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Un traidor en el Imperio español: Antonio Pérez.

 

Luis Gómez López.

 

Historiador (España).

 

 

 

Analizar la figura del otrora todopoderoso Secretario de Estado Antonio Pérez es poco menos que imposible si no se utiliza el material que dejó escrito el médico e historiador español D. Gregorio Marañón[i].

En su magna obra, analiza casi todos los pormenores sobre la vida del protagonista, y gracias a su precisa visión del tema, propia de un excelente servidor de los misterios de Esculapio, Marañón pormenoriza sobre cada una de las facetas más insólitas e insospechadas que el personaje de Antonio Pérez aporta a la Historia.

A nosotros nos interesa sobremanera la faceta del traidor. Antonio Pérez, secretario que fuera de Felipe II, tenía en ese entonces uno de los cargos más importantes y de mayor responsabilidad del mundo conocido; España estaba en el apogeo de su poder económico y militar. La expansión de sus fronteras en América era incuestionable. En Europa, las guerras y las batallas se sucedían sin tregua, pero con grandes victorias para las banderas de los tercios españoles. Todo parecía ser perfecto, salvo porque  alguien se olvidó de recordar a los españoles de entonces, que nadie, por muy poderoso que sea, está ajeno a la traición. Baste con decir que hasta en el primer Colegio Apostólico, aquel que fundara Jesús, también hubo sitio para la perfidia y la traición de mano de uno de sus miembros: Judas Iscariote.

Antonio Pérez del Hierro

Nuestro protagonista nace en la localidad de Valdeconcha, Guadalajara, allá por el año 1541 falleciendo en París, Francia, en 1611. Ya desde los inicios podemos comprobar cómo su vida está llena de nebulosas y de incógnitas. Los datos oficiales lo hacen hijo de Gonzalo Pérez, (que también fue secretario del emperador Carlos I y después del propio Felipe II) y de doña Juana de Escobar “natural de la villa de Madrid, mujer moza y soltera[ii]. Al parecer, Gonzalo Pérez habría mantenido en su juventud relaciones con Juana de Escobar y fruto de ese amorío nacería Antonio Pérez. Pero doña Juana aparece en la documentación unas veces como casada y en otras como soltera, aspecto éste que complica la historia, pues D. Gonzalo Pérez nunca se casaría con ella, aumentando así los rumores que sobre el nacimiento de su hijo Antonio hubo de padecer a lo largo de su vida, e incluso después de muerto. Unos argumentan que no hubo boda por el hecho de ser Juana mujer casada y otros porque D. Gonzalo entró en la carrera eclesiástica y eso le impidió el poder casarse. Otros autores hacen pivotar la paternidad de Antonio sobre el supuesto de que fuese  un hijo natural del que en esa época era cabeza de la casa de Éboli y príncipe de la misma, así lo dice Fernández Álvarez en su obra al decirnos que se suponía de Antonio Pérez “incluso hijo ilegítimo de de Ruy Gómez de Silva, que era el rumor que corría por la corte[iii].

 Ruy Gómez de Silva era hombre ilustre y poderoso y daría cobijo  apadrinando a Antonio Pérez bajo su dirección durante los primeros 12 años de su vida y aún después. Es por ello que su nacimiento siempre estuvo en entredicho y siempre se dudara de la legítima paternidad de Antonio Pérez, aunque su padre, D. Gonzalo, negara una y otra vez el hecho de que fuera concebido de manera ilícita.

Elliot nos apunta sobre el padre de Antonio que: “(Gonzalo Pérez) era un excelente latinista y un hombre de una erudición considerable. Tras hacer ingresado en la carrera eclesiástica sin demostrar una vocación auténtica se vio elevado a un alto rango al ser nombrado secretario del Príncipe Felipe II, llevando su correspondencia y poniendo en cifra sus despachos confidenciales[iv]. Esas sospechas sobre el nacimiento y condición de la persona de Antonio Pérez no serían las únicas que le rodeasen en vida, pues también los había que lo hacían como homosexual. Así quedaría dicho durante el juicio que Antonio Pérez sufrió una vez consumada la traición y experimentada su huida de España[v] o incluso de ascendencia judía[vi].

Pero lo más meteórico de Antonio Pérez es su carrera. Joven bien posicionado, las crónicas lo muestra como bien dotado intelectualmente, de físico agradable y bien parecido, ambicioso, prudente y muy dado a las intrigas.

