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Los intelectuales y el liderazgo político: Maeztu y la Dictadura de Primo de Rivera[1].

 

José Alsina Calvés

 

  Licenciado en Biología (Universidad de Barcelona), Master en Historia de las ciencias y  doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona (España) .

 

 

FIN DE SIGLO, INTELECTUALES Y “LITERATURA DEL DESASTRE”.

Como sostienen Gonzalez y Robles[2] en la última década del siglo XIX la función de la elite intelectual sufrió cambios significativos, debidos sobretodo a las nuevas perspectivas abiertas por el periodismo. La extensión del mercado de la prensa y de los libros, con el consiguiente aumento del número y la difusión de los periódicos y las revistas, permitieron a los nuevos trabajadores del intelecto la subsistencia económica mediante la publicación de artículos, libros o poesías. Todo ello desbordó la tradicional actividad académica y profesoral, o, al menos, convivió con ella[3].

La mayoría de estos nuevos intelectuales procedía de las clases medias o “pequeña burguesía”[4], es decir, sectores tradicionalmente apartados del poder, y que tendían hacía un cierto radicalismo social, a veces acompañado de un cierto mesianismo.

Esta aparición del intelectual como novedad en la escena social y política en la España de fin de siglo trajo consigo la propia conceptualización del término, que empieza a ser utilizado como sustantivo y no como adjetivo. El propio Maeztu fue uno de los pioneros en utilizar la palabra de manera novedosa. En un artículo publicado en la revista Germinal reprochaba a los socialistas el desde que sentían hacia los intelectuales[5].

Unamuno y Maeztu, pero también Ganivet, Azorin o Baroja, es decir, los vinculados a la llamada generación del 98, configuraron un modelo de la idea de intelectual, que si bien irrumpió con fuerza en el panorama político y social de la época, en ocasiones quedó algo desdibujado. La mayoría de ellos quisieron abarcar demasiados campos: el periodismo, el ensayo político y filosófico, la novela, la poesía. Maeztu destacó por su rechazo al “arte por el arte”, su dedicación exclusiva al periodismo, y su obsesión por mantener su compromiso socio – político, mientras que los demás se iban retirando hacia la creación estética y esquivaban progresivamente el compromiso.

Otro grupo importante es de la Institución Libre de Enseñanza, más vinculado a la Universidad, y que trató de emprender la regeneración del país centrándose en problemas más concretos como la extensión universitaria o la reforma social. La ideología característica de este grupo fue el krausismo, filosofía original del alemán Krause y su discípulo Ahrens, vinculada al idealismo hegeliano[6]. Julián Besteiro o Joaquín Costa, muy admirado por Maeztu, estuvieron vinculados a esta corriente.

Esta nueva funcionalidad del intelectual, o, mejor dicho, este nuevo modelo de intelectual, más vinculado a la literatura, al periodismo y a lo política que a la función docente, hizo que las nuevas clases urbanas progresistas vieran en estos nuevos intelectuales una palanca de su emancipación, así como la posibilidad de crear claves ideológicas movilizadoras de la población. En la mentalidad colectiva de la izquierda[7] de entreguerras existía una creencia ciega en el progreso científico y técnico, pero también en el moral. Los intelectuales, en el sentido aquí indicado, serían fruto de este progreso y de esta perfectibilidad moral. No eran solamente los que “sabían”, sino también los depositarios de unos valores muy concretos.

Este proceso no es específico de la sociedad española, sino que se produce en toda Europa. En general esta concepción del intelectual presuponía, casi de forma implícita la actividad política. Es la figura que los franceses bautizaron como engagé (comprometido) y que Sartre popularizaría. De aquí nace el tópico de intelectual de izquierdas, convertido casi en una redundancia: un auténtico intelectual ha de estar comprometido, y si está comprometido solamente puede estarlo con la izquierda.

Aunque este tópico tenga algo de verdad, como suele acontecer con los tópicos, no por ello deja de ser manifiestamente discutible. Tendríamos que empezar por precisar que entendemos por izquierda. Hay una definición esencialista de la izquierda, según la cual determinadas ideologías son de izquierdas: el anarquismo, el comunismo, el socialismo o el republicanismo de izquierdas participan de la esencia de la izquierda (progresismo, optimismo antropológico, igualitarismo, etc.) independientemente de la situación histórica y de las relaciones con el poder.

Pero hay otra definición posible de la izquierda, la situacionista, según la cual un autor o un grupo social se sitúan a la izquierda no tanto en función de su ideología, sino de la situación histórica de esta ideología y de sus relaciones con el poder. El rechazo a los valores establecidos, el anticonformismo y, en general, las posturas críticas, caracterizarían a esta izquierda situacionista, más que sus dogmas teóricos.

Si nos atenemos a la definición esencialista de la izquierda, la adscripción a la misma de estos nuevos intelectuales finiseculares es básicamente falsa. Así, por ejemplo, en el partido socialista español militaron pocos intelectuales, debido especialmente a las reticencias del propio Pablo Iglesias, y el desprecio generalizado que los militantes socialistas sentían hacia los supuestos “obreros intelectuales”, a los que consideraban unos pequeños burgueses frustrados.

Si nos atenemos a la definición situacionista de la izquierda nos damos cuenta de que define mejor la realidad, pero es también discutible. La mayoría de los intelectuales finiseculares adoptaron posiciones “de izquierda” en el sentido situacionista del término. El mismo Maeztu es un claro ejemplo de ello. Pero su evolución posterior fue variopinta. Algunos de alejaron completamente del compromiso sociopolítico para concentrarse en su producción literaria, como es el caso de Baroja. Otros evolucionaron hacia posiciones netamente conservadoras, como Azorín, que llegó a ser diputado maurista. Unamuno, desde el punto de vista político siguió una trayectoria más bien errática: se opuso a Primo de Rivera, llegando a ser desterrado; celebró la llegada de la Republica; se unió al alzamiento de Franco[8], pero poco después se enfrentó públicamente al general Millán Astray. En el entierro de Unamuno acudieron gran número de falangistas uniformados.

El caso de Maeztu es particular: fue de los pocos que mantuvo, durante toda su vida, un compromiso militante, y nunca abandonó el periodismo político. Rechazó explícitamente el esteticismo y el “arte por el arte”, pero no evolucionó precisamente hacia la izquierda. Sus posiciones regeneracionistas le llevaron a apoyar la dictadura de Primo de Rivera, hacia el pensamiento contrarrevolucionario y hacia las posiciones de Acción Española, es decir a la extrema derecha. Su condición de “intelectual comprometido” se rubricó con su propia muerte, asesinado por pistoleros anarquistas. Está claro que la condición de engagé no es patrimonio de la izquierda.

La dinámica de estos nuevos intelectuales en el resto de Europa sigue una dinámica análoga. En general las distintas vanguardias establecieron “compromisos” políticos, tanto ideológicos como formales: el expresionismo se identificó con el antinazismo, el surrealismo con el socialismo heterodoxo, y el realismo socialista con el estalinismo. Al mismo tiempo el movimiento futurista se identifico con el fascismo naciente.

Este nuevo tipo de intelectual finisecular tiene un perfil parecido en los diversos países europeos. Pero en España su emergencia social coincide históricamente con un suceso de gran trascendencia: la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas y la derrota frente a Estados Unidos. La lectura de esta catástrofe que realizan los nuevos intelectuales no es, ni mucho menos, uniforme. Algunos, como Ganivet, abogan por el abandono de cualquier ambición internacional. Otros como Costa y el propio Maeztu, reivindican una “regeneración” de España, aunque con recetas diferentes. La mayoría, sin embargo, coincide en la tesis de la “decadencia” de España y de la crítica al sistema político de la Restauración.

 

 

MAEZTU Y LA “GENERACION DEL 98”

La relación de Maeztu con la llamada “generación del 98” es un tema problemático y algo confuso. Existen muchas definiciones y clasificaciones en torno a esta supuesta generación, realizadas desde criterios muy variados: el literario, el ideológico, el político o el cronológico. Algunos autores han negado pura y simplemente el concepto de “generación del 98”. Otros, como Lisón[9], sostienen que el concepto es útil siempre que se tome en su aspecto meramente descriptivo, por aproximación, y no como un instrumento explicativo.

Nosotros nos atendremos a la tesis desarrollada en nuestro libro sobre Pedro Laín Entralgo[10]. Lain parte de la idea de generación desarrollada por Ortega y Gasset[11], según la cual el ser humano vive en un mundo de convicciones, la mayor parte de las cuales son comunes a todos los hombres que conviven en su época. Pero Ortega sostiene que todos los hombres “contemporáneos” no son “coetáneos”, y que en cada época histórica podemos distinguir “franjas” de edad, de una duración entre diez y quince años. Los miembros de cada una de estas franjas formarían una generación.

Laín parte de concepto orteguiano, pero matizándolo. Su idea es menos biológica y más biográfica. De hecho nos habla de “grupos generacionales”, dando a entender que dentro de una “generación”, en el sentido orteguiano del término, definida exclusivamente en términos cronológicos, pueden distinguirse diversos grupos, en función de afinidades más concretas (ideológicas, estéticas, etc.)[12].

