Nicolás Gómez Dávila. Un campesino medieval indignado.
Carlos Veci Lavín.
Historiador y periodista (España).
1. BIOGRAFÍA
2. LOS ESCOLIOS
3. REACCIONARIO
4. LA POLÍTICA
a. Las tesis políticas
b. Las tesis económicas
5. LA SOCIEDAD
a. El aristócrata
b. El hombre moderno
6. CONCLUSIÓN
7. BIBLIOGRAFÍA
Resumen:
Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) fue un escritor colombiano famoso por sus escritos reaccionarios. Heredero de los críticos del siglo XIX, y defensor de ideas aristocráticas, escribió y leyó de manera infatigable. En este trabajo se hace una breve exposición de sus tesis políticas y económicas, así como de su visión de la sociedad.
1. BIOGRAFÍA
Nicolás Gómez Dávila nació en Bogotá en 1913. Cuando contaba con seis años su familia se mudó a París. Esta estancia en la capital francesa le brindó la oportunidad de cultivarse y conocer a los autores clásicos. Estudió en un colegio de benedictinos en donde recibió una sólida formación cristiana que luego empaparía su obra. En 1936 volvió a su ciudad natal, donde se casó con Emilia Nieto, con quien tuvo tres hijos.
Sin ánimo de exagerar, se puede decir que pasó el resto de su vida recluido en su biblioteca, leyendo y escribiendo de manera incansable. Llegó a reunir 30.000 volúmenes, muchos de los cuales le sirvieron como inspiración para sus escritos. Como escritor es considerado uno de los más grandes que ha dado Colombia, reuniendo admiradores incluso entre sus enemigos. El mismo Gabriel García Márquez ha llegado a afirmar: “Si no fuera de izquierdas, pensaría en todo y para todo como él”.
Falleció en 1994 en la ciudad en que había nacido, Bogotá. El hecho de que fuera un escritor atípico, como veremos, de que intentara escapar de las normas de su época, ha contribuido a que Gómez Dávila no haya recibido la atención que merece. Este año, en el centenario de su nacimiento, es el momento propicio para dar a conocer su colosal obra.
2. LOS ESCOLIOS
Un escolio es un aforismo escrito por Nicolás Gómez Dávila. Son pequeñas perlas, que en un primer instante pueden parecer a vuelapluma, pero que esconden el profundo pensamiento del que siempre hizo gala el colombiano.
Dice Franco Volpi en el prólogo de “Escolios a un texto implícito” que una de las virtudes de Gómez Dávila como escritor es su humildad, pues no se consideraba lo suficientemente grande como para escribir un libro completo. El autor colombiano tenía una idea muy clara: “la literatura no perece porque nadie escriba, sino cuando todos escriben”[1]. Por eso su obra más famosa son los sencillos escolios, auténticas puntas del colosal iceberg que fue su pensamiento.
La forma de sus genialidades convierte en tentación comparar a Nicolás Gómez Dávila con Ramón Gómez de la Serna. La greguería y el escolio se unen en la brevedad y la precisión de ambos. La diferencia estriba en que Ramón era poeta y Nicolás un aguerrido escritor que desde su biblioteca disfruta con el combate. Nicolás se complace con la belleza de sus armas y busca el ataque frontal, algo distinto a la escritura envolvente de Gómez de la Serna.
El gran número de escolios de Gómez Dávila nos ha obligado a estudiar sólo una parte de ellos. En concreto, abordaremos el pensamiento político y social de su última recopilación: “Sucesivos escolios a un texto implícito”, publicada en 1992, y de su única obra en prosa, “Textos”, publicada por vez primera en 1959 en Bogotá.
3. REACCIONARIO
Nicolás Gómez Dávila es un premoderno. Su defensa de las bases de la sociedad anterior a la Revolución Francesa sólo puede ser atribuida a un hombre cuyo pensamiento es anterior a la modernidad. Es inevitable asumir que a Nicolás Gómez Dávila, a pesar de que nació en 1913, la modernidad no le afectó demasiado y prefirió ser un inconformista. De hecho, el autor colombiano dedica gran parte de sus escolios a presentar pruebas de que la revolución de la libertad, la igualdad y la fraternidad ha sido un fracaso real.
