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La última etapa de Ramiro de Maeztu: Acción española y la conspiración antirrepublicana.

 

José Alsina Calvés

 

Licenciado en Biología (Universidad de Barcelona), Master en Historia de las ciencias y  doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona (España)

 

Resumen

En este artículo se pretende estudiar la última parte de la obra de Ramiro de Maeztu, tanto en sus aspectos intelectuales como de activismo político. Entre los primeros la fundación y dirección de la revista Acción Española y la elaboración de una filosofía contrarrevolucionaria de carácter idealista y ultramontano, así como sus estudios sobre la teoría y la mística de la Hispanidad. Entre los segundos su militancia en Renovación Española y su participación en las conspiraciones antirrepublicanas, que culminaron en la Guerra Civil y el asesinato del propio Maeztu.

Palabras clave: Acción Española, contrarrevolución, Hispanidad, ultramontano.

Abstract

This article aims to study the final part work of Ramiro de Maeztu´s work, both in its intellectual and political activism. Among the first ones the foundation and leadership of the Acción Española magazine, the development of an idealist and ultramontane counterrevolutionary philosophy, and the theorizing and mystique of the Hispanic world. Among the latter his militancy at the Renovación Española [political party] and its participation in the anti-Republican conspiracy which ended with the Civil War and Maeztu´s own assassination.

Keywords: Acción Española, counter revolution,  Hispanidadultramontainism.

 

Introducción.

Vamos a estudiar la última etapa de la vida y la obra de Ramiro de Maeztu. Esta se inicia con la caída de Primo de Rivera, que provoca la renuncia de Maeztu a su puesto de embajador en Argentina y su regreso a España, pero que viene marcada por un hecho fundamental: la caída de la monarquía y la proclamación de la república.

Para Maeztu, que ya ha completado su elaboración ideológica, doctrinal y política, este periodo presenta dos aspectos, que no son más que el anverso y el reverso de un proyecto común: su actividad ideológico-doctrinal y su activismo político. Ambas se funden en lo que será su última gran empresa, la dirección de la revista Acción Española, auténtico laboratorio ideológico de la extrema derecha antiliberal.

En sus artículos en Acción Española, Maeztu, junto con otros intelectuales monárquicos y ultra católicos, va construyendo toda una teoría de la contrarrevolución, con una fundamentación religiosa y filosóficamente idealista. Algunos historiadores han denominado a  esta construcción como teología política[1], en el sentido de que la fundamentación básica de la política se da en la teología y en la religión. Esta característica da al pensamiento contrarrevolucionario español unas notas distintivas, frente a otras construcciones de signo parecido, como la de Acción Francesa, de Maurras, de contenidos muchos más secularizados.

Pero Maeztu no se limitó a una actividad ideológica y doctrinal, sino que se comprometió a fondo con el activismo político. Militó en la Unión Monárquica Nacional primero, y en Renovación Española después, partido por el que fue diputado. Se alineó siempre con la tendencia más radical del monarquismo católico, rechazando las tesis gradualistas y accidentalistas de Gil Robles y la CEDA. Consideró siempre a la Republica como antesala de la Revolución, y por tanto la imposibilidad de actuar políticamente en el marco republicano.

Consciente de la imposibilidad de generar un movimiento de masas a favor de estas propuestas, toda su actividad política se dirigió a la provocación de un golpe militar, cuya finalidad fuera volver a la monarquía, pero no a la monarquía liberal de la Restauración, sino a un monarquía tradicional, es decir, autoritaria, antiliberal, corporativa y católica. Estas propuestas generaron una aproximación política entre el monarquismo radical alfonsino, con el tradicionalismo carlista, separados únicamente por una cuestión dinástica.

El devenir cada vez más sectario de la II República, acabó dando la razón a Maeztu y a sus amigos. La persecución religiosa, la quema de iglesias, el desprecio por la legalidad republicana por los propios socialistas reforzaron la actitud de rechazo a la Republica e hicieron inevitable la gran tragedia de la guerra civil, que acabó cobrándose la propia vida de Maeztu.

 

VINO LA REPÚBLICA

El 28 de enero de 1930 Primo de Rivera presentaba su dimisión ante Alfonso XIII y, poco después se exiliaba a París. Maeztu, embajador de España en Argentina, al enterarse de la caída del general presentó inmediatamente su dimisión, y el 19 de febrero regresaba a España.

La monarquía no sobrevivió a la Dictadura. Su agonía iba a durar apenas un poco más de un año: el 14 de abril de 1931 se proclamaba la República, solamente dos días después de una elecciones municipales que dieron la victoria a los candidatos republicanos en las principales ciudades de España, y provocaron la apresurada abdicación y huida del rey.

En este año de agonía la monarquía intentó volver a la constitución de 1876, es decir, al régimen de la Restauración. Para ello confió en antiguos políticos monárquicos no comprometidos con la Primo de Rivera, y marginó, de manera ostensible, a todos aquellos que habían colaborado con el Marqués de Estella. Pero precisamente el apoyo del rey a Primo de Rivera había provocado que significativos políticos monárquicos liberales, como Niceto Alcalá Zamora, Miguel Maura o Ossorio y Gallardo se hubieran alejado de la monarquía y de la propia persona de Alfonso XIII.

El nuevo gobierno fue presidido por el general Berenguer, oscuro personaje de perfil conservador, que intentó reconstruir el entramado caciquil para volver al sistema de la Restauración, y sin el menor propósito de modernización política. La etapa Berenguer fue conocida popularmente como la “dictablanda”.

En este ambiente poco tardó Maeztu en lanzarse a la actividad política. Su primera plataforma fue, significativamente, el Centro de Acción Nobiliaria, donde explicitó su teoría de la monarquía militar. Según esta tesis, España era un país invertebrado, carente de “unidad espiritual” desde el siglo XVIII, debido a la secularización social y política que la monarquía borbónica había propiciado. Solo el ejército era sostén real del poder político, y, por tanto, la “constitución real” de la sociedad española era la dictadura militar[2].

Obsérvese lo paradójico de la tesis de Maeztu: por una parte apoya a la monarquía borbónica, pero exigiéndole que asuma su auténtico papel de monarquía/dictadura militar. Por otro lado le reprocha ser la causa de la invertebración y “descatolización” de España. En realidad la monarquía que gustaba realmente a Maeztu era la de los Austrias, la monarquía católica[3]. De haber podido habría hecho girar hacia atrás la rueda de la historia y habría apoyado al archiduque Carlos de Austria frente a Felipe V.

Mientras tanto, los antiguos colaboradores de Primo de Rivera, que había muerto el 16 de marzo en París, no permanecieron inactivos. El 24 de marzo se reunieron en Madrid, en casa del conde de Guadalhorce, un grupo de ex ministros y partidarios de fallecido dictador, entre los cuales estaba su hijo José Antonio Primo de Rivera, y decidieron dar vida a un nuevo partido: la Unión Monárquica Nacional, que tomó su nombre de la desaparecida organización de los alfonsinos catalanes[4].

La UMN se dio a conocer en un manifiesto que vio la luz el 15 de Abril, entre cuyos firmantes encontramos a Maeztu, junto con Calvo Sotelo, Pemán, Ibáñez Martin (futuro ministro de educación con Franco) y el propio José Antonio. La asamblea fundacional del partido tuvo lugar en Madrid, el 7 de julio de 1930. A juzgar por la procedencia de los 119 delegados que asistieron en representación de 37 organizaciones provinciales, la mayor fuerza del partido se concentraba en Andalucía, Castilla la Vieja, Madrid y Cataluña[5].

La UMN fue el primer partido de la nueva derecha radical-autoritaria en España. Aunque mantuvo una innegable cohesión y una actividad muy intensa en su corto tiempo de existencia no logro ni siquiera agrupar a todos los sectores simpatizantes con la Dictadura. Los sectores más moderados y clericales, representados por el diario El Debate, aunque lo trataron con simpatía, veían en él un obstáculo para lograr una gran federación de familias neo derechistas. Otros, más a la “izquierda”, como el ex ministro de trabajo  Eduardo Aunós, optaron por su propio partido, el Laborista Nacional, cuyo programa se hizo público el 11 de abril, declarándose accidentalista respecto a la forma de gobierno, e insistiendo en la necesidad de construir un régimen corporativo.