En la misma franja cronológica Laín distingue otros grupos generacionales: los regeneracionistas, como Costa, Macias Picavea, Salamero, etc.; los universitarios, como Ramón y Cajal, Ribera, Hinojosa, etc., y otros grupo, bastante más heterogéneo, que sigue “actitudes históricas iniciadas anteriormente al despertar de la generación” entre los cuales destacan los krausistas y los promotores de la Institución Libre de Enseñanza. Esta clasificación es discutible, especialmente en lo que hace referencia al tercer “grupo generacional” descrito por Laín, primero por ser básicamente heterogéneo; segundo porque la adscripción de algunos autores es confusa: Joaquín Costa es, indudablemente, un regeneracionista, pero a la vez estuvo vinculado al krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza.

En cualquier caso a nosotros nos interesan dos cuestiones: como conceptualiza Laín la generación del 98, y como al aplicar esta conceptualización al personaje nos resulta altamente problemático considerar a Maeztu como miembro de la misma.

La aproximación de Laín al grupo generacional del 98 es “biográfica”, entendiendo por tal no la biografía individual de cada uno de los personajes, sino la biografía del grupo en su totalidad, es decir un conjunto de circunstancias vitales, experiencias compartidas y evolución en el tiempo. Estos elementos permitirán situar a un autor determinado como “central”, “periférico” o ajeno al grupo generacional.

En su primera aproximación Lain cita el artículo de Pedro Salinas[13] sobre el 98, según el cual una generación literaria vendría definida por los siguientes elementos: cronología del nacimiento; homogeneidad en la educación; mutua relación personal; acontecimientos o experiencias generacionales; “caudillo” de la generación; lenguaje generacional y anquilosamiento de la generación anterior.

Pero los elementos que define Salinas son estáticos y a Laín le interesa sobretodo la evolución dinámica de la generación en el tiempo. Aplicando los parámetros definidos por Salinas podemos elaborar, como hace Laín, una “nómina” del 98 en sentido amplio, que incluiría a Ganivet, Unamuno, Azorín, Baroja, los Machado, Valle-Inclán, Maeztu, Zuloaga, Benavente, Maragall, Salaverria, Falla, Menéndez Pidal, Asín Palacios.

Pero Laín va a situar un “núcleo duro” como conjunto de personajes “centrales”. Al resto lo podemos relegar a una zona periférica. Estos serían Unamuno, Azorín, Baroja, Antonio Machado y Valle-Inclán. Todos ellos vendrían definidos por lo que llama Laín la “biografía de un parecido”. Veamos en que consiste.

En primer lugar lo que Laín llama “Amor amargo”, es decir una crítica despiadada de la España que ven, del pasado de España en cuanto causa eficiente del presente que tan poco los gusta, e incluso del español real como resultado antropológico de este pasado. Esta actitud de crítica, a veces muy ácida, de la situación española es compartida con otro grupo generacional, los “regeneracionistas” (Costa, Macías Picavea, etc.), pero según Laín la actitud de los miembros de la generación del 98 se caracteriza por mayor sutileza, una superior calidad literaria, más altura intelectual y mayor radicalismo.

Con la excepción de Valle-Inclán, todos los miembros de la generación viven el conato de intervenir en política, desde la actividad literaria, periodística o con la acción, a favor de una urgente reforma de la vida española. Pero este conato dura poco, y pronto pasan de la acción al “ensueño”.

Este giro vital, esta renuncia de la política a favor de la literatura es el elemento fundamental de la “biografía de un parecido”. Los hombres de la generación del 98, al menos los que forman el núcleo central, son, ante todo, literatos, y su postura es “escapista”. Ante una realidad que no les gusta y que se ven impotentes para cambiar, construyen una realidad alternativa en su obra literaria.

Este giro vital es lo que excluye a Ganivet y a Maeztu del “núcleo duro” de la generación. El primero porque eligió el suicidio antes que el escapismo. El segundo porque nunca renunció a ser periodista, agitador político y doctrinario. Aunque, como veremos, las ideas de Maeztu sufrieron a lo largo de su vida una importante evolución, que lo llevo del darwinismo social spenceriano de Hacia otra España, hasta el pensamiento reaccionario de Acción Española y Defensa de la Hispanidad, pasando por la etapa contrarrevolucionaria más templada (y original) de La crisis del Humanismo, nuestro hombre jamás renunció al periodismo político como instrumento para la regeneración de España, y condenó siempre el esteticismo y el “arte por el arte”.

José Luis Villacañas, en su libro sobre Maeztu[14], censura esta exclusión de Maeztu de la generación del 98. Para Villacañas, Maeztu fue el único miembro de la generación que permaneció fiel durante toda su vida al ideal regeneracionista y crítico, lo que le llevó a su militancia política extremista y a la propia muerte. Pero Villacañas no ve que es precisamente esta fidelidad a la postura juvenil de la generación lo que aparta a Maeztu de la misma. Cuando los demás miembros de la generación hacen el “giro biográfico” hacia la literatura, el “arte por el arte” y el escapismo y el ensueño, Maeztu abandona la generación (o si se quiere, la generación lo abandona a él).

 

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Ramiro de Maeztu, al finalizar su largo periodo inglés, regresó a España el año 1919. Tras una corta estancia en Barcelona se instaló en Madrid de forma definitiva. El Maeztu que regresa a España es muy distinto del que se fue. Ha adquirido madurez, formación académica y un profundo conocimiento de gran número de autores ingleses, franceses y alemanes. Ha publicado ya una de sus obras más importantes, La crisis del humanismo, y tiene ya una doctrina sociopolítica, el clasicismo católico y gremialista, a partir de la cual va a enfrentarse y a interpretar los sucesivos acontecimientos políticos que va a vivir y de los que va a ser protagonista.

La etapa inglesa de Maeztu fue decisiva para su formación y evolución ideológica. Nunca perdió el contacto con la realidad española, y siguió publicando artículos en revistas y diarios nacionales.

A su vuelta a España se encontró Maeztu con una avanzada descomposición del régimen de la Restauración y con el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera, a la cual apoyó hasta el final y con la que se comprometió políticamente. Al final de la misma fue nombrado embajador en Argentina, donde entró en contacto con los intelectuales nacionalistas y tradicionalistas agrupados en torno a la revista La Nueva República. Muy impactado por la Revolución Rusa, Maeztu culmino es estos años su evolución hacia el hispanismo y el pensamiento contrarrevolucionario.

Para entender en su contexto el compromiso de Maeztu con la Dictadura debemos analizar primero la crisis de la Restauración y la emergencia del Maurismo, movimiento político de donde saldrán muchos de las colaboradores de Primo de Rivera, y que posteriormente convergerán con Maeztu en la revista en Acción Española.

 

LA CRISIS DE LA RESTAURACION

Entendemos por Restauración el régimen político inaugurado en España el año 1876 bajo la dirección política del conservador Antonio Cánovas del Castillo. Su nombre procede de la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII. Se fundamentaba en un liberalismo formal, y en la existencia de dos grandes partidos, el Conservador, heredero del antiguo partido moderado, y el liberal.

Se ha querido presentar a la Restauración como periodo en que el liberalismo toma forma en España, pero ello es altamente discutible. En realidad es difícil encontrar en este periodo nada que se parezca a los procesos de modernización política y social que en la mayoría de los países europeos acompañaron a las revoluciones liberales.

En el proyecto de Cánovas, que no olvidemos que pertenecía al partido conservador, se intentó compatibilizar la defensa liberal del capitalismo con un tradicionalismo cultural y social profundamente anti igualitario y autoritario[15]. Esta vertiente tradicionalista del ideario político de la Restauración presentó su máximo exponente en su idea de nación. Lejos del planteamiento liberal de la soberanía nacional, se definen las naciones como “obra de Dios”, idea que se enlaza con la “constitución histórica”, que en el caso español era la monarquía militar.

Aunque se aceptó el término “soberanía nacional”, este se vació de contenido desde el momento en que se afirmaba que está residía a la vez en el Rey y en las Cortes. De hecho la Restauración no supuso, como se ha afirmado en ocasiones, un paréntesis en la tradición militarista de la España contemporánea. Ciertamente que desapareció el pronunciamiento al viejo estilo, pero no el militarismo. Cuando Cánovas se refirió a la figura del Rey-Soldado no hacía sino extraer las últimas consecuencias de su concepción defensiva (y contrarrevolucionaria) del sistema político. El propio Maeztu, tan crítico con la Restauración, reivindica la monarquía militar, que considera propia de los Borbones, para frenar la revolución y la descomposición de España, pero considera que el objetivo final es la monarquía católica propia de los Austrias, que ya no necesita al ejercito como instrumento de cohesión interna, pues esta es proporcionada por la religión católica.

A pesar de todo ello Cánovas logró integrar en su sistema a elementos liberales, e incluso a un grupo de antiguos republicanos, dirigidos por Emilio Castelar. Se instituyó un bipartidismo, con el Partido Conservador y el Liberal, que coincidían en lo esencial y se ponían de acuerdo pata alternarse en el poder mediante la falsificación sistemática de los resultados electorales.

