Los discípulos de Ramiro de Maeztu.
José Alsina Calvés
Aunque nunca ejerció la docencia Maeztu tuvo discípulos, algunos de los cuales jugaron un importante papel político e intelectual en el régimen del general Franco. En este sentido podemos decir que, al igual que el Cid Campeador, Maeztu gano batallas después de muerto, pues muchas de sus ideas y programas políticos se llevaron a la práctica, total o parcialmente, en este periodo.
A medida que el régimen evoluciona (o involuciona) los discípulos de Maeztu encuentran nuevas formulas políticas en los diversos periodos del pensamiento de Maeztu. Así la ideología hispanista y de extrema derecha de Acción Española inspira el nacional-catolicismo del primer franquismo; el desarrollismo de finales de la década de los 50 y de los 60 encuentra su inspiración en las ideas de Maeztu sobre el capitalismo católico y la constitución de una clase media potente, emprendedora y apolítica, desarrolladas en El sentido reverencial del dinero y Norteamérica desde dentro.
Pero no acaba aquí la influencia de Maeztu. Sus propuestas para la conclusión de la dictadura de Primo de Rivera, con la constitución de un bipartidismo formado por un partido socialista moderado y no marxista y un partido centrista de inspiración católica fueron el modelo para la transición del franquismo a la democracia formal de tipo liberal, aunque el modelo bipartidista puro quedo alterado por la aparición de los partidos nacionalistas.
Para entender el rol jugado por los discípulos de Maeztu en el régimen de Franco hay que tener claro el carácter heteróclito y de coalición de fuerzas que tuvo dicho régimen.
Grupos de poder y familias políticas en el franquismo
Para entender realmente el rol político e histórico de los discípulos de Maeztu hay que empezar rechazando la imagen monolítica del franquismo y su carácter inmovilista. Precisamente lo que caracterizo a este régimen fue su carácter heteróclito y su capacidad de cambio y adaptación a las circunstancias de la política internacional, lo que explica su larga duración. La habilidad del general Franco para manejar a su favor las contradicciones y enfrentamientos de sus propios aliados internos y de sus potenciales enemigos externos explica la larga duración del régimen, y que sobreviviera a la Segunda Guerra Mundial que se saldó con la derrota de sus aliados del Eje.
El franquismo nació como una coalición contrarrevolucionaria, lo que no es contradictorio con el hecho de que en su seno actuaran fuerzas políticas, como los falangistas, que preconizaban una revolución distinta a la comunista o anarquista. La debilidad política de las fuerzas contrarrevolucionarias y del minúsculo fascismo español hizo que fuera el ejército el protagonista fundamental de la sublevación contra la II República, o más exactamente, contra el gobierno del Frente Popular. La Iglesia católica, perseguida por los gobiernos republicanos y, especialmente, por el Frente Popular, aportó el elemento ideológico y espiritual a la sublevación, dándole el carácter de “Cruzada”.
Iglesia y Ejército fueron las dos instituciones sociales que apuntalaron al franquismo desde el principio, aunque en los últimos años la Iglesia, bajo los nuevos aires del Concilio Vaticano II, se distanció parcialmente del régimen. Además de estos puntales institucionales hay que tener en cuenta distintos sectores sociales, como los terratenientes del centro y el sur de España, las nacientes burguesías industriales de Cataluña y el País Vasco, así como las burocracias ligadas a la Organización Sindical y al Movimiento Nacional.
Desde el punto de vista político, las distintas familias que integran la coalición franquista proceden del escenario republicano, pero con una influencia diferente a la correlación de fuerzas existente en el escenario anterior. Así la fuerza hegemónica de la derecha española en el periodo republicano, la CEDA de Gil-Robles, tiene un papel periférico y marginal en la coalición franquista.
A pesar del manifiesto de Gil-Robles a favor del alzamiento militar, su actitud accidentalistas frente a la República era interpretada como una connivencia con la misma. Su órgano principal de expresión, El Debate, desapareció con la guerra. Los sectores más progresistas de la CEDA se orientaron hacia la democracia cristiana, y participaron, junto a viejos liberales, en el famoso Contubernio de Múnich[1].
El sector más conservador de la CEDA colaboró con el franquismo a través de la ACNP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas) y del diario Ya, sucesor de El Debate. Este sector, cuyo representante más notorio fue Ibáñez Martin, ministro de Educación durante muchos años, apenas se distinguió de los círculos de la antigua Acción Española.
