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Apología (1924)

 

G.K. Chesterton


Me propongo dar a esta publicación muy mal nombre y aferrarme a él. Cuando se me sugirió que empleará en el título las iniciales de mi nombre, la proposición me inspiró un horror que se ha convertido en aversión. Debo al lector una breve exposición de las razones que me inducieron a aceptarla: la principal de las cuales es que a causa de circunstancias peculiares, es difícil encontrar otro título. Es cierto que los títulos periodísticos son por lo común inadecuados. El periódico llamado Daily Herald probablemente muestre poca afición a la heráldica. El periódico titulado The Nation se ha mostrado siempre particularmente hostil a la nacionalidad. Hasta se podría decir que el órgano de las guildas, llamado New Age (nueva era), debiera llamarse más bien Middle Age (edad media). Pero en nuestra situación hay algo que difiere de todos estos periódicos; no es por simple vanidad que decimos es a la vez universal y único en su clase.

Deseo que esta publicación represente ciertas ideas muy normales y muy humanas; pero es un hecho indiscutible que no serían publicadas en ningún periódico más que en este. No son manías; son sólo tradiciones que serían desestimadas, mientras que las manías son bien recibidas por estar a la moda. Tampoco son excentricidades; no son sino las ideas centrales de la civilización que han sido olvidadas en un maremágnum de excentricidades. Pero por haber sido olvidadas, vuelven a ser nuevas, y porque han sido olvidadas en otras partes, las hallará aquí solamente. Son verdades de sentido común en un mundo en que ese sentido ha dejado de ser común. 

Tomaré como principal ejemplo el problema actual de la pobreza y de la riqueza. En el problema, mi posición parecería singularmente sencilla. Y es, sencillamente, que me opongo cordialmente al bolchevismo y a los Trust. Creo que es posible restablecer y perpetuar una razonable y justa distribución de la propiedad privada; y en este periódico daré las razones que inducen a creerlo. Por el momento, lo importante es esto: ninguna otra publicación en este país puede ser cordialmente opuesta, tanto al bolcheviquismo, como a los Trust. Un diario como el Daily Mail opina que debemos tolerar algo de los Trust, porque la única alternativa es el bolcheviquismo. Y él Daily Herald opina que debemos tolerar algo del bolcheviquismo, porque la única alternativa son los trust. El Daily Mail no puede tratar de destruir los trust, porque él forma parte de un Trust. El Daily Herald no puede tratar de derrocar el bolcheviquismo, porque su mejor apoyo lo halla entre los bolcheviques. Para ellos no hay más que dos partidos que tomar, y son opuestos.

Pero para mí hay otro, el tercero; y ningún otro diario lo defendería, ni siquiera lo mencionaría. Este tercer camino a seguir ha sido llamado "distributismo", expresando que habría las esperanzas de distribuirla equitativamente la propiedad privada. Pero si yo le diera a este periódico el título de "la revista distributiva" (como se ha sugerido), produciría justamente la impresión que desea evitar. Daria la idea de que un distributista es algo así como un socialista; un pretencioso, un pedante, una persona con una nueva teoría de la naturaleza humana. Mi opinión es que esta solución es simplemente humana y que las otras soluciones son deshumanizadas. Esta es mi opinión. Decir que debemos tener socialismo o capitalismo es como decir que debemos optar por que todos los hombres entren a los conventos o que unos pocos tengan harenes. Si yo negara esa alternativa sexual, no sería necesario llamarme a mí mismo monógamo; me contentaría con llamarme hombre. Apelaría a toda nuestra tradición normal y nacional de virilidad. Si fundara un diario que negara esa alternativa, no querría titularlo "La revista monógama". Y si lo hiciera, 9 personas de cada 10 pensarían que yo era algún otro pedante, levemente distintos de los anteriores, y tendría la vaga idea de que un monógamo era tan loco como un mormón. El paralelo es bastante exacto en este caso. Porque el gran Trust no tiene más derecho de absorber en un monopolio todas las fortunas privadas y afirmar que así defienden la institución de la propiedad, que el que tiene el gran turco de raptar a todas las mujeres y encerrarnos en un harem, afirmando que así defienden la santidad del matrimonio.