El entramado oligárquico y caciquil en pueblos y capitales de provincias se encargaba de mantener un voto cautivo, o, simplemente, fabricar los resultados electorales de acuerdo con el Ministerio del Interior. La instauración del sufragio universal en 1890, por iniciativa de los liberales de Sagasta, reforzó todavía más el entramado caciquil. Este no debe ser considerado como una corrupción pasajera del sistema, sino que formaba parte de su esencia más íntima, y reflejaba la burocratización de tipo patrimonial, propia de la sociedad española, que caracterizaba el dominio de la sociedad por el Estado.

Un Parlamento así reclutado era una institución incapaz de asegurar la coherencia política y económica del Estado. La administración pública era frágil y corrupta, invadida por intereses privados y clientelismos personales. La debilidad del Estado se traducía en la imposibilidad de racionalización burocrática y fiscal.

La base social de la Restauración era la aristocracia tradicional, y la burguesía emergente enriquecida, que se había convertido en terrateniente a través de las sucesivas desamortizaciones. Estas políticas iniciadas por al ministro Mendizabal consistían en confiscar las tierras de la Iglesia (así como las propiedades comunales de los ayuntamientos) y venderlas a bajo precio a personas afines al liberalismo “moderado”. El debilitamiento económico de la Iglesia hacia perder apoyos a la causa carlista, y los nuevos terratenientes constituían una neo aristocracia adicta al régimen liberal.

El predominio de los intereses agrarios en la Restauración era casi absoluto, lo cual neutralizaba la posible creación de un capitalismo industrial nacional. La estructura agraria era un auténtico tabú para todo intento de modificarla. Un dos por ciento de propietarios poseía el cuarenta y siete por ciento de las áreas cultivables. Aunque en el norte y centro de España existían pequeños propietarios, en las provincias andaluzas el promedio de tierra por propietario era de 2756 Ha[16].

A pesar de ello fuera del sistema campaba la extrema derecha carlista, soliviantada por la cuestión dinástica, los fueros territoriales y las cuestiones religiosas, con cierto apoyo popular en el norte y en Cataluña. El tímido desarrollo industrial de principios de siglo generó un proletariado que alimento al anarquismo y al socialismo, fuerzas también, obviamente, fuera del sistema.

El sistema político de la Restauración funcionó más o menos hasta 1898. La crisis provocada por la derrota frente a Estados Unidos y la perdida de las últimas colonias fue un mazazo a la conciencia nacional. La crisis del 98 provocó por una parte la emergencia de los nacionalismos periféricos, emparentados en sus inicios con la disidencia carlista, y por otro lado desarrolló una importante conciencia crítica con el régimen político y la sociedad en general que cobro forma en el regeneracionismo y el “noventayochismo”, con su planteamiento del “problema de España”. El sistema sufrió una crisis de legitimidad de la que nunca se repondría.

Desde los propios partidos dinásticos también surgieron algunas voces que pedían cambios. La corriente más importante surgió del propio partido conservador: el maurismo.

 

EL MAURISMO

El fallecimiento de Antonio Cánovas en 1897 había dejado sin líder al Partido Conservador. Este partido (al igual que el liberal) no tenía nada que ver con un partido de masas moderno. Desde el punto de vista organizativo era poco más que un club parlamentario y una red de casinos locales, a través de los cuales conectaba con las oligarquías caciquiles y los grupos clientelares que le aseguraban un voto cautivo.

Desde el punto de vista “ideológico” era una amalgama de fracciones dispares, desde los unionistas, que integraban la mayoría vinculada a Cánovas, los ultramontanos o neocatólicos de Pidal, próximos al carlismo pero que se mantenían dentro del sistema, los romeristas, seguidores de Romero Robledo, y los silvelistas, que habían secundado a Francisco Silvela en su disidencia en 1893, muy crítico respecto al estancamiento de partido[17].

El impasse provocado por la muerte de Cánovas concluyó con la llegada de Silvela a la dirección del partido, y la refundación de este como Unión Conservadora. A partir de aquí se iniciará un programa de gobierno reformista que culminará en Antonio Maura. Este nuevo conservadurismo se caracterizó por la asunción formal de muchas de las propuestas del regeneracionismo. Así pretendía por un lado neutralizar unas iniciativas cuyo control escapaba al control de los partidos turnistas, y por otra parte dotarse de unos contenidos políticos que incrementaran sus bases de apoyo social.

En los periodos 1899-1904 y 1907-1909, en que ejercieron el poder, los conservadores plantearon un ambicioso conjunto de propuestas políticas: reforma fiscal de Villaverde, leyes electoral y municipal de Maura, dirigidas al descuaje del caciquismo, legislación social de Dato, etc. Sin embargo la mayoría de estos proyectos no llegaron a la realidad social, en parte por las falta de medios, en parte también por la descoordinación interna de un partido donde los notables actuaban con gran independencia.

Además, el concepto de revolución desde arriba propugnado por Maura se atenía a los presupuestos elitistas propios del liberalismo decimonónico. En lugar de ir a la construcción de un partido de masas conservadoras que aportará las bases de una política regeneracionista, se optó por un partido de cuadros integrados por políticos profesionales.

A pesar de la cacareada ideología regeneracionista y el rechazo teórico al caciquismo, las tramas oligárquicas locales seguían siendo la principal garantía de pervivencia del sistema. Maura intentó en 1903 el experimento de las elecciones honradas (es decir, sin pucherazo), donde se demostró que el peso real de la izquierda antimonárquica era muy superior del que la atribuía el monopolio parlamentario de los partidos turnistas. Frente a los peligros de la democratización interna, optaron por intentar convocar a la retraída clase media a las elecciones locales, en las que el sufragio indirecto garantizaba el predominio de las élites tradicionales.

Por otra parte, tanto el propio Maura como su ministro de la gobernación, Juan de la Cierva, mostraron una abierta tendencia a considerar cualquier crítica u oposición a su política como una cuestión de orden público. La ley de terrorismo, planteada sin éxito en 1907 y, sobretodo, los sucesos de la Semana Trágica de 1909 y la posterior represión, hicieron que el propio partido Liberal se aproximará a los sectores republicanos, y que presentaran a Maura como paladín del autoritarismo y del integrismo.

Entre los años 1909 y 1913 Maura fue perdiendo terreno en el partido conservador a favor de un nuevo líder que se perfilaba, Eduardo Dato. En 1912, ante la crisis provocada por el fallecimiento del líder liberal Canalejas, el rey consulto a Maura para la formación de un nuevo gobierno, pero las condiciones impuestas por este eran tan duras que, de haberse cumplido, se habría provocado la ruptura con el partido liberal y, por tanto, con el turnismo.

Los notables del partido apoyaron a Dato para la formación de un gobierno conservador idóneo. El gesto abandonista de Maura no fue aceptado por sus seguidores dentro del partido conservador, y aquí se inicia la disidencia maurista. A los pocos días de la formación del gobierno conservador presidido por Dato, el abogado madrileño Angel Ossorio y Gallardo dio los primeros pasos hacia esta disidencia. A su llamada respondieron algunos cuadros y núcleos de las Juventudes Conservadoras, y el 30 de noviembre de 1913 los mauristas celebraron en Bilbao su primer acto público, en el que se perfiló Ossorio como líder, dado que el propio Maura se mantenía en un ostracismo voluntario, y no daría su visto bueno a la disidencia hasta junio de 1914.

Pero el naciente maurismo, a pesar de sus propuestas regeneracionistas sinceras, desde el punto ideológico tendía a aproximarse a la extrema derecha católica y carlista que campaba fuera del sistema. Para muchos dirigentes eclesiásticos Maura era el único político capaz de sacar a las masas católicas de su retraimiento y movilizarlas a favor de los intereses de la Iglesia. En la incorporación a la política de esta masa neutra católica iba a buscar el maurismo su campo natural de captación de militancia y de apoyo social.

Pero el hecho de que en lo ideológico el maurismo basculara hacia la extrema derecha no es óbice para que en el terreno de la estrategia y la agitación política no desarrollara elementos modernizadores. Para los mauristas, tal como ya hemos comentado, el regeneracionismo debía ser la bandera tras la cual los conservadores consiguieran el respaldo social de una masa neutra, y dieran vida a una nueva derecha capaz de realizar la revolución desde arriba con amplio respaldo popular.

Ello llevó forzosamente a abandonar las políticas oligárquicas y caciquiles y lanzarse a la agitación callejera. En este sentido el elemento más activo fueron las Juventudes Mauristas, organizadas a partir de 1915 en una Federación Nacional y dirigidas por el joven abogado Antonio Goicochea, que sería posteriormente un importante dirigente de la derecha autoritaria Alfonsina. Este maurismo callejero, inédito hasta el momento en partidos conservadores, es visto por algunos autores, con evidente exageración, como un precursor del falangismo[18]. En realidad del maurismo surgirían diversas corrientes y partidos, y la mayoría de los cuadros políticos de la Dictadura de Primo de Rivera.

El Partido Maurista nunca llegó a consolidarse del todo. Por una parte se encontraba al margen del sistema de turnos, lo cual le vedaba cualquier posibilidad de llegar al poder. Por otra parte el propio Antonio Maura nunca llegó a comprometerse del todo con su propio partido, pues concebía su retorno al poder como líder de una amplia coalición de derechas, y estaba empeñado en aparecer como una figura suprapartidista. Además el maurismo nunca supero las contradicciones propias de un estadio de transición, y era en realidad una mezcla de club de notables al viejo estilo, estado de opinión más o menos gaseosos e incipiente organización de masas.

