Las Dos batallas del Puente de Alcolea en el s. XIX.
Luis Gómez López.
Historiador (España).
Pocos lugares del geografía española tienen el privilegio de ser el enclave de dos batallas importantes para la historia nacional durante el mismo siglo. Uno de esos raros lugares es “El Puente de Alcolea”, que vio como los españoles lucharon en sus inmediaciones, primero contra el invasor francés, en 1808, y sesenta años más tarde, español contra español, en la conocida como “Batalla del Puente de Alcolea”, combate de cuyas resultas saldría huyendo de España la reina Isabel II. No deja de ser paradójico, que en un mismo lugar, se luchase por la venida de un Borbón, Fernando VII, y en ese mismo sitio se decidiese, como resultado del combate, el exilio de otro, la hija de éste, la reina Isabel.
En ese mismo puente, otras muchas batallas se han dado a lo largo de la Historia, más para esta ocasión, sólo nos interesa saber de las dos que apuntamos más arriba.
En 1808, las todavía invictas tropas del general Dupont, marchan veloces camino del sur peninsular. Su destino es Cádiz, donde se encontraba reunido el Gobierno Provisional español. Su marcha era meteórica, ya que ninguna fuerza nacional podía hacer frente al disciplinado y profesional ejército napoleónico. El historiador Carlos Canales Torres comenta ese suceso en su libro al decirnos: “El 5 de junio (Dupont) concentró a sus tropas en Aldea del Río (en realidad la localidad se llama Villa del Río), y el 7 llegó al Puente de Alcolea. Entre tanto la Junta de Sevilla había intentado apoyar a los cordobeses con tropas regulares que se unieron a los 15.000 voluntarios mal armados e indisciplinados agrupados por el teniente coronel Echevarri. Al llegar al Puente de Alcolea, y para su propia sorpresa, las tropas francesas se encontraron con una concentración de tropas regulares españolas que se enfrentaron sin vacilar a los franceses”[1]. Al parecer, las tropas francesas no esperaban resistencia en su camino hacia Córdoba, y les sorprendió el encontrar a soldados españoles y patriotas armados en las inmediaciones de Alcolea. Lógicamente, la falta de instrucción y la irregularidad del armamento de los españoles, hacían que la posición fuese muy difícil de defender, pero el objetivo principal era ganar tiempo, para que el resto del ejército español, aún disperso, se fuese reorganizando y pudiese dar la batalla al francés. “La lucha fue intensa, -nos sigue diciendo el mismo autor- duró más de dos horas y tras combatir incluso en las casas del pueblo, las tropas españolas se retiraron a Córdoba ordenadamente. Tras intentar negociar con los defensores de la ciudad, unos disparos contra los escoltas del general francés desencadenaron un asalto feroz seguido de un brutal saqueo. Las violaciones, robos, asesinatos y asaltos no pudieron ser contenidos por los oficiales…”[2]
Así se desarrolló el primer combate del Puente de Alcolea en el s. XIX. Los franceses “invictos” de Dupont, recibirían, pocos días después, una duro golpe a su orgullo, en la conocida como Batalla de Bailén. Pero la Guerra de la Independencia de España no había hecho más que empezar. Mucha sangre y mucho dolor quedaba todavía que pasar al sufrido pueblo español en esos terribles años.
1868. La Batalla del Puente de Alcolea
El 29 de septiembre de 1868, un telegrama enviado desde Madrid a San Sebastián era recibido por la Reina Isabel II. En dicho mensaje enviado por el entonces Jefe de Gobierno, el general Gutiérrez de la Concha, se informaba a la reina del desastre de Alcolea y de la inconveniencia de su presencia en Madrid. Un lacónico: “-qué no venga. Ya no hay remedio” fue el texto que precipitó la huida de la Reina a Francia partiendo desde San Sebastián, en donde se encontraba de vacaciones, produciéndose el advenimiento del periodo de la historia española conocido como sexenio revolucionario. Diez días antes, el 19 de septiembre de 1868 había estallado la insurrección armada en Cádiz con el pronunciamiento del brigadier Juan Bautista Topete, que a la sazón era jefe del Puerto de Cádiz y controlaba el arma de la Marina. La sublevación fue preparada por las juntas revolucionarias, constituidas por políticos demócratas y progresistas. Los otros dos cargos importantes que se encontraban al frente de la sublevación eran los generales Prim y el general Serrano, duque De la Torre, los cuales exigían en un manifiesto a la reina Isabel II una reforma constitucional. Todo estaba premeditado y mientras la flota sublevada permanecía en Cádiz, el general Prim recorría la costa del Mediterráneo hasta Cataluña recabando el apoyo al alzamiento. Por su parte, el general Francisco Serrano, duque de la Torre, emprendió su ascenso hacia Madrid al frente del ejército revolucionario, con la intención de ocupar la capital.