Al fallecer su padre en 1566 queda vacante la Secretaría de Estado, y es propuesto para suplir su vacío, cosa que sucedió en 1567 y oficialmente ratificado por el rey en 1568. Pese a su juventud, -contaba en esas fechas con apenas 28 años-, Pérez ostentaría una de las carteras de gobierno de uno de los países más poderosos de la época.

La guerra de banderías.

Ayer, igual que hoy, la política estaba movida por partidos nobiliarios poderosos. El objeto de dichas familias es estar cuanto más cerca del poder y de la toma de decisiones mejor, y para ello se necesitaba que los cargos y puestos que quedasen vacantes en la corte fuesen adquiridos u ocupados por personas favorables a una facción y no a la contraria.

En esos años las dos grandes familias que se disputaban la cercanía del poder regio y el absoluto dominio de casi todos los cargos eran las familias de Alba y sus alianzas por una parte y los Éboli y los suyos por otra. Entramabas se repartían casi la totalidad de secretarías y puestos decisorios de la España de Felipe II. Como es lógico, Antonio Pérez optó por la facción de los Éboli, lo cual le hacía enemigo directo de la casa de Alba.

Joven, con buenos padrinos y apoyos, Antonio lo tenía casi todo para conseguir el puesto de Secretario, pero no lo tenía todo a su favor. Hacía poco que había dejado un hijo en el mundo, fruto de sus relaciones con la que luego sería su esposa Juana de Coello, y Antonio se negaba a contraer matrimonio con ella. De su mujer podemos decir que, si bien es cierto que no era muy agraciada físicamente, si lo era en grandeza de corazón y en admiración por su esposo. Una vez consumada la tragedia ella sería una de sus más grandes valedores y ayuda. Curiosamente, Juan de Escobedo, el cual sería asesinado años más tarde merced a las intrigas de Antonio y la princesa de Éboli, fue una de las personas que más influyó para que Antonio se casase con Juana y gracias a ese hecho, que fuese bien recibido en la corte y por lo tanto optase al puesto de secretario de Felipe II.

La fortuna de Antonio era holgada, y en los primeros años, y tras ganarse el favor de Felipe II, amasó grandes posiciones y dineros. De él se dice que gastaba en caballerías, en ropajes, juego y otros vicios. Como es lógico, ese tren de vida no era fácil de sobrellevar, ni siquiera para un personaje como Antonio Pérez, que aún estando bien posicionado y cobrando suculentos escudos, gastaba más de lo que percibía a ojos del pueblo.

Aquí entra en juego una de las dos grandes versiones que hacen de Antonio Pérez el traidor e instigador de la muerte de Juan de Escobedo.

El asesinato de Juan de Escobedo.

Una vez entra a servir oficialmente como Secretario para los asuntos de Italia, Antonio Pérez empieza a ganar confianza ante Felipe II. Pese a ser denominado en los libros de historia como “el rey Prudente”, en esta ocasión, parece ser que no lo fue tanto y pagó su justo precio por ello. Antonio Pérez se fue granjeando la confianza del monarca, hasta tal punto de que se convirtió en un “amigo” y un confidente, más que un simple cortesano o burócrata de la época.

Los consejos y secretos que pasaban por su despacho eran muy importantes, y Felipe II confiaba plenamente en la labor de Antonio, en su confidencialidad y en su buen hacer, pues así se lo había demostrado en muchas ocasiones. Esa confianza regia fue aprovechada por su subalterno para llevar una vida licenciosa y llena de lujos muy por encima de sus posibilidades como hemos dicho más arriba. Ese aspecto irritaba  al monarca, el cual se lo dejó dicho en alguna ocasión,  pero la más de las veces hacia la vista gorda y no censuraba demasiado las acciones de Pérez.

Una de las cuestiones más peliagudas de la biografía del traidor secretario, es la relación íntima  de Pérez con la princesa de Éboli.

Doña Ana de Mendoza había sido la mujer de Ruy Gómez de Silva, y al fallecer éste, parece ser que ambos, secretario y viuda, entraron en relaciones íntimas. Ese secreto fue descubierto por Juan Escobedo, secretario de don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, y al parecer, eso incomodó a Antonio Pérez, que vio en su homónimo un rival a derribar ante el temor de ser chantajeado por esa cuestión ante el Rey. A Felipe II no le importaba tanto el hecho en sí, como la capacidad de intrigar de la Éboli.