Desde el punto de vista que nos ocupa, el maurismo tiene interés por dos cuestiones; por una parte la mayoría de los políticos que iban a colaborar con Primo de Rivera, y por tanto iban a converger con la evolución de Maeztu, procedían del maurismo. Por otra parte en el seno del maurismo se desarrollaron tres sectores políticos e ideológicos diferenciados, y su evolución posterior se debe interpretar en función de esta división.

En el ala izquierda encontramos los católico- sociales, encabezados por Angel Ossorio, y con gente próxima a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), como el conde de Vallellano, Luis de Onís o Genaro Poza. Este sector intentó potenciar una concepción social propia de la democracia cristiana, abriéndose a las clases medias e intentado atraer militancia obrera, con la creación de Centros Instructivos, una Mutualidad Obrera y una Bolsa de Trabajo. En general esta política interclasista fue un fracaso, pero marco la pauta de todos los partidos de tendencia conservadora hasta la Guerra Civil.

La continuación natural de este sector del maurismo hay que buscarla el Partido Social Popular, fundado en 1922[19], en el cual encontramos a Genaro Pozas, el conde de Vallellano, y a Luis de Onís, juntamente con Angel Ossorio , Santiago Fuentes Pila y José Calvo Sotelo. En el PSP iniciaron su andadura política personajes que serían después centrales en la derecha española, como José Mª Gil Robles o Manuel Giménez Fernández, destacadas figuras de la CEDA ya durante la II República. También en el PSP se da la primera convergencia entre elementos procedentes de la derecha alfonsina y del carlismo.

En el centro del espacio maurista encontramos a los liberal- conservadores, acaudillados por el hijo de Maura, Gabriel, conde de la Mortera y luego Duque de Maura. Este sector evolucionará hacia un republicanismo conservador.

Finalmente en el ala derecha encontramos a los neoconservadores, con Goicochea como dirigente indiscutible, y caracterizados por su reaccionarismo social y su visión autoritaria del ordenamiento constitucional. Este sector se nutrió fundamentalmente de la Juventud Maurista, y de aquí procederán muchos cuadros de la Dictadura y del partido alfonsino Acción Española.

Sin duda el teórico sociopolítico más notable procedente del maurismo fue José Calvo Sotelo[20]. Sus posiciones políticas se encuadran en el regeneracionismo y en la esperanza de que un Estado fuerte controle y regule las relaciones sociales. En su crítica al individualismo liberal se observan influencias del pensamiento krausista, y más concretamente del organicismo jurídico de Gumersindo de Azcarate, promotor de la corrección intervencionista del individualismo liberal[21].

De todos los políticos procedentes del maurismo fue sin duda Calvo Sotelo el que más se aproximó al fascismo. Su estatismo le separaba, en este sentido, de Maeztu. Para fundamentar su alternativa al capitalismo liberal y al socialismo marxista, Calvo Sotelo tomó nota de la experiencia francesa del Círculo Proudhom, fundado por el sindicalista revolucionario Sorel y por Georges Valois, que procedía de L’Actión Française de Charles Maurras, señalando las hondas afinidades entre el conservadurismo tradicionalista y el sindicalismo revolucionario. No olvidemos que el fascismo iba a nacer de esta síntesis[22].

El maurismo en su conjunto fue un buen reflejo de la situación de crisis atravesada por la Restauración, en la que se percibe claramente que lo viejo va a hundirse, pero no se ve nada clara la alternativa. A pesar de las propuestas de algunos mauristas, los años que van de 1919 a 1923 demostraron que Maura era más bien un político tradicional, sin profundas diferencias respecto a por prohombres de la Restauración[23]. Cuando Maura volvió a gobernar por última vez, muchos de sus partidarios hacen ya apología de la dictadura.

La corriente más autoritaria del maurismo se organiza en torno al diario La Acción, dirigida por Delgado Barreto, que será posteriormente director de La Nación, diario oficial de la Dictadura de Primo de Rivera, donde también escribirá Maeztu[24]. Otros mauristas lanzaron el periódico La Camisa Negra, que solamente edito un número.

Pero desde la corriente social popular del maurismo, organizada en torno al diario católico El Debate, también se hacen aportaciones ideológicas sobre la función social de la propiedad y un aumento de la producción cooperativa que también serán recogidas por Primo de Rivera. En esta línea encontramos a Calvo Sotelo, a Victor Pradera y al conde Vallellano. Las condiciones para el golpe de Estado estaban servidas.

 

EL GOLPE DE ESTADO

La crisis del régimen de la Restauración tuvo su fecha emblemática en 1917[25]. Este año se produjo una auténtica oleada de acontecimientos. Tenemos en primer lugar la aparición en Barcelona de las llamadas Juntas de Defensa, resultado del descontento militar, que, utilizando un lenguaje regeneracionista, cargaron contra “políticos” y “oligarcas” a los que culpaban de la mala situación social y política.

Paralelamente, el líder regionalista catalán Francesc Cambó convocó una asamblea de parlamentarios, también en Barcelona, que contó con el apoyo de todas las fuerzas políticas adversas al sistema de “turnos”. La asamblea propuso la redacción de un nuevo texto constitucional.

En agostos del mismo año se desencadenó una huelga general convocada por las dos grandes centrales, CNT y UGT, con el apoyo político del PSOE y los republicanos de Lerroux, que no triunfo, pues el ejército se mantuvo leal al sistema. Al mismo tiempo se producía un notable incremento de las reivindicaciones nacionalistas en Cataluña y el Pais Vasco, favorecido por la expansión del principio de la autodeterminación de las nacionalidades, con el presidente norteamericano Wilson como su máximo paladín.

En un artículo publicado en La Correspondencia de España[26] , Maeztu atribuía la crisis al total desfase entre un sistema político arcaico y una sociedad en permanente mutación. La dinámica social generaba fuerzas nuevas que no tenían ninguna representación en la “ficción de Parlamento” de la Restauración. En estos momentos Maeztu, aun cuando ya está en la doctrina del clasicismo católico, no ha abandonado el lenguaje regeneracionista, ni la crítica a la Restauración desde presupuestos más o menos progresistas.

El desarrollo del golpe de Estado de Primo de Rivera fue bastante sinuoso[27]. Parece ser que existía una doble vía conspirativa, la madrileña y la barcelonesa. En la primera vía encontramos a los cuatro generales, Cavalcanti, Berenguer, Dabán y Saro. En la barcelonesa al propio Primo de Rivera, por entonces Capitán General de la región catalana.

El proyecto madrileño era realmente el de Alfonso XIII. Decidido a no implicarse directamente, tal como le había aconsejado Maura a través de su hijo, el plan del rey era mantenerse dentro de la constitucionalidad, formar un gabinete con mayoría civil, incluir al cuadrilátero militar antes citado con su probada fidelidad monárquica, y otorgar la presidencia a Primo de Rivera. Pero este tenía otros planes. Su decisión por controlar totalmente la situación le llevo a forzar la extraconstitucionalidd de la situación. El 14 de septiembre de 1923, con la nota real de la aceptación de los hechos se inicia una nueva etapa política. En su seno, aparte de las pugnas de poder, hay proyectos políticos distintos, que al final llevaran a la caída de Primo y arrastraran a la larga a la monarquía

 

LAS CONTRADICCIONES DE LA DICTADURA

Es clásica la distinción de Carl Schmitt entre dictadura comisaria y constituyente[28] . La primera sería una respuesta a una situación excepcional (como el peligro revolucionario); una vez conjurado este peligro, se volvería a la situación política normal. La dictadura constituyente es, en cambio soberana, y prepara el advenimiento de una situación política nueva, que puede traducirse en una nueva constitución.

Pero el caso que nos ocupa es más complejo. Es cierto que existían sectores que veían la Dictadura como comisaria, y otros como constituyente. Pero entre los primeros no había acuerdo entre cual era la situación normal a la que se debía volver, y entre los segundos tampoco había acuerdo entre cual era la situación nueva que se debía generar.

Entre los que veían la Dictadura como comisaria encontramos al propio Alfonso XIII y a los políticos liberal-conservadores de corte oligárquico. Para ellos la función de Primo de Rivera era “poner orden”, para después regresar con “normalidad” al sistema de la Restauración. Paradójicamente también encontramos en este sector a los socialistas. También querían regresar a la situación anterior, aunque por motivos distintos: intuían que la vuelta a la “normalidad” de la Restauración puede provocar la revolución, o, al menos, la caída de la Monarquía. Consecuentemente los socialistas colaboraron al principio con Primo de Rivera: así el sindicato UGT se benefició de la disolución de la CNT, estuvo presente en muchos comités paritarios y en ayuntamientos. Cuando estuvo claro que Primo pretendía un régimen autoritario, pero a la vez con pretensión de modernización y de reforma social, los socialistas le retiraron su apoyo.

Otra lectura “comisaria”, pero esencialmente distinta, de la Dictadura es la que realizan determinados sectores tradicionalistas. Para estos la Dictadura es una situación provisional, en una situación política “limite”: el peligro revolucionario. Ahora bien, para ellos la vuelta a la “normalidad” no es la vuelta al régimen constitucional de la Restauración, sino a la Monarquía Tradicional.