El equipo intelectual más potente y numeroso del régimen de Franco era el que había crecido a la sombra de Acción Española, y a los que se puede considerar, directa indirectamente, discípulos de Maeztu. Sin ellos no puede entenderse la editorial Rialb ni el combate de ideas que tiene lugar en el régimen de Franco hasta 1960.
El tercer grupo intelectual importante que formaba en la coalición franquista era el integrado por personas vinculadas al pensamiento filo fascista de la Falange, y por tanto discípulos de José Antonio Primo de Rivera, Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma. Lo original de este grupo es que formaban en la coalición contrarrevolucionaria, pero apelaban a una revolución nacional, a través de una síntesis entre modernidad y autoritarismo, izquierdas y derechas y pueblo y elites.
Etapas del franquismo y de la lucha ideológica
Las fluctuaciones de la política internacional y los propios equilibrios de poder en el interior de la coalición contrarrevolucionaria marcaron el desarrollo del régimen en diversas etapas. En ellas juegan un papel fundamental los discípulos de Maeztu, que se inspiran en periodos diversos del pensamiento del autor.
1- Predominio del pensamiento filo fascista
Ya durante la propia guerra civil se produce una progresiva fascistización del régimen bajo el impulso del filogermano Serrano Suñer, cuñado de Franco. Serrano, aunque procedía de la CEDA, se apoyó en el sector más radical de los falangistas. En la secretaria de Prensa y Propaganda se constituyó un importante equipo intelectual (el llamado Grupo de Burgos), formado por Dionisio Ridruejo, Pedro Lain Entralgo, Antonio Tovar, Gonzalo Torrente Ballester, y otros. En Sindicatos apoyó a Gerardo Salvador Merino.
Serrano pretendió configurar el Estado según el modelo fascista, con un partido único (FET y de las JONS) y una poderosa organización sindical que controlara la economía. Pretendía una diarquía, en que Franco sustentara el poder militar y él mismo controlara todo el aparato civil. Era decididamente filo germanista, pues estaba convencido de que una victoria del Eje reforzaría enormemente sus posiciones políticas. En esta línea fue el principal promotor de la División Azul.
Ni en estos momentos triunfales el poder de Serrano y de los falangistas radicales fue total, ni mucho menos. Controlaban el aparato de prensa y propaganda y la producción editorial, pero el Ministerio de Educación, clave para le hegemonía cultural estuvo en manos de Pedro Sainz Rodríguez, hombre de Acción Española, y de José Ibáñez Martin, de la ACPN y próximo a las posiciones de Acción Española[2].
Fruto de este empeño político y cultural a favor de un modelo sincrético, totalitario y nacional fueron dos empresas intelectuales importantes que se concretarían en sendas revistas. Primero la Revista de Estudios Políticos, con García Valdecasas como director y hombre como Juan Beneyto y García Conde. Después la revista Escorial, con Ridruejo y Lain[3].
La empresa de Serrano y sus amigos tuvo una efectividad política escasa. Incluso en este periodo el régimen tomó del fascismo solamente la parafernalia externa. El declive político de Serrano empezó incluso antes de que sus aliados del Eje perdieran la guerra.
2- La hora del catolicismo monárquico.
A partir de 1943 la posición de Serrano se hizo insostenible. La previsible victoria de los aliados no era ajena a esta crisis. Franco puso al frente de Falange a hombres como Raimundo Fernández Cuesta y a José Luis de Arrese, representantes del sector azul más blando, oportunista y maleable. El puesto de segundo de Régimen pasó a manos del almirante Carrero Blanco, lo cual fue un paso decisivo.
En este segundo periodo del régimen se concedió a los monárquicos y católicos una gran cuota de poder y se aceptó su ideario de forma visible. Es la hora del nacional-catolicismo, inspirado en el último Maeztu. Se habla en términos de Cruzada, y se integran las obsesiones contrarrevolucionarias de Maeztu. Se estrechan las relaciones con la Jerarquía eclesiástica, y el régimen se “vende” a los aliados, ahora ya en la Guerra Fría, como anticomunista y realizador de la “doctrina social de la Iglesia”.
La Ley de Sucesión de 1947 afirmaba la naturaleza de “reino” del Estado español, aparte de definirlo como “católico, social y representativo”. Sin embargo Franco aplazaba “sine die” la restauración de la monarquía, y se proclamaba a sí mismo como una especie de regente.
