Jóvenes, valores y crisis. ¿Generación desaprovechada?.
Francisco Javier Araniguría Rodrigo
Licenciado en Economía, MBA y ensayista (España).
Son constantes las noticias en prensa, radio y televisión, acerca de la crisis económica que está asolando España y quien más o quien menos, ya se ha familiarizado con palabras como IPC, prima de riesgo o mercados financieros, pero en ocasiones, nos limitamos a ver cómo muchas de esas noticias se quedan en una mera serie de datos más o menos comprensibles por la ciudadanía en general y no nos paramos a pensar, que detrás de esos fríos números hay personas que están atravesando situaciones auténticamente angustiosas y que subsisten gracias a la caridad de instituciones como Cáritas. Parece que nos hemos acostumbrado a la frialdad de los números y que no somos capaces de ponernos en la piel, de todas aquellas personas que de la noche a la mañana, han pasado de tener una situación económica desahogada, a verse pidiendo ayuda a familiares y amigos para poder pagar los colegios de sus hijos o para que no les desahucien de la casa que con tanto esfuerzo van pagando mes a mes.
Uno de los colectivos que más afectados se están viendo por la crisis, es el de la juventud, no por las cargas familiares que puedan tener, sino porque sufre una tasa de paro superior ya al cincuenta por ciento, lo que no hace, sino acentuar los problemas que tradicionalmente tiene este colectivo. Son muchos los jóvenes que tras haber invertido muchos años de su vida en formarse, en estudiar una carrera, un máster, en aprender idiomas y en realizar mil cursos de informática, encuentran que no tienen actualmente ninguna salida laboral en España. Muchos de estos jóvenes tienen que seguir a día de hoy formándose, no ya sólo para adquirir nuevos conocimientos y para no quedar obsoletos en los conocimientos que adquirieron en su día, sino también con el fin de tener algo que hacer y de obligarse a seguir una rutina. Otros muchos jóvenes se ven en la difícil tarea de tener que abandonar España, no porque hayan encontrado en otro país el trabajo de sus sueños, sino simplemente por poder trabajar en algo, que unos años antes hubieran rechazado en España.
Esta situación de crisis y de desempleo, pone en muchas ocasiones el objetivo sobre lo que hemos hecho y sobre lo que hemos dejado de hacer y muchas veces, es esto último lo que nos ha llevado a estar en la situación en la que estamos. No nos sorprendía ver hace tan sólo unos años, a chavales cobrando sueldos superiores a los de catedráticos de universidad; no nos sorprendía ver cómo los coches de alta gama proliferaban por los campus universitarios y los institutos; y no nos sorprendía ver, cómo se derrochaba el dinero en fiestas. Mientras todo esto pasaba, otros muchos jóvenes dedicaban los fines de semana a estudiar, o incluso a trabajar para poderse pagar los estudios, para así y con mucho esfuerzo, sacar el curso adelante, con la esperanza de tener un buen futuro, pues era lo que siempre habían oído en su casa; estaban en la certeza, de que si estudiaban obtendrían la recompensa a los sacrificios que se habían sometido durante los años de formación.
Pero, las cosas cambiaron, en los cajones que había dinero hoy sólo hay facturas impagadas y las ciudades que crecían a lo alto y ancho, hoy parecen poblados abandonados de película, donde sólo crecen las hierbas. Y aunque todos decíamos que aquella situación no era sostenible, poco hacíamos para enderezar el rumbo, porque todos estábamos en el convencimiento de que el rápido crecimiento que teníamos era lo que merecíamos y de la noche a la mañana, todo se vino abajo y nos encontramos una crisis, que dura ya cinco años y de la que no se percibe el final del túnel.
Hoy, sumergidos completamente en la crisis, encontramos a los chavales que antes cobraban sueldos astronómicos, en la tesitura de que ni tienen trabajo, ni tienen dinero, ni tienen estudios; como algunos los califican, nos encontramos ante el colectivo de los Ni-Ni. Por otro lado, tenemos a miles de universitarios que han dedicado su tiempo a estudiar también parados y que muchas veces se preguntan, si no hubiera sido mejor no estudiar, irse a trabajar y haber cobrado sueldos astronómicos, con los que ahora poder mantenerse. Esta reflexión, junto a otras muchas, nos lleva a hacernos la pregunta de si la crisis es sólo económica o también moral y de valores. Esta es una pregunta que últimamente nos hacemos muchas veces y que la Iglesia venía advirtiendo desde hace mucho tiempo, pero mientras tanto, hay otros colectivos que se esfuerzan en dar respuestas un tanto a la ligera y sin querer profundizar demasiado, muy probablemente porque no se le sabe dar respuesta o bien, porque asusta la respuesta y la responsabilidad que nosotros podamos tener en que esto sea así.