Entre los que ven la Dictadura en clave constituyente tenemos en primer lugar a toda la intelectualidad liberal y regeneracionista, que apoyan al Dictador los primeros años. De hecho Maeztu puede contarse entre estos sectores cuando aún escribe en el diario “El Sol”. Para estos sectores Primo de Rivera tiene que acabar con la Restauración, redactar una nueva Constitución, reformar las leyes electorales, y convocar elecciones limpias. Maeztu está en esta línea cuando teoriza la necesidad de un gran partido de centro, de inspiración católica, y otro socialista, pero que haya renunciado al marxismo y a la revolución.

Pero hay otras lecturas constituyentes de la Dictadura. Hombres como Eduardo Aunós, ministro de Trabajo, o José Calvo Sotelo, ministro de Economía, creen que la dictadura debe dar paso a un nuevo régimen, pero no liberal, sino autoritario y corporativo. Es un modelo de corporativismo estatista, muy distinto al propugnado por Maeztu, que tiene como modelo al fascismo italiano, pero sin llegar a ser fascista.

La Dictadura se movió siempre entre estas contradicciones. El propio Primo de Rivera no acabó nunca de decidirse entre estas distintas posibilidades. La posición del propio Maeztu también estuvo sometida a contradicciones y a cambios. Siempre a apoyó a Primo de Rivera sin fisuras, pero sus propuestas fueron cambiando, y muchas veces estuvieron en franca contradicción con las políticas concretas del Régimen.

 

MAEZTU Y LA DICTADURA: LA PRIMERA ETAPA.

El año 1917 el empresario Nicolás María de Urgoiti, amigo de Ortega y del propio Maeztu había fundado el diario liberal El Sol. En noviembre de 1920 Maeztu inició su colaboración en el diario como enviado especial a la Conferencia de Ginebra. Cuando se produjo el golpe de Primo de Rivera Maeztu le dio su apoyo. Con ello no hacía más que conectar con una parte muy importante de la opinión pública española. De hecho, en estos primeros años, todo el mundo veía a la Dictadura con simpatía, con excepción de los representantes de los viejos partidos oligárquicos.

Las primeras razones de Maeztu a favor de Primo de Rivera hay que entenderlas en la línea de una interpretación comisaria de la Dictadura, o al menos como una interpretación constituyente encaminada a generar las condiciones para una auténtica democracia. El Ejército, como institución central del Estado, tenía la misión de garantizar la unidad de la soberanía, ante la incapacidad de los partidos políticos. En el futuro nuevos partidos políticos podrían garantizarla, pero en aquellos momentos, en la situación de corrupción política generalizada, se imponía la necesidad de recurrir al ejército.

En estos primeros momentos no hay ninguna razón para pensar que Maeztu tuviera en mente la idea de que la Dictadura debería ir a la sustitución definitiva del régimen parlamentario por otros de carácter autoritario y corporativo. La Dictadura es vista como un intervalo, y la Restauración es descrita por Maeztu (en la línea regeneracionista) como un sistema antidemocrático, que falseaba por sistema la expresión de la voluntad nacional.

Maeztu llego a adelantar algunas ideas de lo que debería ser el final de la Dictadura. Imagina la existencia de dos grandes partidos nacionales, que a diferencia de los partidos dinásticos de la Restauración sean organizaciones de grandes masas de opinión, que hagan salir de la apatía y del escepticismo a la inmensa mayoría del pueblo. Uno de estos partidos debe ser centrista y de inspiración católica, y el otro de izquierdas, pero no marxista y sin veleidades revolucionarias. Sin saberlo, Maeztu está describiendo no la salida de la Dictadura de Primo de Rivera, sino la transición del franquismo a la democracia formal, con la UCD y el PSOE como puntales principales de la operación.

Pero para Maeztu, además de las reformas políticas, España necesitaba urgentemente reformas de tipo socioeconómico, y está convencido que estas podrán realizarse en el marco político de la Dictadura. Fiel a sus ideales regeneracionistas, Maeztu piensa que es necesaria la consolidación de una clase media emprendedora, que sea capaz de iniciar el despegue industrial y económico, y que esté imbuida en una nueva ética del trabajo y del servicio social.

A lo largo de los años 1925 y 1926 desarrolló Maeztu una amplia campaña periodística en El Sol, en los diarios cubanos El Mundo y El País y en el argentino La Prensa, sobre temas socioeconómicos. Estos artículos serían recogidos posteriormente en dos libros : El sentido reverencial del dinero[29]y Norteamérica desde dentro[30]. En estas obras el corporativismo católico desarrollado en La crisis del humanismo se combina con el liberalismo económico, y con la admiración hacia Estados Unidos donde, según Maeztu, este conjunto de ideas se han llevado a la práctica con notable éxito.

Puede parecer contradictorio que se ponga a Estados Unidos como ejemplo sociopolítico a seguir, cuando se escribe en el contexto político de una dictadura militar, a la cual se está apoyando activamente. Pero en los argumentos de Maeztu hay una lógica interna. El desarrollo industrial genera tensiones sociales, y hace surgir y crecer una clase trabajadora propensa a las ideas revolucionarias. Hace falta un gobierno autoritario que controle la situación social, hasta que la industrialización, el desarrollo económico y “el sentido reverencial del dinero” empiecen a dar sus frutos. Entonces los trabajadores entenderán que el capitalismo les favorece, abandonaran las ideas revolucionarias y se integraran en un sindicalismo profesional y corporativo que defienda sus intereses sin atacar al capitalismo ni pretender derrocarlo.

En este momento, siempre según Maeztu, la Dictadura ya no será necesaria, y podrá desarrollarse un liberalismo de nuevo cuño, basado en la existencia de dos grandes partidos, uno católico y otro socialista reformista, pero que no sean partidos oligárquicos como los de la Restauración, sino partidos de masas, capaces de vehicular las opiniones de la mayoría de los españoles.

Las cosas no fueron como Maeztu planeaba. Sin embargo sus previsiones acabarían cumpliéndose, aunque unos años más tarde. El guión de la historia política de España desde mediados de los 50 hasta la década de los 80 parece haber sido escrito por Maeztu. Ya en pleno franquismo, después de la crisis de los 50, después de la cual los falangistas son apartados definitivamente de cualquier participación en el poder, los tecnócratas vinculados al Opus Dei dirigen la política en España. Muchos de estos hombres son discípulos tardíos de Maeztu, y van a inspirar su política en las ideas defendidas por Maeztu en este periodo.

Poco a poco Maeztu fue variando su postura, no sobre la Dictadura, a la cual apoyará hasta el final, sino sobre la salida de la misma. Dos acontecimientos internacionales influyeron en este cambio: el triunfo y la consolidación del comunismo en Rusia, y la llegada al poder de Mussolini en Italia.

Al principio parece que el triunfo bolchevique en Rusia no impresionó demasiado a Maeztu. Pero al poco se percató de que este acontecimiento daba un giro completo a la amenaza revolucionaria. Antes de que Rusia fuera comunista, la revolución era un asunto interno de la política nacional. Con Lenin en el poder todo es diferente, pues la exportación de la revolución se convierte en elemento fundamental de la nueva política exterior de la URSS. El peligro de la revolución comunista, teledirigida desde Moscú, se convirtió en una auténtica obsesión en Maeztu, lo que le llevó a revisar sus planteamientos sobre el liberalismo.

Cada vez más en la línea de Donoso Cortés, Maeztu empezó a ver en el liberalismo formal (elecciones, partidos políticos) una protección débil e insuficiente frente a la amenaza revolucionario, cuando no un caballo de Troya de la misma. La ideología contrarrevolucionaria expuesta en La crisis del humanismo, compatible con la democracia, incluso con cierta forma de socialismo, y que podía ser defendida desde un partido de “centro”, se trasmutó en la reivindicación de un estado autoritario como pieza imprescindible para desarrollar la contrarrevolución.

El triunfo de Mussolini en Italia, y la instauración de regímenes autoritarios en diversos países europeos (Dolfuss en Austria, Pilsudsky en Polonia, Antonescu en Rumania), influyó también en el cambio de actitud de Maeztu. Pero la visión de Fascismo por parte de Maeztu fue siempre muy parcial y superficial: vio en el mismo solamente la actitud decidida de las escuadras fascistas para derrotar al comunismo en la calle. No profundizó, o no quiso profundizar, en aspectos como su carácter secular (no anticatólico, pero en absoluto confesional), sus aspiraciones revolucionarias, su corporativismo (distinto y distante del corporativismo gremial que defendía Maeztu), y sobretodo su estatismo, tan opuesto a las ideas defendidas por Maeztu en La crisis del humanismo.

Maeztu nunca entendió al Fascismo y, por supuesto, nunca fue fascista (aunque Giménez Caballero lo presentará como un camisa negra). Se lamentaba de que en España no pudiera producirse una reacción similar, pero no se daba cuenta que desde sus premisas ideológicas , o las de sus nuevos amigos mauristas, con los que después se encontraría en Renovación Española, era altamente improbable poder movilizar masas, aunque fueran conservadoras. No quiso darse cuenta de que los fascios nacieron como una escisión por la izquierda del partido socialista, o de que en Italia el patriotismo no se asociaba a la reacción, como en España, pues la unificación se había hecho en contra del trono y del altar.



