La defensa de Belchite: BATALLA Y paisaje URBANO.
Ángel David Martín Rubio.
Doctor por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Pablo-CEU (españa)
1. BELCHITE: La BATALLA
La formación del frente aragonés
La mayor parte de la región aragonesa, territorio de la Quinta División Orgánica, fue dominada con relativa facilidad en los primeros días porque, contra todas las previsiones, el general Cabanellas acabó por sumarse al Alzamiento y el impulso de la División resultó esencial para el alineamiento de las restantes guarniciones. A partir de las cinco de la mañana del 19 de julio de 1936 se inició la ocupación de la ciudad de Zaragoza por fuerzas del ejército que proclamaron el estado de guerra y se apoderaron con facilidad del Gobierno Civil y de los demás edificios públicos y de comunicaciones.
La noche anterior, la CNT-FAI, dominante entre el elemento obrero de la ciudad, había declarado una huelga general revolucionaria. Pero la resistencia fue vencida en días sucesivos asegurando el control de la capital por fuerzas del ejército y orden público a las que se sumaron desde el primer momento voluntarios civiles. El 21, Cabanellas movilizaba los reemplazos de 1931 al 1935 y el 25 llegaban unos dos mil requetés navarros, importante refuerzo para una ciudad que carecía de defensas naturales, que era susceptible de sufrir ataques desde diversas direcciones y que contaba con abundante fermento revolucionario, como se había podido comprobar a lo largo de los años anteriores[1].
En el resto de la provincia, el Regimiento de Artillería proclamó el estado de guerra el 20 de julio y procedió al control de los pueblos en las comarcas de Calatayud y Daroca. Donde no existían guarniciones, la autoridad militar ordenó a los puestos de la Guardia Civil la destitución de los Ayuntamientos y el nombramiento de nuevos gestores municipales. De esta forma se produjo el triunfo inicial en la mayoría de las localidades, si bien algunas de ellas requirieron la intervención de fuerzas para asegurar el control.
En Huesca el general De Benito proclamó el estado de guerra el 19 de julio sin incidentes de importancia. Los sublevados se impusieron en Jaca pero acabaron perdiendo Barbastro. En Teruel, la decisión se resolvió favorablemente al Alzamiento en buena parte por la capacidad de iniciativa del comandante Aguado. Pero, al igual que en el resto de las provincias aragonesas, no pudo evitarse que gran parte de su territorio pasara a manos contrarias en días sucesivos.
En efecto, la situación que estamos describiendo va a sufrir un cambio decisivo cuando, a partir del 24 de julio, comienzan a llegar procedentes de Cataluña (y, en menor medida, de Valencia) una serie de columnas formadas por miles de milicianos, en su mayoría anarquistas, mezclados con unidades regulares y fuerzas de orden público que penetraron en Aragón por tres direcciones principales[2]:
Por el norte, en la región pirenaica, sobre la ciudad de Huesca, con la columna Ascaso, a la que se unieron las fuerzas regulares de Barbastro a las órdenes de su coronel, Villalba.
Por el centro, sobre la carretera general Barcelona-Lérida-Zaragoza, con la columna Durruti-Pérez Farrás.
Por el sur, hacia Teruel, con la columna Ortiz Salavera, flanqueada más al sur por la de Pérez Salas y las de Valencia.
La columna del norte, al llegar a Lérida, emprendió la marcha a través de los Pirineos y, pasando por Barbastro, se dirigió contra Huesca y más tarde amenazó a Zaragoza desde el sector de Alcubierre. La capital oscense habría de resistir durante meses un durísimo asedio que llegó a ocupar posiciones en sus inmediaciones.
En el centro, Durruti y el comandante Pérez Farrás, ocuparon varias localidades que en los primeros días se habían sublevado, siendo la más importante Caspe, donde entraron el 25 de julio[3]. Inmediatamente Durruti marchó a Bujaraloz, que estaba desguarnecido, y a Pina de Ebro, donde quedó retenido por la aviación nacional. Su avance no se reanudó hasta el 8 de agosto, cuando llega a Osera y se detiene definitivamente. La aventura militar de Durruti en tierras de Aragón no llegaría más lejos.
La columna mandada por el anarquista Ortiz y el comandante Salavera cruzó el Ebro en Bujaraloz, participó en la toma de Caspe el 25 de julio, continuó en dirección a la provincia de Teruel apoderándose de Azaila, Sástago, La Zaida, Puebla de Híjar, Híjar y Alcañiz y volvió a avanzar desde aquí sobre Zaragoza, precipitándose hacia los pueblos de Quinto, Codo y Belchite, ante los cuales se detuvo el avance.
Belchite (sin línea protectora alguna y en el vértice de un ángulo formado por la línea de frente que dejaba a la localidad prácticamente indefensa) fue considerado por los frentepopulistas, desde el primer momento, como uno de los puntos críticos del despliegue nacional. Junto con las poblaciones de Quinto y Codo permaneció durante meses en primera línea de fuego soportando frecuentes ataques del enemigo y drásticas medidas de orden público que provocaron la aplicación de los preceptos del bando de guerra y la ejecución de un número relativamente elevado de izquierdistas. Estas represalias se iniciaron cuando ya se había tenido ocasión de comprobar el brutal comportamiento de las columnas frentepopulistas en los pueblos aragoneses que habían ocupado dejando a su paso un rastro de terror. En el caso de Belchite también resultó letal el intento de un grupo de revolucionarios por hacerse con el control de la población al tiempo que se atacaba desde el exterior[4].
A pesar de sus triunfos parciales, las columnas frentepopulistas no lograron alcanzar ninguno de sus objetivos principales pues habían chocado con el eficaz sistema de defensa articulado por la Quinta División, de cuyo mando, por marchar Cabanellas a Burgos para presidir la Junta de Defensa, se hizo cargo el general Gil Yuste, y desde el 21 de agosto, el general Ponte[5]. Consciente de sus limitaciones, el primero organizó una maniobra de repliegue controlado para retardar el avance enemigo y el segundo dispuso la única técnica defensiva posible para cubrir un frente tan amplio y con escasos efectivos: la articulación de una línea de puntos fuertes cubiertos por una importante reserva móvil principal y varias locales. A fines de octubre de 1936 los efectivos del frente nacional llegan a 28.275 hombres y 82 piezas, divididos en siete sectores (Jaca, Ayerbe, Huesca, Zaragoza, Belchite, Calatayud y Teruel) mientras el conjunto de las columnas republicanas que tienen enfrente constan de 34.630 hombres y 86 piezas[6].
Como consecuencia de estas operaciones Aragón quedó definitivamente dividida en dos zonas por un frente que iba desde el Pirineo a Teruel, a lo largo de 400 ó 500 kilómetros siguiendo una línea sensiblemente orientada de norte-sur en su dirección general pero naturalmente muy sinuosa en su desarrollo. Pasaba 20 kilómetros al este de Jaca, formaba un saliente en torno de Sabiñánigo; otro en Huesca; un entrante, en cambio, al norte y en la Sierra de Alcubierre, para dejar a Zaragoza apenas a poco más de 20 kilómetros de aquélla. Un nuevo saliente se internaba en Belchite y, al revés, un entrante se prolongaba hasta cerca de Daroca y terminaba en las proximidades de Utrillas. Finalmente, la línea describía una convexidad a lo largo de Sierra Palomera para llegar a Teruel, de donde giraba hacia occidente, por los Montes Universales y Albarracin.
Verano de 1937: contexto político y militar de la ofensiva sobre Zaragoza.
En octubre de 1936, los dirigentes de la CNT, cuyas columnas controlaban buena parte de la retaguardia aragonesa y hacían irregular acto de presencia en aquellos frentes, decidieron crear, sin autorización del Gobierno, el Consejo de Aragón que acabó siendo reconocido en diciembre. Tenía sede en Caspe y mayoría absoluta para los libertarios aunque con participación de las demás organizaciones del Frente Popular. Este hecho marca una segunda etapa en la que los comités revolucionarios fueron sustituidos por consejos municipales, la administración de justicia pasa paulatinamente a los Tribunales Populares y tiene lugar la militarización de las columnas armadas a finales de abril de 1937[7].
Finalmente, una intervención del Gobierno, siguiendo las tesis comunistas, pondría fin a este predominio anarco-sindicalista disolviendo el Consejo de Aragón por decreto del 4 de agosto de 1937 (que se publicó el 11) y desarticulando violentamente toda su organización, que ya estaba atravesando una profunda crisis, mediante una intervención de la 11 División de Enrique Líster[8].