Las consecuencias de todo lo que estamos atravesando, no son por hechos que se hayan gestado en dos días, sino que vienen de mucho tiempo atrás. Cuando todo vale; cuando no hay respeto por nada, ni nadie; cuando da igual esforzarse o no; cuando no se valora la excelencia, sino que se aplaude la mediocridad y la zafiedad; cuando no nos importa lo que le pasa al de al lado, mientras nosotros vivamos bien; en todos esos casos, estamos poniendo los mimbres para llegar donde hemos llegado, a una sociedad que no busca sino lo instantáneo, lo superficial y lo que queda bonito a la vista, dejando a un lado, la profundidad de las cosas. Todo esto no quiere decir que la sociedad en general y la juventud en particular hayan perdido el norte, pero como dice el refrán, “de aquellos polvos estos lodos” y ahora nos encontramos con que no sabemos qué hacer para salir de donde estamos metidos y buscamos culpables más allá de las puertas de nuestra casa, no queriendo asumir, que quien más o quien menos, todos hemos sido partícipes de llegar a donde hemos llegado.
Es verdad que la juventud, siempre ha sido “más rebelde” que la generación de sus padres, pero esa rebeldía en muchas ocasiones se ha entendido y se sigue hoy entendiendo como algo negativo, cuando en realidad no tiene por qué serlo; la cuestión radica en saber aplicar correctamente esas inquietudes, esos afanes o talentos que tienen los jóvenes. Valga como ejemplo esta reflexión del Papa Francisco, en la que hace hincapié en la importancia del papel de la juventud en el mundo de hoy: "Jóvenes, a ustedes que están en el comienzo del camino de la vida, pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en cómo se pueden poner al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! ¡Queridos jóvenes, tengan un corazón grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas grandes!".
Es verdad que los jóvenes de nuestra sociedad comparten una serie de valores, que están más o menos generalizados y que tienen su origen en la tradición y en la cultura cristianas de Europa, pero que difieren mucho de lo que tradicionalmente se ha considerado valores de la sociedad. Esto no quiere decir que los jóvenes no se preocupen de lo que sucede en su entorno, pero sí que muchas veces parece que no se quieren implicar en la sociedad, bien porque no les interesa lo que ven o porque no están de acuerdo con ello y se sienten impotentes para poder cambiar las cosas. Merece la pena saber descubrir esos valores en esta nueva generación y otros muchos más que sin duda hay; y si no nos agradan excesivamente, quizá sería oportuno reflexionar, sobre lo que ha conducido a que los jóvenes de hoy actúen como actúan. No es nueva la frase de “todo tiempo pasado fue mejor”, pero ¿realmente es así? Y si es así, ¿Por qué?
Oímos muy asiduamente, que la juventud española es la mejor preparada de toda la historia, pero esa preparación parece muchas veces que sólo se reduce a formación académica y a nada más. No se le da importancia a la formación social, cívica, ética, moral o religiosa. Parece que con el hecho de ser licenciado en una determinada carrera universitaria, o en tener tal o cual certificado de idiomas, todo esté hecho y muy probablemente, como ya he comentado anteriormente, en un contexto económico de crecimiento imparable como el que ha gozado España, el tener esos títulos bastase para tener un buen trabajo, un buen sueldo y el mejor coche. Pero ¿sólo eso es lo que le hace falta a la persona para sentirse realizada? La respuesta para algunos es muy clara, sí. Con un buen trabajo, uno se compra lo que quiere, hace la vida que quiere y no tiene que pedir permiso a nadie para hacer nada de lo que le apetezca y si en algún momento siente cierto punto de “soledad”, basta con llamar a cualquiera de sus amigos, o a aquéllos que dicen serlo, y en poco tiempo organiza una fiesta a la que acuden todos, es decir, ante el más mínimo problema se hace una huída hacia adelante. Pero ¿qué pasa cuando la crisis azota como lo está haciendo ahora? Pues que toda la “vida perfecta” se viene abajo; los que decían ser amigos (sin serlo) desaparecen, porque ya no hay fiestas a las que ser invitados, ni botellones a los que ir; se acaba el trabajo y con ello empiezan las estrecheces económicas, no se puede ir de vacaciones, no se puede cambiar el coche con la frecuencia que se hacía anteriormente, se acaban los viajes y lo más importante, empiezan a surgir las tensiones en el hogar, que desgraciadamente acaban en muchos casos con las rupturas de la familia. Y aquí es donde entran en juego los valores de la persona, aquí es donde realmente uno ve, quién es el que tiene a su lado, el apoyo de su familia, de los buenos amigos, de la Fe y de todas aquellas personas que están ahí para echar una mano cuando uno más lo necesita. En estos casos es cuando realmente se valora que la persona que uno tiene a su lado, bien como cónyuge o como amigos, comparta los mismos valores, opiniones, creencias e inquietudes (sin olvidar que lo distinto enriquece), para poder afrontar la adversidad con el apoyo de los que te rodean; de ahí la importancia de ir trabajando en el día a día, en lo ordinario, por ir construyendo un futuro estable en todos los ámbitos, laboral, familiar, social… Pero entonces, nos tenemos que preguntar, qué es lo que pasa hoy en día con la juventud, si es que estamos ante una generación que sólo se preocupa por lo material y lo instantáneo o si por el contrario, nos encontramos ante una generación comprometida y con valores, pero que en muchas ocasiones pasa desapercibida y se deja acallar por una minoría que en absoluto la representa.
