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Dunkerque 1940. ¿Un error estratégico?.

Juan Antonio Vera Sánchez.

 

Historiador (España).

 

 

El 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas cruzan la frontera polaca dando comienzo a la segunda guerra mundial. Al menos oficialmente, pues algunos historiadores hacen coincidir el estallido de la conflagración con el inicio de la guerra civil española, que sirvió de preámbulo y ensayo al conflicto mundial, o incluso con el inicio de la segunda guerra chino-japonesa en 1937.

En un mes aproximadamente, la Wehrmacht, victoriosa, ha completado su misión, con la ayuda del Ejército Rojo, que el 17 de septiembre ataca a traición la frontera oriental polaca, en cumplimiento del pacto que la URSS y Alemania habían firmado a finales de agosto.

Los ejércitos alemanes se dirigen ahora a toda prisa hacia el Oeste. Desde el comienzo de la invasión polaca, el gran temor de los principales estrategas germanos ha sido que los aliados ataquen Alemania a través de la línea Maginot francesa. El frente occidental, pobremente defendido, no hubiese sido capaz de retenerlos demasiado tiempo. Pasado el peligro, el cuartel general de la Wehrmacht se centra ahora en planificar la siguiente fase de la guerra: el ataque a Francia.

Durante el invierno de 1939-1940, la guerra entra en un estado de animación suspendida. Alemania planifica mientras los aliados se mantienen a la defensiva. Este periodo se conocerá como “drôle de guerre” (guerra de broma, guerra falsa, en francés), o “sitzkrieg” (guerra sentada, en alemán). Los enfrentamientos se limitarán a esporádicos encuentros en el mar o en el aire en su mayor parte.

 En Abril de 1940, para protegerse ante un ataque aliado, y sobre todo para proteger las imprescindibles importaciones de mineral de hierro, procedentes de Escandinavia y vitales para la industria armamentística germana, Alemania invade Dinamarca y Noruega. Dinamarca, consciente de la futilidad de la resistencia armada ante un enemigo tan superior, se rinde sin apenas resistencia. A partir de este momento, y hasta el final de la guerra, los daneses optarán por sobrellevar la invasión con resignación, y su actitud frente al invasor será la de ignorarlo en la medida de lo posible, intentando continuar con su vida con la máxima normalidad. Noruega, en cambio, decide luchar, pero en apenas unos días, las tropas alemanas han logrado alcanzar sus objetivos y someter al país. Los aliados, por su parte, ocuparán Narvik, puerto crucial del Norte de Noruega, interrumpiendo así el tráfico de mineral de hierro hacia Alemania, pero se verán forzados a evacuar la estratégica plaza a comienzos de junio, ante el acoso de las tropas alemanas y de la Luftwaffe, y sobre todo por el giro de los acontecimientos en el territorio continental europeo.

El 10 de mayo de 1940, las tropas de la Wehrmacht, atacan Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Inicialmente, el plan original no era sino una repetición del ataque que se realizó en la primera guerra mundial: penetrar en Francia a través de la neutral Bélgica, ignorando el territorio holandés. Sin embargo, un desafortunado incidente amenazará con dar al traste con los planes alemanes. Los aliados recuperan los planes de invasión alemanes de un avión que se estrella en Bélgica, y estos se ven privados así de cualquier ventaja operativa. Es entonces cuando se recurre a un plan alternativo, que había sido rechazado previamente, ideado por el entonces teniente general Erich Von Manstein. Dicho plan establecía atacar Holanda y Bélgica, para así atraer al grueso de las fuerzas aliadas hacia el Norte de este último país, y después romper sus líneas a través de la boscosa región de las Ardenas, al Norte de la línea Maginot, supuestamente impenetrable para las fuerzas blindadas, para girar entonces al Norte hasta las costas del Canal de la Mancha, rodeando así a las tropas aliadas en los países bajos, y aislándolas del resto de ejércitos aliados.