A pesar de todo ello Franco tuvo que descabezar a los discípulos más radicales de Maeztu, los monárquicos más integristas, agrupados alrededor de la revista Arbor controlada por el Opus Dei, y la editorial Rialb. Entre ellos destacan Rafael Calvo Serer y Florentino Perez Embit, cuya propuesta intelectual se mueve en una línea de absoluta continuidad con la empresa de Acción Española.
Enemigos desde el primer momento del proyecto totalitario de Serrano no tardaron en aprovechar la coyuntura internacional para presionar a favor de la instauración (o restauración) de una monarquía tradicional en la persona de Don Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII y autoexiliado en Portugal.
En 1951, aprovechando el aflojamiento de la presión internacional, Franco los cesó al frente de Arbor, mostrando que el camino hacia una restauración monárquica, con apoyo militar y un Estado corporativo sin Falange (la receta del último Maeztu) quedaba de momento cerrado[4].
3- Vuelta parcial de los falangistas radicales
En julio de 1951 Franco realizó una amplia reorganización gubernamental. El nuevo gobierno mantenía el equilibrio entre las diferentes familias y sectores de la coalición franquista: los nacional-católicos seguían teniendo un peso significativo (con Martín Artajo en exteriores), los militares vieron aumentada su cuota hasta los seis ministerios, y FET y de las JONS contó con tres ministros: Trabajo, con Girón de Velasco; Agricultura con Rafael Cavestany, y la Secretaría General del Movimiento, con Fernandez Cuesta[5]. Sin embargo, la vuelta al protagonismo político de los falangistas radicales del proyecto Serrano, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo y Antonio Tovar, no se realizara bajo el paraguas de ninguno de estos ministros “azules”, sino en el equipo del Ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz Giménez.
Es frecuente clasificar políticamente a Ruiz Giménez como “católico”, lo cual es decir bien poco, o como “democristiano”, lo cual es cierto si se refiere a su trayectoria posterior, pero no en sus posiciones de aquellos momentos. Ruiz Giménez era un católico muy alejado de las posiciones integristas de Ibáñez Martin y de los hombres del Opus Dei y, aunque no pertenecía al “aparato” fe FET y de las JONS, con una fuerte influencia falangista, y especialmente joseantoniana en su pensamiento político[6].
Bajo el paraguas de Ruiz-Giménez los falangistas radicales irrumpieron en un ministerio, el de Educación Nacional, que hasta entonces había sido coto cerrado de los discípulos de Maeztu, aunque estos conservaban el CSIC y la revista Arbor. Su política educativa, universitaria y cultural ha sido reinterpretada posteriormente como “aperturista” y “liberal”, pero en realidad respondía a los ítems ideológicos del falangismo radical: recuperación de figuras intelectuales como la de Ortega, más control estatal sobre los centros de enseñanzas medias regentados por la Iglesia, politización de la Universidad potenciado las actividades del SEU (sindicato estudiantil falangista), etc.
Rafael Calvo Serer, uno de los más preclaros discípulos de Maeztu, publico en septiembre de 1953, un artículo en la revista francesa Écrit de Paris, titulado “La política interior en la España de Franco”, donde atacaba a Ruiz-Gimenez y denunciaba la alianza entre “oportunistas revolucionarios y democristianos complacientes”. Calvo Serer reivindicaba una “tercera fuerza” que representaba a los “auténticos españoles”, católicos, ni totalitarios de izquierdas ni de derechas, que no eran otros que los autores de la editorial Rialp, controlada por el Opus Dei. Poco a poco Calvo evoluciona hacia el liberalismo conservador, y Estados Unidos aparece en el horizonte como modelo, muy en la línea de Maeztu. Las bases ideológicas de la futura Unión de Centro Democrático empiezan a asentarse.
En 1956, la agitación universitaria promovida por el SEU bajo la batuta de los falangistas radicales se les escapa de las manos. Muchos estudiantes empiezan a poner en cuestión el monopolio del SEU en las actividades culturales y políticas en la universidad. El aparato de FET y de las JONS, que hasta el momento había visto con buenos ojos y colaborado con la ofensiva neo falangista en la Universidad, empieza a asustarse. Se producen enfrentamientos entre estudiantes. Un estudiante falangista resultó herido de gravedad por un disparo, del cual aun se ignora su procedencia.