MAEZTU Y PRIMO DE RIVERA

Maeztu puso su pluma de periodista y su prestigio intelectual al servicio de Primo de Rivera, pero nunca fue el ideólogo de la Dictadura. Cuando se creó la Unión Patriótica como partido oficial del régimen (una mala copia del fascismo italiano) se intentó articular una especie de equipo intelectual, pero no se contó con Maeztu, sino con el poeta José Maria Pemán y el filósofo José Pemartín.

Tampoco ocupo Maeztu ningún cargo ejecutivo, aunque al principio su nombre había sonado como ministro de instrucción pública. Únicamente fue miembro de la Asamblea Nacional Consultiva, que elaboraría el anteproyecto constitucional que se haría público en 1929. Maeztu estaba ya por entonces en plena “mística” contrarrevolucionaria, y sus propuestas fueron tan radicales que el propio Primo de Rivera empezó a pensar si este aliado no era más perjudicial que otra cosa para el régimen.

Al final fue nombrado embajador de España en Argentina. Algunos vieron en este nombramiento el deseo de Primo de Rivera de alejar a un aliado que empezaba a ser molesto. Puede que hubiera algo de esto. Pero también es cierto que la Dictadura estuvo siempre a favor de una política de acercamiento a los países hispanoamericanos, muy acorde con el sustrato tradicionalista de sus planteamientos ideológicos. Fue este uno de los pocos puntos en las propuestas de Maeztu y las políticas concretas de Primo de Rivera coincidían.

Las políticas económicas y sociales de la Dictadura tenían muy poco que ver con las propuestas de Maeztu. Eran en realidad mucho más avanzadas. Maeztu defendía políticas liberales en lo económico, que fomentaran la industrialización y el desarrollo de una burguesía nacional. Consciente que estos procesos generarían riqueza, pero también desigualdades económicas, requería una política autoritaria solamente en cuestiones de orden público, para reprimir cualquier tentativa revolucionaria.

Calvo Sotelo, que fue ministro de Hacienda, y Eduardo Aunós, de Trabajo, iban a actuar en una línea muy distinta de la propugnada por Maeztu. El primero interpretó la idea de Estado autoritario no solamente en la línea de reprimir cualquier intento revolucionario, sino de una participación activa del Estado en el terreno económico. Fiel a sus planteamientos reformistas heredados del maurismo, inició una serie de medidas contra el fraude fiscal, que se concretaron en tres reales decretos: el primero creaba un registro de arrendamiento de fincas rusticas; el segundo establecía el libro de ventas en el ámbito de la contribución industrial, y el tercero se dirigía contra la ocultación de la riqueza territorial, estableciendo la posibilidad de las expropiaciones en casos de fraude. Los grandes propietarios se opusieron a estas medidas, a las que tacharon de “revolucionarias”. En cualquier caso establecían un control estatal sobre las actividades económicas que no estaba precisamente en la línea que Maeztu propugnaba.

Eduardo Aunós procedía de la Lliga Regionalista Catalana, y había sido secretario político de Cambó, cuando este obtuvo al cartera de Fomento en 1918. Después se alejó de la Lliga y se aproximó a la Unión Monárquica Nacional. Se declaró partidario de un Estado intervencionista, antiliberal y nacionalista[31]. En diciembre de 1925 Primo de Rivera lo nombró ministro de Trabajo, y realizó una intensa labor legislativa: codificación de la legislación laboral, descanso nocturno de la mujer obrera, seguro de maternidad, subsidios para familias numerosas y otros. Pero su obra más destacada fue la creación del sistema corporativo, a través de los decretos de 1926 y 1928.

El sistema corporativo de Aunós presentaba una gran originalidad. Tenía poco que ver con el corporativismo católico tradicionalista, nostálgico de la Edad Media (que era el de Maeztu). Su proyecto era moderno, nacido como reacción al sindicalismo de clase, y pretendía reducir el conflicto social a través de planteamientos armonicistas y comunitarios. Aunque se interesó por las reformas corporativas del fascismo italiano, llegando a viajar a Italia para entrevistarse con el jerarca fascista Giuseppe Botai, su proyecto distaba mucho de ser una simple copia del italiano.

En el proyecto de Aunós no había presencia del partido único, ni tampoco de un sindicalismo oficial o estatal. Tenía como eje el comité paritario, sobre cuyo mecanismo de arbitraje y conciliación se establecía la corporación obligatoria, supeditada al estado. No desaparecía la pluralidad sindical, pues aunque la CNT fue disuelta, los trabajadores participaban en el comité paritario a través de sindicatos independientes, como la UGT, los Sindicatos Libre o los Sindicatos Católicos. De hecho la mayoría de los comités paritarios fueron controlados por la UGT.

La política de Aunós, como la de Calvo Sotelo, provoca las reticencias de las oligarquías y de los sectores más conservadores. Los comités paritarios agrarios no fueron establecidos nunca, por la oposición de los terratenientes, mientras que los industriales no fueron nunca bien vistos por los sectores patronales.

Así pues se dio la paradoja de que Maeztu fue el gran defensor de un régimen en el cual no influyó demasiado, pero al que nunca abandonó. Al principio veía en él una esperanza regeneracionista, y al final el único valladar contra la revolución amenazante. La influencia real de Maeztu en la política española vino más tarde, en el franquismo. Discípulos importantes suyos ocuparon parcelas de poder nada desdeñables, tanto en el terreno cultural, como económico y social. En nacional-catolicismo de la primera época franquista, después de la caída de Serrano Suñer y los falangistas más radicales, se inspiró en el último Maeztu, mientras que tecnocracia opus deísta que dirigió España después de la crisis de los cincuenta, bebió de las fuentes de El sentido reverencial del dinero y de Norteamérica desde dentro. La propia Transición copió las formulas imaginadas por Maeztu para el final de la Dictadura de Primo de Rivera, con la creación de dos grandes partidos, uno de centro católico y otro socialista no marxista.

  

 

LA UNIÓN PATRIÓTICA, UNA FASCISTIZACION MIMÉTICA

Primo de Rivera empezó a concebir la idea de crear un partido político en los primeros meses de 1924, y la iniciativa empezó a concretarse en la primavera del mismo año. Vio a luz con el nombre de Unión Patriótica. Fue un caso curioso de creación de un partido desde el poder, cuyo único parecido en la historia de España hay que buscarlo en la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suarez.

Los objetivos de la Unión Patriótica nunca estuvieron claros. En un principio parecía que tenía que ser una organización de masas de carácter derechista, que en un futuro próximo inaugurara un nuevo bipartidismo, juntamente con el PSOE. Pero a medida que avanzaba la institucionalización de la Dictadura, el modelo a seguir parecía ser el fascismo italiano. De todas maneras la “fascistización” de la Unión Patriótica fue puramente mimética. Sus militantes procedían del maurismo, de la ACNP (Asociación católica nacional de propagandistas) del PSP o del carlismo, y, en general, representaban una pequeña burguesía a la defensiva.

La Unión Patriótica absorbió al Somatén, fuerza parapolicial que había sido legalizada en septiembre de 1923, que iba a jugar un papel de “milicia”, y también contó con la colaboración de los Sindicatos Libres. Celebró su primera asamblea en mayo de 1924, y en mayo de 1925 se designó a Primo de Rivera como jefe nacional.

Bajo todos los puntos de vista la Unión Patriótica fue un fracaso. Ni logró convertirse en un partido capaz de movilizar a las masas conservadoras, y competir con el PSOE en un futuro planteamiento bipartidista, ni mucho menos logró convertirse en un partido de carácter fascista. Quizá su único interés fue el hecho de que abrió a numerosos individuos de extracción mesocrática el acceso a cargos administrativos y políticos que hasta el momento habían estado reservados a miembros de las oligarquías. Estos hombres nuevos eran integrantes de una burguesía provinciana de profesionales liberales, comerciantes, industriales y agricultores, ajenos al sistema oligárquico, que podían ser la base de aquella burguesía católica que Maeztu reivindicaba.

En general eran gentes muy alejadas de cualquier programa de modernización. Respondían a una cultura política de resistencia, a veces francamente antiliberal, y a un prototipo de gente de orden, que tenía poco que ver con el futurismo, el culto a la acción y el pasado sindicalista del que hacían gala muchos militantes del fascismo italiano.

Después de la caída de la Dictadura la mayoría de los militantes de la Unión Patriótica acabaron integrándose en la Unión Monárquica Nacional, minúsculo partido de la extrema derecha monárquica, que reivindicaba la herencia política de la Dictadura, en el cual militó Maeztu, y en el que José Antonio Primo de Rivera, hijo del Dictador, ensayo sus primera experiencia política[32].

En un principio Maeztu no recibió nada bien al nuevo partido, al que reprocho entre otras cosas, su nulo interés por los temas culturales. Sin embargo, en febrero de 1927, y coincidiendo con su ruptura con el diario liberal El Sol y su ingreso en La Nación, diario del régimen, y después de una entrevista con Primo de Rivera, acabó afiliándose a UP.