Juan de Escobedo era igualmente ambicioso, y le interesaba ascender en la Corte y ocupar un puesto similar al que ocupaba Antonio Pérez pero bajo la dirección de D. Juan de Austria. Más éste no era el único que quería la influencia y poder que emanaba de dicha secretaría de Estado. Varios personajes cortesanos de la época intentaban acceder al puesto de Antonio Pérez, lo cual era algo normal y propio de una corte tan burocrática como lo era la de Felipe II.

Lo que sí parece ser cierto es que Antonio y la Princesa de Éboli ganaban dinero vendiendo secretos de estado a los enemigos de España. Gracias a esos emolumentos, éste último se podía permitir gran parte de su ritmo de vida disoluta que llevaba. Ese hecho fue descubierto por Escobedo, por lo que éste pasó a convertirse en enemigo mortal de Antonio Pérez. “Lo que resulta evidente es que éstos abusaron de su privilegiada posición, como señala Marañón, para vender secretos de Estado, y acaso también por ambiciones familiares de la Princesa en la cuestión de Portugal. De lo cual Escobedo debió sospechar algo, alguna noticia amenazando con delatarles[vii], dice M. F. Álvarez en su libro “Felipe II y su tiempo”.  Es por ello que urgía para los implicados en la intriga urdir un plan. Había que eliminar a Escobedo. Pérez aprovechó su influencia para enemistarlo ante los ojos de Felipe II. Según parece, le habría dicho que el ambicioso Escobedo era quien trataba de convertir a Juan de Austria en Alteza o algo más. El éxito del hermanastro del Rey tras la épica victoria de la Batalla de Lepanto, y los persistentes rumores provenientes de Escocia de aceptar a don Juan de Austria como rey si éste se casaba con María Tudor, fueron al parecer, suficientes para que Felipe II se los creyera. Además había otros problemas en el tablero de la diplomacia que atender, y Felipe II envió a su hermano lejos de las intrigas de la corte, aún a sabiendas de que fracasaría en su misión “Era como si (Felipe II) quisiera hacer frente a los problemas de Flandes con el prestigio del nombre de su hermano; o acaso también para hundir en el fracaso inevitable a quien tanta gloria había logrado en el Mediterráneo. Porque lo cierto es que el Rey, contra el parecer de algunos miembros del Consejo de Estado –y concretamente del que más experiencia tenía en los asuntos de Flandes, el duque de Alba- siguió el consejo de Antonio Pérez”[viii], nos dice el profesor D. M. Fernández Álvarez.

Sea como fuere, Felipe II conocía las intrigas que se cernían sobre Escobedo y las permitió. Tras varios intentos fallidos de envenenamiento, al final “En la noche del 31 de marzo de 1578, en el callejón de Santa María, embozo viejo y oscuro de este templo, frente al hoy Palacio de Consejos, apareció un muerto de lujo, que resultó estarlo de varias estocadas y ser don Juan de Escobedo, secretario mayor del señor gobernador de los Países Bajos don Juan de Austria[ix] nos dice el historiador Saiz de Robles sobre el luctuoso suceso.

Al morir don Juan de Austria, el Rey recibió toda la correspondencia y documentación que éste poseía en los Países Bajos, y “vinieron a demostrar al Rey cuán lejos estaba su hermano de traicionarle y alzarse contra él. Por lo tanto, Antonio Pérez le había engañado, de forma que lo que podía tomarse como una dura, pero necesaria medida adoptada por razón de Estado, se convertía en un siniestro asesinato[x]  Esa complicidad fue su perdición, pues al huir Antonio Pérez de la justicia regia, Felipe temía que se hiciera pública documentación comprometedora que podía inculparle.

Pero sin llegar a más en la narración de la Historia. ¿Hasta donde llegaron las consecuencias de las traiciones y ventas de secretos de Antonio Pérez?

Las consecuencias del traidor en España.