La lucha de Nicolás Gómez Dávila es una lucha sagrada desde el mismo momento en que invoca a Dios. No puede evitar considerarse uno de esos reaccionarios que tras la Revolución se resistieron a los nuevos cambios. Para él la lucha que emprende es religiosa, es una cruzada contra errores teológicos. Uno de sus escolios dice: “La reacción explícita comienza a finales del XVIII; pero la reacción implícita comienza con la expulsión del diablo”[2]. La crítica destructiva de Nicolás Gómez Dávila podría pasar por la de un escéptico. Sin embargo, su escepticismo echa raíces y asume unos valores eternos. A diferencia de la crítica nihilista, Gómez Dávila tiene un baluarte desde el que atacar. “El catolicismo es mi patria”[3], dejó escrito en otro escolio.
Sabemos que el colombiano leyó a Donoso Cortés y a destacados tradicionalistas franceses. También admiraba a Tocqueville, con quien parece sentirse unido por los ideales aristocráticos. Pero por encima de todo, Gómez Dávila compartía con estos autores el orgullo de ser un reaccionario. Sus enemigos podrán reprocharle su actitud destructiva, pero nunca poner en duda su coherencia y ardor en el combate intelectual.
En realidad, si hay algo cierto es que Gómez Dávila escapa propiamente de los moldes. Recientemente el articulista Jorge Bustos lo ha descrito como el “Nietzsche católico”[4]. Nosotros nos quedamos con el famoso escolio en el que refleja esta reacción encarnizada, casi violenta, contra la modernidad: “no soy un intelectual moderno inconforme, soy un campesino medieval indignado”.
4. LA POLÍTICA DE NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA
a. Las tesis políticas
La actitud de Nicolás Gómez Dávila es eminentemente crítica ante las dos alternativas políticas que se le presentaban en el siglo XX. Tanto la izquierda como la derecha fueron fustigadas por el colombiano. Sin embargo, habrá que señalar matices y corrientes, porque el colombiano no era un reduccionista y supo perfectamente hacia dónde dirigir sus escolios.
En primer lugar, Nicolás Gómez Dávila fue un contrarrevolucionario porque detrás de las ideas que triunfan en la Revolución Francesa él ve la intención de sustituir a Dios por el hombre. El problema es religioso: “La libertad embriaga al hombre como símbolo de independencia de Dios”[5]. Esta osadía, para Gómez Dávila, está inscrita en la propia naturaleza del hombre, porque no hay en ella sino un intento de ser como Dios. “El hombre ansía una inmanencia divina. El mundo entero sería el cuerpo insuficiente de su implacable anhelo”[6]. Con sus revoluciones, “el pueblo reivindica la libertad de ser su propio tirano”[7]. Gómez Dávila criticó por eso las consecuencias de la revolución.
Con la Revolución Francesa el Liberalismo alcanzó el poder político. Las ideas ilustradas, que hasta entonces eran pregonadas en estrechos círculos y reuniones de intelectuales, cristalizan en 1789. Desde este momento se instaura un Nuevo Régimen inspirado en ideas liberales. Gómez Dávila, como crítico contrarrevolucionario, señala como gran error del Liberalismo su concepción de la Libertad.
El autor colombiano no despreciaba la libertad, pero ve dos errores en la Libertad liberal. El primero es que es un concepto demasiado abstracto, opuesto radicalmente a las libertades concretas medievales, que sí que se podían ejercer. En segundo lugar, ve que la Libertad liberal llevaba consigo un germen de autodestrucción. Gómez Dávila considera que las libertades ejercidas deben tener unos límites. Como botón de muestra nos sirve el siguiente escolio sobre la libertad de expresión: “La palabrería desatada por una ilimitada libertad de expresión acaba reduciendo errores y verdades a una igual insignificancia”[8].
