¿Y si Dios no existe?.
José María .
Escritor, periodista y ensayista (España)[1].
Entre los muchos disparates auspiciados bajo la hégira del inolvidable ZP, quizá recordarán aquella campañita que puso en marcha un grupo de ateos en autobuses de varias ciudades europeas. Consistió en unos carteles que rezaban (¡ay!): “Probablemente Dios no existe”.
Pero incluso los ateos (“los que niegan la existencia de Dios”, según el DRAE) demostraban con ello no tenerlo nada claro, pues el adverbio inicial otorgaba a su contrario, a la existencia de Dios, cierto grado de probabilidad, grande o pequeño, no lo aclaraban, luego habrá que pensar, pongamos, que de un 50 por ciento. Tratándose de ateos, no está mal para empezar, ¿no les parece?
Ahora bien, como todo el mundo sabe (incluso los ateos), la inexistencia de Dios es algo contingente, puede ser o no ser, y lo expresa bien ese “probablemente”. En cambio, la existencia de Dios, por definición, no es contingente, sino necesaria, lo que anula cualquier margen a la probabilidad. Afirmar negando, añadiéndole, además, un ‘probablemente’, es menos que mala fe: un mero ejercicio de soberbia y onanismo.
Tampoco logré nunca averiguar el interés en enunciar semejante improbable probabilidad. Era como imaginar a Arquímedes saliendo de su bañera en Siracusa con el siguiente gatillazo: “¡Eureka, probablemente no he descubierto nada!”. Pues qué bien.
Si el ser humano avanza es porque, muy a menudo a lo largo de la Historia, los pitágoras del mundo logran demostrar que, en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los dos catetos. En cambio, enfundarse el batín de los pitagorines para proclamar la buena nueva de que probablemente dos y dos no suman siete es, antes que otra cosa, una sonsera. Y si lo que se anuncia es que “probablemente dos y dos no suman cuatro”, entonces entramos de lleno en el disparate.
Pero aquel cartel, tan ZP, añadía más: “Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Y la verdad, si le concediéramos algún valor a la primera parte del aserto negativo, entonces lo que tendríamos que hacer es justamente lo contrario: preocuparnos; y mucho, porque, si Dios no existe, ya me dirán si es o no para andar pensativo y meditabundo. Una vez más era al contrario: ya que Dios existe, mejor no preocuparse y disfrutar de la vida.
Hasta aquí, como hemos visto, ateos sólo a medias; o sea, medio creyentes, lo cual es un imposible y, por tanto, creyentes como el que más (véase el caso de D. Miguel de Unamuno). En cuanto a lo de pensadores, el propio lema aclaraba que su aspiración no era la de pensar, sino la de disfrutar de la vida. Es su derecho, aunque dudo que lo consigan con una empanada mental de ese calibre. Que Dios los guarde.
La cuestión es que la peregrina campañita de los autobuses sólo podía tener dos razones: o andaban enfrascados en una especie de yihad particular (contra la religión católica, of course) que les dictaba su religión (no otra cosa, sino una suerte de religión, además proselitista, es el ateísmo), o, sencillamente, sufrían el síndrome infeliz de la onfalolatría, mal que aqueja a quienes se miran el ombligo sin desmayo, no se besan porque no se alcanzan y andan convencidos a perpetuidad de que, si sonreímos a su paso, es por empatía o complicidad, incapaces de comprender que, si lo hacemos, tal vez sea porque llevan la bragueta abierta.
A tal efecto, los aquejados de dicho mal bien podrían dedicar sus esfuerzos a los demás, y no a recomendarnos, simple y tontamente, que disfrutemos de la vida. Si Dios no es su problema (aunque mienten, como ya sabemos), al menos, digo yo, quizá debieran situar al ser humano, al prójimo, en el eje de sus preocupaciones. Pues no: ni Dios, ni el otro; mi pajolero ombligo.
Los cristianos sabemos que es a través de esa alteridad, a través de los demás, como Dios se pone a nuestro alcance. Tender la mano al prójimo, abrazar a los que nos necesitan, actuar con generosidad y señalar a los crueles es la mejor manera que tenemos de conocer a Dios. Y lo que es más serio: si después de eso no encuentras a Dios, pues tan contentos, disfruta de la vida.
Y de todos modos, si Dios no existe (como dicen ellos) la callada labor de Hermandades y Cofradías de Sevilla y la de muchos otros brazos de la Iglesia no precisa anunciarse en las carrocerías de los autobuses.