Los sectores liberales y conservadores dinásticos, representados por el gobierno Berenguer y por el de Aznar, que pretendían hacer repuntar el sistema de la Restauración, se mostraron muy hostiles con el nuevo partido. También se mostraron muy hostiles las organizaciones de izquierdas, que veían en la UMN el embrión del fascismo español.

En realidad la UMN representaba la nueva derecha radical y autoritaria. Su continuación natural fue Renovación Española, partido en el que militaron la mayoría de los hombres que integraban la UMN, entre ellos el propio Maeztu. Entre un partido y otro hay una discontinuidad: la proclamación de la república.

La opción republicana no dejaba de ganar adeptos. El llamado Pacto de San Sebastián, que se concretó en agosto de 1930, dibujaba un amplio espectro político. Desde los antiguos monárquicos liberales pasados al republicanismo, acaudillados por Maura y Alcala Zamora, pasando por el catalanismo de izquierdas y el galleguismo de Casares Quiroga, hasta el sector reformista de PSOE, y el apoyo parcial del anarcosindicalismo. El frente republicano se vio reforzado por la adhesión de un importante sector intelectual, acaudillado por Ortega y Gasset (los antiguos liberal socialistas, entre los cuales había estado Maeztu), el cual había publicado en 15 de noviembre un artículo en El Sol titulado “El error Berenguer”, donde cargaba contra el proyecto de revitalizar la Restauración y donde escribió su famosa frase ¡Delenda est Monarchia¡[6].

El republicanismo llegó incluso a un sector del ejército. El 12 de diciembre de 1930 se sublevaron en Jaca los capitanes Fermín Galán y Garcia Hernandez, mientras que intentaban hacerlo en Cuatro Vientos los generales Queipo de Llano y Ramón Franco. Los primeros fueron fusilados, y los segundos consiguieron huir a Portugal. Queipo de Llano participaría posteriormente en el levantamiento del 18 de julio de 1936, lo que avala la tesis que esta sublevación militar no era, al menos al principio, antirrepublicana, sino contra el gobierno del Frente Popular.

Por aquellas fechas Maeztu inició los contactos con Eugenio Vegas y el Marques de Quintanar, para la fundación de una revista de pensamiento contrarrevolucionario. Se barajaron los nombres de Hispanidad, propuesto por Maeztu, y el de La Contrarrevolución, propuesto por Vegas. El proyecto cristalizaría posteriormente en Acción Española.

El 14 de febrero de 1931 cayó el gobierno Berenguer. Tras dos semanas de crisis y fallidos intentos, que evidenciaron la soledad de Alfonso XIII, con los sonoros rechazos de Santiago Alba, Sánchez Guerra y Melquiades Álvarez, se formó un gobierno bajo la jefatura del Almirante Aznar, y con exclusión de los primorriveristas. En el programa del nuevo gobierno figuraba la convocatoria de elecciones municipales, y a cortes constituyentes.

De acuerdo con este programa, el gobierno convocó el 23 de febrero la primera fase del proceso electoral, es decir las elecciones municipales, para el 12 de abril. Estas elecciones no tenían el menor carácter de plebiscito sobre la forma de gobierno.

En general, los monárquicos acudieron a las elecciones de forma bastante atomizada. En algunas provincias articularon candidaturas conjuntas, pero en muchas otras los monárquicos liberales no creyeron conveniente unirse a los primorriveristas. Fundamentalmente su campaña se basó en la apelación al miedo al cambio político, en ocasiones en tono francamente apocalíptico. Maeztu no quedo al margen, y profetizó “una horrorosa guerra civil” si ganaban los republicanos.

Los resultados de estas elecciones fueron un auténtico desastre para la monarquía y los partidos que la apoyaban. Aunque el número de concejales monárquicos fue mayor que el de republicanos, en todas las grandes ciudades triunfó la coalición republicano-socialista. Los resultados en las zonas rurales, con evidente mayoría monárquica, eran poco significativos, debido a los manejos caciquiles y a las tramas clientelares. A pesar de todo no había ningún motivo legal para que Alfonso XIII renunciara al trono, pero la percepción de no tener apoyo ni en el ejército ni en la Guardia Civil, y las manifestaciones populares celebrando el triunfo republicano incidieron en el ánimo del rey, que en su proclama “Al país” anunció su renuncia y su marcha de España.

No hubo una transición de monarquía a república. La II República Española iba a constituirse para llenar el vacío de poder provocado por Alfonso XIII al exiliarse. La Republica no fue fruto de un consenso nacional, pero tampoco puede decirse que hubo una imposición revolucionaria: los republicanos tuvieron que tomar el poder que el rey había abandonado.

A pesar de todo ello, el conjunto de las fuerzas derechistas vio en la Republica el fruto de la revolución. Desde los primeros momentos la II Republica estuvo lastrada por la división. Las políticas sectarias e intolerantes de los republicanos no ayudaron a establecer un clima de concordia, sino todo lo contario: las persecuciones políticas contra los monárquicos, la suspensión de publicaciones, la quema de iglesias y conventos, las ocupaciones de fábricas y de tierras estuvieron a la orden del día.

Aunque es cierto que los primeros gobiernos republicanos dictaron una serie de leyes progresistas y necesarias, como la reforma agraria, la sensación constante de anarquía y falta de control del orden público incidió sobre importantes sectores de la opinión pública, no especialmente monárquicos pero sí católicos y conservadores, que se sentían cada vez más amenazados, no ya por el gobierno de turno, sino por el propio régimen.

Desde el primer momento, entre las desalentadas y desorganizadas fuerzas derechistas, se perfilaron dos estrategias distintas ante la Republica: un amplio sector, agrupado en torno al diario El Debate y liderado intelectualmente por Ángel Herrera  se declaró “accidentalista” respecto a la forma de gobierno, y trató de participar en las instituciones republicanas sin hacer bandera de la monarquía, para defender los valores y los intereses católicos. De este sector surgiría Acción Nacional primero, Acción Popular después, y finalmente la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Su líder indiscutible fue José Mª Gil Robles.

Pero otro sector, integrado fundamentalmente por antiguos primorriveristas, adoptó una actitud absolutamente beligerante contra la Republica, a la que se propusieron derribar desde el primer momento. Sus líderes políticos fueron Antonio Goicochea y José Calvo Sotelo. Aunque participaron en la fundación de Acción Nacional, pronto se separaron y crearon su propio partido: Renovación Española. En este sector militó Ramiro de Maeztu desde el primer momento.

Los incidentes del 10 de agosto confirmaron la sensación de acoso por parte del régimen que sentían monárquicos y católicos. Este día se inauguró en Madrid el Círculo Monárquico, celebrándose un acto al que acudieron unas 300 personas. El perfil del acto era de monárquicos moderados, pues el único representante del sector radical era Antonio Goicochea. Al final del acto los asistentes escucharon las estrofas de la Marcha Real a través de un gramófono. Algunos asistentes salieron al balcón del edificio dando gritos a favor del rey y de la monarquía, lo que provocó las iras de algunos transeúntes. De las palabras pasaron a las manos, y el incidente fue creciendo, hasta convertirse en un motín popular.

Centenares de personas se dirigieron a las sede del diario ABC con intención de asaltarlo, pero una compañía de la Guardia Civil se lo impidió. En el enfrentamiento hubo varios heridos y dos muertos, lo que encendió aún más a la multitud. Al día siguiente se empezaron a quemar iglesias y conventos en Madrid y en otras ciudades de España. La fuerza pública patrullaba por las calles, pero no intervino por orden expresa del Ministro de la Gobernación, Miguel  Maura. La manera organizada como se realizaron los incendios hace sospechar que la maniobra estaba preparada desde hacía tiempo, y que el incidente con los monárquicos no fue más que la excusa.

Comentando estos incidentes Maeztu escribía a Eugenio Vegas “Usted y yo podemos tener una satisfacción interna. Las cosas no nos han tomado de sorpresa. Lo único sorprendente ha sido la ceguera de los que tenían ojos y no veían”[7] . Al propio Vegas, como consecuencia de aquellos sucesos en los que no había participado, se le impuso un arresto de dos meses en el castillo San Cristóbal, de Badajoz.

Las espadas estaban en alto. Pero Maeztu y sus amigos tenían claro que las espadas no bastaban. Faltaba también doctrina, y para ello nació Acción Española.