Tras el brutal bombardeo de la Luftwaffe de la ciudad de Rotterdam el 14 de mayo, el gobierno holandés, cuyas tropas habían resistido valiente y ferozmente, se rinde para evitar la destrucción de más ciudades. Los ejércitos aliados, aceleran aún más el paso hacia el interior de Bélgica confiados en poder detener la ofensiva alemana gracias a la orografía belga, plagada de ríos y canales. Es entonces cuando se produce el desastre para ellos. El 12 de mayo, el XIX Cuerpo Panzer del General Heinz Guderian, máximo exponente teórico en el bando alemán del ataque en profundidad o “Blitzkrieg”, sale de las Ardenas, amenazando así la retaguardia de las tropas aliadas en los países bajos. Entre los días 12 y 13, dando una lección práctica magistral de las teorías publicadas en su libro “Achtung-Panzer!”, los carros de combate alemanes, en perfecta coordinación con la aviación y la infantería, cruzan el río Mossa, río que los aliados, errando una vez más, habían supuesto infranqueable para las tropas blindadas.

Entre el 14 y el 15 de mayo, los franceses atacan el flanco Sur de la penetración alemana, pero son rechazados por estos gracias a la genial idea de usar sus versátiles cañones antiaéreos como arma antitanque. Aún siguen creyendo que el objetivo de este ataque no es otro que rodear la línea Maginot y atacarla por la retaguardia. En consecuencia, se preparan para una embestida germana hacia el Sur. Muy al contrario, para el 19 mayo, girando hacia el Norte-Oeste, los blindados alemanes han alcanzado las costas del canal a la altura de Abbeville. Los aliados han sido cercados.

Entre el 12 y el 19 de mayo, varios contraataques franceses contra el flanco Sur de la penetración fracasan debido, principalmente, a una planificación insuficiente y una desorganización manifiesta que empezaba a correr como la pólvora por todo el ejército francés. Dichos contraataques tenían más de acciones aisladas desesperadas, de golpes de rabia, que de operaciones militares propiamente planificadas, dada la alta falta de organización entre las propias autoridades militares francesas. Se impone urgentemente una acción eficaz que haga a los aliados tomar el control. Y los alemanes son plenamente conscientes de esta situación. Entre sus filas, a cada momento crece la incertidumbre. Los máximos responsables del cuartel general alemán, con el mismo Hitler a la cabeza, están asustados de su propio éxito. Las tensiones comienzan a hacerse patentes incluso entre los victoriosos generales de la Wehrmacht. Como ejemplo, el propio Guderian llega a dimitir de su cargo cuando se le ordena que detenga sus operaciones aún antes de haber alcanzado las costas francesas. Sólo reconsidera su actitud cuando se le autoriza a que mantenga operaciones de reconocimiento, y lo hace simplemente porque las usará para engañar al cuartel general y continuar su avance.

 Otro ejemplo ilustrativo es el de la 7ª División Panzer del general Erwin Rommel, que ganará el sobrenombre de “la división fantasma” ya que, debido a la velocidad de su impetuoso avance, ni siquiera el propio cuartel general alemán sabía dónde se encontraba en determinadas ocasiones.

En resumen, los aliados, esto es, los franceses, se encuentran en estado de shock. El ejército francés, hasta entonces, considerado el más poderoso del mundo, parece ir perdiendo toda cohesión y estar a punto de desmoronarse. Sus líneas han sido rotas, no son capaces de organizar ningún contraataque efectivo, y tampoco pueden establecer una línea de frente estable desde la que reorganizarse y oponer resistencia a los ejércitos alemanes. Por su parte, el cuerpo expedicionario británico se encuentra rodeado y aislado del resto de fuerzas aliadas, junto a un importante contingente de fuerzas francesas y los restos de las belgas.

Y en el bando alemán, a pesar de sus victorias, tampoco se las prometen muy felices. El éxito parece demasiado fácil. Todo sale demasiado bien. Y temen que de un momento a otro, los aliados asesten un golpe que ponga en peligro la invasión. El 21 de mayo, se produce la batalla de Arrás, en la que los británicos intentan romper el cerco. Sólo fracasan gracias a la superioridad numérica de los alemanes, que consiguen enviar refuerzos a tiempo. El ataque de los franceses al  día siguiente es igualmente rechazado. Es entonces cuando los británicos, que han perdido ya la fe en la capacidad de sus aliados, deciden replegarse hacia la costa con el fin de establecer un frente defensivo, y lo hacen sin tan siquiera avisar a los franceses. Para el día 25 de mayo, cae Boulogne-sur-Mer. Para el 27 lo hará Calais. El cerco se estrecha cada vez más.