La primera y más evidente es la de la revuelta del reino de Aragón. Allí se dirigió el prófugo tras escapar de las cárceles castellanas, pues pese al tiempo transcurrido todavía contaba con aliados y amigos en dicho reino y aprovechando su influencia, se las ingenió para que el problema subyacente entre Castilla y Aragón fuese a más. El problema de la Corona de Aragón contra el poderío castellano venía de mucho antes. Gregorio Marañón así lo trasluce en su obra[xi]  y la cuestión y revuelta terminaría “Al actuar Felipe II en 1592 con mano militar” lo cual “hizo, sin duda, lo que debía. Lo que no estaba bien hecho es todo lo que antes había hecho[xii] El nombramiento del marqués de Almenara para los asuntos de Aragón en 1588, fue la espoleta que inició la revuelta. Su regreso en 1590 con nuevos poderes, inflamó la ira de los nobles y del clero aragonés, que se sentía profundamente contrario Castilla.  Aunque el Rey no quería usar de la fuerza en el reino de Aragón, a la postre le resultó imposible. Sabía de la mala experiencia que eso provocaría por lo hecho por el Duque de Alba en Flandes, y Felipe II no quería cometer los mismos errores, más “Pérez había utilizado todas su mañas para incitar al pueblo zaragozano, haciendo creer que Felipe II planeaba enviar un ejército a Aragón y para abolir sus fueros[xiii]

Antonio Pérez tenía aliados en Aragón, nobles e influyentes, ganados tras su paso por la Corte y merced a los contactos que su padre tenía de antaño. De Calatayud se presuponen que eran sus parientes menos nobles, según las pesquisas realizadas sobre su árbol genealógico apuntadas más arriba y utilizadas por la Inquisición en su contra, y al decir de esos papeles, eran con mucha probabilidad judíos.

Los judíos se establecieron con gran fuerza en el norte de Aragón y sur de Francia desde 1550, creando poderosas comunidades muy pujantes en poder e influencia. Los sefarditas así establecidos consiguieron crear una poderosa red comercial y merced al comercio, tener un gran peso político en la España de la época. El espionaje durante las largas guerras entre Francia y España se hacía en la frontera gracias a los israelitas. Y según Marañón. “Ellos intervinieron activamente en la varios episodios de gran importancia en la vida española, como la sublevación de Aragón a favor de Antonio Pérez, en tiempo de Felipe II y las constantes sublevaciones de los moriscos que, al fin, terminaron con la expulsión de esta raza, en el reinado de Felipe III[xiv]

Al calor de las revueltas, Antonio Pérez consiguió escapar de Aragón y huir de la justicia filipina. Atravesó los Pirineos y buscó refugio en Francia.

La segunda consecuencia de la traición de Pérez viene a seguido de la primera. Una vez proscrito y exiliado en Francia, el ladino secretario acude a la ayuda y porrección de Enrique “Príncipe de Bearn” y futuro Rey Enrique IV de Francia. Este personaje ha pasado a la Historia como el artífice de la frase “París bien vale una misa” lo cual nos dice mucho de la catadura del Borbón. De religión calvinista, era enemigo de España. Felipe II tenía pretensiones de sentar en el trono de París a una hija suya, pero no las tenía todas consigo. Por otra parte, los hugonotes hacían de las suyas y perjudicaban a las tropas imperiales allí donde más y mejor podían, y por supuesto, Felipe II no permitiría que un hereje se sentara en el trono de Francia. Así las coas, Enrique IV terminaría por aceptar aparentar convertirse al catolicismo y sentarse en el trono regio de los capetos después de pronunciar la consabida frase antes citada.

Antonio Pérez intriga contra España y vende sus consejos al rey francés. Éste no cree mucho en el ex-secretario, pero Antonio insiste en intrigar y trata de convencer de su plan a Enrique. Le dice a su protector que en Aragón las gentes no están por la monarquía filipina y que si un ejército penetra por el Pirineo enarbolando la bandera de la independencia de esa región, los moriscos aragoneses junto con los valencianos se sublevarán y darán apoyo a su causa, y que por supuesto todo el pueblo de Aragón está con Francia, pues Felipe II acababa de penetrar en Zaragoza con los ejércitos para pacificar la revuelta allí iniciada. Pese a lo absurda de la propuesta, Enrique IV toma buena nota, y con reservas, hace que un pequeño contingente  de tropas haga realidad las inventivas de Pérez. Total, por probar nada se perdía.

El fracaso de la expedición fue total. “Los soldados bearneses eran, en su mayor parte, hugonotes, y quemaron las iglesias de los primeros pueblos conquistados, con lo que los aragoneses se olvidaron de sus fueros y, enardecidos por las ofensas a su catolicismo, atacaron a los herejes furiosamente, obligándoles a repasar la frontera. Los moriscos tampoco respondieron con las armas, probablemente porque entre los capitanes de Antonio Pérez había algunos enemigos antiguos de su raza. El fracaso, en resumen, fue completo[xv] nos narra Gregorio Marañón en su obra.