 

ACCIÓN ESPAÑOLA

En octubre de 1931 se constituyó la Sociedad Cultural Acción Española. Los estatutos fueron presentados a la Dirección General de Seguridad por dos estudiantes de Ciencias Químicas de la Universidad Central de Madrid, Luis Rivoir Álvarez y Estanislao Núñez Saavedra, ambos amigos de Eugenio Vegas Latapie, que era uno de los padres del proyecto junto con Maeztu. En una hoja fechada el 18 de noviembre se divulgó el reglamento de la asociación[8].

En diciembre de 1931, coincidiendo con la nueva Constitución republicana, vio la luz el primer número de la revista[9]. Esta se concibió, desde el primer momento, no como órgano de expresión partidista, sino como elemento de lucha ideológico- cultural, cuyo objetivo último era el restablecimiento de la hegemonía sobre la sociedad por parte del estrato anteriormente dirigente. La estrategia de Acción Española puede considerarse como “gramscista” (aunque no lo sean los contenidos) en el sentido de que considera la conquista del plano ideológico-simbólico de la sociedad como paso previo necesario a la conquista (en su caso reconquista) del poder político.

En la revista colaboraron representantes de los distintos sectores de la derecha y de la extrema derecha: alfonsinos, católicos accidentalistas de la CEDA, tradicionalistas carlistas, e incluso, aunque de forma esporádica, algún representante del naciente fascismo español, como Ramiro Ledesma. Sin embargo, los padres ideológicos del proyecto, Vegas Latapie y Maeztu, tenían muy claro que la conquista del poder político tenía que venir de la intervención militar, lo que aproximaba la revista a las tesis políticas de Renovación Española. El lema de la sociedad era de por si explícito: Una manu sua faciebat opus et altera tenabat gladium (una mano realizaba la obra y otra empuñaba la espada).

Aunque Eugenio Vegas Latapie y José Pemartin realizaron aportaciones notables a la construcción ideológica de Acción Española, fue sin duda Maeztu su líder intelectual indiscutible. Miembro del consejo de redacción desde la fundación de la revista, pasaría a ser su director desde 1933. En palabras del Marques de Quintanar, uno de los principales promotores y mecenas del proyecto “todos nosotros fuimos barro dócil en sus manos. Fue nuestro maestro y nuestro capitán, y el cerebro del movimiento doctrinal que se tituló Acción Española”[10].

Desde el primer momento Acción Española reivindico la memoria y la herencia de los grandes maestros del pensamiento tradicionalista y contrarrevolucionario español: Menéndez Pelayo, Jaime Balmes, Vázquez de Mella y Donoso Cortés. En consecuencia se declaró beligerante contra todo aquello que ellos consideraban relacionado con el pensamiento liberal y progresista: la generación del 98, el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza y la filosofía de Ortega y Gasset.

A nivel internacional, su principal punto de referencia fue la Acción Francesa de Charles Maurras, pero en este sentido hay que hacer matizaciones[11]. Acción Española tomó de su homónima francesa la idea de constituir un “trust” de cerebros, una sociedad de pensamiento capaz de penetrar en la sociedad civil y de crear un clima ideológico-simbólico favorable al monarquismo, al catolicismo y al nacionalismo autoritario. Pero la fundamentación metapolítica de ambos proyectos no es la misma. La Acción Francesa se desarrolla en una sociedad ampliamente secularizada, donde el catolicismo es un elemento cultural importante, pero no es la columna vertebral. Maurras partió del positivismo y del vitalismo bergsoniano para fundamentar sus tesis políticas.

En cambio Maeztu y sus amigos desarrollaron una autentica teología política, en el sentido más auténtico del término: todas sus tesis políticas se fundamentaban en la teología católica tridentina, y en la idea ultramontana de la sumisión de todo poder temporal a la Iglesia Católica. Por otra parte el papa Pio XI había condenado explícitamente a la Acción Francesa en diciembre de 1926, lo que obligaba aún más a los intelectuales de Acción Española a marcar distancias.

Desde el punto de vista sociológico resulta altamente indicativo revisar la lista de colaboradores, simpatizantes y mecenas de Acción Española[12] Lo primero que llama la atención es la profusión de títulos nobiliarios: entre los colaboradores el marqués de Quintanar (que firma como conde de Santibañez del Rio), y los marqueses de la Eliseda, del Saltillo, de las Marismas del Guadalquivir y de Lozoya. Entre los simpatizantes y protectores encontramos al marqués de Albayda, al conde de Bárcenas, al marqués de Camposanto, al vizconde de Casa Aguilar, al conde de Casal, a la duquesa de Durcal, al conde de Eaga, al conde de Elda, al marqués de Fuentes, al conde de La Granja, al conde de Haro, al marqués de Hazas, al marqués de Yturbieta, al marqués de Manzanedo, al marqués de Orellana, al marqués de Sales, a la vizcondesa de San Enrique, al conde de Torneros, al conde de Vega Florida y al marqués de Villarubia de Langre entre otros.

No hay que olvidar que la primera dotación económica para la fundación de Acción Española fueron cien mil pesetas (para entonces una autentica fortuna) entregadas por los marqueses de Pelayo al general Orgaz en julio de 1931 en una primerísima trama antirrepublicana. Abandonado el nonato proyecto de sublevación, Fuentes Pila entregó el dinero al marqués de Quintanar, que se convirtió así en el capital inicial de la empresa.

El  mundo de la empresa, de la banca y de los negocios estaba también presente en Acción Española. Entre otros encontramos a José Calvo Sotelo, presidente del Consejo de Administración del Banco Central; a Jesús Marañón, consejero de Standard Eléctrica y Secretario de la Sociedad Financiera y Naviera; a José María Pemán y Pemartín, terrateniente, casado con María del Carmen Domecq y Rivero, de la casa Domecq, y a Víctor Pradera Larrumbe, con participaciones en la papelera Laurak-Bat y la Compañía Eléctrica Donostiarra, entre otros.

El clero y los militares también estuvieron representados en Acción Española. Entre los primeros hay que destacar a Zacarías Vizcarra, Rafael Alcocer, Sor Cristina de Arteaga y al cardenal Isidro Gomá y Tomás. Entre los segundos a los generales Sanjurjo y Juan Antonio Ansaldo, al teniente coronel Jorge Vigón, y al más conocido como psiquiatra, Juan Antonio Vallejo Najera.

Hay también en la nómina de Acción Española una buena representación de docentes, tanto de catedráticos de instituto como de universidad. Hay que destacar a Eugenio Montes, discípulo de Ortega y Gasset y catedrático de filosofía del Instituto de Enseñanza Media de Cádiz; a Pedro Sainz Rodríguez, catedrático de bibliología de la Universidad de Madrid y futuro ministro de Educación en el primer gobierno de Franco. Hay también dos destacados científicos: Antonio Gregorio Rocasolano, bioquímico, profesor de la Universidad de Zaragoza, y Julio Palacios, catedrático de termología en la Universidad de Madrid, y jefe de sección en el laboratorio de Investigaciones Físicas, que jugará un importante papel en los inicios de la reconstrucción de la ciencia española en el primer franquismo. Hay que destacar también a José Corts Grau, catedrático de Derecho Natural en el Universidad de Granada, a Fernando Enriquez de Salamanca y Danvila, profesor de Patología Medica en Madrid, director de la revista Medicina y Presidente de la Academia de Medicina, y a Juan de la Cierva, inventor del autogiro.

Merece mención especial la relación entre los representantes intelectuales del fascismo español (Falange y las JONS) con Acción Española. Ramiro Ledesma colaboró con un sola artículo, en los inicios de la revista. José Antonio Primo de Rivera mantuvo buenas relaciones con la revista, pues allí estaban muchos de las antiguos colaboradores de su padre, de la mano de los cuales se inició en la política. Su discurso fundacional de Falange Española, en el teatro de la Comedia de Madrid el 29 de octubre de 1933, fue comentado y elogiado por Jorge Vigón[13] en Acción Española. Era un discurso donde abundaban los tópicos tradicionalistas, y del que el propio Vigón, a pesar de sus elogios, pone en duda la presunta “novedad”. Pero a medida que José Antonio fue radicalizando su discurso se fue alejando cada vez más de los planteamientos de Acción Española.