Y es en esas fechas cuando se produce lo que muchos estudiosos e historiadores de la segunda guerra mundial califican como el primer gran error estratégico de Alemania en la contienda. El 23 de mayo se ordena a las fuerzas blindadas alemanas detener su avance, cuando tenían al alcance de la mano la destrucción de las tropas aliadas que habían ido agrupándose en torno a Dunkerque, principal puerto en la zona aún en poder de los aliados. La responsabilidad de tal destrucción quedará en manos de la Luftwaffe de Göring, quien orgullosamente dice ser capaz de tal acción. No será capaz. Finalmente, se pondrá en marcha la “Operación Dinamo”, en la que la armada británica conseguirá evacuar de Dunkerque, entre el 26 de mayo y el 4 de junio, a más de 200.000 soldados británicos y más de 100.000 franceses. Soldados que, en el caso de los franceses, volverán a ser embarcados en su mayoría hacia su patria para una resistencia a la postre inexistente. Pero también soldados que, en el caso británico, contribuirán de manera crucial a la victoria aliada en la guerra. Primero como ejército insular que pueda oponerse a una entonces probable invasión alemana de las islas británicas, aún después de haber perdido casi todo su material bélico pesado, y después como experimentados guerreros que combatirán incansablemente en el Norte de África, Italia y la Europa ocupada. Y lo harán siempre con un espíritu de revancha inagotable hasta la victoria final.

Sin embargo, es necesario, para comprender esta decisión, situarse apropiadamente dentro del contexto histórico-militar del momento. Se puede adquirir así otra visión de esta, más acorde con las circunstancias del momento, y con la percepción que de dicha situación tuvieron los protagonistas de la misma. Es muy sencillo, a toro pasado, con la perspectiva de los años y todos los datos en la mano, juzgar la decisión de detener a las tropas blindadas alemanas como grave error. Los generales alemanes, en aquellos días, temen que se produzca otro “milagro del Marne” como en la primera guerra mundial. Una acción decisiva que cambie el curso de la guerra. Se espera con inquietud cierta un gran contraataque francés para liberar a los ejércitos encerrados en la bolsa, y las tropas han de estar en condiciones de poder repelerlo.

Por una parte, las divisiones blindadas se encuentran en muchos casos faltas de combustible y suministros, con lo que no están en condiciones de dar el empujón final que acabe con los aliados sin poner en peligro su propia integridad.

Por otra parte, los hombres están exhaustos tras tantos días de marchas forzadas casi ininterrumpidas, y además aún por detrás de los blindados, que se han adelantado demasiado a la infantería. Hay que recordar que, a pesar de la imagen en cierto modo idealizada que se tiene del ejército alemán en la segunda guerra mundial, la gran mayoría de las divisiones de infantería fueron hipomóviles hasta el final de la guerra. Esto es, solamente determinados elementos de la división eran transportados las más de las veces usando caballos. Tan sólo las divisiones motorizadas o mecanizadas contaban con medios de transporte para todos los elementos de  la división. El resto de divisiones usaban medios de transporte para la infantería cuando estaban disponibles; en caso contrario había que marchar a pie.

 Hitler, por su parte, no desea infligir a los británicos una derrota aplastante, pues tiene la esperanza de sacarlos de la guerra mediante un acuerdo de paz que respete su independencia y su control de los mares por medio de la Royal Navy, o incluso atraerlos a su causa por medio de una alianza que le daría notables posibilidades de éxito frente a su máximo enemigo, el comunismo de la URSS.

 Y por último, existe otro factor que puede ayudar a comprender mejor esta decisión, casi nunca reconocido, pero a mi juicio igualmente importante. Se trataba de un tipo de guerra completamente nuevo, nunca antes experimentado en su totalidad de forma efectiva. A los temores de una reacción aliada, hay que sumar las incertidumbres propias de un modo de hacer la guerra que anteriormente sólo había sido puesto en práctica en maniobras, que no dejan de ser simples juegos de guerra, complejos, sí, pero al fin y al cabo inofensivos, o contra el ejército polaco, en modo alguno comparable a la maquinaria bélica alemana. Tampoco sirvió de campo de pruebas la invasión de Dinamarca, en la que no hubo lucha significativa, o la de Noruega, que por su accidentada y difícil orografía, tuvo más de acciones locales basadas en la toma de objetivos independientes para controlar el país en su totalidad, que de gran campaña.