Lógicamente, eso ocurrió por lo precipitado de la ofensiva. El mal estudio del proyecto y no haber contado con más tiempo para organizar la acción. Antonio Pérez sabía cuáles eran los males endémicos de España. Sabía que internamente estaba dividida y que pese a los esfuerzos de los Reyes Católicos o a la gobernanza de Carlos I, esos problemas no se habían resuelto. Delatar esas debilidades a los enemigos de España demostraba a las claras que Pérez había dejado de ser un traidor español para convertirse a las claras en un enemigo de España.

En el año 1593 hay una nueva intentona de organizar una revuelta interna en España por aparte de Pérez y de Enrique IV. Dice así Gregorio Marañón: “No cedió, sin embargo, Pérez y, años después, propuso un nuevo plan a Enrique IV (1593) sobre la base de la sublevación de los moriscos de Valencia, ayudados por los aragoneses, por algunas fuerzas de Madrid y por los franceses que vivían en España, que eran muchos: sólo en Valencia había más de 11.000. Un espía de Felipe II, que consiguió hablar con Enrique IV, cuenta en su informe secreto, que puede leerse en Simancas, lleno de admiración, la mucha ciencia y perfecto conocimiento con que el monarca francés hablaba de los más íntimos asuntos de España. Sin duda, su maestro había sido Antonio Pérez[xvi].

Lejos de amilanarse. Pérez viajó a Inglaterra. Allí donde hubiera un enemigo del Imperio, allí acudiría el traidor para vender “a precio de oro” sus confidencias y sus intrigas. La corona inglesa tenía en esos momentos dos grandes consejeros o validos. El anciano William Cecil y el joven Roberto Deveraux, “segundo conde de Essex”, que además era el favorito de la reina. Nada más pisar Pérez suelo inglés, fue acogido por Essex en su vivienda[xvii] El resultado fue que, 1596 el conde de Essex, viajó con una escuadra a Cádiz, saqueando al ciudad, incendiando varios buques y obteniendo una gran triunfo mediático y publicitario, pero un hondo fracaso en los resultados. La empresa había supuesto un alto coste económico para las arcas inglesas, y el botín conseguido en la empresa, fue exiguo. Essex ganaría mucha popularidad entre el ejército inglés, pero a la postre, su belicismo obstinado y su arrogancia para con la reina y –digámoslo en tono irónico- debido a la influencia de sus malas compañías, le llevarían al cadalso en 1601, siendo decapitado en la Torre de Londres

El objetivo que Antonio Pérez perseguía, influyendo en la expedición de Essex, no era el robo ni el saqueo, sino la sublevación de los moriscos andaluces y éstos no sólo no lo hicieron, sino que se defendieron y lucharon por evitar la caída de la ciudad en manos inglesas. Pero el resultado fue adverso para los españoles. Mal pertrechada y peor fortificada, Cádiz terminó por sucumbir y fue saqueada por la armada anglo-holandesa al mando del Almirante Howard.

Como se verá, Antonio Pérez no perdía oportunidad de debilitar o de favorecer los intereses de los enemigos españoles en contra de los de su propia nación de nacimiento. Los piratas berberiscos son otros de sus interlocutores, merced a los cuales, Antonio Pérez facilitó datos sobre las costas valencianas o mallorquinas, fáciles de asaltar, en el convencimiento de que se levantarían en contra de Felipe II y se aprovecharía la cantidad de moros existentes en esas zonas en contra de la población castellana. Fue otro rotundo fracaso diplomático, aunque los resultados para la población de esas zonas lo fue aún peor. Las razzias y las incursiones berberiscas ocasionaron pérdidas económicas y humanas considerables, hasta que se pudo poner fin a las mismas. Primero con la victoria en la gloriosa “Batalla de Lepanto”, y luego con las operaciones de consolidación del mar Mediterráneo llevadas a posteriori. 

Por último, pero no menos importante, es de atribuir a Antonio Pérez, el dudoso honro de ser uno de los grandes alimentadores de la “Leyenda Negra contra España”. Esa calumnia difamatoria que a día de hoy todavía es consumida por los algunos seudo historiadores y que sólo ha contribuido a deformar la realidad de un pueblo, el español, que no es ni mejor ni peor que otros, pero que en el terreno de la propaganda ha demostrado ser, a ojos vista, muy torpe, muy inepto y poco capaz.