Otros falangistas, o futuros falangistas, escribieron en Acción Española. Rafael Sánchez Mazas, periodista y novelista y amigo personal de José Antonio, trabajó para el diario ABC y fue colaborador habitual de la revista. Ya hemos mencionado al catedrático de filosofía Eugenio Montes, amigo de Ramiro de Maeztu, y también militante de Falange Española. Pedro Mourlane Michelena, otro escritor falangista, también estuvo relacionado con Acción Española, pero de una forma peculiar: desde el primer momento se ocupó de las crónicas internacionales, con el seudónimo de J. Hurtado de Zaldivar; pero al mismo tiempo era colaborador de El Socialista, probablemente por su amistad personal con Indalecio Prieto, lo que acabó provocando su expulsión de la nómina de Acción Española[14].

Con todos estos datos podemos ya diagnosticar a que fuerzas sociales representó Acción Española. Eran los sectores sociales dominantes durante la monarquía (y por tanto de la Restauración), es decir, la aristocracia terrateniente y con intereses empresariales y financieros y una naciente, aunque pequeña, alta burguesía. Para estos sectores la Republica había significado un desastre sin precedentes, y una pérdida importante de poder político, aunque no de influencia social. Pero además veían detrás de la Republica el peligro inminente de la revolución comunista.

El protagonismo intelectual y político de Maeztu entre estos sectores no deja de estar plagado de paradojas. El antiguo crítico de las oligarquías, el defensor de la necesidad de una burguesía emprendedora, el antiguo partidario de un socialismo “gremial”, el crítico al Estado autoritario, se ha convertido en un “escudero” de los sectores más reaccionarios de la sociedad española, los que bloquearon durante siglos la modernización y la europeización de España y los principales enemigos de cualquier forma de regeneracionismos.

A nuestro modo de ver la clave psicológica de la actitud de Maeztu es el miedo, miedo que ya ha empezado a manifestarse en la última etapa de la Dictadura de Primo de Rivera. El miedo a la revolución comunista, que los dirigentes republicanos y socialistas no dejan de alimentar, bloqueó en Maeztu sus iniciales proyectos de liderar una “tercera via” (liberal-socialismo, socialismo kantiano, socialismo “gremial”) y lo llevó a los brazos de la reacción pura y dura, todo ello envuelto en una mística del sacrificio y de la muerte.

 

LA FILOSOFÍA DE LA CONTRARREVOLUCION

Tal como ya hemos señalado, el proyecto de Acción Española es metapolítico, en el sentido que más allá de la lucha política diaria, de la cual no se distancia, aspira a la construcción de un modelo teórico de la contrarrevolución, y es también “gramscista” en la medida que considera que la conquista del espacio ideológico-simbólico es el paso previo a la conquista del poder político.

En este sentido, la labor teórica y de fundamentación de la contrarrevolución que se realiza desde las páginas de Acción Española, y en la cual Maeztu tuvo un protagonismo fundamental, puede subdividirse en dos importantes capítulos: la “teología política” y la mística de la Hispanidad.

 

Teología Política 

Tal como ha señalado Pedro González Cuevas[15], el concepto “teología política” sintetiza perfectamente el proyecto político fraguado desde las páginas de Acción Española. La clave se encuentra en el retorno a lo pre-moderno, con una fundamentación religiosa (católica) compartida de manera acrítica, y con una base filosófica en el idealismo objetivo.

Ya nos hemos referido en otras ocasiones al fundamento idealista- platónico del pensamiento de Maeztu, al menos desde que escribió La crisis del humanismo[16]. Pero Maeztu recogió también la filosofía del espíritu sistematizada por Nicolai Hartmann[17], al que había conocido en su estancia en Marburgo. El espíritu objetivo no tenía existencia propia fuera de los individuos, pero tampoco era un agregado de individuos, ni se identificaba con la mera suma de todos ellos; necesitaba a la colectividad y era la vida espiritual en su totalidad.

A partir del apriorismo kantiano y de la filosofía de Hartmann, Maeztu desarrolló su tesis del espíritu, que fundamentaba la existencia de un universo ideal, capaz de trascender lo temporal y lo factico. En las antípodas del historicismo, postula que por debajo de las realidades que pasan y se transforman, encontramos una realidad que permanece.

Para Maeztu el espíritu tenía su base en las categorías ideales empleadas en todo el ámbito del conocimiento humano; constituía  el conjunto de normas trascendentales en sentido kantiano, entidades a priori, validas como reglas universales de racionalidad, y con un claro trasfondo platónico. Este absoluto epistemológico, es decir fuera de la dimensión temporal, implicaba un absoluto ontológico, que era a la vez fundamento del mundo, perfecta sabiduría y perfecta bondad. Poder, Saber y Amor, eran los atributos divinos, las tres esferas de la realidad, a través de las cuales se ascendía a la Divinidad Única. Dios era el espíritu, pero espíritu consciente, a diferencia del hegeliano.

Tal como ya hemos comentado anteriormente, la filosofía política contrarrevolucionaria de Maeztu y de Acción Española es teología política, en el sentido más literal del término. En consecuencia su concepción de lo que es Dios es fundamental para entender su discurso ideológico. Tal como ha mostrado Gilson[18] el atributo fundamental de Dios, al menos en la tradición cristiana, es ser el “ser” por excelencia, el ser por si mismo (“yo soy el que soy”), el Ser necesario que contrasta con la contingencia de los otros “seres”, el Ser en el cual coinciden “esencia” y “existencia”.

De forma coherente con está concepción de la divinidad Maeztu y sus amigos de Acción Española rechazaron en Dios del deísmo, respetuoso de la naturaleza y sus leyes y enemigo de manifestarse directamente, y reivindicaron el teísmo, con un Dios soberano, personal e interventor providencial en el curso de las cosas.

Así pues, en la perspectiva de Maeztu, Dios es un ser trascendente, encarnación de los tres poderes supremos universales: Poder, Saber y Amor. A la manera de San Agustín[19] estos se conciben como ideas inmutables y necesarias, engendradas por Dios desde la eternidad por la fecundidad de su ser.

Lejos de ser el resultado de una ciega fatalidad, el mundo es la obra de una sabiduría suprema, que sabe todo lo que hace, y no puede hacerlo sino porque eternamente los sabe. Todo ello desemboca en una visión providencialista de la historia, entendiendo por providencia la ley eterna, que es regla y prescripción, que emana de Dios como regidor del mundo.

La Historia se concibe como una gigantesca lucha entre el Bien y el Mal, entre la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo. El ser humano, por si solo, no puede resistir al mal. De acuerdo con la teología católica del pecado original, Maeztu rechaza la tesis de la bondad natural del hombre, que ya se manifestó en la herejía pelagiana y que la Iglesia condenó en sus primeros tiempos, y según la cual la voluntad y la razón humana eran autosuficientes.

Para Maeztu el hombre, el “hombre natural”, es una criatura movida por pasiones, y por el afán de poder y de dominio sobre otros hombres[20]. De esta visión pesimista del ser humano se derivaba la apertura necesaria de la moral a la religión, y en consecuencia la negación de la autonomía de la razón y de la ética.  Sin la revelación impera el error moral, pues la razón humana es incapaz de distinguir el bien del mal. La libertad humana es interpretada en su sentido ontológico, no empírico: solamente en el ámbito de la verdad revelada puede darse la verdadera libertad humana, guiada por el Espíritu  Santo. Se niega, por tanto, la autonomía intelectual para propagar el “error”.

Es especialmente relevante en este discurso contrarrevolucionario la idea del tiempo, que adquiere en la mayoría de los colaboradores de Acción Española una dimensión trágica, producto de un “horror a la historia”, lógico en aquellos que se habían erigido en intelectuales orgánicos de las clases dirigentes tradicionales. En este sentido las aportaciones más notables vinieron de la mano de José Pemartín, que tomo de Bergson su concepción del tiempo.

Para Pemartín el tiempo no representaba el principio de la destrucción, sino que equivalía a “duración”, pervivencia del pasado en el presente y penetración en el futuro[21]. Pemartín argumentaba a favor de su tesis que la física relativista moderna había superado la concepción newtoniana de tiempo absoluto, y que consideraba al tiempo como una dimensión más del espacio, lo que quebraba el principio de simultaneidad. Así el tiempo adquiría una dimensión diacrónica, que permitía subordinarlo a valores “eternos o supratemporales”[22].