Pocos días después, el Ejército Popular iniciaba una ofensiva cuyo objetivo estratégico era la ocupación de Zaragoza. Como había ocurrido de manera infructuosa en Brunete durante el mes de julio, se intentaba, además, contener el avance de Franco en el Norte. La recluta en la retaguardia y la exterior, para las Brigadas Internacionales, había proporcionado contingentes suficientes para intentar la prueba que iba a tener también una clara finalidad política: donde habían fracasado las columnas anarquistas se pretendía que iban a triunfar las grandes unidades de inspiración comunista[9].
Para alcanzar el objetivo propuesto, se combina un ataque por el norte, en el sector de Zuera, con otro por Villamayor sobre Zaragoza, mientras que se lanzaba el ataque principal sobre Belchite, con ánimos de envolver también, por el sur, la capital. A fin de llevar a cabo esta ofensiva, se organizaron cuatro Agrupaciones denominadas A, B, C y D, a las que deben agregarse, además, dos Divisiones de los Cuerpos de Ejército X y XII. En total alrededor de 80.000 hombres (en la estimación más baja) y abundante dotación de baterías, carros de combate y aviación. Es decir, una masa humana y aérea incluso superior a la lanzada sobre Brunete. Mandaba este Ejército el general Pozas, el general Rojo fue el jefe de Estado Mayor Central y planeador de la operación, figurando a su lado como asesor el coronel ruso Chapanov[10].
El Ejército Nacional desplegado en el frente de Aragón encuadraba a unos 30.000 hombres. Para darnos idea de la precariedad de medios de los defensores basta recordar que las fuerzas militares destacadas en las distintas posiciones de Quinto de Ebro, oscilaban entre 1.000 y 1.500 hombres. Los efectivos de Codo al iniciarse la ofensiva eran 182 requetés del Tercio de Monserrat reforzados por 40 falangistas de la 2ª Bandera de Aragón que habían salido para hacer unas maniobras y no pudieron volver a su base. Y la guarnición de Belchite agrupaba a 2.200 hombres. En todos los casos participaron en las defensas elementos civiles movilizados y buena parte del esfuerzo estuvo sostenido por unidades de milicias, Falange y Requeté, hecho que daría un tono épico peculiar a los episodios bélicos, prolongando las resistencias hasta lo inverosímil[11].
Quinto, Codo y Belchite: las inesperadas resistencias.
El asalto se lanzó en la madrugada del día 24 sin preparación de artillería, ni de aviación, para procurar la sorpresa total aunque el servicio de información nacional tenía antecedentes de lo que se estaba preparando. El ataque inicial logró romper la línea nacional y en cuatro días se había llegado cerca del río Gállego y Zuera en el sector norte y se habían ocupado los pueblos de Quinto, Codo y Mediana en el sur. Sin embargo, la resistencia de estas posiciones se prolongó mucho más allá de lo que cabía esperar facilitando así la llegada de importantes refuerzos al Ejército Nacional.
En Quinto, desde el 24 al 26 de agosto, se desarrolló una de las acciones más duras de la guerra y una tenaz defensa de posiciones. Las acciones se resolvieron muchas veces al arma blanca. Las posiciones exteriores como “Las Eras”, defendida por el Tercio María de Molina-Marco de Bello, tuvieron que ser abandonadas, concentrándose la resistencia en el centro de la población hasta que fue sofocada en la madrugada del 26[12].
En Codo, la mayor parte de las posiciones exteriores resistieron hasta cerca de las doce del día 25, y una de ellas, la del “Monte Calvario”, lo hizo hasta las 13 horas, y sus defensores, que hubieron de evacuarla, continuaron la lucha en el pueblo. El último reducto fue la “Casa del cura” y desde allí se efectuaron dos intentos de romper el cerco para incorporarse a zona nacional. Fueron muy pocos los que lo lograron en la noche del 25 al 26 de agosto. El balance de bajas no puede ser más expresivo: murieron el teniente don Francisco Roca Llopis, el alférez capellán, cinco alféreces de infantería (todos), 10 sargentos (todos), 9 cabos, 110 requetés y 39 falangistas de los 40 que estuvieron en la lucha[13].
Mientras, las Divisiones Nacionales de Barrón y Sáenz de Buruaga, sacadas del frente de Madrid comienzan a llegar al campo de batalla el 26 de agosto. La 13 División termina conteniendo el avance en el sector de Zuera mientras que Belchite quedaba aislado y el Ejército Popular concentra su ataque sobre esta localidad, lanzando sobre ella reiteradamente masas de Infantería, carros y aviación.
El día 25 la guarnición de Belchite estaba ya incomunicada, manteniendo sólo sus contactos por radio con las posiciones exteriores. Los ataques de los días siguientes ocuparon las posiciones del “Saso” a retaguardia de las líneas defensivas y de las posiciones del Seminario, cementerio y río que ocupaba el Tercio de Almogávares. En estas condiciones las órdenes de la Jefatura del Sector imponen el repliegue hacia el Seminario, la posición menos alejada del núcleo urbano. Hasta el 2 de septiembre fueron atacados por todos los sitios y sufren un elevado número de bajas. El día 3 se ordenó la salida para incorporarse a la guarnición de Belchite: la acción tuvo que hacerse rompiendo el cerco con granadas de mano y bayonetas y produjo nuevas bajas. Solamente 33 supervivientes lograron incorporarse a la defensa del casco urbano.
En Belchite se combate en las calles, casa por casa, durante el día y la noche. Los sitiados carecen pronto de víveres y municiones, que la aviación procura arrojarles. Los aviones nacionales, en efecto, tras de disputar ventajosamente la supremacía aérea terminan imponiéndose. Pero las unidades enviadas en socorro de Belchite no pueden abrirse camino a pesar de su empeño y los defensores se refugian en los edificios algo más fuertes del centro de la localidad, Al fin el día 6 de septiembre, cuando tres cuartas partes de los defensores han sido baja y no puede continuar la resistencia, trescientos sitiados, con el comandante Santa Pau a la cabeza, protagonizan una salida desesperada. Solamente algunos logran salvar las líneas enemigas y llegar al campo nacional, el resto perece en el intento[14].
El 12 de octubre, el Generalísimo firma un decreto que determina: “En lo sucesivo llevará Belchite el título de Leal, Noble y Heroica Villa. Y, además, es ordenado que se abra expediente para la concesión a sus defensores, colectivamente, de la Cruz Laureada de San Fernando”. En la orden a que se refiere esa concesión se reconoce que “El patriotismo y valor de los paisanos de Belchite les llevó a ponerse al lado de su guarnición, rivalizando todos, incluso mujeres y heridos, en actos de heroísmo”. El capitán Salas Paniello recibió la laureada individual, al igual que el requeté del Tercio de Monserrat Jaime Bofill, que se incorporó a la defensa de Belchite desde Codo. Por su defensa de esta segunda población el 24 y 25 de agosto recibieron la laureada colectiva las Primera y Segunda Compañías del Tercio de Requetés de Nuestra señora de Montserrat, y las 18 y 21 falanges de la Segunda Bandera de Falange de Aragón. También recibió la laureada colectiva la Segunda Compañía del Tercio de Requetés de Marco de Bello y María de Molina, por la defensa de la posición de “Las Eras” en Quinto del 24 al 26 de agosto de 1937.
Las matanzas de prisioneros.
Pero el drama no había finalizado para los que fueron hechos prisioneros una vez ocupadas las poblaciones. Buena parte de ellos, tanto soldados como civiles, fueron asesinados sobre el terreno, en el mismo momento en que se efectuaban las detenciones.
El 6 de septiembre, en los olivares cercanos a Codo, primer lugar en que se concentró a la población evacuada de Belchite, se procedió por las fuerzas ocupantes con la intervención de algunos elementos extremistas de la localidad a la selección de prisioneros y en el acto asesinaron sin más procedimiento ni declaraciones a algunos paisanos de la villa, varios sanitarios y fuerzas excombatientes. Mientras la “Pasionaria” hollaba las ruinas todavía humeantes de Belchite, el también comunista Líster se encargaba personalmente de estos crímenes junto con las fuerzas a sus órdenes hasta que la intervención de un mando superior, determinó el traslado de los restantes prisioneros para ser interrogados y sometidos a depuración previa.
Buena parte de ellos fueron traslados a cárceles y campos de concentración, siendo fusilados en las semanas siguientes. Por ejemplo, los prisioneros que habían sido llevados a Monegrillo y Castejón de Monegros fueron sacados de allí en la mañana del 14 de septiembre y los bajaron por la carretera de Zaragoza a Barcelona. Un poco antes de llegar a la altura de Pina de Ebro les hicieron abrir una gran zanja que sirvió para tumba de militares, falangistas, requetés y paisanos. Escenas semejantes habían ocurrido con posterioridad a la ocupación de Quinto y Codo, población esta última donde fueron asesinados incluso un grupo de requetés que, por estar gravemente heridos, no habían podido intentar la evacuación de sus posiciones[15].