Conocidas telegráficamente por el Gobierno de Madrid las pretensiones del movimiento insurreccional, envió un cuerpo de ejército contra los sublevados a las órdenes del general Pavía Lacy, Marqués de Novaliches.
El día 22 de septiembre, el ejército sublevado comandado por Serrano y los generales Caballero de Rodas, Izquierdo y Rey, llegan a Córdoba recibiendo informes de la presencia en la ciudad de Montoro de las tropas realistas al mando de D. Manuel Pavía y Lacy.
Los revolucionarios, dirigidos por el duque de la Torre, organizan la defensa del lugar preparándose para el enfrentamiento armado y en especial la defensa del Puente de Alcolea, paso obligado para las tropas isabelinas ocupando las tropas insurgentes las posiciones pertinentes en dirección a Sevilla. Según nos comenta D. Antonio Carbonell Laguna, el general Serrano envió dos misivas al cuartel del general Pavía con la intención de evitar el enfrentamiento. Dichas misivas fueron llevadas por: “el poeta y dramaturgo Adelardo López de Ayala que iba acompañado del no menos ilustre novelista D. Pedro Antonio de Alarcón”[3] El emisario era portador de una carta dirigida a Novaliches. No sabemos si Adelardo López estaba o no enterado de lo que había ocurrido con otro emisario que había acudido anteriormente a realizar una misión similar. Se trataba del militar D. Benjamín Fernández Vallín y Albuerne.
Según nos relata D. Manuel Leoncio Criado Hoyo en su libro “Apuntes para la ciudad de Montoro”[4], el Duque de la Torre, enterado de los movimientos de las tropas reales, decide enviar a la localidad de Montoro a un emisario. Su objetivo era “impedir la efusión de sangre” llevando al cuartel general del ejército de la reina una misiva. Como voluntario para dicha misión se presentó el señor Vallín.
“Llegó Vallín a Villa del Río, en la noche del día 24, avistándose con los jóvenes Don Juan Jiménez y Don Bernabé Ceballos, de la junta revolucionaria de esta villa; y después de conferenciar con algunos jefes militares y de repartir multitud de proclamas entre el paisanaje y la tropa, al amanecer del día 26, con un criado de confianza y una caballería que le facilitó Don Juan Jiménez, se dirigió a Montoro. Aquí conferenció también con Don Antonio Garijo Lara y Don Bartolomé Romero González de Canales, se entendió con varios jefes militares, hizo circular, como en villa del Río, numerosos proclamas, y dio cuenta al Duque de la Torre del resultado de su gestión”[5].
A continuación, el autor nos relata el contenido de la proclama, la cual es totalmente “subversiva” para la causa e intereses de las tropas de Novaliches. Una de ellas, era el llamamiento que se realizaba a los ciudadanos incitándoles a tomar las armas, y que fue firmado en la Bahía de Cádiz a bordo de la fragata de guerra Zaragoza el 18 de septiembre de 1968 y firmada por Juan Prim. Otras proclamas que dejó en Montoro y Villa del Río estaban firmadas por los generales más destacados de dicho alzamiento, tales como Francisco Serrano, Duque de la Torre, Caballero de Rodas etc, y eran del mismo tenor que la primera.
En la mayoría de las bibliografías consultadas, se ha pretendido ver en los acontecimientos posteriores y la trágica muerte de Vallín, como un acto “criminal”, y si bien es cierto que al parecer entre el personaje y su asesino había cierta enemistad personal, lo cierto es que la provocación era descarada y difícil de ocultar en unos momentos de tanta tensión.