De acuerdo con esta fundamentación filosófica solo cabía una concepción de la historia: la del “regreso”, opuesta a la concepción del “progreso”. Había que regresar a la Edad Media, al menos a sus concepciones fundamentales, auténtica Edad de Oro de la humanidad. Maeztu, siguiendo a Hartmann, pensaba que aunque hubiese tenido lugar una mutación dialéctica en un saber operativo completo, no por ello se hacían caducos los demás componentes del espíritu objetivo, sino que se abría para ellos el recurso de la “tradición”, la cual abría el camino a la “restauración”.

El tema de la Edad Media fue completado por José Mª Pemán[23], considerada como antítesis de la Época Moderna, y entendida no tanto como un periodo histórico concreto, sino como una constante historiológica, o eón, concepto a su vez tomado de Eugenio D’Ors.

La historia de los cuatro últimos siglos era una historia de errores, de caída y de decadencia. El Renacimiento, la Reforma, la Ilustración y la Revolución Francesa marcaban los hitos que llevaban hacia la última revolución: la revolución social y la implantación del comunismo. Pero la contrarrevolución era posible, porque la historia carecía de sentido, y porque gracias a la Providencia Divina era posible el “regreso” a una Nueva Edad Media que fuera otra vez teofanía, es decir manifestación de Dios, y jerarquía, es decir, participación ordenada de todos los seres en su esencia.

En principio esta “teología política” desarrollada por Acción Española, con la contribución fundamental de Maeztu, sentaba los principios metapolíticos para la acción contrarrevolucionaria y antirrepublicana. Había, pero, otro elemento esencial: la mística de la Hispanidad.

 

La Hispanidad

La mística de la Hispanidad es una de las aportaciones fundamentales de Maeztu al discurso ideológico de Acción Española. Aparece recogida y estructurada en su libro Defensa de la Hispanidad, pero en realidad casi todo el libro es una recopilación de artículos publicados previamente en la revista de Acción Española.

El hispanismo de Maeztu no tiene nada que ver con el nacionalismo secular que se desarrolla en el siglo XIX y llega a su apogeo con los movimientos fascistas. No debe extrañarnos, pues el nacionalismo moderno nace con la Revolución Francesa, al igual que el liberalismo, aunque en su desarrollo posterior acabe oponiéndose al mismo. Algunos autores han hablado de la ambigüedad nacionalista de Maeztu[24]. Aunque es indudable que el primer Maeztu fue un nacionalista español[25], el hispanismo de su etapa final tiene poco que ver con el nacionalismo moderno.

La desconfianza de Maeztu hacia el Estado es una constante en su pensamiento. En su primera etapa esta desconfianza toma la forma de un liberalismo anarquizante, después de una oposición de “sociedad” frente al Estado.  En su última etapa entiende que el único Estado legítimo es la monarquía católica, que solamente se justifica por subordinar su política secular a la propagación y defensa del Catolicismo bajo el magisterio de la Iglesia. Es ultramontanismo en estado puro.

Para Maeztu, España no tiene sentido sin la Hispanidad, entendiendo por tal la proyección universal de lo español, subordinado al catolicismo, y que se manifestó en la historia en la aportación española a la Contrarreforma, especialmente  en Trento, y en la conquista y cristianización de América. La Hispanidad no tiene nada que ver con las raíces telúricas de lo español, ni con la raza, ni con el territorio, ni con nada vinculado al hombre natural. La Hispanidad es Espíritu, algo que emana de “lo alto”.

La Hispanidad, desde luego, no es una raza […] Sólo podría aceptarse en el sentido de evidenciar que los españoles no damos importancia a la sangre, ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido por aquellas características que pueden transmitirse a través de las oscuridades protoplasmáticas, sino por aquellas otras que son luz del espíritu, como el habla y el credo. La Hispanidad está compuesta por hombres de las razas blanca, negra, india y malaya, y sus combinaciones, y sería absurdo buscar sus características por los métodos de la etnografía-

También por los de la geografía. Sería perderse antes de echar a andar. La Hispanidad no habita una tierra, sino muchas y muy diversas[26].

Para Maeztu no puede entenderse la Hispanidad sin entender una forma específica de humanismo, el “humanismo español”, que fue la gran aportación de los teólogos españoles al concilio de Trento, y este se basa, aunque pueda parecer paradójico, en la creencia profunda en la igualdad humana, entendida como igualdad “esencial” e igualdad ante Dios.

Este humanismo es una fe profunda en la igualdad esencial de los hombres, en medio de las diferencias de valor de las distintas posiciones que ocupan y de las obras que hacen […] Este humanismo español es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia Católica. Pero ha penetrado tan profundamente en las conciencias españolas que la aceptan, con ligeras variantes, hasta las menos religiosas. No hay nación más reacia que la nuestra a admitir la superioridad de unos pueblos sobre los otros o de unas clases sociales sobre las otras[27].

A este humanismo español se opone lo que llama Maeztu “el humanismo del orgullo”, y este se fundamenta, y no es casualidad, en la doctrina protestante de la predestinación. Que una persona, un grupo, una clase o un pueblo entero, se considere elegida por Dios y destinada a la salvación le parece a Maeztu algo inconcebible, y contrario al espíritu de la Hispanidad.

(El español) no iguala a los buenos y a los malos, a los superiores y a los inferiores, porque le parecen indiscutibles las diferencias de valor de sus actos, pero tampoco puede creer que Dios ha dividido a los hombres de toda eternidad, desde antes de la creación, en electos y réprobos. Esto es la herejía, la secta: la división  seccionamiento del género humano. El sentido español del humanismo lo formuló Don Quijote cuando dijo “Repara, hermano Sancho que nadie es más que otro si no hace más que otro”[28]

Para Maeztu la Hispanidad es universalidad (de aquí las dudas sobre si su hispanismo puede considerarse nacionalismo), porque está al servicio del catolicismo. Así la monarquía católica que dio forma al Imperio Español partía del principio ultramontano de supeditación al poder espiritual representado por la Iglesia.

Estos principios se pusieron en manifiesto, siempre según Maeztu, en la conquista española de América, tan distinta de los procesos de colonización protagonizados por otras potencias como Inglaterra.

Cuando Alonso de Ojeda desembarcó en las Antillas, en 1509, pudo haber dicho a los indios que los hidalgos leoneses eran de una raza superior. Lo que les dijo textualmente fue esto. “Dios Nuestro Señor, que es único y eterno, creó el cielo y la tierra, y un hombre y una mujer, de los cuales vosotros, yo y todos los hombres que han sido y serán en el mundo, descendemos”. El ejemplo de Ojeda lo siguen después los españoles diseminados por las tierras de América: reúnen por la tarde a los indios, como una madre a sus hijuelos, bajo la cruz del pueblo, les hacen juntar las manos y elevar el corazón a Dios[29].

La Hispanidad es para Maeztu una empresa misional, incomprensible sin el catolicismo. Es la concreción sociopolítica de la teología de Trento, con un especial énfasis en la igualdad esencial de todos los hombres, en su capacidad de alcanzar la salvación eterna, y por tanto en su frontal oposición a la doctrina protestante de la predestinación.

Mantenemos nosotros la libertad, porque el hombre está constituido de tal modo que, por grandes que sean sus pecados, le es siempre posible enmendarse, mejorar y salvarse. También puede seguir pecando hasta perderse, porque lo que se dice con ello es que la libertad es intrínseca a su ser y a su bondad[30].

Pero Maeztu llega más lejos aún, y afirma que los tres principio básicos de la revolución francesa, Libertad, Igualdad y Fraternidad, proceden de la secularización y degeneración de principios católicos, y, por tanto hispánicos.

Estos principios de libertad, igualdad y fraternidad, son los que proclamó la revolución francesa y aun sigue proclamando la revolución en general. Francia los ha esculpido en sus edificios públicos. Es extraño que la revolución española no los haya proclamado para sí ¿Los habrá sentido incompatibles con su propio espíritu? ¿Sospechará vagamente que, en cuanto realizables y legítimos, son principios cristianos y católicos?[31].

Paradójicamente, los tres grandes lemas de la Revolución son reinterpretados a través del prisma del humanismo hispánico: Libertad para elegir entre el Bien y el Mal, es decir para salvarse o condenarse; Igualdad esencial de todos los hombres ante Dios, y Fraternidad que deriva de ser todos los seres humanos hijos de Dios.