Otra circunstancia que llama la atención es que, una vez ocupados estos pueblos, se practicó la deportación de grandes grupos de población, como estrategia o método de guerra con la finalidad político-militar de controlar una retaguardia considerada hostil e insegura. En Quinto a unas dos mil personas se las llevó a los pueblos del Bajo Aragón donde eran repartidos por las casas. En Belchite fueron evacuados todos sus habitantes, restituyendo luego a los elementos de izquierda y dejando a los de derechas confinados en pueblos de Teruel hasta su liberación por el Ejército Nacional. Otros presos ingresaron en las prisiones y campos de concentración (San Miguel de los Reyes, Lérida, Barcelona…) donde algunos encontraron la muerte bien por fusilamiento o debido a las durísimas condiciones de vida.
Desde el punto de vista socio-profesional nos encontramos con un claro predominio entre las víctimas de labradores y jornaleros seguidos de oficiales del ejército y obreros urbanos. No debe olvidarse que en su mayoría se trataba de voluntarios del Ejército Nacional; en efecto, entre los combatientes de Falange y el Requeté abundaban los campesinos y no faltaban obreros. Muchos de los que nutrían los tercios y banderas eran esos “propietarios muy pobres” de los que ha hablado la historiografía: labradores que poseían un pequeño corro de tierra y que predominaban en la mitad norte de la Península. Lejos de representar los intereses de ninguna oligarquía, la zona nacional había consolidado el apoyo de los más diversos sectores sociales aglutinados por ideas elementales pero claras y fácilmente compartidas como eran las creencias religiosas, la conservación del orden público y la defensa de la pequeña propiedad.
Tampoco faltaron manifestaciones de la persecución religiosa, circunstancia que -al igual que la violencia- no se limitó en la retaguardia frentepopulista a los primeros meses sino que se prologó a lo largo de todo el conflicto. En Mediana fue totalmente saqueada la iglesia parroquial y ermita y se robaron los ornamentos y objetos religiosos. En Quinto, la Parroquia y ermitas fueron saqueadas y todo robado o quemado. En Codo, la Parroquia fue completamente saqueada y mutilada y todo lo perteneciente al culto, robado y quemado. En Belchite, todas las iglesias, ermitas, el Convento de Dominicas y el Seminario Menor fueron saqueados, profanados y resultaron totalmente destruidos. También cabe referirse aquí a varios sacerdotes hechos prisioneros junto a las tropas a las que asistían espiritualmente en Quinto y Belchite: Juan Ruiz Gimeno (Capellán del Regimiento Aragón nº17), fusilado en Quinto el 24 de agosto de 1937; Juan Lou Miñana (Capellán del Tercio de Almogávares), fusilado en Híjar el 3 de septiembre de 1937 y Blas Margelí Ibáñez (Capellán de la 8ª Bandera de Falange de Aragón), asesinado en Codo el 6 de septiembre de 1937. En cambio, varios sacerdotes y religiosas hechos prisioneros en Belchite fueron conservados con vida y utilizados con intereses propagandísticos para dar en la prensa una imagen distorsionada de lo que estaba ocurriendo[16].
Balance de las operaciones militares.
A lo largo de septiembre y la primera quincena de octubre, se producen varios intentos de continuar la ofensiva del Ejército Popular en los sectores de Jaca y Fuentes de Ebro-Vértice Sillero, pero ninguno de los ataques progresa con eficacia. Por último, el mando nacional realizará todavía algunas reacciones locales con intención de modificar parcialmente los frentes y mejorar tácticamente las líneas, quedando las posiciones estabilizadas a unos 25 kilómetros de la capital aragonesa. El frente va a entrar así en relativo descanso, pero por poco tiempo. Apenas unas semanas separará estas jornadas finales de octubre, tras la fracasada ofensiva sobre Zaragoza, de las que seguirán, en el invierno de 1937-38, sobre Teruel.
“Tantas fuerzas para tomar cuatro o cinco pueblos no le satisfacen ni al ministro de Defensa ni a nadie”. Así expresaba Prieto en un informe reservado el balance de la operación y la mejor síntesis de su fracaso: la conquista de un montón de ruinas en Belchite y el avance de unos quince kilómetros por un territorio en su mayor parte desierto. Había imaginado también el Ministro de Defensa que la resolución sería tan rápida y tan trascendental en el frente aragonés que Franco debería desistir seguidamente de continuar su ofensiva en Santander pero Prieto y el Gobierno se equivocaron otra vez porque no habían tenido en cuenta el factor moral que supuso la resistencia, por encima de cualquier previsión, de las pequeñas guarniciones nacionales de Quinto, Codo y Belchite.
Las ofensivas en el frente aragonés se caracterizan, al igual que las precedentes de Madrid, por la enorme distancia entre la teoría y la realidad y el carácter desconectado y aislado de los combates. En frentes tan extensos como de los que estamos hablando, las carencias en las maniobras y la anárquica organización y aun acción de las tropas atacantes hacen todavía menos eficaces y más penosos sus esfuerzos. En resumen, enjuiciando todas las ofensivas lanzadas por los frentepopulistas en este período se observa:
1. No logran, en ningún caso, distraer al mando nacional de la conquista del Norte que únicamente retrasan en escasa medida.
2. Frente a la consistencia y eficacia del Ejército Nacional, el Popular, acumula hombres y medios pero carece de capacidad ofensiva para aprovechar las brechas iniciales que lograba, con ayuda de la sorpresa, en los primeros momentos. Sin poder explotar el éxito ni maniobrar, su esfuerzo resultaba inútil.
3. Tales fracasos, iban acompañados de grandes pérdidas. El Ejército Popular sufrirá un enorme desgaste en los alrededores de Madrid y en la batalla de Aragón, justamente cuando en el Norte resultaba totalmente aniquilado otro Ejército entero.
Una última consecuencia de la frustración del objetivo iba a ser el recrudecimiento del control comunista pues los sucesivos fracasos de las campañas favorecieron los ataques contra el Ministro de Defensa[17]. El castigo sufrido por los brigadistas internacionales fue tan enorme y la cantidad de bajas tal que, por primera vez, se negaron a batirse. Hubo voluntarios que, rota toda esperanza, intentan regresar a sus respectivos países pero carecían de documentación porque les habían privado de sus pasaportes. Togliatti crea apresuradamente, para atajar el mal de la desmoralización, unidades disciplinarias y campamentos de “reeducación” y comenzaron a llegar policías escogidos, miembros de la policía secreta. Con la NKVD, la policía soviética, llegaron también técnicos de fortificación rusos que, en gran parte, fueron encaminados a Belchite.
En síntesis, la gran ofensiva sobre Zaragoza acabó convertida en la Batalla de Belchite. Sirva el cambio de nombre como reconocimiento a los combatientes que lucharon en el pueblo aragonés convertido en un montón de ruinas. Pero en dicho cambio de denominación se expresa cómo el frente de Aragón contribuyó de manera irreversible al cambio de signo de la guerra que se produjo a lo largo de 1937 y se consolida con el avance sobre el Mediterráneo a partir de marzo de 1938. Si el año se inició bajo el signo de la resistencia de los frentepopulistas en Madrid, el éxito de la batalla de Guadalajara y el fracaso de la ofensiva de Queipo en Pozoblanco, ahora terminaba con la liquidación por el Ejército Nacional del frente norte y el frustrado ataque sobre Zaragoza, uno más en la cadena señalada por La Granja, Huesca, Brunete y Albarracín. Pero aún faltaba un último episodio que tendría su escenario durante el invierno de 1937 y 1938 en los alrededores de Teruel.
Marzo de 1938: la frustrada defensa.
Belchite fue ocupado por las tropas nacionales el 10 de marzo de 1938 en el contexto de la campaña de Aragón que habría de prolongarse con la llegada al Mediterráneo. A los ocupantes les faltó capacidad para ofrecer cualquier resistencia y las fortificaciones de Belchite, consideradas por el Comité Central del Partido Comunista como inexpugnables por estar construidas por ingenieros soviéticos, no resistieron al fuego de la artillería. Con el fin de no disminuir el prestigio de sus técnicos y, sobre todo, para no irritar a Stalin que había aprobado los proyectos de dichas fortificaciones se atribuyó la culpa del fracaso a las tropas que, sin embargo, se batieron bien como fue lealmente reconocido por el mismo Estado Mayor de Franco[18].