A partir de la invasión de Holanda y Bélgica, y la posterior penetración en Francia, el enemigo pasó a ser un ejército compuesto por tropas bien entrenadas y equipadas, con maquinaría bélica moderna por tierra y aire, y jefes militares en teoría altamente competentes, buenos conocedores de su oficio. Un enemigo que, por tierra, aire y mar, estaba perfectamente capacitado para infligir una derrota a los alemanes. Se trataba pues, de la verdadera primera prueba de fuego del nuevo modelo de ejército alemán, genial para su época y que estuvo realmente cerca de conseguir la victoria en la conflagración mundial. Un modelo de ejército que se basó en una forma de hacer la guerra completamente original y adelantada al resto de modelos militares de su época.

El origen de la guerra en profundidad, o guerra de movimientos, o “blitzkrieg”, el fundamento mismo del nacimiento de esta idea, fue evitar que se produjese una guerra de desgaste como la primera guerra mundial, guerra que Alemania no podía ganar por su situación geográfica y su falta de acceso a recursos esenciales en forma de materias primas básicas para su industria. Y esta nueva forma de hacer la guerra era aún desconocida en la práctica,  con todos los peligros que esto traía consigo. Sus fundamentos básicos eran la velocidad, el uso concentrado y masivo de las fuerzas blindadas en puntos cruciales del frente de batalla, la coordinación entre los elementos de tierra y aire, y el ataque a la retaguardia enemiga con el fin de desbaratar cualquier posibilidad de refuerzo o contraataque.

Sin embargo, esta forma de hacer la guerra traía peligros nuevos para la época, como la posibilidad de verse aislado en territorio enemigo en caso de perder contacto con las propias tropas, casi siempre la infantería, que por necesidad es más lenta si no está convenientemente motorizada. O la de estirar peligrosamente las propias líneas de suministros, quedando así sin recursos para defenderse en caso de una penetración demasiado profunda.

Es por tanto perfectamente justificable en mi opinión desde cierto punto de vista, la decisión de detener a las tropas blindadas en Dunkerque a la espera de la infantería y los suministros, dentro del contexto histórico-militar del momento, incluso teniendo presente que algunos generales alemanes protestasen tal decisión. No en vano, la mayoría de estos críticos, como Rommel o Guderian, fueron después reconocidos audaces y temerarios, siempre dispuestos a dar un paso más adelante hacia la victoria final. Ganaron la fama y la gloria militar con sonadas victorias ciertamente, pero por otro lado cosecharon también derrotas decisivas precisamente por esa inclinación a despreciar actitudes más precavidas. La prudencia de esta decisión, queda, según creo, bien justificada ante los riesgos que entrañaba seguir adelante con el ataque.

Se trató de una decisión ciertamente importante en el desarrollo de la segunda guerra mundial, y sus consecuencias influyeron de manera significativa en el desarrollo del conflicto. Sin embargo, esta importancia parece menguar cuando se sopesan dentro del contexto histórico los pros y los contras de esta acción, y asimismo cuando se compara con otros grandes momentos de la contienda. Es perfectamente plausible, pese a lo sucedido en Dunkerque, que el África Corps, por ejemplo, hubiese sido capaz de ganar para el Eje el Norte de África, caso de haber tomado Malta y asegurado así las líneas de suministros de Rommel, cambiando de esta forma el curso de la guerra. O que, caso de haber ganado la batalla de Inglaterra, finalmente se hubiese producido una invasión exitosa de las islas británicas.  ¿Acaso no tuvo una relevancia infinitamente mayor la nefasta dirección de la batalla de Inglaterra, con sus cambios de estrategia, para el transcurso de la guerra? No en vano, aquel ejército que escapó de la aniquilación, no contaba con material bélico pesado suficiente según admitieron los propios aliados a posteriori. Dunkerque ve disminuir su importancia significativamente comparado con cualquiera de estos dos ejemplos, y sus consecuencias ni tan siquiera parecen dignas de compararse con las de ellos. 

A mi juicio, aniquilar al cuerpo expedicionario británico en Dunkerque pudo o no cambiar el curso de la historia de la segunda guerra mundial, pero me parece acertado afirmar que no fue un hecho bélico suficientemente importante e influyente como para que sea considerado uno de los grandes errores estratégicos de Alemania durante el conflicto. Ni un error tan incomprensible y garrafal como algunos autores lo califican. Fue, simple y llanamente, uno más entre tantos desaciertos que cometieron los aliados o el Eje. Tan importante como aquellos que produjeron derrotas militares en el campo de batalla en ambos bandos, pero no tanto como aquellos que condujeron a la derrota final del Eje.

 

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