El resultado fue la caída de Ruiz-Gimenez, la dimisión de Laín y Tovar de los rectorados de Madrid y Salamanca, la detención de Ridruejo y su paso definitivo a la oposición, pero también la caída de Raimundo Fernández Cuesta y sus substitución por Arrese. Empezaba una nueva etapa para el Régimen.
4- La Tecnocracia
Siguiendo los consejos de Carrero Blanco, Franco inicia la vía de colaboración con el sector católico y monárquico del Opus Dei. Emerge la figura de López Rodó, preparando el largo camino a la restauración monárquica. Apoyándose en los jerarcas de la Iglesia, Franco rechaza las propuestas de Arrese como totalitarias y fascistas, y España queda definida como “Estado católico, social y representativo, constituido en Monarquía tradicional, legítima, templada, hereditaria y genuinamente popular”. Eran palabras tomadas al pie de la letra del ideario de Acción Española.
En una situación de creciente liberalización económica, y una coyuntura marcada por la guerra fría, en que el anticomunismo de los Estados Unidos encontraba en el régimen de Franco un aliado importante, fueron los discípulos de Maeztu de la segunda generación los más capaces de adaptarse. Asegurada la naturaleza de reino del Estado español, abandonaron la exigencia de una restauración monárquica inmediata.
Ahora no será ya el Maeztu de Acción Española y de Defensa de la Hispanidad la fuente de inspiración, sino el de El sentido reverencial del dinero y Norteamérica desde dentro. Estos hombre, que serán llamados tecnócratas, liderados por el influyente Carrero Blanco, fueron los auténticos diseñadores del Estado franquista, descartados del todo los proyectos filo fascistas de Serrano, y el intento, más moderado, de Arrese. Se empezó a hacer realidad el sueño de Maeztu de la construcción de una burguesía católica, capaz de dirigir a una potente clase media despolitizada.
La ideología de un centro apolítico, pero mayoritario, impulsado por los ideales del bienestar social, fue teorizada por Gonzalo Fernández de la Mora, en su libro El crepúsculo de las ideologías, tesis en la que venían a coincidir todas las premoniciones de Maeztu acerca del final de la época de las revoluciones. Fernández de la Mora, que había publicado una recopilación de artículos de Maeztu contra la República, inicio esta vía teórica borrando las huellas que lo vinculaban a Acción Española.
La tesis del fin de las ideologías era una aproximación española al pensamiento conservador ingles y a la teoría de sistemas americana. Pero aquí vuelve a aparecer Maeztu, aunque de forma críptica, no solamente por la influencia que siempre tuvo el pensamiento anglosajón en su obra, sino también porque esta nueva oferta ideológica se articulaba en torno de la idea de la función social objetiva, uno de los principales puntales ideológicos de La crisis del humanismo.
Gonzalo Fernández de la Mora fue sin duda el intelectual orgánico de esta nueva etapa del régimen, la etapa tecnocrática, afirmando su proyecto en contra de la pretensión filofalangista de mantenerse en el poder, pero también en contra de la democracia cristiana, que, liderada por viejos hombres de la CEDA, derivaba hacía la teoría de un Estado social de derecho, expresada en Cuadernos para el diálogo.
5- La Transición
La influencia política de Maeztu no se limita al franquismo, sino que se extiende a la transición del mismo hacia una democracia liberal y parlamentaria. Para nosotros la transición no empieza en 1975 con la muerte del general Franco, sino que se está gestando ya mucho antes, tanto en el plano sociológico y económico, como en el político.
La base sociológica de esta transición va a ser una amplia clase media, profesional y apolítica, que quiere “orden, progreso y desarrollo económico”. Este era el gran sueño de Maeztu, y la gestación de esta clase media se produce durante la etapa tecnocrática del franquismo, y es dirigida por discípulos de Maeztu.
Desde el punto de vista económico nos encontramos con un lento pero continuo proceso de liberalización económica y de acercamiento a la Comunidad Económica Europea, que se inicia también en este periodo tecnocrático.
Desde el punto de vista político tenemos diversos hechos importantes. Uno es el nombramiento formal por parte de Franco, del príncipe Juan Carlos como sucesor en la jefatura del Estado, y la renuncia de Don Juan a sus derechos dinásticos a favor de su hijo. La restauración monárquica parece ya un hecho, y esto va a ser una pieza fundamental en la transición, a pesar de que algunos hables de “instauración” y de una peregrina “monarquía del 18 de julio”.