 

DE EL SOL A LA NACIÓN

La intelectualidad liberal, en la cual se podía encuadrar a Maeztu hasta 1927, tenía en el diario El Sol su órgano de expresión más genuino. A medida que el apoyo de estos sectores a Primo de Rivera iba desembocando en posiciones cada vez más críticas la relación de Maeztu con la Dictadura era cada vez de mayor compromiso. A lo largo del año 1926 la posición de Maeztu en El Sol se fue haciendo cada vez más insostenible, hasta que el 3 de febrero de 1927 presentó su dimisión como columnista.

A partir de este momento Maeztu entró a formar parte del equipo de La Nación, el portavoz oficioso de Primo de Rivera, dirigido por el antiguo maurista Delgado Barreto. Aunque Maeztu insistía que sus posiciones políticas no habían cambiado, sino que únicamente había variado la tribuna desde la que las exponía, la realidad era muy otra. En primer lugar porque el simple cambio de tribuna tenía un significado político: la misma tesis política puede tener un significado distinto según se exponga desde un diario liberal como El Sol, que desde uno como La Nación.

Pero además hay un cambio real de las posiciones políticas de Maeztu. Su propuesta de construcción de un centro más o menos ecléctico, que en un futuro próximo pudiera completarse con un partido socialista reformado, que hubiera abandonado el marxismo, ya ha sido abandonada por completo. Todo el programa político de Maeztu está condicionado por el miedo a la revolución comunista.

La ideología de fondo no ha cambiado: el clasicismo católico desarrollado en La crisis del humanismo, y las propuestas sociales y económicas expuestas en El sentido reverencial del dinero, pero los proyectos políticos concretos han experimentado una fuerte mutación. Todas las propuestas positivas que podrían derivarse de la ideología de Maeztu quedan aparcadas ante una necesidad imperiosa: cerrar el paso a la revolución. El liberalismo es débil, y el socialismo es la antesala del comunismo. Las clases medias deben cerrar filas (sobre la clase trabajadora Maeztu no se hace ninguna ilusión) en torno a las instituciones capaces de detener a la revolución: la Dictadura en primer término, y la Monarquía en segundo término. Maeztu, y en esto era clarividente, tenía claro que la caída de Primo arrastraría consigo a la institución monárquica, y que republica y revolución eran sinónimos. Ni por un momento se le ocurrió pensar que la republica podía ser un campo de juego político en el que defender sus propuestas.

Frente a la mística de la revolución, Maeztu propone una mística contrarrevolucionaria, basada en el catolicismo y en la idea de la Hispanidad. Esta nueva versión del pensamiento contrarrevolucionario se ira desarrollando en la etapa de embajador en Argentina, y cobrará cuerpo de forma definitiva en Acción Española.

Maeztu, en este periodo, revisó algunos aspectos básicos de su pensamiento. En La crisis del humanismo entiende por revolución el pensamiento humanista, que empezó por negar el pecado original y acabó en la herejía alemana de Kant y Hegel. En este periodo su visión era moderadamente optimista, pues consideraba que la Primera Guerra mundial había mostrado hasta que punto las ideologías fundamentadas en el humanismo habían fracasado. Ahora todo era distinto: el gran peligro es la Revolución comunista, que es la definitiva, frente a la cual hay que aunar todos los esfuerzos.

También hay una revisión de la idea de monarquía. En La crisis del humanismo no hay una referencia explícita a la monarquía, pero en la crítica de los derechos subjetivos se podría adivinar una velada condena a la institución monárquica. En este punto hay también un cambio radical, en cuanto la monarquía es ya considerada como un valladar imprescindible contra la revolución, hasta tal punto que la proclamación de la república es ya considerada como el primer capítulo del drama revolucionario.

Pero hay algo más. Maeztu distingue entre la monarquía militar, propia de los Borbones, de la monarquía católica, propia de los Austrias. La primera había logrado mantener la integridad y la unidad nacional sirviéndose de una institución, el Ejercito, que para Maeztu había sido siempre la columna vertebral de España. De hecho, la propia Dictadura no sería más que una continuación de este espíritu militar propio de la monarquía borbónica. La monarquía católica, propia de los Austrias, no había necesitado al Ejército para mantener la integridad nacional de España, pues la propia religión católica, consubstancial al ser de España y de la propia monarquía, ya realizaba esta misión. Incluso podía permitirse el lujo de ser descentralizada y de otorgar fueros territoriales, en contraste con el centralismo borbónico.

Para Maeztu hay que sostener a la monarquía militar, sea en la forma de la Dictadura, o simplemente, que el Rey, al frente del Ejercito asuma el poder. Pero el objetivo final de la contrarrevolución, de orden político y cultural, es la vuelta a la monarquía católica, es decir, a la monarquía tradicional. A partir de estos momentos, toda la actividad política, intelectual y periodística de Maeztu fue dirigida a este objetivo.

 

 

LA ASAMBLEA NACIONAL CONSULTIVA

En el año 1927 la situación de aislamiento político de la Dictadura era evidente. Importantes sectores de la intelectualidad le habían retirado su apoyo; los estudiantes universitarios estaban revueltos frente a las políticas del ministro Eduardo Callejo, que pretendía equiparar los títulos de las universidades estatales con los de los centros controlados por la Iglesia. Dentro del propio Ejército habían disensiones respecto a la política del Dictador. Para salir del impasse, el mes de septiembre de este año Primo de Rivera convocó una Asamblea Nacional Consultiva con la finalidad de redactar una nueva Constitución. Con ello asumía de forma pública su interpretación constituyente. Sin embargo, su falta de apoyos políticos limitó el proyecto de forma notable. Los socialistas, a pesar de que habían colaborado de forma notable con la Dictadura (especialmente a través del sindicato UGT) se negaron a participar en el mismo. Los sectores liberales y los antiguos partidos oligárquicos se habían apartado de la Dictadura hacía tiempo. La mayoría de los integrantes de este Asamblea era gente de los propios cuadros de la Dictadura, procedentes del maurismo o del carlismo.

Pero a pesar de la relativa homogeneidad (y la poca representatividad) de la Asamblea tampoco había acuerdos claros y unánimes de cual tenía que ser la futura Constitución. Aunque la mayoría de las propuestas giraban en torno a un modelo autoritario y corporativo había disensiones importantes en algunos aspectos. Los sectores más próximos al carlismo se inclinaban hacia un corporativismo con menor intervención estatal y más descentralización administrativa, mientras que los sectores más estatistas estaban por una organización más centralista y una mayor intervención estatal en la economía y en las cuestiones sociales.

La participación de Maeztu fue corta pero intensa. Formó parte de la Sección Primera, responsable de la elaboración del proyecto constitucional (es decir, la más importante) juntamente con Juan de la Cierva, César Silio, Antonio Goicochea, Gabriel Maura, Victor Pradera, José Yanguas Messía y José Maria Pemán, entre otros. Inmerso ya en la mística contrarrevolucionario, Maeztu hizo propuestas tan radicales que suscitaron vivas polémicas con Maura, Silió y Goicochea.

Una de las propuestas estrella de Maeztu giraba en torno al sufragio. No se trataba únicamente de sustituir el sufragio universal por el corporativo en esto estaban todos de acuerdo), sino en “negar el sufragio a los indiferentes”. En otras palabras, Maeztu estaba pidiendo una restricción ideológica del sufragio, algo desde luego inédito. Los primeros tiempos de la Restauración habían funcionado con el llamado “sufragio censitario”, es decir, solamente tenían derecho a voto los ciudadanos por encima de un cierto nivel de renta o propiedad. Pero aquí se está pidiendo otra cosa: que solamente puedan votar los “adictos”. No solamente era una propuesta impresentable, sino técnicamente irrealizable.

 

 

EMBAJADOR EN BUENOS AIRES

A finales de 1927 Maeztu fue nombrado por Primo de Rivera embajador de España en Argentina. Algunos han querido ver en este nombramiento una maniobra para quitarse de encima un aliado que empezaba a ser incómodo. Puede haber algo de verdad en esta hipótesis, pero también es cierto que desde el estallido de la Primer Guerra Mundial ganó terreno entre la clase política española la idea de estrechar las relaciones con Hispanoamérica.

Esta idea se relacionaba con una serie de factores: el crecimiento de la emigración española a estos países, el auge de las relaciones económicas provocadas por la neutralidad de España en el conflicto, así como razones de índole cultural. La Dictadura recogió esta tendencia, y, en este sentido, Maeztu era un candidato idóneo, por su prestigio intelectual y por su relación con diversas publicaciones argentinas.

A pesar de su creciente radicalismo contrarrevolucionario, las actuaciones de Maeztu como embajador estuvieron presididas por la moderación y el espíritu conciliador. Poco después de su nombramiento como embajador, el líder radical Yrigoyen alcanzó la presidencia de la República, al triunfar sobre el anterior presidente, Alvear. Maeztu, a pesar de sentir mayor simpatía por el segundo, defendió el entendimiento y las buenas relaciones con el líder radical, debido a su popularidad, del que alabó además su decidida posición anticomunista. También mostró una buena predisposición hacia los sectores republicanos de la comunidad española en Argentina, asistiendo a los actos organizados a causa de la muerte de Blasco Ibáñez, y sin tener en cuenta los ataques y burlas que había recibido procedentes de estos sectores, que le apodaban “Ramiro II, el Monje”.