El episodio acabó desembocando en el fusilamiento ordenado por los miembros del Politburó español de aquellos combatientes del Ejército Popular acusados injustamente de traición. Los supervivientes fueron enviados a un cuartel en las afueras de Valencia en calidad de prisioneros. El propio Líster firmó la acusación contra el comandante, oficiales y soldados del batallón que habían abandonado aquellas “inexpugnables fortificaciones”. En la reunión del Comité Central del Partido Comunista en la cual se decidió la suerte de los rendidos, Marcucci, un joven militante comunista italiano integrado en las Brigadas Internacionales, intentó en vano defender a los acusados que al día siguiente fueron fusilados. Precisamente, la peripecia vital de Marcucci influye decisivamente en la evolución de Ravines: una noche, en un hotel de Madrid, Marcucci —después de escuchar en la radio las noticias de que el Comité Central del Partido había ordenado matanzas a quienes operaban en el mercado negro en Rusia y sus satélites— le habla largamente, muy desilusionado y angustiado sobre como había entregado su vida al sistema comunista al que se refiere como “la gran estafa” (nombre que mucho después Ravines utilizó para escribir sus memorias). Esa noche, Eudocio Ravines escucha un disparo proveniente de la habitación contigua y encuentra que su amigo se había suicidado.
En 1961, Il Secolo d´Italia publicaba un extenso artículo firmado por Umberto Simini sobre las atrocidades cometidas por el dirigente comunista italiano Togliatti durante la guerra de España y su responsabilidad para imponer la política stalinista en España. A él deben atribuirse, en última instancia, los crímenes cometidos por los jefes comunistas españoles que actuaban bajo su control. Además de los conocidos episodios de la liquidación del POUM, de las trágicas jornadas de Barcelona y de la depuración de las Brigadas Internacionales se aludía a la responsabilidad en la masacre de los fallidos defensores de Belchite[19]. Años más tarde, Ramón J.Sender también evocaría la memoria de lo ocurrido a los implicados en la derrota de Belchite en una durísima requisitoria contra Líster:
“Hubo comandantes de talento como Modesto y verdaderos héroes populares como Valentín González y Cipriano Mera, pero aunque todos hemos corrido alguna vez —hasta Don Quijote en la aventura del rebuzno— nadie corrió tanto ni tan bien como Líster desde Toledo a los Pirineos. Lo malo era que para justificarse, después de cada carrera hacía fusilar a una docena de oficiales. Con esto creía seguir el ejemplo de Stalin. Yo fui jefe de Estado Mayor de la primera brigada mixta con él, entre Pinto y Valdemoro (lo que no deja de tener gracia). Menos gracia tenía que quisiera fusilar a los mejores de mis amigos oficiales cuando la culpa del fracaso de la operación era de él. Yo salvé entonces sus vidas (alguno fue fusilado por él, más tarde, en lo de Belchite)”[20].
El episodio fue relatado con detalle por Justo Martínez Amutio en ese mismo año[21] y más recientemente, en 2007, se alude a estas purgas stalinistas en un artículo escrito por J.J. Sánchez Arévalo para quien “Independientemente de la opinión de los lectores, independientemente de los méritos de Líster como figura militar consagrada a la lucha antifascista, estos hechos deben ser también narrados e incorporarse a la tan manida y en ocasiones tan selectiva «memoria histórica»”[22].
2. BELCHITE: RUINAS Y ARQUITECTURA DE POSGUERRA.
Como no podía ser menos, al terminar la Guerra Civil quedó un balance de bajas directas e indirectas que hoy podemos estimar con un alto grado de certeza[23] y unas pérdidas materiales de muy difícil cuantificación. El estado en que quedaron los pueblos y ciudades en los que la lucha había revestido mayor dureza dio origen a una obra de reconstrucción que ofrecía la oportunidad de adecuar las poblaciones con sus necesidades en el entorno en que se situaban y de utilizar el espacio urbano como expresión de los principios del Nuevo Estado.
Para afrontar esta tarea se había creado en 1938 la Dirección General de Regiones Devastadas, organismo al que se atribuyó la misión de intervenir y orientar la reconstrucción y reparación de los daños producidos por la guerra. Con esta finalidad, se creó una doble estructura: una organización jerárquica en Madrid y una distribución territorial con fuerte presencia en las comarcas más afectadas por las incidencias derivadas de los frentes de combate. Era competencia de tal organismo la reconstrucción de las localidades “adoptadas por el Caudillo en nombre de la Nación” que eran aquéllas en que el grado de destrucción era alrededor del 75% y la situación económica, municipal y privada, difícil[24].
Desde el punto de vista estético, la arquitectura promovida por Regiones Devastadas recibe dos influencias, los modelos inspirados en el Siglo de Oro español[25] y la arquitectura popular. Los primeros tienen su expresión en edificios como el Ministerio del Aire y el Museo de América madrileños, mientras que los segundos encuentran manifestación en los nuevos núcleos de población rural promovidos por el Instituto Nacional de Colonización que, acabarán derivando en formulaciones que integran el lenguaje de vanguardia con las referencias historicistas[26]. Los pueblos reconstruidos por Regiones usan modelos de arquitectura popular pero, como es propio en la más temprana posguerra, sometidos al lenguaje monumentalista propio de la arquitectura de raigambre más clásico “Los esquemas organizativos de estas poblaciones son a menudo una mezcla sorprendente de los conceptos de racionalización propios de la tradición moderna revestidos de un ropaje ruralista y folklórico tradicional”[27].
Dentro de este panorama general, la reconstrucción en el caso de Belchite va a estar guiada por dos directrices principales:
La conservación de las ruinas como “lugar de memoria” de los efectos de la guerra.
La construcción de un nuevo pueblo que respondiera a la política económica y agraria del Estado constituido durante el conflicto y que ahora afrontaba una difícil posguerra.
Los lugares de memoria: las ruinas como símbolo
Los soportes externos, las marcas tangibles de la memoria histórica que reelaboran la percepción y fijan el recuerdo de los hechos ocurridos son los que Pierre Nora denominó lugares de memoria, caracterizados por dos rasgos esenciales[28]:
Una inicial voluntad de memoria, un deseo expreso de fijar un estado de cosas que los diferencia de los simples lugares o escenarios de la historia.
Su resistencia al paso del tiempo y sus metamorfosis.
En el caso de unas ruinas como las de Belchite, el paso del tiempo tiene una incidencia particular porque, lejos de reflejar en la actualidad el estado en que quedaron como consecuencia de los combates, se han visto sometidas durante años a la incuria de los particulares y al abstencionismo de las administraciones[29] que ha dado paso a intervenciones vinculadas a una re-lectura interesada del pasado y a la depredación de la simbología más cercana a los acontecimientos. Las agresiones sufridas por la Cruz de los Caídos, el monumento del Trujal (lugar de enterramiento de los defensores durante el asedio) o el monolito en la plaza del Pueblo Nuevo, conmemorativo de la reconstrucción ordenada por Franco, son suficientemente indicativas al respecto[30].
La propia conservación de las ruinas de Belchite supuso una opción diferente a las reconstrucciones emprendidas en escenarios como el Alcázar toledano o el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza en Andújar (Jaén). Por ello se buscó un nuevo emplazamiento en las inmediaciones del que acabará denominándose Pueblo Viejo[31] y se procede a la construcción de una población que revela el propósito de reformar el ambiente rural, haciendo más higiénico y atrayente el hábitat del campesinado[32]. Los escombros tienen la función de recordar los efectos de la guerra y la vesania del enemigo por contraste con la obra de los artífices de la Victoria.
“Junto a las piedras heroicas del viejo Belchite va a alzarse la traza cordial y acogedora del Belchite nuevo; junto a los escombros, la reconstrucción; junto al montón de ruinas que sembró el marxismo como huella inequívoca de su fugaz paso, el monumento alegre de la paz que la España de Franco edifica [...]. Para memoria eterna de los que allí cayeron y ejemplo y acicate de las generaciones del mañana, nuestro Caudillo Franco ha querido que las ruinas gloriosas de Belchite queden en el prestigio intacto de su dolor actual. Pero, al pie de ellas, una nueva ciudad, trabajadora y limpia, bullidora y moderna, pregonará a las gentes el ímpetu de un pueblo que, sobre los escombros de una España caduca, afirma su decisión inquebrantable de construir un Imperio [...]”[33].