Nicolás Gómez Dávila llega a profetizar la crisis política del mundo moderno a partir de estos primeros errores. En determinado momento dice que “el liberal se equivoca siempre porque no distingue entre las consecuencias que atribuye a sus propósitos y las consecuencias que sus propósitos efectivamente encierran”.[9] El hombre de la Modernidad deja de ser libre tal y como lo era en ese Medievo que el colombiano tanto admiraba. Ya en su tiempo Gómez Dávila decía que el hombre estaba supeditado a la tiranía de la ley anónima[10] y del Estado omnipotente.
A medida que se progresa desde las ideas de los liberales revolucionarios, surgirá la corriente demócrata. Gómez Dávila escribe incluso que “se comenzó llamando democráticas las instituciones liberales, y se concluyó llamando liberales las servidumbres democráticas”[11]. La diferencia que Gómez Dávila establece entre el sistema liberal y el democrático es muy interesante:
“Existen dos interpretaciones del voto popular: una democrática, otra liberal.
Según la interpretación democrática es verdad lo que la mayoría resuelve; según la interpretación liberal la mayoría meramente escoge una opinión.
Interpretación dogmática y absolutista, la una; interpretación escéptica y discreta, la otra”[12].
Ya hemos citado algunas influencias que tuvo Gómez Dávila entre aquellos que reclamaban que Dios orientara todo sistema político. Gómez Dávila rechaza el endiosamiento del hombre y de la Libertad, y escribe que “la pasión de la libertad es la ocupación de las almas vacías”[13]. Las opiniones y el resultado del recuento de votos son despreciables para un aristócrata como el colombiano. Es famoso aquel escolio en el que afirma: “Soberanía del pueblo no significa consenso popular, sino atropello por una mayoría”[14].
Gómez Dávila defiende otro sistema: el sistema medieval, parlamentario[15] y limitado[16], auténtico freno para quienes ansían el poder por encima de cualquier verdad. El único sufragio con el que está dispuesto a transigir el colombiano es el sufragio restringido[17], porque sería una manera de que sólo las más altas dignidades y los personajes mejor formados tomaran decisiones. Gómez Dávila pone en duda que la voluntad humana pueda estar por encima de todo. Por eso, y con base en lo que hemos explicado, escribe que el sistema democrático es en sí una perversión que llega aún más allá de las consecuencias liberales:
“La discusión del reaccionario con el demócrata es estéril porque nada tienen de común; en cambio, la discusión con el liberal puede ser fecunda porque comparten varios postulados”[18].
El propio Tocqueville, por ejemplo, no se puede decir que fuera un tradicionalista, pero sí un liberal con el sentido común que tanto aprecia el literato colombiano. Al fin y al cabo, Tocqueville era liberal, pero también un aristócrata que sentía desconfianza hacia los exaltados revolucionarios. En cambio, a los demócratas Gómez Dávila no les hace ninguna concesión.
Por otro lado, están los movimientos de izquierda que, en cuanto a lo que tienen de movimiento reaccionario, comparten algunas metas con Gómez Dávila, pero no sus fines:
“El ardid clásico de la izquierda está en identificar ruta y meta: metas indiscutibles con discutibles rutas.
De esta suerte, el que declara absurda tal o cual ruta que la izquierda prohíja parece rechazar la meta aceptada por todos que esa ruta pretende implicar”[19].
La izquierda reacciona contra el rumbo que han tomado los postulados de la Revolución. En ese sentido es reaccionaria. Sin embargo, la reacción de la izquierda viene desde dentro del propio sistema, mientras que la reacción del colombiano es anterior, es “premoderna” en cierto modo.
Además, la doctrina política y económica de la izquierda es contraria a sus modales aristocráticos y tiene un componente anti-intelectual[20] que desagrada a nuestro erudito colombiano. Para apoyar su tesis, Gómez Dávila cita una serie de hechos que considera reprobables: el control de la prensa[21], la falsificación del pasado[22] y la censura[23].