Sin duda, lo más importante de la estancia de Maeztu en Argentina fueron sus actividades intelectuales y propagandísticas, y los contactos y relaciones que estableció con los intelectuales nacionalistas y católicos agrupados en torno a les revista La Nueva República, entre los que destacaban Ernesto Palacio, los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, Alfonso Laferrere y Juan Carulla. Este grupo había sido el principal introductor de las ideas de Charles Maurras en Argentina[33], y compartían con Maeztu la crítica a la democracia liberal, la valoración del catolicismo como principal componente de la identidad nacional y el deseo de renacimiento de la tradición cultural hispana. Las sinergias mutuas se pusieron en manifiesto en 1934, cuando Maeztu publicó su Defensa de la Hispanidad, que recibió una acogida entusiasta por parte del grupo argentino.

Maeztu entró también en contacto con el padre Zacarías Vizcarra, que estaba desarrollando una intensa labor proselitista en Argentina a favor del hispanismo y del catolicismo. Había fundado la Cátedra Cultural Isidoriana, los Cursos de Cultura Religiosa para universitarios, y la revista católica Criterio, en la que colaboró Maeztu, y desde la cual Vizcarra protagonizo una campaña para cambiar la denominación de “Día de la Raza” por la de “Día de la Hispanidad”. Posteriormente Vizcarra seria fundador del Centro de “Acción Española” en Buenos Aires.

También en su periodo argentino Maeztu entró en contacto con la obra del Padre González Ariento, que había muerto en 1928. Uno de los discípulos del dominico, Adriano Suarez, remitió a Maeztu su libro más importante, Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia. En una carta a Suarez, Maeztu afirmó que “el Padre Ariento era un santo, pero además un sabio y un artista”.

Seguramente la peor experiencia de Maeztu en su etapa de embajador en Argentina fue el encuentro con su antiguo amigo José Ortega y Gasset. El filósofo madrileño, ya en una postura de clara oposición a la Dictadura, llegó a Buenos Aires para impartir un ciclo de conferencias. Comunicó a Maeztu que aunque no pensaba criticar al gobierno español, valía más que se alejaran, debido a lo encontrado de sus posiciones.

Mientras tanto en España las cosas iban de mal en peor para Primo de Rivera. El proyecto de Constitución, elaborado básicamente por Gabriel Maura y Antonio Goicochea, fue rechazado por el propio dictador. A su enemistad con el grueso de los intelectuales y la opinión pública, Primo de Rivera sumó el de un sector de las fuerzas armadas, concretamente el cuerpo de artillería. El Dictador había realizado cambios en los sistemas de promoción, en contra de las tradiciones de este cuerpo, lo que provocó una rebelión de los artilleros, que se encerraron en sus cuarteles. El gobierno reaccionó disolviendo en cuerpo de artillería.

Se empezó a rumorear sobre la posibilidad de un golpe de estado militar para el día 28 de enero, pero un día antes, ya sin apoyó ni del Ejercito ni del Monarca, Primo de Rivera presentó su dimisión. Alfonso XIII encargó al general Dámaso, jefe de su Casa Militar, la formación de un nuevo gobierno y el restablecimiento de la Constitución de 1876. La Dictadura de Primo de Rivera se cerró pura y simplemente con una vuelta al pasado, sin que se abriera paso a una democracia más real, ni tampoco a un régimen autoritario y modernizador.

Inmediatamente que tuvo noticia de la dimisión de Primo de Rivera, Maeztu presentó la suya como embajador con carácter irrevocable. El 19 de febrero de 1930 se embarcó con su familia en el “Giulio Cesare” con destino a Barcelona.

 


[1]              Lección impartida en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de Cataluña, en el marco del curso “Liderazgo Político”, dirigido por la Dra. Montserrat Nebrera (Curso 2011-2012).

[2]              González Alcanud, J.A. y Robles Egea, A. (2000) “El intelectual entre dos siglos: profetismo, compromiso y profesionalidad”, en González Alcanud, J.A. y Robles Egea A. (eds) Intelectuales y ciencias sociales en la crisis de fin de siglo. Barcelona, Ed. Anthropos y Diputación provincial de Granada, pp. 7-8.

[3]              Para un estudio más profundo del papel del intelectual en la sociedad moderna ver Mannheim, K (1957) “El problema de la Intelligentsia” Ensayos de sociología de la cultura. Madrid, Ed. Aguilar. 

[4]              Este no es el caso de Maeztu, que procedía de una familia muy acomodada, vinculada a la oligarquía, pero que se había arruinado, en parte debido a la Guerra de Cuba.

[5]              “El socialismo bilbaíno” Germinal, 11 (16 – VII- 1897)

[6]              Ver Gonzalo Fernández de la Mora (1985) Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Ed. Plaza Janes, pp. 39 – 44. Ver también Fernando Martínez Buezas (1977) La teología de Sanza del Rio y del krausismo español. Madrid, Ed. Gredos.

[7]              Usamos el término “izquierda” en su sentido más genérico. Alguno sectores de la misma, concretamente los socialistas, despreciaban a los intelectuales por su origen pequeño burgués.

[8]              El 18 de julio de 1936, Unamuno, que era rector de la Universidad de Salamanca, lanzó un arenga a los soldados del ejercito nacional, donde dijo “¡Venga soldados, a por el faraón del Pardo¡ en clara referencia a Azaña, presidente de la República.

[9]              Lison Tolosana, C. (2000) “Réquiem anatómico por una generación”, en Gonzalez Alcanud, J.A. y Robles Egea, A. Obra citada pp. 17-30.

[10]             Alsina Calvés, J. (2010) Pedro Laín Entralgo. El político, el pensador, el científico. Barcelona, Ediciones Nueva República, pp. 127- 130. Ver también Lain Entralgo, P. (2005) “La generación del 98” en España como problema (II): Desde la generación del 98 hasta 1936. Barcelona, Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores.

[11]             Ortega y Gasset, J. (1959) En torno a Galileo. Madrid, Revista de Occidente.

[12]             Un excelente estudio sobre el concepto lainiano de generación lo podemos encontrar en Gracia, D. (2010) Voluntad de comprensión. La aventura intelectual de Pedro Laín Entralgo. Madrid, Ed. Triacastela, pp. 210-214.

[13]             Salinas, P. (1935) “El concepto de generación literaria aplicado a la del 98” Revista de Occidente, diciembre.

[14]             Villacañas, J.L. (2000) Ramiro de Maeztu y el Ideal de la Burguesía en España. Madrid, Ed. Espasa Forum.

[15]           González Cuevas, P.C. (1988) Acción Española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936) . Madrid, Ed. Tecnos, pp. 22-23.

[16]             Tuñon de Lara, M. (1961) La España del siglo XX. París, Club del libro español, pp. 270-278.

[17]            Gil Pecharoman, J. (1994) Conservadores subversivos. La derecha autoritaria Alfonsina (1913-1936). Madrid, Ed. Eudema, pp. 9- 17.

[18]             De Brocà, S. (1976) Falange y filosofía. Tarragona, Unieurop. Editorial Universitaria Europea, p. 53.

[19]            Un antecedente del PSP fue la Acción Social Popular, fundada en 1908 por el jesuita catalán Gabriel Palau. Ver Winston, C.M. (1989) La clase trabajadora y la derecha en España (1900-1936) . Madrid, Ed. Cátedra, pp. 45-46

[20]             Ver González Cuevas, P.C., obra citada, p. 60.

[21]            Sobre las influencias krausistas en el pensamiento conservador español ver Fernández de la Mora. G. (1985) Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Ed. Plaza Janes.

[22]             Sternhell, Z., Sznajder, M. y Asheri, M. (1994) El nacimiento de la ideología fascista. Madrid, Editorial Siglo XXI de España.

[23]             Villacañas, J.L. (2000) Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España. Madrid, Ed. Espasa Calpe, p. 206.

[24]            Ya en la II República, Delgado Barreto dirigió también la publicación El Fascio, donde escribieron José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma. Solamente se publicó un número, que fue secuestrado por las autoridades republicanas.

[25]            González Cuevas, P.C. (2003) Maeztu. Biografía de un nacionalista español. Madrid, Ed. Marcial Pons Historia, p.193.

[26]            “España y los aliados”, La Correspondencia de España, 4 de septiembre de 1917

[27]            González Calvet, M.T. (1988) La dictadura de Primo de Rivera. Madrid, Ed. El Arquero.

[28]            Schmitt, C. (1985) La Dictadura. Madrid, Alianza Editorial.

[29]            Obras completas de Ramiro de Maeztu, Tomo XV. Edición de Vicente Marrero, Madrid, Editora Nacional, 1957.

[30]            Ibidem, Tomo XVI.

[31]            González Cuevas, P.C. (1998) obra citada, p.103.

[32]            Ver el libro de José Luis Jerez Riesco (2009) La Unión Monárquica Nacional: el rito de iniciación política de José Antonio Primo de Rivera. Barcelona, Ediciones Nueva República.

[33]         Pedro C. Gonzalez Cuevas (2002) La tradición bloqueada. Tres ideas políticas en España: el primer Ramiro de Maeztu, Charles Maurras y Carl Schmitt. Madrid, Biblioteca Nueva, p. 101.

  

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