Cualquier otro paralelo sería igualmente bueno, en cuanto se tratase del insensato dilema y de la sensata alternativa; y tal vez cuanto más fantástico juega en paralelo, tanto más exactamente se lo podría aplicar al caso. Si todos los diarios hubieran llevado al público la idea de que debemos elegir entre ser vegetarianos o caníbales, podríamos necesitar algún diario indicara ya que esa alternativa era un disparate. Pero no mostraremos muy brillante criterio periodístico si lo tituláramos "El antiantropófago carnívoro". Sería una correcta descripción de nuestra costumbre normal de comer carne de carnero, pero no de comer hombres. Es una bárbara mezcla de griego y del latín, pero con todo, parece ser una palabra realmente científica. Lógicamente si no lingüísticamente, es un término de exactitud perfecta. Pero aunque casi todos somos carnívoros antiantropófago, nunca lo mencionamos, especialmente si queremos convencer a nuestros vecinos de que somos sencillamente personas sensatas; y lo somos, en efecto. La dificultad consiste en que cualquier título que define nuestra doctrina, la hace parecer doctrinal. Y es que la verdadera idea de la propiedad privada ha sido descuidada por la que tan largo tiempo en Inglaterra, que no hay fraseología popular fácil que se refiere a ella. Ha tenido que inventar sus propios términos y son necesariamente confusos y complicados; y es tan antigua esa idea que ha llegado a se nueva. Al mismo tiempo, necesito un título que indique que el periódico es de controversia y que ésta es la tendencia general que defiende. Necesito algo que sea reconocido como bandera aunque esta sea fantástica y ridícula, que algún punto represente un desafío, aunque éste sea recibido con cierta benévola ironía. No quiero un nombre incoloro, y lo más parecido a un símbolo que se me ocurre es sencillamente mi propia bandera.

Por ejemplo, la primera prueba de que algo es familiar, es cuando resulta divertido. Hay bromas respecto a los que se benefician con las guerras y también respecto a los socialistas. Pero no las hay con respecto al Distributista. Cualquiera puede dibujar una caricatura convencional de un socialista poniéndole una corbata roja. Pero nadie puede hacer una caricatura de un hombre que cree en la pequeña propiedad privada bien distribuida, porque no está familiarizado con la teoría ni con el tipo. Ningún visionario puede aventurarse a imaginar cómo sería el cabello de un distributista. Ningún poeta, mojando su pincel en los colores del terremoto y del eclipse, puede colorear la corbata del distributista. No hay imagen familiar que podamos evocar para recordar amigos y enemigos lo que queremos decir. Pero, aunque no haya bromas referentes a la pequeña propiedad, las hay referentes a mí. Comienzan con la antigua y admirable historia de que mi anticuada caballerosidad indujo a ceder mi asientos a tres damas, y siguen con una anécdota más reciente y realista de que mis vecinos se quejaron al administrador de una ruidosa fábrica local con el motivo de que "el señor Chesterton no podía escribir bien", y recibieron está tranquila respuesta: "sí, ya sabemos eso".

Nadie cuya notoriedad se base en tales cuentos puede sentirse muy orgulloso de ella. No digo que mi reputación periodística sea particularmente elevada, pero debo reconocer que es probable que sea más difundida que mis opiniones sobre distribución económica. Este ideal sociológico tan natural, ha sido descuidado en Inglaterra tan ciega y totalmente, que creó con sinceridad que mi ideal normal es menos conocido que mi nombre. Es por eso que me veo inducido a emplear el nombre como la única introducción familiar a ese ideal.

Tengo la esperanza de ver invertida esa relación trabajaré en este periódico con el anhelo de que la familiaridad con el nombre disminuya, y aumente el conocimiento de la causa. Tal vez entonces una generación más feliz, que viva en un estado social más sano, se sienta intrigada por las iniciales impresas en el encabezamiento de esta página. Los sabios profesores meditaran sobre el significado de este G. K. jeroglífico; los que conserven la bárbara teoría del siglo XX las interpretarán así: "Good Killing" (Buena Matanza), mientras los que idealizan más piadosamente ese pasado, la traducirán como "Greather Knowlogde" (Mayor Conocimiento). Los estudiosos de la literatura contemporánea supondrán que forman una especie de monograma de "God and Kippling" (Dios y Kippling) o posiblemente Kipps, mientras los historiadores dinásticos probarán que no era sino una transposición de "George King" (Rey Jorge). Pero no me preocupará mucho lo que digan, siempre que sea en un país libre, donde los hombres puedan volver a poseer algo.

No hay destino más noble que ser olvidado como enemigos de una herejía olvidada, ni mayor éxito que llegar a ser superfluo; bien esta aquel que puede ver su paradoja implantada de nuevo como un lugar común, o su fantasía desechada como una pluma cuando las naciones renuevan su juventud, a la manera de las águilas; y cuando no sea absurdo decir que la granja deba pertenecer al granjero, y ni que parezca una idea brillante sugerir que el hombre debe vivir en su casa, así como es dueño de su sombrero. Entonces, las trompetas del triunfo nos dirán quizá ya no somos necesarios.

  

  La Razón Histórica, nº17, 2012 [78-81], ISSN 1989-2659. © IPS. Instituto de Política social.

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