Para Maeztu la crisis de la Hispanidad, que culmina con la independencia de las naciones hispanoamericanas, y cuyo epílogo trágico es la derrota de España frente a Estados Unidos del 98, empieza en la metrópoli española, y coincide con el cambio de ciclo de la monarquía católica, encarnada por los Austrias, a la monarquía militar y territorial, es decir moderna, encarnada por los Borbones.

Esta tesis, aunque contenga una parte de verdad y aparezca razonada y documentada en los escritos de Maeztu, no deja de ser paradójica y contradictoria con las propias posiciones políticas que el propio Maeztu sostenía en aquellos momentos. Sus continuos llamamientos al golpe de estado  que volviera a colocar en el trono al monarca borbón para que este actuara como dictador militar. Si la monarquía militar y territorial de los Borbones había sido la causa de la decadencia española ¿Cómo iba a ser esta misma monarquía militar la base para el renacimiento hispánico?

Pero volvamos a la tesis de Maeztu. Mientras la idea de la monarquía católica (es decir, universal) mantuvo su vigencia, no hubo ningún problema, incluso en momentos de crisis histórica como fue la Guerra de Sucesión.

Estas fueron las dos condiciones de la prosperidad de los pueblos hispánicos: el ideal y la autoridad comunes, y la más importante de las dos fue el ideal. Ello se pudo ver en los quince años de la Guerra de Sucesión. Faltó el Rey, pero los americanos y los filipinos dejaron que los españoles decidieran si había de ser Carlos de Austria o Felipe de Borbón, y siguieron obedeciendo a la idea platónica de un Rey inexistente[32], en cuyo nombre gobernaban los virreyes y hacían justicia las audiencias[33].

Entre la guerra de Sucesión, que no provoca ninguna crisis en la Hispanidad, y la guerra de la Independencia, a partir de la cual se inicia el proceso secesionista, es cuando, siempre según Maeztu se ha producido la autentica crisis de la Hispanidad. La responsabilidad es de la política ilustrada, especialmente la de Carlos III, que ha sustituido la monarquía católica por el estado absolutista moderno siguiendo el modelo francés.

En su libro sobre Libertad y Despotismo en Hispanoamérica, Mr. Cecil Jan ha dicho que “Carlos III fue el verdadero autor de la Guerra de la Independencia” […] Es demasiada culpa para un hombre solo. Alguna cabría a sus antecesores y a los virreyes, gobernantes, magistrados y militares, muchos de ellos masones, que España enviaba a América en el siglo XVIII, llenos de lo que creían un espíritu nuevo. La responsabilidad fue, en suma, de la España gobernante en general, que renegaba de sí misma, en la esperanza de agradar a las naciones enemigas[34].

La misma guerra de la Independencia americana la interpretaba Maeztu como una guerra entre españoles, y paradójicamente, veía en los insurrectos una rebeldía, no contra España, sino contra la traición borbónica la ideal de la monarquía universal católica.

Pero la propuesta de Maeztu no era solamente un mirar al pasado y en diagnosticar las causas de la ruina. Creía estar viviendo unos momentos históricos en que las ideas de la modernidad estaban en crisis (observación bastante acertada) y que por lo tanto las formulas de la Hispanidad, tal como él las entendía, podían volver a tener vigencia. En suma, que la vuelta al pasado podía ser una alternativa a la crisis del presente.

Ante el fracaso de los países extranjeros, que nos venían sirviendo de orientación y guía, los pueblos hispánicos no tendrán más remedio que preguntarse lo que son, lo que anhelaban, lo que querían ser. A esta interrogación no puede contestar más que la Historia […] ¿Cuál no será entonces la sorpresa de los pueblos hispanos, al encontrar lo que más necesitan, que es una norma para el porvenir, en su propio pasado, no el de España precisamente, sino en el de la Hispanidad en sus dos siglos creadores, el XVI y el XVII? Así es, sin embargo[35].

La teología política y la mística de la Hispanidad fueron los dos puntales de la ideología contrarrevolucionaria que se fueron gestando desde Acción Española, y que fueron penetrando  en diversos sectores de la sociedad española. Fueron la fuente ideológica de la que bebió la extrema derecha antiliberal y que animaron su lucha contra una Revolución, que se veía como algo inminente, y contra una República que se interpretaba como su avanzadilla.

Maeztu no fue el único pensador de la contrarrevolución, pero si se le puede considerar como el director de orquesta de este “trust” de cerebros que fue Acción Española. Pero Maeztu no se limito a esto: también participó activamente en la lucha política. Militante de Renovación Española, diputado en Cortes, orador en mitines…Aunque en el terreno político no tuvo el mismo liderazgo que en el terreno intelectual (este papel lo asumieron Goicochea y Calvo Sotelo) nunca dejó de participar en el mismo.

 

RENOVACIÓN ESPAÑOLA Y CONSPIRACIÓN ANTIRREPUBLICANA

El 13 de enero de 1933, la prensa monárquica publicó una carta de 76 alfonsinos que solicitaban a Goicoechea que se pusiera al frente de una operación política propia[36]. Unos días antes, concretamente el 8 de enero, el mismo Goicoechea había dimitido de todos sus cargos de Acción Popular, el partido católico dirigido por Gil-Robles, que representaba la alternativa posibilista y defendía la “accidentalidad” de las formas de gobierno.

Por aquellas fechas Acción Popular se hallaba en un proceso de fusión con la Derecha Regional Valenciana y otros grupos menores, en lo que sería la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), proceso que iba a culminar con un congreso constituyente a finales de febrero. Los alfonsinos querían que antes que este proceso culminara tener ya un partido propio.

El dia 9 de febrero tuvo lugar una reunión en Madrid, en la que constituyo una Junta directiva, con Goicoechea como presidente, en la cual figuraba Maeztu. Los integrantes del futuro partido procedían en su inmensa mayoría del maurismo y del primorriverismo. El nuevo partido, que adoptó el nombre de Renovación Española confiaba en que su lanzamiento iba a provocar un “sorpaso” de monárquicos que militaban en el partido de Gil Robles, pero no fue así. Renovación Española fue siempre un partido minoritario, con una escuálida representación parlamentaria y sin ninguna capacidad de movilización de masas.

Pero esto no significa, ni mucho menos, que no tuviera una participación importante en los acontecimientos que iban a producirse en España hasta el inicio de la guerra civil. En primer lugar porque su concepción elitista de la política le llevó a ser un partido de cuadros, de personas con gran influencia en la vida económica, social y cultural de España. En segundo lugar porque su minoría parlamentaria fue muy activa, y actuó siempre como un factor de radicalización de la vida política, empujando a la CEDA, grupo mayoritario en la derecha española, hacía posiciones de extrema derecha. En tercer lugar sus  buena relaciones con el estamento militar le convirtieron en principal elemento de la “trama civil” del levantamiento del 18 de julio.

Aunque como ya hemos indicado los líderes políticos de Renovación fueron Goicoechea y Calvo Sotelo (que fundaría posteriormente el Bloque Nacional) el puesto de ideólogo principal lo ocupó sin duda Ramiro de Maeztu. No nos referimos solamente al discurso doctrinal elaborado desde las páginas de Acción Española, sino la convencimiento profundo de que con la Republica no cabían componendas de ningún tipo, sino que había que ir pura y llanamente a su destrucción. Esta fue la estrategia política seguida siempre por Renovación y el Bloque Nacional.

Para Maeztu y sus amigos la estrategia posibilista de Gil Robles era suicida, absurda y contradictoria, y su “accidentalismo” (a pesar de estar avalado por la doctrina de la Iglesia) era pura herejía. Despreciaron siempre la actividad parlamentaria, a la que utilizaban solamente como caja de resonancia de sus declaraciones y posicionamientos. Que Gil Robles pactara con Lerroux, un antiguo masón, les pareció el colmo de los despropósitos.

Pero hay que subrayar también que la actuación de la izquierda, especialmente del PSOE, iba a dar la razón a Maeztu y a sus amigos. Las elecciones de 1933 dieron la victoria las derechas, convirtiéndose la CEDA en el primer partido de la República, con 115 diputados, seguido por el Partido Republicano Radical (centro) con 102. En estas mismas elecciones logró Maeztu un escaño por Guipúzcoa, presentándose por Renovación Española con apoyó de los carlistas.