Adoptada la población de Belchite con fecha 7 de octubre de 1939[35], la primera piedra fue colocada el 29 de mayo de 1940 por el Ministro de la Gobernación, Ramón Serrano Suñer[36] y la inauguración oficial del Pueblo Nuevo tuvo lugar el 13 de octubre de 1954 con presencia del Generalísimo Franco[37]. En un primer momento, las obras estuvieron acogidas al sistema de Redención de penas por el Trabajo[38].
El plano.
La lectura del trazado urbano de Belchite nos permite conocer la plasmación de un modelo urbanístico que se aplicó en pocos casos ya que no fue frecuente la ejecución práctica de un plan total de urbanización y en la labor de Regiones Devastadas predominó la construcción d edificios representativos y planes parciales de vivienda.
Una vez decidido el traslado en lugar del desescombro y la adaptación al trazado sinuoso del viejo Belchite, se señaló como área del nuevo emplazamiento la situada en una zona de olivares al borde de la carretera de Cariñena e inmediata a la estación de ferrocarril, lugar separado pero relativamente próximo al núcleo existente.
Las características económicas y demográficas del antiguo Belchite determinaron las condiciones del nuevo. Su población, unos tres mil quinientos habitantes antes de la guerra, se había estabilizado con un índice de crecimiento casi nulo a consecuencia de su economía exclusivamente agrícola (secano, olivares y poca huerta). Era, pues, necesario un pueblo para unas setecientas familias en su mayor parte labradoras con viviendas en las que se subsanasen las deficientes condiciones higiénicas del Pueblo Viejo y la escasa dimensión de sus solares para las dependencias agrícolas.
El conjunto se ordenó siguiendo las directrices de cuatro calles principales, dos de las cuales se entrelazaban en medio del pueblo constituyendo los ejes urbanos. En dirección Este-Oeste la Avenida de José Antonio que enlaza las carreteras de Zaragoza y Cariñena y otra calle que arranca de ella. Perpendicularmente a este eje, en cuyos extremos se proyectaba la construcción del Seminario (que no se construyó[39]) y del Convento (ubicado, finalmente, en otro lugar) señalan el trazado principal de la Avenida de Calvo Sotelo que, quebrando en la Plaza Mayor, se prolonga hasta la Plaza de San Lorenzo y el “Camino de Pichuel” que se continúa hasta la Granja-Escuela. Esta última vía, definida como centro de las actividades cívicas y paseo de la población arrancaba del “Monumento al heroísmo y a los Caídos de Belchite” que no llegó a levantarse pero que estaba proyectado sobre un cerro que domina totalmente al pueblo y corta perpendicularmente a la calle que arranca de la Avenida de José Antonio definiendo la Plaza Mayor con su conjunto de edificios públicos y religiosos.
En torno a estos ejes se sitúan las calles pavimentadas, en su mayoría con doble hilera de árboles, y dotadas de servicio de distribución de agua potable y alcantarillado. Entre ellas se forman plazas que constituyen a modo de centros de barriada, como la de San Lorenzo, o simples ensanchamientos. La planta se configura a partir de una trama reticular de manzanas rectangulares con una banda de viviendas ocupando sus lados mayores y el espacio interior con patios correspondientes a esas casas. Este plano define una población cerrada formalmente, con bordes y fronteras claramente definidos al tiempo que la utilización de vías de trazado curvo en la periferia refuerza el carácter de “pueblo con fachada”.
Las distintas manzanas se proyectaron como unidades autónomas que albergan no solamente viviendas: así, en la manzana nº 17 está ubicada la Parroquia mientras que la Plaza Mayor es simplemente un espacio lateral contenido dentro de la alineación de una manzana y definido lateralmente en dos de sus lados por las calles. La descripción en líneas generales de las viviendas (693 construidas hasta 1954) y los tipos definidos por las mismas serán objeto de nuestra atención más adelante.
Los elementos de la población.
En el trazado que hemos definido se insertan los diversos elementos con una organización jerárquica.
En el punto de entronque de las dos vías fundamentales se forman dos centros o plazas, una de índole religiosa, con la Iglesia Parroquial y la Casa Rectoral y otra cívica. En el centro, una vía encabezada por un arco de ladrillo (que evoca los existentes en el Pueblo Viejo) deslinda y unifica las dos zonas.
La Plaza Mayor es un espacio situado en la esquina de una manzana, configurado en dos de sus lados por calles y en los otros dos por un conjunto de edificios en forma de “L” en los que se agruparon: Ayuntamiento (con tres plantas, en la baja, Correos y Telégrafos; en la principal, el Salón de Sesiones, oficinas municipales y vivienda del Secretario y en la planta alta, Jefatura del Movimiento y tres viviendas) y edificio para actividades culturales (con cine-teatro, frontón, biblioteca y salas de recreo). Las plantas bajas con porches enlazados se cubrieron con chapas de piedra caliza y las dos altas con ladrillo visto, rematando el conjunto un alero muy saliente.
Una característica peculiar que diferencia esta Plaza de otras diseñadas por Regiones es lo difuminado que queda el edificio del Ayuntamiento, difícilmente individualizable y reconocible de los demás, frente a la tendencia a dotar a este tipo de construcciones de un volumen autónomo.
Ya aludimos a la existencia de otras plazas o ensanches de menos entidad. Las más definidas son la de San Agustín que responde al mismo modelo en “L” y la de San Lorenzo con tendencia a convertirse en centro de otro sector de viviendas, configurada mediante dos casas y una serie de arcos en un espacio en “U” adosado a un eje de apoyo.
La Iglesia Parroquial de San Martín, y en concreto el campanario, constituye un punto fundamental dentro de la silueta de la población. Emplazada en el centro de gravedad del núcleo urbano está relacionada directamente con el centro cívico ya que su fachada lateral, elevada, domina el conjunto de la plaza.
Desde el punto de vista estético sus referencias formales, integradas armónicamente, resultan de lo más variado pues en las descripciones que hemos leído se alude a diversos modelos (arte paleocristiano, románico, bizantino…) y, además, se trata una modélica plasmación de las directrices de renovación litúrgica propias del momento en que se construyó.
Se trata de un edificio de una nave sin crucero, cubierta con bóvedas vaídas de 15,80 m de altura máxima sobre arcos formeros de hormigón armado, ábside semicircular en el presbiterio que es de menos altura que la nave y se separa de ella mediante un arco triunfal decorado con escenas de la vida del titular del templo. En dicho ábside se abren cinco vanos, completando la iluminación un conjunto de 14 ventanales en los muros de la nave, igualmente de medio punto y cerrados con vidrieras, además de un óculo y una galería de arquillos que da luz al coro alto situado a los pies. El acceso se resuelve mediante una escalinata frontal y pórtico adosado e inserto bajo el coro. El baptisterio y la torre (de 47m) son elementos exentos aunque comunicados con el templo.
Otros edificios relevantes son:
Casa-Cuartel de la Guardia Civil. En una manzana completa se desarrollan pabellones, oficinas, alojamientos, cuadras, cocheras y doble patio de armas y de servicios con departamentos correspondientes a los distintos pabellones.[40].
Frente a la Plaza Mayor, edificio para oficinas públicas en el que se alojaron los Juzgados, la Notaría y el Registro de la Propiedad. En las plantas superiores, viviendas para funcionarios.
Centro Secundario de Higiene.
Estación de Autobuses.
Granja-Escuela de la Sección Femenina al extremo Norte, con un edificio principal en el que estaban las dependencias de dirección, aulas teóricas y alojamientos de alumnas y una serie de edificios secundarios.
Dos grupos escolares (con cuatro clases cada uno) en los extremos del pueblo.
Campos de deporte: fútbol, baloncesto, tenis, bolera y piscinas.
Además se construyó un Convento de religiosas Dominicas y se reparó el santuario de Nuestra Señora del Pueyo ubicado a varios kilómetros de la población.
Las viviendas.
La composición en planta de las viviendas de labrador varía desde el programa mínimo de cocina, comedor, tres dormitorios, aseo y despensa al más completo de cocina, re-cocina, despensa, comedor-estancia, WC con baño y un número variable de dormitorios (siempre tres por lo menos).
Para corral y servicios agrícolas queda una parte muy importante de la superficie total. En el caso de los comerciantes (que en muchas ocasiones eran también labradores) solo era necesario añadir al modelo uno o dos locales en la planta baja para tienda y almacén. El reducido número de empleados y de profesionales liberales encontró acomodo en un par de manzanas para funcionarios y en la adicción de los servicios necesarios para estos últimos. De esta manera, se produce una cierta agrupación de las viviendas no solamente por su funcionalidad sino también por su emplazamiento. Es evidente que este último hecho no da lugar a situaciones de segregación ni, menos aún, a la constitución de barriadas que correspondan a una sociología diferente, pues la entidad del núcleo urbano no permite el desarrollo de zonas aisladas y autónomas y el centro de la población se configura como escenario común de la vida social.