Vallín llevaba un salvoconducto firmado por el propio Novaliches, y creía que ese documento le daba especial protección. Terminada su tarea en Montoro partió camino de Villa del Río, pero a pocos kilómetros de allí se encontró con el 2º batallón de Mallorca y el regimiento de caballería de España 3º de lanceros a las órdenes del Coronel Don Rafael Ceballos Escalera. Ceballos y Vallín eran enemigos irreconciliables de antes del levantamiento. Según cuenta Criado Hoyo: “Vallín, al descubrir la caballería y a su frente al Coronel Ceballos, con quien estaba enemistado hacía mucho tiempo, separó el caballo de la carretera y lo puso al trote con ánimo de dirigirse a los olivares que hay a un lado y a otro del camino. Ceballos Escalera, que lo había reconocido, le mandó hacer el alto; pero Vallín, lejos de detenerse, esfuerza la carrera de la cabalgadura, que es alcanzada bien pronto por los soldados de lanceros y presentado al jefe de la columna”. [6]
A partir de aquí la cosa no está muy clara. Al parecer, Ceballos trató indignamente a Vallín. Éste le dijo que lo pusiese a disposición de Novaliches, pues llevaba un salvoconducto firmado por él. Ceballos se enfurece y pretende fusilarlo allí mismo. Le pide que diga ¡vivas a la Reina!, cosa a la que Vallín se niega. Ceballos Escalera pretende enviar preso a Fernández Vallín a Montoro, donde está el superior de Ceballos, el Coronel Marqués de los Llanos. Poco antes de entrar en Montoro, Vallín se para en seco. Se sienta en una cruz humilladero que hay a la vereda del camino, y se niega a seguir. Ceballos le conmina a seguir. Está rojo de la ira. Pide a los subordinados que lo fusilen allí mismo. Se monta la confusión. Los soldados y los mandos no saben a qué atenerse. Ceballos desenvaina su sable y le asesta una estocada mortal por la espalda, mientras pide a los soldados que disparen al traidor.
La teatralidad para vestir este trágico episodio del conflicto en algo sensacionalista, lleva a dramatizar demasiado la cuestión. Criado Hoyo, narra como Vallín, herido mortalmente, grita traidor y asesino a Ceballos, y le espeta un: “¡Infame, sólo así puedes vengarte!” Una vez entra en Montoro, le recibe el Marqués de los Llanos y le pide explicaciones por las descargas que ha escuchado anteriormente. Ceballos, muy alterado, muestra las misivas incitadoras a la sublevación que estaba repartiendo Vallín, y monta un escándalo que le lleva incluso a amenazar a su superior. Pasadas las primeras impresiones, los jefes de brigada toman preso a Ceballos Escalera y lo retiene en sus aposentos hasta la entrada en la localidad de Novaliches.
Después de éste incidente, los autores que relatan el acontecimiento de la Batalla del Puente de Alcolea, es donde se encuadra la segunda misión que el duque de la Torre encarga al escritor Adelardo López de Ayala de entregar la carta a su adversario D. Manuel Pavía. En la misma se le pedía al Marqués de Novaliches, que no aceptase el enfrentamiento armado y que se uniese a la causa insurreccional.
Pero el Marqués de Novaliches, el “Campeón de la Reina” como se le llegó a conocer en la prensa del s. XIX, consideró un insulto a su honor de militar la rendición que se le proponía. Contestó a la misiva con una lógica renuncia a tan deshonestas pretensiones y puso su ejército en marcha camino de Córdoba, llegando a la pedanía de Alcolea el 28 de septiembre, ocupando sus tropas el lado del puente en dirección a Madrid.
La descripción de la batalla corre a cargo del historiador de Alcolea D. Antonio Carbonell Laguna el cual nos dice: “El enfrentamiento tuvo lugar el 28 de septiembre y los detalles de la batalla nos los ha trasmitido Leyva Muñoz, F: “Fuentes históricas que han servido para la descripción y la Batalla de Alcolea. Madrid 1870”. A primera hora de la mañana el general Caballero de Rodas, del bando revolucionario, había ocupado desde la orilla derecha del río la cabecera occidental del puente, el cual pretendía envolver Novaliches por una y otra orilla. El general Pavía adivinó que el choque principal se iba a librar sobre el puente, y envió ya desde la tarde anterior a la brigada de Lacy para iniciar su envolvimiento, mientas Serrano, con mejor servicio de observación (su cuartel general lo tenía instalado en El Capricho), descubrió la vaguada en la que habían pasado la noche las tropas de Lacy (entre las desembocaduras de los arroyos Yegüeros y Buen Agua), medio perdidas estaban las citadas fuerzas cuando ordenó a su sobrino, coronel de Artillería López Domínguez, que emplazara sus heterogéneas piezas perfectamente emboscadas a orillas del río. Cuando la brigada de Lacy avanzaba, desorientada, sobre el flanco izquierdo de Serrano por la orilla derecha del Guadalquivir, el general Caballero de Rodas, dio personalmente el alto al Brigadier de la Reina y fue llevado a presencia del Duque de la Torre, quien le permitió regresar a su campo sin destruir su unidad; un rasgo caballeresco y a la vez político, que causó profundo efecto en las tropas reales. No le quedó a