Pero el gran error de la izquierda que señala el colombiano es darle omnipotencia al Estado, suprimiendo el legítimo poder de la sociedad[24]. La sociedad medieval de Gómez Dávila estaba construida a partir del principio aristotélico de que el hombre es un ser social por naturaleza. La izquierda establece límites a esta sociedad natural y la sustituye por el Estado. En este sentido tampoco es tan diferente al Liberalismo, que se basa en la tesis contractualista de que los hombres se unen en sociedad porque establecen un pacto. De esta forma, el colombiano escribe: “El Estado liberal no es la antítesis del Estado totalitario, sino el error simétrico”[25].
b. Las tesis económicas
La administración de los recursos económicos y el gobierno de la polis están directamente relacionados. Por eso Gómez Dávila se lamenta de que también aquí la modernidad ofrezca dos bandos. En este caso, capitalismo-comunismo:
“La industrialización plantea la alternativa única: capitalismo o comunismo.
Excluyendo así las viejas opciones decentes”[26].
Piense el lector que la sociedad medieval que defiende el literato colombiano tenía como ventaja su cohesión, totalmente diferente a los partidismos de la modernidad.
El principal error de la Economía es la construcción de ese hombre moderno tan poco humanista, así como la deficiente organización del trabajo: “La atomización de la sociedad deriva de la organización moderna del trabajo: donde nadie sabe concretamente para quién trabaja, ni quién concretamente trabaja para él”[27]. Gómez Dávila señala en el ámbito económico los mismos errores cometidos en política porque, tanto comunismo y capitalismo, “ansían una sociedad donde el hombre se halle, en fin, señor de su destino”.[28] Es otra vez la cuestión del papel de Dios en la modernidad.
El capitalismo y la revolución industrial son relevantes en la configuración del nuevo ideal de hombre moderno que tanto desprecia Gómez Dávila, como veremos más adelante. De todas formas, los escolios no están exentos de contradicción, y el colombiano también escribió que “en la sociedad moderna, el capitalismo es la única barrera al espontáneo totalitarismo del sistema industrial”[29].
Nicolás Gómez Dávila señala que el error económico de la izquierda y del comunismo es el rechazo de la propiedad privada. Aclara que la propiedad privada no es patrimonio exclusivo de la doctrina capitalista y ridiculizó la tesis comunista afirmando que “la izquierda pretende que el culpable del conflicto no es el que codicia los bienes ajenos sino el que defiende los propios”[30]
5. LA SOCIEDAD DE NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA
Nicolás Gómez Dávila no fue un hombre corriente. Desde luego, ni su vida ni su obra podrían adjudicarse a un cualquiera. Casado y con tres hijos, su profesión fue la de un hombre que desde que se levantaba por la mañana permanecía todo el día encerrado en su biblioteca, solo o acompañado por sus hijos. Desde su refugio, e inspirado por la lectura de los clásicos, planteó un gigantesco desafío al mundo moderno.
a. El Aristócrata
Mientras Gómez Dávila se encierra en su biblioteca, poblada por un sinfín de personajes literarios, los movimientos triunfantes en la Revolución Francesa continuaban avanzando.
Desde finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en algunos países europeos sí que había habido una oposición, liderada por miembros del Antiguo Régimen y con el importante apoyo del campesinado. En Francia, por ejemplo, los vandeanos se alzaron en armas contra los revolucionarios centralistas. En España, el carlismo había alzado la bandera de las tradiciones hispánicas. En ambos casos las fuerzas reaccionarias partían del medio rural, donde más tenían valor las costumbres y tradiciones. Sin embargo, en el tiempo de Gómez Dávila no se encuentra más que con la reacción de movimientos proletarios y de izquierdas, que no cuentan con su favor, pues no emplean los medios adecuados ni parten de las mismas bases intelectuales que las primeras reacciones.