El que parece perfilarse como protagonista político fundamental de esta transición, Manuel Fraga Iribarne, inicia al principio de la década de los 70 un “distanciamiento” del Régimen, y empieza a hablar del “centro político”. Pero al final el gran protagonista político de la transición será Adolfo Suarez, un oscuro funcionario del Movimiento puesto al frente de un peculiar partido, la Unión de Centro Democrático, partido formado desde el poder (su único antecedente es la Unión Patriótica de Primo de Rivera), cuya columna vertebral es la burocracia del Movimiento Nacional (absolutamente purgado de cualquier veleidad falangista) pero que logra incorporar elementos liberales y socialdemócratas de la oposición moderada.
La Unión de Centro Democrático es la realización práctica de la “tercera fuerza” soñada por Rafael Calvo Serer. Con una muy hábil operación propagandística, especialmente gracias al apoyo de TVE, logra aparecer ante la opinión pública como autentica fuerza reformista, y relega a Fraga y a su Alianza Popular al espacio “derechista” y de nostálgicos del franquismo. El apoyo de la corona (y de la embajada americana) a Suarez también jugaron su papel.
En realidad los proyectos de Fraga y de Suarez no eran esencialmente distintos, y ambos tenían como base ideológica los proyectos elaborados por Maeztu para la salida de la Dictadura de Primo de Rivera. Ambos partían de la base de que el desarrollo económico, la creación de una potente clase media y la integración de la clase obrera habían desactivado cualquier peligro revolucionario. Ambos se fundamentaban en la existencia de dos grandes partidos políticos, uno centrista y de inspiración católica, y otro socialista o socialdemócrata que hubiera renunciado al marxismo, papel al que el PSOE se prestó con inaudita diligencia. Ambos preconizaban una alianza con las burguesías periféricas vascas y catalanas a través de la concesión de algún tipo de autonomía regional.
La única diferencia, personalismos aparte, estaba en los ritmos. El de Fraga era más lento y moderado, el de Suarez más rápido. El de Fraga no contemplaba la legalización de Partido Comunista, el de Fraga sí. El partido de Fraga reunió a distintas personalidades muy conocidas como exministros de Franco, en un intento de atraerse al “franquismo sociológico”. El partido se Suarez, ha pesar de haber sido creado desde el poder y de utilizar todas las estructuras del Régimen, desde la burocracia del Movimiento Nacional hasta la TVE, logró parecer ante la opinión pública como más renovador y alejado del franquismo. Puro marketing.
En cualquier caso ambos proyectos de transición iban a parar al mismo sitio y se basaban en la misma “hoja de ruta”, y esta había sido escrita por Maeztu.
La herencia intelectual de Maeztu: la Biblioteca del Pensamiento Actual
Los discípulos de Maeztu no se limitaron a la actividad política, sino que desarrollaron también una potente acción intelectual. Acción Española no volvió a editarse, pero ya en plena guerra civil se fundaría la editorial Cultura Española, que se dedicaría a editara los mismos materiales que la revista. La primera publicación se realizó en 1938 : fue el trabajo de Calvo Sotelo El capitalismo contemporáneo y su evolución, que reproducía, ampliado, el discurso leído en 1935 en la sesión inaugural de la Académica de Jurisprudencia y Legislación.
La citada editorial, que posteriormente se llamaría editorial Rialp[7], mantuvo una incesante labor a través de la colección Biblioteca del Pensamiento Actual (BPA) que, juntamente a la Revista de Estudios Políticos (de inspiración falangista), constituyo la empresa más solida de la cultura española de posguerra, y fue inspirada directamente por Maeztu.
Entre las primeras obras editadas hay que citar Defensa de la Hispanidad, que tuvo hasta cuatro ediciones; una antología de Menéndez Pelayo, a cargo de Jorge Vigón; rediciones de El estado Nuevo de Pradera y Cartas a un escéptico de Pemán, y una Antología de Acción Española, prologada por el propio Franco.
La BPA estuvo activa, febrilmente activa, durante mucho años. Su actividad no decayó hasta la década de los sesenta, cuando la hegemonía de la producción intelectual paso a la editorial Taurus, influenciada por los jesuitas y liberales orteguianos como José Luis de Aranguren.