Novaliches otro camino que intentar el asalto frontal al puente, sobre el que lanzó con derroche de valor al Regimiento Montado de Pavía a las órdenes del conde de Girgenti, yerno de la Reina, que consiguió expulsar a las tropas enemigas de las barricadas construidas sobre el puente, pero no pudo cruzarlo por la acción de las piezas artilleras de López Domínguez. Los modernos cañones Krupp de Novaliches no podía disparar bien para no herir a los suyos y los de Serrano consiguieron un impacto decisivo al destrozar con un trozo de metralla la mandíbula del general en Jefe, el marqués de Novaliches, (decía el pueblo en cantares de la época: Al general Novaliches, en el Puente de Alcolea, le volaron las quijás...) que participaba en primera línea de combate. Ya era casi de noche cuando, sin conseguir su objetivo de dominar el puente, el General Paredes, que asumió el mando después de la caída de Novaliches, ordenó cesar el fuego y vivaquear sobre el terreno. Aquella noche sonaban muy apagados los vivas a la Reina, mientras en el campamento revolucionario se entregaban a un frenesí de aclamaciones al General Serrano y a la Libertad. A la mañana siguiente (29 de septiembre) el General Paredes, ordenaba la retirada del ejército de la Reina hasta la localidad de El Carpio, enviando parlamentarios al Cuartel General de Serrano en Alcolea para acordar las condiciones de rendición”. [7]
Aunque la batalla duró apenas un día, el choque de las tropas fue brutal. En el puente de piedra sobre el río Guadalquivir, más de novecientos cadáveres de soldados españoles yacían por doquier. Una vez más, y por desgracia no sería la última, los hermanos luchaban contra los hermanos, y los padres contra los hijos. La sangre de los españoles era de nuevo vertida generosamente para la consecución de objetivos políticos que en poco o nada cambiarían las vidas de los que así las entregaban.
El general Paredes, “menos entusiasta que Novaliches, o menos dispuesto a jugarse el todo por el todo ordenó la retirada de las tropas realistas justo cuando mejor contaban las cosas” según la opinión de José Luis Comellas[8] dirigiéndose como se ha apuntado más arriba hacia la villa cordobesa de El Carpio. Dicha localidad había vivido los días anteriores a la batalla con desazón y nerviosismo. El día 23 de septiembre, seis días antes de la confrontación, el alcalde interino había reunido a varios vecinos representativos de todas las clases sociales presentando ante ellos la dimisión de su cargo, pero ésta no le fue aceptada, debiendo permanecer en su puesto aunque “acordando que para la conservación del orden se auxilie con la cooperación general y de forma particular con una comisión de personas honradas y pacíficas, procediéndose al nombramiento de diez vecinos”[9]. El día 1 de octubre, sólo dos días después de la batalla se procedió al nombramiento de la Junta Popular de Gobierno, quedándose ésta constituida por “un presidente –la persona de mayor edad- y cinco vocales. De inmediato se procedió a tratar de acuerdo con las instrucciones recibidas de la Junta Revolucionaria cordobesa el modo y la forma de elección de la corporación municipal que reemplazase a la existente. Con tal rapidez se ejecuta que se procede a constituir la mesa con su urna, siendo elegido alcalde primero Juan de la Bastida y segundo, don Rafael Tablada, y once regidores más”.[10]
Pero, ¿qué ha sido del herido y derrotado Novaliches?
Según nos relata otro escritor decimonónico, don Benito Pérez Galdós en su serie “Episodios Nacionales”, el marqués de Novaliches sería retirado a la localidad de El Carpio, donde “el médico de Pedro Abad, D. José Antúnez” le realizaría las primeras curas de emergencia[11]. Ese mismo dato es facilitado por otros autores contemporáneos del hecho bélico como son los oficiales de infantería D. Ramón González y D. José Toral Velázquez, los cuales comentan así lo acaecido durante la batalla de esa misma noche en la que es herido Novaliches[12]: “Novaliches, una vez herido Sartorius, se precipitó sobre los nuestros, pero al llegar a las inmediaciones del puente, recibe en la cara un fragmento de casco de granada. La herida era grave, casi mortal, y el campeón de la reina se vuelve a sus ayudantes, da orden para que el General García de Paredes se encargue del mando de su ejército, y retrocede hasta el punto de partida. Al salir del puente, tuerce hacia la izquierda, para que su desgracia no siembre el desaliento en sus filas, marcha por fuera de la carretera en dirección a Casa-Blanca. Aquí encuentra Novaliches una sola camilla, y resistiendo Novaliches a las instancias de sus ayudantes, se niega a servirse de ella y a esperar que se le haga la primera cura. Obstinado el General, continúa marchando a caballo; la hemorragia era abundantísima; el herido se debilita, y después de haber empapado una buen porción de pañuelos con su propia sangre, los tres oficiales que le acompañaban, Gamarra, Villamartín y Liborio, se aproximaron todo lo posible a su caballo parea evitarle una caída.