Las nuevas reacciones parten desde dentro de la misma modernidad, algo que desagradaba profundamente a Gómez Dávila, que se consideraba ajeno a la modernidad, un “campesino medieval indignado”.
Sin embargo, en medio de esa Modernidad apartada de las costumbres, Gómez Dávila se nos asemeja más a un caballero. Un guerrero que sólo vive en la medida en que combate en justas y rescata doncellas. Además, el colombiano vive en la misma soledad que el caballero andante de las novelas de caballería, repudiado por un mundo en el que parece no haber hueco para el reaccionario y su pensamiento. “La objeción del reaccionario no se discute, se desdeña”[31] [32].
Gómez Dávila emprende así una lucha contras las ideas modernas y, como hicieran otros caballeros, se niega a sostener duelos con aquellos que no son de su condición. “El que se empeña en refutar argumentos imbéciles acaba haciéndolo con razones estúpidas”[33]. El colombiano intenta mantener viva la llama de las viejas virtudes. En cambio, la modernidad no cree posible que aún haya hombres como él. La existencia de un escritor de aforismos que combate desde una biblioteca podría sonar a chiste a cualquiera familiarizado con las nuevas reglas de juego. Mientras desnuda la verdad, Gómez Dávila afirma: “Los reaccionarios les procuramos a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia”[34].
La verdadera esencia aristocrática de Gómez Dávila, y de quienes piensan como él, es que se sentían diferentes. Más o menos ricos, con propiedades o sin ellas, todavía tenían una conciencia jerárquica. Nicolás Gómez Dávila vivía en la certeza de pertenecer a una clase elevada, a pesar de que no ignoraba que ser noble era casi imposible bajo las condiciones modernas: “Ya no hay clase alta, ni pueblo; sólo hay plebe pobre y plebe rica”[35].
Como buen aristócrata, el colombiano defendió la desigualdad y lo hizo por un motivo que se repite en varios escolios: “Desigualdad e igualdad son tesis que conviene defender alternativamente, a contrapelo del clima social que impere”[36]. Él consideraba que la creencia del mundo moderno en la Igualdad venía de una percepción utópica de la sociedad, tan irreal como la Libertad abstracta de la Revolución Francesa. Esta utopía, que llamaremos revolucionaria, llevaba consigo una concepción idílica del hombre como sustituto de Dios en la sociedad. De hecho, el autor colombiano afirma: “Hay algo definitivamente vil en el que no admite sino iguales, en el que no se busca afanosamente superiores”[37]. Frente a la Libertad abstracta revolucionaria, Gómez Dávila defendió las libertades concretas y la jerarquía. La propia libertad real que defiende Gómez Dávila lleva consigo un principio de desigualdad: “Donde la igualdad deja que la libertad entre, la desigualdad se desliza”[38].
Pero el aristócrata es sobre todo un defensor de valores eternos: las viejas virtudes cristianas. Gómez Dávila habla e instruye acerca de ellas: caridad, búsqueda de la verdad, unidad, etc. Él creía que al reaccionario no le quedaba otra alternativa que ser un pensador virtuoso, firme e independiente.
“Donde no hay huellas de vieja caridad cristiana, hasta la más pura cortesía tiene algo frío, hipócrita, duro”[39].
“El reaccionario no es un pensador excéntrico, sino un pensador insobornable”[40].
“No calumniar el poder, pero desconfiar de él profundamente, es lo característico del reaccionario”[41].
b. El hombre moderno
La actitud aristocrática del autor colombiano es totalmente diferente a la del hombre de su tiempo. Gómez Dávila desnuda ante nuestros ojos a sus contemporáneos, cuyo mayor pecado es ser precisamente “modernos”. No escatima palabras a la hora de describirlos:
“Ideario del hombre moderno: comprar el mayor número de objetos; hacer el mayor número de viajes; copular el mayor número de veces”[42].