Entre los autores extranjeros figuraban los que ya había editado en Acción Española, especialmente Carl Schmitt y Maurras. Del primero despertó especial interés su estudio sobre la interpretación europea de Donoso Cortés. Otros autores extranjeros traducidos en la BPA fueron Herbert Aufhofer, estudioso de la sociología de Balmes, y Alan Guy, autor de un estudio sobre Fray Luis. Especialmente significativa fue la traducción de Catolicismo y protestantismo en la génesis del capitalismo, del político democristiano italiano Amitore Fanfani, que venía a confirmar las posibilidades previstas por Maeztu de una burguesía moderna y católica, y a apoyar la compatibilidad del catolicismo con la modernidad económica.
Las ideas de Maeztu a favor de un foralismo regionalista, y de la necesidad de integrar el capitalismo periférico e innovador de Cataluña y el País vasco también tuvieron su continuidad en la BPA. La integración del capitalismo periférico fue tratada en el libro De estructura económica y economía hispana de Rodolfo Perpiña, maestro de Tamames y de Amando de Miguel. La cultura tradicional catalana fue objeto de interés en la antología de textos de Maragall, Cambó y Torrás publicada con el título La actitud tradicional en Cataluña. En la misma línea iba la antología de textos de Vazquez de Mella, Regionalismo y Monarquía. De esta manera la BPA trataba de reactivar el sutil hilo ideológico que les unía a los territorios donde más auge había tenido el integrismo carlista explotando la vena foral.
Este guiño al nacionalismo católico catalán, en que el Opus Dei tendría su papel a través grupo de Unió Democrática de Catalunya se reafirmó con la publicación del libro del prestigioso historiador catalán Jaume Vicens Vives Cataluña en el siglo XIX. No hay que olvidar tampoco que Prat de la Riba y Cambó, fundadores de la Lliga de Catalunya procedían de familias carlistas, y que, a su vez, el Partido Nacionalista Vasco fue una escisión del Carlismo.
En cuanto a la producción propia de la BPA esta fue copada prácticamente por hombres procedentes de Acción Española. Jorge Vigón publicó Teoría del militarismo y Años de indecisión; Leopoldo Palacios El mito de la nueva cristiandad, y José Corts Grau sus Estudios filosóficos y literarios.
Un frente intelectual y metapolítico fundamental de la BPA fue la lucha contra el proyecto totalitario de Serrano, y la posterior deriva “liberal” de algunos de sus seguidores. Detrás de todo ello veían la mano de su gran rival filosófico, Ortega, que ya lo había sido de Maeztu. En esta línea trabajaron hombres como Calvo Serer, Marrero, Fernandez de la Mora y Perez Embit, sin duda los más preclaros discípulos de Maeztu.
En la BPA publicó Rafael Calvo Serer su libro España sin problema, como respuesta a la obra de Pedro Laín España como problema[8]. La obra, que recopila diversos artículos publicados por el autor en la revista Arbor está trufada de citas de Maeztu.
[1] José Luis Villacañas (2000) Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España. Madrid, Espasa Forum, p. 416.
[2] Jose Luis Villacaña, obra citada, p. 419
[3] Eduardo Iañez (2011) No parar hasta conquistar. Propaganda y política cultural falangista: el grupo de Escorial (1936- 1986). Gijón, Ediciones Trea.
[4] José Luis Villacañas, obra citada, p. 422.
[5] Ver José Alsina Calvés (2010) Pedro Laín Entralgo. El Político, el pensador, el científico. Barcelona, Ediciones Nueva República, p. 100.
[6] Ver Javier Muñoz Soro (2011) “Entre héroes y mártires: la síntesis católica de Joaquín Ruiz-Giménez (1939- 1951) “en Ferrán Gallego y Francisco Morente (Eds.) Rebeldes y reaccionarios. Intelectuales, fascismo y derecha radical en Europa. Barcelona, El Viejo Topo, pp. 339- 369.
[7] Rialp en un monte de los pirineos franconavarros por donde Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y algunos de sus seguidores reingresaron en la España nacional tras haber permanecido escondidos en zona republicana.
[8] José Alsina Calvés, obra citada, pp. 139- 142. Ver también El Problema de España bajo el primer franquismo, 1936-1956.El debate entre Pedro Laín Entralgo y Rafael Calvo Serer
[9] Antoni Raja i Vich; Tesi Doctoral UPF (2010).
La Razón Histórica, nº17, 2012 [82-93], ISSN 1989-2659. © IPS. Instituto de Política social.