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España, mi abuelo y nueva Orleans.

 

 

Blas Piñar Pinedo

 

Escritor y ensayista (España).

 

 

A sus 93 años, con mirada inteligente y ojos brillantes por la emoción, mi abuelo seguía con atención, sentado en su escritorio donde aún sigue estudiando los más diversos temas para mantenerse al tanto de la actualidad de un mundo al que ve perderse, la sucesión de fotografías que le estaba mostrando… Cuando acababa  de enseñarle las fotos de Nueva Orleans, tomadas en el viaje que he realizado hace pocos días, quiso levantarse, animado, para enseñarme cierta documentación… Él había estado allí representando a España, como Director de Cultura Hispánica, hace más de medio siglo, en septiembre de 1959… Mientras hablaba recordando su viaje, íbamos a su archivo, donde almacena interesantísima documentación sobre una parte importante de nuestra historia reciente.  Como su mente privilegiada funciona a la perfección, las indicaciones son claras, me señala una escalerita y me dice: colócala allí, busca el archivador en el que pone viaje Estados Unidos 1959, cógelo, y ponlo encima de mi escritorio.

Viajando al pasado durante unos momentos, revisábamos las subcarpetas contenidas en el grueso archivador: Nuevo Méjico, Colorado, California,  Nueva York hasta dar con la de Nueva Orleans. Su memoria se activa aún más y me va contando detalles de sus viajes como Director de Cultura Hispánica, desde 1958 hasta 1962. Quizá sea ésta una de las etapas más desconocidas de la actividad pública de Blas Piñar y por eso me resulta apasionante. ¿Acaso puede haber tarea más hermosa que contribuir a la expansión de la cultura española resaltando las grandezas de la patria allá por dónde uno viaja, luchando contra los malvados tópicos de la leyenda negra que tanto daño siguen provocando a la nación? ¿Acaso no hay más de mil ejemplos en que fundamentar la gran contribución de España al mundo?

Cuando estaba a punto de partir hacia Estados Unidos,  fui a ver a mi abuelo para despedirme. Al explicarle que iría a Nueva Orleans por motivos de trabajo,  me pidió que le confirmara si ciertos azulejos de Talavera de la Reina seguían señalando los nombres en castellano de las calles de la ciudad. En su viaje, él había entregado a las autoridades de la capital de la Luisiana, para honrar el buen gobierno de España durante el período de 1762 a 1803 en aquella provincia, hasta 126 azulejos que fueron entregados en una ceremonia celebrada en la mañana de 25 de septiembre de 1959…

Es cierto que la ciudad de Nueva Orleans fue fundada en 1718 por colonos franceses, pero la región fue colonizada muchísimos años antes, en dos expediciones españolas, en 1528 y 1541. El territorio fue usurpado a la corona española precisamente cuando Felipe V de Borbón –que no hizo nada por evitarlo- ocupaba el trono español.  Francia se quedaba así con un vasto territorio que llegaba desde la ciudad recién fundada en la desembocadura del Misisipi hasta lo que hoy es Canadá, dominando gran parte de América del norte.

Años después de la usurpación de la Luisiana,  Francia decidía compensar a  España por los servicios que ésta le prestaba frente al común enemigo inglés, en 1762, y devolvió el enorme territorio.  Entre los gobernadores de ésta enorme región, destaca  Bernaldo de Gálvez, figura decisiva de la participación española en el nacimiento de los Estados Unidos. Sus victoriosas campañas frenaron el avance inglés por el flanco sur de la joven república norteamericana. Con una poderosa flota traída desde La Habana derrotó a los ingleses en el golfo de México. Gálvez también supo poner fin al contrabando inglés.

Durante su mandato, la administración española de Nueva Orleans resultó ser más eficaz que la francesa: España dotó a la ciudad de alumbrado de gas, canales, diques de contención contra las crecidas de río y lago, obras portuarias, policía municipal, enfermería, guardia nocturna, prensa diaria, colegios,  desarrolló la agricultura y prestó otros numerosos servicios públicos. Y la ciudad fue elevada a sede diocesana, recibiendo el primer obispo de lo que hoy es suelo estadounidense. En ésa época, el notario Andrés de Almonester y Rojas pagó de su propio bolsillo grandes obras públicas, como la  Plaza de Armas, la Catedral, y los palacios del Cabildo y del Presbiterio. Todo ello se mantiene hoy en día.

Después, Napoleón decidió unilateralmente quedarse con la Luisiana para venderla, en 1803, a la naciente república norteamericana. Cuentan los cronistas que, después de cuarenta años de dominio español y al arriarse la bandera española por última vez en la Plaza de Armas, muchos residentes lloraron con pena. Injustamente se  exalta el supuesto carácter francés de la ciudad, en tanto que son escasos los estudios del período español, verdadera época de florecimiento de Nueva Orleans.

Pero el cariño de la ciudad por España queda reflejado en el ondear orgulloso de nuestra bandera en los edificios más representativos, como el Cabildo o el interior de la Catedral de San Luis. ¡Y pensar que esa misma bandera a veces es despreciada en el suelo de la nación actual y hasta a veces se le niega el derecho de brillar donde corresponde!

Y junto a la bandera de España,  queda también el recuerdo de la labor que hizo hace tantos años Blas Piñar, un magnífico Director de Cultura Hispánia,  en esos azulejos de Talavera de la Reina, con los nombres en castellano de las calles céntricas de la ciudad…

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