La singular atalaya desde la que escribe Gómez Dávila le garantiza una vista excepcional de la sociedad moderna, compuesta por un conjunto de ciudadanos que, agrupados en masas, se bambolean al compás de las ideas predominantes. En determinado escolio el colombiano llegará a escribir: “Del que se dice que pertenece a su tiempo sólo se está diciendo que coincide con el mayor número de tontos en ese momento”[43].
Gómez Dávila afirma que “la sociedad moderna no aventaja las sociedades pretéritas sino en dos cosas: la vulgaridad y la técnica”[44]. La vulgaridad es patente en un mundo en el que, en el fondo, todos piensan lo mismo. Para los promotores de esta nueva sociedad, sería un logro, pues se ha logrado la igualdad y la homogeneidad en una civilización que promete ser universal. No hay ni siquiera diferencias de clase. A lo sumo, como dice Gómez Dávila, dos clases fiscales: los que pagan impuestos y los que viven de ellos[45].
El aristócrata colombiano, empeñado en su lucha desigual, echa la culpa de la homogeneidad a la sociedad industrial. “La sociedad industrial pone la vulgaridad al alcance de todos”[46] escribe. Como veremos más adelante, su propio papel de aristócrata le hace enfrentarse a esta sociedad y plantear una alternativa perdurable.
El hombre moderno es vulgar y técnico porque no puede ser otra cosa dentro de su mundo limitado. Un mundo limitado en el que, por ejemplo, no hay cabida para las humanidades (con sus consecuencias evidentes). Una educación sin humanidades prepara sólo para los oficios serviles”[47], así que “al que nace sin talento alguno se le debe aconsejar una carrera científica”.[48]
El hecho de que se le confiera tanto valor a la técnica y las humanidades queden relegadas no es casual. En su afán de apropiarse del mundo, la técnica y los avances científicos parecen ser la única vía que sigue ahora el hombre. La técnica es “el acto posesorio del hombre sobre el universo sometido”[49]. En cambio, el hombre de letras es visto por los nuevos planes como un hombre limitado. Estos límites impuestos serían la aparente inutilidad de las letras y, suponemos nosotros, la humildad que debe adornar a todo humanista. El humanista es un hombre que se hace preguntas, que intenta abarcar con su mirada todo el mundo que se abre a sus ojos; pero que no se contenta con cualquier respuesta y es consciente de que hay un tipo de poesía que nunca logrará escribir.
A pesar de la crítica de Gómez Dávila, no todo es deplorable. Hay esperanza para el hombre: “El hombre es animal educable, siempre que no caiga en manos de pedagogos progresistas”[50]. Por ejemplo, un hombre abierto a la trascendencia sería capaz de valorar en su justa medida los avances técnicos y ayudado por su pensamiento llegaría más allá que la química orgánica y los teoremas matemáticos. La poesía del hombre de letras puede sacar a las gentes de su aburrimiento. “Del tedio cotidiano sólo nos rescatan lo impalpable, lo invisible, lo inefable”[51].
En el fondo, el pensamiento social de Gómez Dávila no es más que un intento de superar las limitaciones de la modernidad y volver a tiempos más humanos. Su sueño hubiera sido encontrarse con una sociedad que supiera ver la belleza de la vida sencilla y piadosa del campesino medieval.
6. CONCLUSIÓN
El desembarco de la obra de Nicolás Gómez Dávila en nuestras tierras ocasionaría una sorpresa mayúscula. Imagínense el regreso de un don Quijote cuyas predicaciones, de manera sorprendente, afirmaran cosas sensatas. Las conclusiones a las que llega el autor colombiano prueban que para estudiar la cultura contemporánea muchas veces hace falta hacerlo desde el exterior, a vista de pájaro.
Por supuesto, esto no evita que los escolios de Gómez Dávila choquen frontalmente contra el moderno, que detesta el lenguaje áspero y al que resulta muy difícil librarse de ser un hombre de su tiempo. Aún así, la “cultura de lo inmediato” en que vivimos casaría muy bien con los breves escolios del colombiano.