Las casas muestran elementos característicos en la tipología de las fachadas y en la distribución de las plantas.
Las publicaciones oficiales recogen el principio de que el aspecto exterior de las edificaciones debía contribuir a realzar el estilo local mantenido a través de muchas generaciones. Por eso, para el estilo arquitectónico del Pueblo Nuevo “se tomó como base el ambiente general del viejo Belchite, trazando la Plaza Mayor con sus edificaciones en ladrillo a cara vista que recuerdan las rancias casas aragonesas”[41].
La afirmación se comprueba, además de en el lugar citado, en otros como los edificios de la manzana nº 19 de ladrillo manual amarillo a cara vista con llagas verticales matadas, donde los soportes clásicos fueron transformados en locales comerciales y en la arquería de ladrillo del Banco Zaragozano en los que se ve cómo el tono de la arquitectura aragonesa se pone en las soluciones de ladrillo y en las mixtas de ladrillo y piedra. De esta manera, detectamos la tendencia a conseguir ese tono localista mediante la acentuación o amplia utilización cuantitativa de unos cuantos detalles propios de la arquitectura de la zona, especialmente en los edificios más representativos, mientras que en regiones diferentes se comparten elementos comunes. De esta manera la arquitectura promovida por Regiones Devastadas se caracteriza por un tono uniforme no exento de variantes.
En cuanto a las plantas, la vivienda campesina se considera como un instrumento que favorece y dignifica el trabajo, de ahí la generalización de despensas, graneros, cuadras y corrales propios de una economía fundamentalmente agraria. En el caso de viviendas para necesidades propiamente urbanas estos elementos se sustituyen por los correspondientes al uso que van a recibir. Y, en ambos casos, encontramos los espacios domésticos en los que los dormitorios rodean a la cocina-comedor convertida en punto de reunión. De esta manera la vivienda las necesidades demandadas por la vida familiar y laboral reciben una respuesta que no resulta ajena a los principios racionalistas acogidos por la arquitectura española del período inmediatamente anterior[42].
3. EL PATRIMONIO HISTÓRICO-ARTÍSTICO DE BELCHITE:
CONSERVACIÓN Y MEMORIA.
La historia de Belchite ha configurado un rico patrimonio inmueble[43] en el que a las ruinas del Pueblo Viejo con restos de importantes edificios mudéjares y barrocos y relevantes muestras de arquitectura doméstica, se añade uno de los conjuntos urbanísticos más logrados de la posguerra. A todo ello debemos añadir los restos de fortificaciones situados en las inmediaciones y que merezcan ser conservados y acondicionados para su visita (valga por ejemplo la posición situada en el Mojón del Lobo) porque como recordaba Rafael Moreno en relación a restos similares de otros lugares:
“Estamos ante un patrimonio escasamente valorado y conocido que además tiene el agravante de que fue erigido con un fin muy determinado en una aciaga época de nuestra historia en la que hubo mucho sufrimiento y se cometieron muchas atrocidades. Pero precisamente por eso es necesario difundirlo y conocerlo, porque son el máximo exponente de unos tiempos que deberíamos tener como referente de lo que no debe hacerse, justamente para que no vuelva a suceder nunca nada igual, una guerra fratricida […]
En cualquier caso es necesario que a la hora de contemplar estas fortificaciones, nos despojemos de todo prejuicio, olvidemos quién las levantó y a qué bando pertenecían. Debemos de tener en cuenta que su función en ambos bandos era la misma, defenderse, y que quienes las ocuparon y vivieron en su interior hablaban el mismo idioma, tenían las mismas costumbres y padecieron por igual las penalidades y los horrores de la guerra. Cuando visitamos un castillo medieval no tenemos en cuenta si sus constructores eran «los buenos o los malos» y sólo vemos una magnífica y hermosa obra arquitectónica cargada de historia y en muchas casos, integrada perfectamente en el paisaje, igual deberíamos hacer al contemplar las viejas fortificaciones de la guerra española porque estos restos dispersos por la geografía, abandonados y olvidados, son los castillos del siglo XX.”[44].
Estas palabras nos conducen a una última consideración que resulta inaplazable a la hora de abogar por la conservación del patrimonio histórico-artístico de Belchite que es inseparable de su condición de paisaje urbano de una de las más batallas más emblemáticas de la última Guerra Civil Española.
Una sociedad no se sostiene sobre la mera coexistencia ni puede ser indiscriminadamente abierta. La comunidad política descansa sobre un entramado de virtudes y valores comunitariamente aceptados y cordialmente vividos (lo que autores como Wilhelmsen y Kendall llamaron ortodoxia pública). Sobre estos principios deberían fundamentarse los llamados “usos públicos de la Historia” y nunca, como ocurre en España, desde la ignorancia o la falsificación de este pasado promovida por los voceros de una mal llamada “recuperación de la memoria histórica”, impulsada desde posiciones de extrema izquierda y codificada en la Ley de 2007[45]. Dicho ordenamiento contiene una perversa interpretación de nuestra historia más reciente[46] y, en relación con la conservación del patrimonio histórico- artístico, impone que “Los órganos que tengan atribuida la titularidad o conservación de los monumentos, edificios y lugares de titularidad estatal, tomarán las medidas oportunas para la retirada de los escudos, insignias, placas y otras menciones conmemorativas de la Guerra Civil, existentes en los mismos, cuando exalten a uno sólo de los bandos enfrentados en ella o se identifiquen con el régimen instaurado en España a su término”. Debajo de la confusa redacción, se pueden extraer las consecuencias: solamente habrá monumentos a las personas y circunstancias que se identifiquen con el régimen derrotado en la Guerra Civil, es decir la República del Frente Popular. La España democrática se convierte así en émula de los tiranos romanos que aplicaban la damnatio memoriae y práctica la destrucción sistemática de las imágenes, en ocasiones de alto valor testimonial, histórico y documental, vinculadas al bando vencedor en la Guerra Civil y a la España de Franco.
Frente a distorsiones de esta naturaleza, las ruinas de Belchite siguen siendo un testigo elocuente del verdadero significado de la Guerra Civil Española y de los criterios que deberían guiar la conservación y revalorización de sus vestigios materiales. Una circunstancia significativa en el frente aragonés durante el verano de 1937 había sido la presencia de las Brigadas Internacionales XI y XV entre las fuerzas atacantes. En 1967 se desarrollaba en el mismo escenario —cerca de Belchite— la operación de gran maniobra militar Pathfinder Express en la que intervinieron fuerzas combinadas del ejército de los Estados Unidos y del español. Treinta años antes, un batallón norteamericano (el Abraham Lincoln) integrado en el Ejército Popular combatía en el mismo escenario al Ejército Nacional. El cambio no se había producido en la esencia del Régimen nacido del Alzamiento sino en el escenario que, en los años de la contienda española y de la Guerra Mundial, nos presentaba a la democracia liberal en alianza con la revolución mundial comunista y al capitalismo mundial apoyado en el poderío soviético para destruir a un enemigo común. Era la dinámica en la que había desembocado la táctica promovida desde Moscú de los Frentes Populares y de la construcción del “antifascismo”, verdadera falsificación ideológica, como frente político mundial. Como afirmaba Jesús Fueyo:
“La virtualidad de sentido de la obra de Franco se resume en dos trayectorias indiscutibles de su proceso político: nunca capituló ante el comunismo ni con sus alianzas ni derivaciones, y nunca, en lo esencial, se dejó sugestionar por el fascismo en sus efímeros resplandores, evitando así ser arrastrado en su aventura y en su liquidación histórica. Tan pronto como el mundo occidental recuperó su rumbo hacia la libertad sin la hipoteca de la revolución, lo siguió según el propio ritmo de posibilidades de la realidad española […] Finalmente, el dar cauce institucional a su difícil sucesión al frente del Estado y de sus instituciones, abrió el futuro a una normalidad en la que pudieran sintetizarse la unidad de España en la Monarquía y las libertades públicas, sobre la base de un desarrollo social y económico que hiciera viable el funcionamiento de la democracia. Como lo hayan gestionado otros, es algo que no forma parte ya de su mundo histórico”[47].