Es cierto, que hay muchísimos jóvenes que tienen grandes ideales, grandes aspiraciones y talentos, sueños, alegrías, ganas de divertirse, de enamorarse, de cantar, de salir y de disfrutar de la vida; pero también hay otros jóvenes que parece que sólo disfrutan bebiendo de viernes por la tarde a domingo por la noche, que no son conscientes de lo que hacen, que si no llegan ebrios a casa parece que no han disfrutado y que si por algún motivo no pueden salir a la calle el fin de semana, parece que se les fuera a acabar el mundo. Muy probablemente, haya muchos jóvenes que no saben estar solos, que les da miedo tener un momento de silencio en el que ponerse a reflexionar acerca de lo que están haciendo con su vida y ante eso, la solución es evadirse y quemar la vida, como si no hubiera mañana. El peligro de estas situaciones, es que muchas veces esa huída hacia adelante va acompañada de otros elementos, que no hacen sino dinamitar poco a poco el futuro de estos jóvenes, que cuando quieren darse cuenta, son incapaces de enderezar el rumbo y volver a la senda de una vida ordenada y tranquila. Todo esto, no tiene un solo origen o una sola causa, ya que siempre ha habido jóvenes que han bailado, que han disfrutado y que lo han pasado en grande sin hacer mal a nadie, ni a ellos mismos, pero entonces tenemos que reflexionar sobre si es que hoy en día no se sabe disfrutar de la vida, o si es que la vida se entiende de otra forma. Estas reflexiones tienen múltiples respuestas posibles, pero muy probablemente, en el trasfondo subyace la misma causa, que es una falta de valores, de educación y de respeto a los demás y a uno mismo. Muchas veces se oye, que los jóvenes no valoran lo que tienen porque no les ha costado nada el conseguirlo, porque no han tenido que luchar por lo que hoy se considera un derecho, que no agradecen lo que sus padres y abuelos han hecho para darles lo que hoy tienen y como sucede generalmente, hace más ruido el árbol que cae, que el bosque que queda detrás en pie.
No podemos caer en el pesimismo de pensar que la juventud está perdida; ahora, igual que en otras épocas, hay muchos jóvenes comprometidos con la sociedad, que participan en tareas de voluntariado con los más necesitados, que dedican su tiempo libre a participar en proyectos con discapacitados, que se divierten de una forma sana y respetuosa, y que tienen unos ideales y creencias que les empujan a seguir adelante en medio de la adversidad. Esta idea de lucha, siempre ha sido recalcada por muchas personas que han visto en los jóvenes, la esperanza para el futuro y es el caso del Papa Juan Pablo II, que en el encuentro con la juventud en Madrid dijo: “¡id con confianza al encuentro de Jesús! y, como los nuevos santos, ¡no tengáis miedo de hablar de Él! pues Cristo es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino. Es preciso que vosotros jóvenes os convirtáis en apóstoles de vuestros coetáneos. Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías: “¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho” (Jr 1,6). No os desaniméis, porque no estáis solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con su gracia y el don de su Espíritu.” Siguiendo esta misma idea, recordamos como en agosto de 2011, dos millones de jóvenes se dieron cita en Madrid convocados por el Papa Benedicto XVI, para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud, bajo el lema “Arraigados y Edificados en Cristo, Firmes en la Fe”. Este encuentro no era simplemente una forma de pasar el verano de una forma agradable en Madrid, era la llamada a los jóvenes a seguir unas creencias, unos valores y unas ilusiones; a saberse protagonistas de una historia que está por escribir y que sólo puede ser positiva, porque saben lo que buscan y lo más importante, cuentan con todo el apoyo del que les empuja a seguir adelante.
Por todo lo anterior y aunque las circunstancias actuales sean bastante duras, no podemos caer en el pesimismo de pensar que la juventud actual es una generación perdida, es más, tenemos que trabajar incansablemente para que los jóvenes vean que su esfuerzo y su trabajo tienen recompensa, que no es lo mismo hacer las cosas bien o mal, que hay que dar ejemplo con la vida y que el estar sufriendo una crisis económica, no implica abdicar de unos valores que van a ser los únicos que nos hagan llegar a la meta, con el orgullo de haber hecho bien el camino. Y como ya sabemos, por nuestras obras nos conocerán.
La Razón Histórica, nº21, 2013 [16-20], ISSN 1989-2659. © IPS.