Sus escolios se pueden contar por miles, pero Gómez Dávila piensa siempre sobre los mismos temas, aunque lo haga con una amplitud de enfoque tal que nos llama la atención la belleza de sus variados puntos de vista. En la sociedad del colombiano todo está relacionado y no hay compartimentos estancos.
Por otra parte, cabe afirmar que aunque quizá lo más destacable de Gómez Dávila es su ácida crítica a la modernidad, sus aforismos dejan también sinceros elogios. Elogios, por ejemplo, hacia la Iglesia Católica, uno de los baluartes de la lucha sagrada del colombiano. Todo a pesar de que esta institución, como él alerta en algunos escolios, pueda verse afectada por los nuevos vientos revolucionarios[52].
La obra del autor es también un llamamiento a los hombres de letras que estudian lo trascendente, porque “en los siglos espiritualmente desérticos, sólo cae en cuenta de que el siglo está muriéndose de sed el que aún capta aguas subterráneas”[53]. Aunque parezca que nos encontramos ante el ocaso de las bellas artes y las letras, aunque parezca reinar la oscuridad, todavía hay resquicios para la esperanza. “Nadie puede escapar a su época, pero con un poco de tacto puede eludir sus trivialidades” dijo el colombiano.
Gómez Dávila quizá pensó que su esfuerzo podía ser en balde. En algunos escolios esgrime un realismo que estremece a quienes se sienten identificados con su causa. Sin embargo, la lectura de otros escolios nos lleva a pensar que en el fondo albergaba todavía esperanza. El creía en el futuro. “Los textos reaccionarios les parecen obsoletos a los contemporáneos y de una actualidad sorprendente a la posteridad”.[54] De hecho, en sus segundos Escolios a un Texto Implícito había dejado escrito: “No pertenezco a un mundo que perece. Prolongo y transmito una verdad que no muere[55]”.
7. BIBLIOGRAFÍA
Gómez Dávila, Nicolás. Escolios a un texto implícito. Atalanta, Gerona, 2005
Gómez Dávila, Nicolás. Textos. Atalanta, Gerona, 2010.
Duque, Marcela. “Gómez Dávila. Crónica del gran congreso”. Revista digital Suma Cultural. 30 de mayo de 2013
http://sumacultural.unir.net/201305309875/gomez-davila-cronica-del-gran-congreso
Bustos, Jorge. “Gómez Dávila, el hombre que nos vengó de la modernidad”. Revista digital Suma Cultural. 29 de mayo de 2013
http://sumacultural.unir.net/201305299876/gomez-davila-el-hombre-que-nos-vengo-de-la-modernidad
[4] Bustos, Jorge. Gómez Dávila, el hombre que nos vengó de la modernidad. Revista digital Suma Cultural. 29 de mayo de 2013
[10] “Cuando el tirano es la ley anónima el moderno se cree libre” Gómez Dávila, Nicolás. Escolios a un texto implícito. Atalanta, Gerona, 2005. p. 1280
[15] “Los parlamentos, en el Estado moderno, son rezagos feudales que tienden a desaparecer”. Ibíd. 1281
[16] “Donde se piense que el legislador no es omnipotente, la herencia medieval subsiste”. Ibíd.: p. 1371
[17] “Un sufragio electoral severamente restringido es el único compatible con la civilización”. Ibíd.: p. 1374
[21] “La prensa de izquierda le fabrica a la izquierda los grandes hombres que la naturaleza y la historia no le fabrican”. Ibíd.: p.1274
[22] “La falsificación del pasado es la manera como la izquierda ha pretendido elaborar el futuro”. Ibíd.: p. 1309
[24] “Pedirle al Estado lo que sólo debe hacer la sociedad es el error de la izquierda”. Ibíd.: p. 1294
[45] “En el Estado moderno las clases con intereses opuestos no son tanto la burguesía y el proletariado como la clase que paga impuestos y la clase que de ellos vive” Ibíd.: p. 1286