Hizo la casualidad que tropezara en medio de la vía férrea, fuera ya del alcance de nuestros proyectiles un tren que allí se encontraba detenido. Los tres oficiales subieron al herido a un coche de primera, diose al jefe del movimiento la orden de marcha, y entre diez y once de la noche llegaron a la estación de El Carpio.
Inmediatamente se presentaron en ella los médicos titulares Antunez y Latorre y Duroni.”[13] El relato continúa con la descripción de las heridas que presentaba el General Realista en su rostro, y aseverando en verdad la gravedad de las mismas.
Lo único cierto es que después de la “refriega”, el marqués de Novlaiches fue conducido a la localidad cordobesa de El Carpio y de allí, y según González y Toral: “ Procuráronle un expres, la máquina silba, arrancó el tren y voló llevándose al hombre leal, duro, severo e inflexible...”[14] El tren llevó al herido hasta Andujar, y de allí a Madrid. Novaliches pasaría el resto de los siguientes años en Valladolid.
Los autores siguen narrando las brutalidades de la guerra con imágenes muy sentidas y con la descripción del campo de batalla después del fatal choque armado. En la descripción se puede apreciar el aspecto del campo de batalla, con centenares de cuerpos mutilados, heridos, ahogados y desfigurados por la barbarie y la ira; y afirman entonces: “¿Qué hacer, pues, en aquel instante? Lo que se había hecho desde que empezó la catástrofe, esto es, que se recogieran a los heridos, que se les trasladase a Córdoba y que se empezase de a dar ya sepultura a los muertos”.[15] Eso de parte del bando vencedor, pero por parte del ejército realista los autores reconocen que: “... Las tropas realistas y sus vanguardias se retiraban hacia la capital de España”[16] Algunas de estas tropas marcharon en trenes hasta Andujar, y de ahí cada una a sus destinos o cuarteles habituales. Otras tropas, heridas y necesitadas de auxilio médico, fueron depositadas en diferentes localidades esperando su mejoría para su incorporación final a los batallones o regimientos de pertenencia.
Sea como fuese, el advenimiento de la “Gloriosa” supuso un cambio trascendental en la vida política del país. La dinastía de los Borbones huía de España, -Isabel II no volvería jamás a pisar suelo español- y los acontecimientos políticos que se derivarán de esta batalla fratricida no solucionarán nada de los atrasos y males congénitos de los que venía padeciendo ya la maltrecha Patria.
BIBLIOGRAFÍA:
· “Liberalismo y romanticismo en tiempos de Isabel II” COMELLAS, J.L., IV Reflexiones sobre la era isabelina, “ VVAA, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2004
· “Diario de las operaciones militares de la revolución española con documentos interesantes sobre la Batalla de Alcolea” GONZÁLEZ TABLAS, Ramón y TORAL Y VELÁZQUEZ, José. Madrid, 1869
· “La de los tristes destinos” GALDÓS PÉREZ, Benito, Espasa Calpe, 2008
· “Apuntes para la historia de la Ciudad de Montoro” CRIADO HOYO, Manuel. 1932. Edición Facsímil editada por el Ayto. de Montoro y la Diputación de Córdoba, 1983
· “Programa de Feria y fiestas de Alcolea” CARBONELL LAGUNA, Antonio. Ayuntamiento de Córdoba, Julio1991.
· “Breve Historia de la Guerra de la Independencia 1808-1814” CANALES TORRES, Carlos. “Nowtilus, 2006
[1]CANALES TORRES, Carlos. “Breve Historia de la Guerra de la Independencia 1808-1814” Nowtilus, 2006, p.58
[3]CARBONELL LAGUNA, Antonio. “Programa de Feria y fiestas de Alcolea” Ayuntamiento de Córdoba , Julio1991, pág. 7
[4] CRIADO HOYO, Manuel. “Apuntes para la historia de la Ciudad de Montoro” 1932. Edición Facsímil editada por el Ayto. de Montoro y la Diputación de Córdoba, 1983
[8]COMELLAS, J.L., IV Reflexiones sobre la era isabelina, “Liberalismo y romanticismo en tiempos de Isabel II” VVAA, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2004