Todo esto se dice ahora en dos palabras, pero costó sacrificios enormes y muchos años de tenaces esfuerzos que, probablemente, resultan muy difíciles de captar a las nuevas generaciones que, a pesar de las caídas de algunos muros, respiran en un magma ideológico, síntesis de liberalismo y de socialismo. Pero el sereno análisis histórico viene a dar la razón a las más hondas intuiciones de quienes vivieron aquellos acontecimientos y obliga a reconocer que la verdadera libertad no se defendía, como se nos quiere hacer creer, ni por las Brigadas Internacionales ni por los miembros de un Ejército Popular subordinado a las estrategias de Moscú, sino en el heroísmo al que un nuevo pueblo rinde homenaje junto a las ruinas informes del viejo Belchite.
20 de noviembre de 2013
[1]Colás Laguía, Emilio y Pérez Ramírez, Antonio: La gesta heroica de España. El Movimiento Patriótico en Aragón, Zaragoza, Editorial Heraldo de Aragón, 1936; Arrarás, Joaquín (dir.): Historia de la Cruzada Española, IV, 2ª ed., Madrid, Datafilms, 1984, pp. 46-62; Martínez De Baños Carrillo, Fernando (coord.), Guerra Civil. Aragón, VII, Zaragoza, Editorial DELSAN, 2010, pp. 38-47.
[2]Martínez Bande, José Manuel: La invasión de Aragón y el desembarco de Mallorca, Madrid, San Martín, 1989, pp. 57-95.
[3]Cirac Estopañán, Sebastián: Los héroes y mártires de Caspe, Zaragoza, Librería General, 1939; Joaquín Arrarás (dir): ob. cit., pp. 68-72.
[4] La prensa daba la siguiente versión de estos sucesos: “En la mañana del jueves hizo su aparición en Belchite un avión al servicio de la Generalidad, quien lanzó unos petardos y unas proclamas. Los elementos izquierdistas de la localidad creyendo que era el momento decisivo para entrar en acción, salieron a las calles con ánimo de realizar algunos gestos de salvajismo que se concentraron rápidamente en los disparos hechos contra el cura párroco que salía de la Iglesia y que afortunadamente no le alcanzaron. Inmediatamente los elementos adictos al movimiento militar salieron a las calles para hacer frente a la turba. Rápidamente lograron aplastarla causando en ésta un gran número de bajas y sufriendo los elementos leales muy pocas y además de ninguna importancia. En el día de ayer se iniciaron registros y cacheos para desarmar a los elementos extremistas que dieron un gran resultado y siendo duramente castigados aquéllos que apresados anteriormente quisieron huir”: El Noticiero (Zaragoza, 8-agosto-1936).
[7]Casanova, Julián: Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa. 1936-1938, Madrid, Siglo XXI, 1985.
[8]Bolloten, Burnett: La guerra civil española. Revolución y contrarrevolución, Madrid, Alianza Editorial, 1989, pp. 795-807.
[9]Visiones de conjunto sobre la ofensiva en: Lojendio, Luis María de: Operaciones militares de la guerra de España 1936-1939, Barcelona, Montaner y Simón, S.A, 1940, pp. 345-359; Aznar, Manuel: Historia militar de la Guerra de España, II, Madrid, Editora Nacional, 1969, 4ª ed., pp. 269-315; Salas Larrazábal, Ramón: Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, Editora Nacional, 1973, pp. 1287-1359; Martínez Bande, José Manuel: La gran ofensiva sobre Zaragoza, Madrid, San Martín, 1973; Arrarás Joaquín (dir): ob. cit., VII, pp. 26-39; Maldonado Moya, José María: El frente de Aragón (La Guerra Civil en Aragón, 1936-1938), Zaragoza, Mira Editores, 2007, pp. 204-228; Martínez de Baños Carrillo, Fernando (coord.): ob. cit., pp. 181-268.
[11]Casas de la Vega, Rafael: Las milicias nacionales (2 vols.), Madrid, Editora Nacional, 1977; Aróstegui, Julio: Combatientes requetés en la Guerra Civil Española (1936-1939), 2ª ed. revisada y ampliada, Madrid, La Esfera de los Libros, 2013.
[12]Fuembuena, Eduardo: Guerra en Aragón. Belchite-Quinto-Teruel, Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1938; Gracia, Vicente: Aragón, baluarte de España (Su concurso a la causa nacional. Gesta heroica de la guerra), Zaragoza, Tall.Graf.El Noticiero, 1938, pp. 268-276; Martínez Bande, José Manuel, La gran ofensiva…, ob. cit., pp. 110-117; Aróstegui, Julio, ob. cit., pp. 137-152.
[13]Conill y Mataró, Antonio: Codo. De mi diario de campaña, Barcelona, Imp.Vda.de J.Savater BROS, 1954; Nonell i Bru, Salvador: Los requetés catalanes del Tercio de Ntra.Sra.de Montserrat en la Cruzada española. 1936-1939, Barcelona, Editorial Casulleras, 1956; Resa, José María: Memorias de un Requeté, Barcelona, Editorial Bayer Hnos.y Cía, 1968; Martínez Bande, José Manuel: La gran ofensiva…, ob. cit., pp. 110-117; Aróstegui, Julio: ob. cit., pp. 314-325.
[14]Fuembuena, Eduardo: ob. cit., pp. 19-66; Gracia, Vicente: ob. cit., pp. 232-255; Diego, Quintana y Royo: Belchite, Madrid, Editora Nacional, 1939; Oliver Ortiz, Emilio: Emociones de un sitiado (Belchite Regina Martyrum), Barcelona, Edit.Amaltea, 1942; Martínez Bande, José Manuel: La gran ofensiva…, ob. cit., pp. 126-158; Díaz, Martín: “13 días de combate. Belchite 1937”, en Historia y Vida 62 (1973) pp. 14-27; Izquierdo, Amaro: Belchite a sangre y fuego, Barcelona, Acervo, 1976.
[15] Martín Rubio, Ángel David: “Aproximación a la represión republicana en la batalla de Belchite (las víctimas de la provincia de Zaragoza)”, en ¡Belchite!, Oviedo, Tarfe, 1995, pp. 137-187 y “Represión republicana en Zaragoza”, en Razón Española 69 (1995) pp. 45-62; Ledesma, José Luis: Los días de llamas de la revolución: violencia y política en la retaguardia republicana de Zaragoza durante la Guerra Civil, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2003.
[16]Martín Rubio, Ángel David: “La persecución religiosa en la provincia de Zaragoza durante la guerra civil”, en Aragonia Sacra 9 (1995), pp. 55-64; Miguel García, Isidoro (coord.): Testigos de nuestra fe. La persecución religiosa en la Archidiócesis de Zaragoza (1936-1939), Zaragoza, Arzobispado de Zaragoza-Fundación "Teresa de Jesús", 2008.
[22] (En línea) http://www.farodevigo.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2999_5_137656__Opinion-Sobre-Lister-Ferrin (8-septiembre-2009)
[23]Martín Rubio, Ángel David: “Las pérdidas humanas”, en Alonso Baquer, Miguel (dir.): La guerra civil española (Sesenta años después), Madrid, Actas, 1999, pp. 321-365 y “Las pérdidas humanas en la Guerra Civil: el necesario final de un largo debate historiográfico”, en Bullón de Mendoza, Alfonso - Togores, Luis Eugenio (Coords.): La República y la Guerra Civil. Setenta años después, Madrid, Actas Editorial, 2008, pp. 133-169.
[24]Pérez Escolano, Víctor: “Guerra Civil y regiones devastadas”, en Arquitectura en Regiones Devastadas, Madrid, MOPU, 1987, p. 139.
[25] “Durante los tres años de duración de nuestro Movimiento Nacional, este sentimiento nacionalista fue incrementándose, hasta culminar en la más bella exaltación de nuestros sentimientos históricos y tradicionales. En la guerra volvimos a conocer nuevamente España, en sus campos de batalla, en el andar de sus caminos, en el dramatismo y belleza de sus pueblos y de sus iglesias castellanas, y sentimos más que nunca todo el peso y la gloria de una tradición y una historia que, por desgracia casi habíamos olvidado [...] Por eso volvimos a revivir las frías y pétreas portadas herrerianas y las torres y tejados de pizarra de traza escurialense y las plazas porticadas como en el siglo XVII y los escudos con águilas y yugos y flechas y nuevamente, como Villanueva en el siglo XVIII, nuestra arquitectura vuelve a ser española y madrileña”, Luis Gutiérrez Soto, cit. por Gaya Nuño, Juan Antonio: Arte del siglo XX. Ars Hispaniae, vol. XXII, Madrid, Plus Ultra, 1977, p. 281.