En estas condiciones lo normal hubiera sido que el presidente de la Republica hubiera encargado a Gil Robles formar gobierno, pero no fue así. Se constituyó un gobierno de Lerroux con participación de radicales, liberal-demócratas y agrarios, y con el apoyo parlamentario de la CEDA. En el fondo lo que había era miedo a la reacción socialista a la entrada de miembros de la CEDA en el gobierno. A pesar de su derrota electoral, el PSOE tenía un gran poder sindical y una gran capacidad de movilización. Estos temores se vieron confirmados cunando la posterior entrada en el gobierno de ministros de la CEDA desencadenó la Revolución de Asturias.

Todos estos acontecimientos daban la razón a Maeztu y a sus amigos. Su teoría de que la Republica no era un marco político en el que poder actuar, sino un régimen hostil que había que destruir se veía confirmada por estos acontecimientos. Para Maeztu la Republica no era más que un jalón de la estrategia revolucionaria, y esta hipótesis se vería también confirmada por los hechos de octubre.

El 26 de septiembre de 1934 la minoría popular agraria retiró su apoyo al gobierno Samper, el cual cayó el 2 de octubre. El presidente de la Republica encargó a Lerroux la formación de un nuevo gobierno, en el cual, y por las presiones de Gil Robles, entraron tres ministros de la CEDA, en las carteras de trabajo, justicia y agricultura. Por su parte, el presidente del partido agrario, Martinez de Velasco, aceptó el cargo de ministro sin cartera.

La reacción socialista fue fulminante. Ya habían anunciado que no “tolerarían” la entrada de ministros de la CEDA, y la huelga general revolucionaria paralizó buena parte de las capitales de provincia. El levantamiento armado solamente arraigó en Asturias, donde tuvo que intervenir el ejército, en una operación que duró varias semanas. También tuvo que intervenir el ejército en Cataluña, donde la sublevación tomo un cariz separatista, y no de revolución social, al proclamar el presidente Companys la “independencia”.

Los acontecimientos de octubre mostraron que tanto socialistas como nacionalistas sentían un absoluto desprecio hacia la legalidad republicana. La Republica les iba bien mientras sirviera a sus intereses, pero esta misma Republica, que ellos habían construido, se convertía en una “republica burguesa” cuando los resultados en las urnas no les eran favorables. Entonces había que destruir a la Republica, y esto es lo que pretendían con el levantamiento de octubre. Eran lo mismo que pretendían Maeztu y sus amigos, solamente que estos, sin hipocresía, ya lo habían anunciado así desde el primer momento.

Sofocada la sublevación socialista y nacionalista gracias a la intervención del ejército, Maeztu y sus amigos de Renovación Española pensaban que había llegado el momento de la contrarrevolución, pues la revolución había mostrado su verdadero rostro. El propio Maeztu afirmó en las Cortes que “hoy puede decirse que la unidad de la nación  no está garantizada más que en los cuartos de banderas, porque el poder político que espontáneamente produce nuestro pueblo es el caciquismo que…necesita de una fuerza central…Esa fuerza es la del Ejercito que, a su vez, exige una unidad de mando permanente”[37].

Las teorías metapolíticas desarrolladas en Acción Española se aplican de manera impecable a la elaboración de una estrategia política. La sociedad española, desvertebrada por la descatolización, no puede producir nada más que el caciquismo. Solamente en ejército asegura la unidad y es garantía frente a la revolución, porque la auténtica constitución de España es la dictadura militar, y la “unidad de mando permanente” que Maeztu reivindica es la monarquía militar.

En términos semejantes a los de Maeztu se expresó Calvo Sotelo en las Cortes, cuando dijo que “El Ejército es el mismo honor de España…es mucho más que el brazo de la Patria…es la columna vertebral, y si se quiebra, si se dobla, si cruje, se quiebra, se dobla, cruje con el España”. Otra intervención de Sainz Rodríguez afirmaba que “el Ejército español, que estaba medio destruido, ha salvado a España…El vencedor de la revolución no ha sido el Estado, ni la sociedad, ni nada, sino los restos del Ejercito que conservaba el sentido puro de la defensa de la sociedad”[38].

Todas estas declaraciones “blanquistas” de Maeztu y otros dirigentes de Renovación Española, muestran un fondo debilidad política congénita y de impotencia. Se muestran incapaces de generar un movimiento político contrarrevolucionario. Se manifiestan incapaces de liderar y de radicalizar a las masas conservadoras, que existían en España (ahí estaban los éxitos electorales de Gil Robles, o el potencial movilizador del carlismo en zonas como Navarra).

Su concepción elitista de la política, su incapacidad para entender los problemas sociales (incluso los de las clases medias) y su desconfianza genérica hacia el propio pueblo español, hacia que Renovación Española, a pesar de la innegable capacidad política de algunos de sus dirigentes, como Calvo Sotelo, no pudiera ni soñar en ser el embrión de un movimiento como el Fascismo italiano o el Nacional-Socialismo alemán. El atraso congénito de la sociedad española, mayoritariamente agraria, tampoco hacia posible tal experiencia, y los que lo intentaron, como Ramiro Ledesma y José Antonio Primo de Rivera, tampoco lo consiguieron.

Pero después de la fracasada revolución de octubre los acontecimientos decepcionaron profundamente a los hombres de Renovación. Ni Gil Robles se decidió a dar el golpe de gracia a la República, ni se produjo la represión masiva contra las izquierdas levantiscas, ni el ejército hizo el más leve movimiento para tomar el poder.

La torpeza y la indecisión de la derecha republicana, unida a una política reaccionaria en lo social, que consistía en deshacer todos los avances sociales republicanos sin ofrecer alternativas[39], hizo que en poco tiempo la izquierda se recuperara. Diversos escándalos de corrupción, como el del estraperlo, salpicaron al partido radical, contra el cual arremetió Goicoechea desde su escaño el 22 de octubre de 1935, con gran violencia verbal.

Parecía haber llegado el momento de Gil Robles, pero el presidente de la República, Alcalá Zamora se negó a entregarle el poder, a pesar de seguir siendo la fuerza mayoritaria, por miedo “al núcleo fascista de su partido”. Una vez más sectarismo republicano hacia caso omiso al veredicto de las urnas, a pesar de que Alcalá Zamora era un republicano moderado y católico. Una vez más Maeztu y sus amigos veía confirmadas sus tesis de que la Republica no era un marco político en el que actuar, sino un régimen hostil que era preciso destruir.

A partir de aquí los acontecimientos se precipitaron. El 7 de enero de 1936 Alcala Zamora firmo el decreto de disolución de las Cortes y el 16 de febrero se celebraron las elecciones. Estas dieron una amplia victoria a los partidos de izquierdas, integrados en el Frente Popular (más en escaños que en votos), que se aprovecharon además de la desunión de las derechas. Los comunistas obtuvieron 17 escaños, y los socialistas, muy radicalizados bajo la dirección de Largo Caballero, 99. La participación de las masas anarquistas, que se habían abstenido en las elecciones anteriores, fue decisiva para la victoria del Frente Popular.

Desde el primer momento socialistas y comunistas, que se habían presentado bajo el slogan provocador “somos los de octubre”, que aquella legislatura era el interregno hacía la revolución. Lo mismo opinaban Maeztu y sus amigos. El único camino era la insurrección militar, y a ello se dedicaron con todas sus fuerzas. No vamos a entrar en los detalles históricos del proceso, pues estos han sido ampliamente estudiados.

Queremos señalar sin embargo algunos aspectos a veces poco valorados. La mayoría de los generales involucrados en el movimiento militar que culmino en el levantamiento del 18 de julio no compartían la ideología de Maeztu y sus amigos. Queipo de Llano había participado en la intentona de sublevación republicana en Cuatro Caminos. Mola, en Navarra, pretendía sublevarse bajo la bandera tricolor republicana, idea a la que tuvo que renunciar por las presiones de los carlistas, que negaban el apoyo de sus milicias si el levantamiento no se hacía con la bandera bicolor. Algunos generales eran, o habían sido masones. De hecho el primer manifiesto publico de los rebeldes iba dirigido contra el gobierno del Frente Popular, y no contra la Republica, y terminaba nada menos que con la consigna “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.

