considerable de que es necesario tomar nota y estudiarlo detenidamente".

La New Trice Presse de Viena, órgano del judaísmo, a pesar de que quisiera encontrar deficiencias en la encíclica, no puede menos que confesar "que este documento despierta la más viva simpatía, hace reconocer un espíritu elevado que se presenta rodeado de una aureola de reverencia y de cordial interés por los pobres.

Se propone como fin el mitigar los dolores de profunda herida y lo hace de un modo tal que ha de ser escuchado por todas partes con veneración y placer.

Manifiesta así el viejo Pontífice que no quiere cerrar los ojos a esta vida mortal sin haber puesto en uso y aprovechado en beneficio de los pobres todo su poder y dignidad".

La encíclica se levanta, agrega, "cual torre elevada sobre la literatura que inunda al mundo con el nombre de conservadora y cristiana.

El Pontífice no es solamente el Jefe Supremo de la Iglesia; es también un hombre docto, erudito, libre de toda preocupación o celo de casta y un amigo sincero de los trabajadores".

El Univers de París, escribe: "Nosotros pedimos la luz, y hemos tenido la luz. No es el hombre de una idea, de un sistema, de una escuela el que hemos escuchado, es la Autoridad".

El Journal de Jenpève encuentra en esta encíclica: "La pluma de un hombre de Estado educado en la severa escuela de Santo Tomás y adoctrinado en la experiencia de la vida y en el conocimiento de los hombres".

El Journal des Debats de París dice que: “La Encíclica del 15 de mayo despierta un interés mucho mayor que una simple curiosidad literaria".

La Italia observa que la encíclica "es un documento que merece ser estudiado atentamente aún por aquellos que tienen observaciones que hacerle".

La Opinione dice: "que este documento es de gran importancia no tanto por la solemne autoridad de que ha emanado, cuanto por la fuerza numérica e intelectual del gran partido católico que esperaba quizás la palabra del Pontífice para reunirse en un solo haz".

La Perseveranza empieza un largo artículo diciendo "que el documento salido del pensamiento y de la pluma del Pontífice es digno de la larga expectación que le había precedido".

La Nation de Bruselas, diario liberal, dice "que León XIII es del mismo temple que los grandes reformadores de la humanidad, cuyo nombre pasará glorioso a la posteridad como una de las más grandes figuras de nuestro siglo, debiendo tener su obra sobre la cuestión obrera consecuencias incalculables en el porvenir”.

El Journal des Tribunaux, de Bruselas, llama memorable la encíclica, y admirándola agrega: “Rara vez las cosas esenciales han sido dichas con más fuerza y elocuencia aún por los más fervientes partidarios. Nuestro testimonio de incrédulos no será sospechoso".

La Jermania dice en medio de los mayores elogios: "La Encíclica trata de la cuestión obrera ex officio, de un modo que en realidad agota la materia desde su más remoto origen hasta las últimas y más peligrosas consecuencias, desde los principios fundamentales y teóricos hasta los proyectos más prácticos y más pequeños".

La Kolnische Wolks Zeitung escribe: “Puede asegurarse que la última Encíclica no es superada por ninguna de las precedentes en el perfecto desarrollo, en la exacta combinación de sus partes, en la exactitud de las expresiones, en el colorido y fuerza de estilo, y se manifiesta en ella que el Pontífice ha hablado también como hombre político".

 

"Con verdadera satisfacción el centro alemán saluda este nuevo documento de la sabiduría pontificia".

Las universidades y sociedades sabias no han sido menos favorables al documento pontificio.

La Universidad Católica de Lyon dice: "Publicada en el día en que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, esta Encíclica es visiblemente ilustrada por un rayo de este Espíritu de luz y de amor. Nos atrevemos a decir que, de todos los oráculos que han descendido de la Cátedra de San Pedro, no hay ninguno que sea tan interesante ni más fecundo en felices consecuencias para el orden social y cristiano.

Desde la Epístola de San Pablo a Filemón que proclama la igualdad del esclavo y del hombre libre ante Dios, desde las graves enseñanzas de Gregorio el Grande, Inocencio III y Pío I, que tan poderosamente han contribuido a elevar la dignidad humana, no hay documento que exprese mejor el gran principio de la fraternidad predicado a los hombres por el Divino Fundador de nuestra religión" (Firman todos los profesores).

Seriamos interminables si pretendiéramos resumir las felicitaciones y agradecimientos dirigidos a la Santa Sede con este motivo por las Sociedades de Obreros, de Socorros Mutuos y Gremios Industriales del viejo Mundo.

Esta admirable uniformidad en la opinión ilustrada del mundo es la más elocuente demostración de la excelencia de esta obra.

Nosotros debemos congratularnos del valor y mérito de esta encíclica, no sólo como católicos, sino también como ciudadanos chilenos; porque sus enseñanzas llegan a nosotros en hora oportuna, en la hora de nuestra reorganización política y regeneración social. Hace ya tiempo que se notan en Chile manifestaciones socialistas que revelan la existencia de gérmenes malsanos en el seno de nuestro pueblo. Más de una vez hemos visto levantarse en huelga contra los dueños de establecimientos industriales a diferentes gremios de obreros, causando no pocos daños a la industria y privándose ellos mismos del jornal con que debían satisfacer sus necesidades. Hemos visto ataques tumultuosos a la propiedad particular, no solamente en situaciones normales, sino en épocas en que ninguna circunstancia extraordinaria podía servirles de excusa. Hemos visto con dolor y profunda extrañeza que se ha estado propagando por la prensa diaria doctrinas socialistas y empleando como recurso político el azuzamiento del pueblo contra los ricos y de la democracia contra la aristocracia. Pocas veces deja de producir consecuencias funestas esta propaganda antisocial, por lo mismo que es halagadora de las pasiones y aparentemente favorable al interés de las clases proletarias.

Procuraremos, amados diocesanos, contrarrestar esas doctrinas y extirpar de nuestro pueblo los gérmenes que hayan sembrado en él manos temerarias y corruptoras, poniendo en práctica los consejos que se contienen en la encíclica del Papa, cuya atenta lectura recomendamos encarecidamente.

Rogamos a los jefes de talleres o de industrias la circulen entre sus operarios y ojalá sea posible hacerla conocer a todos ellos. En Lyon de Francia fue impresa en grandes caracteres y fijada en los sitios más concurridos de la ciudad.

Esperamos poder más tarde, cuando las circunstancias lo permitan, insistir en la manera práctica de llenar los deseos del Santo Padre y aprovechar sus enseñanzas por medio de asociaciones.

Recomendamos a nuestros amados cooperadores en el sagrado ministerio y en particular a los párrocos, dar a conocer las verdades de la encíclica por medio de predicaciones populares, sea leyéndola en diferentes domingos, sea extractándola según mejor convenga a los fieles.

Igualmente deseamos que en todas las corridas de ejercicios de hombres, lo mismo que en las misiones durante el presente año, se destine una instrucción especial para exponer y recomendar la saludable doctrina de esta encíclica.

A los obreros de san José damos también la honrosa comisión de circular en los talleres la encíclica, para lo cual hemos ordenado hacer una edición popular y económica.

Dado en Santiago de Chile el dieciocho de septiembre de mil ochocientos noventa y uno.


Mariano Manuel Antonio Román Arzobispo de Santiago Secretario Por mandado de S.S. Iltma. y Rvma

 


Publicada en El Porvenir, Santiago, 24 de septiembre de 1891

 

 

 

La Razón Histórica, nº14, 2011 [56-63], ISSN 1989-2659. © IPS.

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