[26] Un caso paradigmático es Vegaviana (Cáceres), obra de Fernández del Amo, que fue premio de la Unión de Arquitectos de Moscú, medalla de oro Eugenio D'Ors y premio de urbanismo de la Bienal Internacional de Arte de Sao Paulo. Cfr. “Vegaviana (Cáceres) Así comenzó todo” [en línea] http://vegaviana.wordpress.com/ (3-noviembre-2013). En 2012, el Ministerio de Fomento anunciaba que Vegaviana dispondría en breve de un Plan General de Urbanismo que permita regular las construcciones de esta localidad de colonización. En el caso del nuevo Belchite serían deseables iniciativas que impidan a las nuevas construcciones y a las necesarias adaptaciones de viviendas y edificios alterar el carácter urbanístico y arquitectónico de la localidad.
[27]Solá-Morales, Ignacio: “Urbanismo en España (1900-1950)”, en Vivienda y urbanismo en España, Madrid, Banco Hipotecario de España, 1982, p. 194.
[28]Nora, Pierre: Les lieux de memoire, París, PUF, 1985, cit. por: Magdalena Calvo, José Ignacio et all: “Los lugares de memoria de la guerra civil en un centro de poder, Salamanca, l936-1939”, en Arostegui, Julio (Coord.): Historia y memoria de la guerra civil, I, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1988, p. 297.
[29] En sesión celebrada el 21 de junio de 2007 la Comisión Provincial de Patrimonio Cultural del Gobierno de Aragón acordó informar favorablemente el Plan Director de consolidación, excavación arqueológica y puesta en valor del Pueblo Viejo de Belchite.
[30] Transcribimos el texto de las dos inscripciones desaparecidas. En el monolito de la plaza: “Yo os juro que / sobre estas / ruinas de Belchite / se edificará una / ciudad hermosa / y amplia como / homenaje a su heroísmo / sin par / Franco”. En el Trujal: “En estas tierras / heroicas se unieron / para siempre en la / muerte Ejército / Falange, Requeté / y pueblo de Belchite / al servicio de Dios / y por una España / Grande y Libre”. Prácticamente destruido por actuaciones vandálicas, este último monumento ha sido objeto de una última intervención sin ninguna consideración a su carácter religioso.
[31] Una detallada descripción de los edificios conservados y de sus antecedentes históricos en: Martín Blasco, Julio, Belchite: Imágenes, notas históricas y evocaciones, Badajoz, Ayuntamiento de Belchite, 1998. También: Baquero Milán, Jesús: Inventario del patrimonio arquitectónico del pueblo viejo de Belchite (Zaragoza), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1988; Cinca Yago, Jaime – Allanegui Burriel, Guillermo – Archilla Navarro, Ángel P.: El viejo Belchite (La agonía de un pueblo), Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2008.
[32] Referencias al papel del mundo agrario y al cambio de modelo a raíz de la modernización emprendida que fue en detrimento de la España rural, conservadora y agrícola en: Paz, Fernando: “El gran cambio social de España lo hizo el franquismo”, en Altar Mayor 131 (2009) pp. 1389-1395.
[33]Gómez Aparicio, Pedro: “El símbolo de los dos Belchites”, en Reconstrucción 1 (abril-1940) pp. 6-9.
[34] Es imprescindible la consulta del número monográfico de Reconstrucción, revista oficial de la Dirección General de Regiones Devastadas, dedicado a Belchite: nº 127 (1955). Más datos en: inauguró el nuevo pueblo de Belchite”, p. 36; López Gómez, José Manuel: Un modelo de arquitectura y urbanismo franquista en Aragón: la Dirección General de Regiones Devastadas. 1939-1957, Zaragoza, Gobierno de Aragón. Departamento deEducación y Cultura, 1995; Vázquez Astorga, Mónica, “Belchite: un nuevo pueblo nacido a la sombra de unas gloriosas ruinas” en Cinca Yago, Jaime y Ona González, José Luis (Coordinadores), Comarca de Campo de Belchite, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2010, pp. 241-248.
[35] “Decretos adoptando, a los efectos de la reconstrucción, las localidades de Belchite, Teruel, Brunete, Villanueva de la Cañada, Villanueva del Pardillo, Las Rozas, Majadahonda, Guadarrama, Quijorna, Potes, Las Regueras, Tarna y Pendones, Rodiezmo, Quinto, Mediana de Aragón, Apiés, Biescas, Bielsa, Agramunt, Castelldans, La Rápita, Tortosa, Corbera, Nules, Hita, Gajanejos, Masegoso, Esparragosa, Valsequillo, Lopera y Pitres”, Boletín Oficial del Estado 295 (22/10/1939) pp. 5914-5920.
[37]ABC, (Madrid, 14 de octubre de 1954), pp. 17 y 23-24. Imágenes del NODO (25-octubre-1954): [en red] http://www.rtve.es/filmoteca/no-do/not-616/1483230/ (6-noviembre-2013).
[38] En 1942 existían sesenta y ocho destacamentos penales en los que trabajaban cinco mil cuatrocientos un presos y afectos a las siguientes empresas y trabajos: Fundación del Generalísimo Franco o Industrias Artísticas Agrupadas; Regiones Devastadas (reconstrucción de Belchite, Brunete, Oviedo, Teruel, Potes, Quinto, Mediana de Aragón, Puebla de Albortón, Boadilla del Monte y Lérida); Minas; Obras públicas (ferrocarril directo Madrid-Burgos, pantano del Generalísimo, cuarteles de Carabanchel, Academia de Caballería de Valladolid, catedral de Vich, túnel de Viella) y Metalurgia. VV.AA.: “El ministerio de Justicia en la España nacional”, en VV.AA.: Justicia en guerra, Madrid, Ministerio de Cultura, 1990, p. 282.
[39] Sobre la proyectada reconstrucción del Seminario: Martín Blasco, Julio: Congregación y Seminario de sacerdotes seculares misionistas de la Virgen Santísima de Desamparados de Belchite (Zaragoza), Badajoz, Ayuntamiento de Belchite, 1991, pp. 154-156. Por decreto del 10 de abril de 1942: “Articulo primero.- Se aplicará al que fue Seminario de Belchite lo que se determina en el artículo cuarto de la Ley de veintitrés de septiembre de mil novecientos treinta y nueve. Artículo segundo.- Como compensación equitativa a la diócesis de Zaragoza, propietaria del inmueble, por la Dirección General de Regiones Devastadas se subvencionarán las obras del Seminario Diocesano hasta la cantidad de dos millones trescientas mil pesetas, en igual forma a la que tiene establecida para la reconstrucción de templos parroquiales”, Boletín Oficial del Estado 116 (26/04/1942) p. 2928.
[40]“El enunciado arquitectónico de los cuarteles de la Autarquía no puede ser más elocuente: el edificio, polifamiliar, burocrático y dotado de cuadras para caballerías tenía que alternar una triple funcionalidad: carácter defensivo y cerrado en su armazón exterior, casticismo regionalista en patios y fachadas y alternancia espacio exterior cerrado / espacio interior abierto a patios”: Ureña, Gabriel: Arquitectura y urbanística civil y militar en el período de la Autarquía (1936-1945), Madrid, Istmo, 1979, p. 131.
[42] “Los procedimientos que determinan el trazado de ciertos poblados de posguerra, las operaciones de ampliación de los asentamientos rurales existentes o los mismos criterios de sistematicidad compositiva que permiten la formación de distintas unidades de agregación de viviendas, no eran ajenas a los principios racionalistas” Monclús, Francisco – Oyón, José Luis: “Vivienda rural, regionalismo y tradición agrarista en la obra de Regiones Devastadas”, en Arquitectura en Regiones, ob. cit., p. 114.
[43] De irreparable hay que calificar la pérdida del patrimonio histórico artístico religioso por las destrucciones y expolios llevados a cabo por los frentepopulistas al profanar todas las iglesias y capillas existentes.
[44]Moreno García, Rafael: “Castillos del siglo XX. Fortificaciones de la Guerra Civil Española en Castuera (Badajoz)”, en Martín Rubio, Ángel David (coord.): Extremadura: de la República a la España de Franco (Una visión historiográfica), Madrid, Ediciones Barbarroja - Foro Historia en Libertad, 2012,pp. 216-218.
[45] Ley 52/2007, BOE, 27-diciembre-2007 “por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura”.
[46] La Ley citada, cae en el absurdo jurídico de elevar a doctrina valoraciones propias del terreno Historiográfico y, además, vulnera gravemente la verdad cuando se cita entre los que lucharon por la defensa de los valores democráticos a los brigadistas internacionales y a los combatientes guerrilleros de la posguerra; a no ser que se entiendan dichos valores democráticos como los concebía Stalin.