El asesinato de José Calvo Sotelo a manos de funcionarios del ministerio de la Gobernación fue la chispa que encendió la revuelta. En aquellos días los asesinatos políticos eran el pan de cada día, pero el hecho de que uno de los dirigentes de la oposición parlamentaria fuera asesinado por funcionarios del gobierno tenia ya un calado distinto, y demuestra lo profundamente falsa que es la tesis, repetida hasta la saciedad, de que los militares “fascistas” se sublevaron contra la “legalidad” republicana.

La sublevación militar del 17 de julio cogió totalmente desprevenido a Maeztu. Sigue siendo un autentico enigma por qué ninguno de sus amigos y colaboradores le avisó. Jorge Vigón, el Marqués de las Marismas del Guadalquivir y Sainz Rodríguez, advertidos por el primero, huyeron en coche hacia Burgos. Eugenio Vegas y el Marques de la Elisenda se dirigieron a Vitoria, mientras que Valellano, Yanguas Messia y Goicoechea lo hicieron a Salamanca.

Maeztu se refugió en casa de su amigo Vazquez Dodero, donde fueron capturados el 31 de julio por un grupo de milicianos. Salvados de la muerte por una patrulla de la policía, fueron internados en la cárcel de las Ventas. Las diversas gestiones internacionales realizadas desde la Embajada Británica y la Argentina, las peticiones de libertad desde el diario bonaerense La Prensa, así como gestiones particulares de personalidades como Menéndez Pidal, García Villada o Gregorio Marañón ante las autoridades republicanas no sirvieron para nada.

El 1 de noviembre de 1936, un grupo de milicianos de la “checa” de Fomento, capitaneados por un tal Felix Vega, irrumpieron en la cárcel a altas horas de la madrugada, y sacaron de ella a 32 prisioneros, con la excusa de llevarlos a Chinchilla. Entre ellos estaba Ramiro de Maeztu, juntamente con su tocayo Ramiro Ledesma Ramos. Fueron fusilados en el cementerio de la localidad de Aravaca. Se atribuye a Maeztu la frase “¡Vosotros no sabéis porque me matáis, pero yo si se porque muero: para que vuestros hijos sean mejores que vosotros¡”, dirigida a los que iban a fusilarle.

Maeztu gano batallas después de muerto. Sus discípulos y colaboradores que sobrevivieron a la guerra formaron un importante núcleo político-intelectual, del cual el Régimen de Franco reclutó a muchos de sus colaboradores. Disputaron, y ganaron, a los falangistas el control de las principales estructuras de poder. Su influencia llegó hasta la transición, pero esto ya es otro tema.

 

  

 

Notas.


[1] González Cuevas, P.C. (1998) Acción Española: teología política y nacionalismo autoritario en España (1913- 1936). Madrid, Editorial Técnos.  

[2] González Cuevas, Obra citada, p. 115

[3] Villacañas, J.L. (2000) Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España. Madrid, Espasa-Calpe, p. 322.

[4] Gil Pecharoman, J. (1994) Conservadores subversivos. La derecha autoritaria Alfonsina (1913-1936) Madrid, Ed. Eudema, pp. 69-74. Ver también Jerez Riesco, J.L. (2009) La Unión Monárquica Nacional. El rito de iniciación a la política de José Antonio Primo de Rivera. Barcelona, Ediciones Nueva República.

[5] Gil Pecharoman, Obra citada, p. 70.

[6] Gonzalez Cuevas, obra citada, p. 122.

[7] Archivo Eugenio Vegas, 27-V-1931. Citado por Gonzalez Cuevas, obra citada, p. 132.

[8] González Cuevas, obra citada, p. 146.

[9] Morodo, R. (1978) “La formalización de Acción Española” Revista de Estudios Políticos, 1, pp. 29-48 Ver también Morodo, R. (1970) “Acción Española, una introducción al pensamiento político de extrema derecha” en Teoría y Sociedad, libro-homenaje al profesor José Luis Aranguren, Barcelona, Ed. Ariel, pp. 361-396.

[10] Marques de Quintanar (1932) “Homenaje a nuestro director” Acción Española, nº 10, p. 421.

[11] Ver González Cuevas, P.C. (2002) La tradición bloqueada. Tres ideas políticas en España: el primer Ramiro de Maeztu, Charles Maurras y Carl Schmitt. Madrid, Biblioteca Nueva, pp. 155-166.

[12] Ver González Cuevas, Acción Española (obra citada) pp. 148-155. Ver también Morodo, R., obra citada.

[13] “¿Bandera que se alza?”, Acción Española, número 43, 16-XII- 1933, pp. 648-650

[14] Alsina Calvés, J. (2010) Pedro Laín Entralgo. El político, el pensador, el científico. Barcelona, Ediciones Nueva República, pp. 57-58.

[15] Obra citada, p. 339.

[16] La crisis del humanismo, de Ramiro de Maeztu. http://www.nodulo.org/ec/2010/n105p12.htm

[17] González Cuevas, obra citada, p. 339.

[18] Gilson, E. (1952) El espíritu de la filosofía medieval. Buenos Aires, Emecé Editores, pp. 60- 63.

[19] Gilson, obra citada, p. 163.

[20] “La bondad natural del hombre” Acción Española, 4, 1-II-1932, pp. 344-345.

[21] Una concepción parecida del tiempo ha sido defendida por Giorgio Locchi, filosofo nietchzeano y sobrehumanista, muy alejado del pensamiento de Acción Española. Ver Locchi, G. (2010) Definiciones. Barcelona, Ediciones Nueva República, pp. 47-63.

[22] “Cultura y Nacionalismo”, Acción Española, num. 66-67, diciembre de 1934, p. 421 ss.

[23] “Nuestra Reforma y nuestro Renacimiento” Acción Española, num. 50, abril de 1934, p. 115.

[24] De Blas, A. (1993) “La ambigüedad nacionalista de Ramiro de Maeztu” Instituto de Ciencias Politicas y Sociales. Barcelona. Working Paper nº 71.

[25] Gonzalez Cuevas, P.C. (2003) Maeztu. Biografía de un nacionalista español. Madrid, Marcial Pons Historia. Ver también “La nacionalización de las masas en el primer Maeztu (1898-1904) Nihil Obstat. Revista de historia, metapolítica y filosofía, nº16, 2011, pp. 53-62

[26] “La Hispanidad”. Acción Española, nº 1, 15 de diciembre de 1931.

[27] “El valor de la Hispanidad I: Estoicismo y trascendentalismo” Acción Española, nº 6, 1 de marzo de 1932.

[28] “El valor de la Hispanidad II. El sentido del hombre. El humanismo materialista” Acción Española nº7, 16 de marzo de 1932.

[29] Idem.

[30] “El valor de la Hispanidad. Libertad, Igualdad, Fraternidad” Acción Española, nº 13, 16 de junio de 1932.

[31] Idem

[32] Obsérvese una vez más el platonismo de Maeztu

[33] “La Hispanidad en crisis” Acción Española nº 17, 16 de noviembre de 1932.

[34] “La Hispanidad en crisis II” Acción Española nº 18, 1 de diciembre de 1932.

[35] “La Hispanidad en crisis IV” Acción Española  nº 20, 1 de enero de 1933.

[36]  Gil Pecharomán, J. (1994) Conservadores subversivos. La derecha autoritaria Alfonsina (1913-1936). Madrid, Ed. Eudema, p. 123.

[37] Gil Pecharomán, obra citada, p. 192.

[38] Ibidem

[39] El ministro de agricultura, Giménez Fernández, que intentó reconducir la reforma agraria bajo principios de la doctrina social de la Iglesia tuvo que dimitir por las presiones de los terratenientes.

 

  

La Razón Histórica, nº17, 2012 [26-56], ISSN 1989-2659. © IPS. Instituto de Política social.

 

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Nº57. CONQUISTAS

Nº56. LECCIONES

Nº55. PALABRAS CONFLICTIVAS

Nº54. DEFINICIONES HISTÓRICAS

Nº53. ROSTROS HISTÓRICOS

Nº52. LUCES Y SOMBRAS

Nº51. MIEDOS PASADOS Y PRESENTES

Nº50. DINÁMICAS HISTÓRICAS

Nº49. CAMBIO Y CONTINUIDAD

Nº48. SENTIDO COMÚN

Nº47. PASADO PRESENTE

Nº 46. LA CRISIS DEL CORONAVIRUS

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