Pérez escribió sus famosas “Relaciones” en Inglaterra en el año 1594. La Reina Isabel fue su mecenas en ese aspecto, (aunque otras fuentes apuntan a que fue su protector en esas tierras el conde de Essex el que así lo hizo). Sea como fuere y a decir de su biógrafo Marañón: “La edición de Londres tuvo Pérez también buen cuidado de que la leyesen cuantos le convenía. En su colección de cartas encontramos varias de las que escribió para acompañar el envío del libro a los principales personajes de la Corte inglesa (…) y a varios más venecianos, españoles y gentiles hombres y Príncipes. Los nombres, con un sentido de propaganda, estaban ciertamente elegidos[xviii].

Lógicamente, el daño propagandístico que estas publicaciones tuvieron sobre la figura de Felipe II y sobre España fue nefasto y máxime, si se tiene en cuenta que el “patrocinador o mecenas” es ni más ni menos que la Corono Inglesa. El dominico Bartolomé de las Casas, en su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” ya había iniciado la controversia sobre las “crueldades” de los españoles para con los indios. El camino pues estaba señalado y la labor de zapa y de socavamiento para la reputación de los logros de España quedaba de esa manera marcado a tinta y papel con el paso de los años. La imagen grotesca y exageradamente distorsionada que se ofrecía de los españoles en América y en Europa haría su efecto sobre todas las clases sociales. Otros vendrían después a aprovechar esa táctica y servirán en bandeja libelos y publicaciones con la única intención de denigrar lo español mientras se hacían ricos a su costa. 

El último de los ejemplos sobre este tema del alcance de Leyenda Negra lo podemos apreciar si leemos la obra del autor de origen Británico Roger Crowley “Imperios del mar. La batalla final por el Mediterráneo, 1521-1580” donde España, otra vez, no vuelve a salir bien parada en las comparaciones.[xix]

Conclusión

Ningún imperio es grande si sus enemigos no lo son. España, en las postrimerías del siglo XVI, era el más poderoso imperio económico de occidente. Su único rival era, por potencia económica y capacidad para organizar ejércitos, el Otomano.

Lepanto puso las cosas en el Mediterráneo más favorables para los europeos, permitiendo así que los asuntos de Europa y de América centrasen la atención de los diferentes reinos. Francia, Inglaterra y demás países, mantenían una guerra abierta con el poderío español. Antonio Pérez, gran Secretario y amigo personal de Felipe II aparece en ese escenario como un personaje más entre otros muchos. Más por su capacidad para intrigar, por sus ansias de poder, de dinero y su perversa disposición a odiar, merece un poco más de atención. Antonio Pérez, traiciona la confianza de su Rey Felipe II, lo entromete en un asesinato del que lo hace cómplice y coautor. Después envenena las relaciones internas de los españoles para favorecer sus propios intereses, mal indisponiendo a los aragoneses contra los castellanos. Vende secretos de Estado por dinero a Holandeses y Belgas, traiciona los españoles al incitar al rey Enrique IV de Francia para que penetre con sus ejércitos en Aragón. Conspira con Essex y la Reina Isabel I y consigue que se saquee Cádiz, con gran perjuicio para la reputación de los españoles. Escribe un libro, sus Relaciones, en el que los españoles no salimos bien parados. En definitiva. Que nunca se podrá decir suficiente de Antonio Pérez, pero su imagen debe ir irremediablemente unida, como la de Judas, a la de la Traición.   



[i]MARAÑÓN Y POSADILLO, G. “Antonio Pérez”, Planeta de Agostini, Barcelona, 2007

[ii] Ibídem, p. 26

[iii] ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, M.”Felipe II y su tiempo”. RBA, Barcelona, 2008, p. 594

[iv] ELLIOT HUXTABLE,  J. “La España Imperial, 1469-1716” RBA, Barcelona, 2006, p. 280

[v] La acusación realizada en 1592 corre a cargo del testigo Juan de Basante, el cual dijo que Antonio Pérez le había dicho que: “(Antón Añón) … aquel muchacho era lascivo “et  destillabat amores”, que de este término uso; y que así temía, por lo que con él había pasado, no le hiciesen daño si acaso allá le apretaban, y preguntándole yo si había algo de cuidado, me dijo que lo más había sido alguna molicie por ser apretadísimo el muchacho para ello.” Cit., de MARAÑÓN, G, “Antonio Pérez”, p. 334

[vi] En el proceso inquisitorial que se llevó a cabo en el mismo año de 1592, se aludía al origen judío de su familia, y aunque Antonio Pérez y su padre Gonzalo Pérez, siempre se habían hecho pasar por descendientes de un linaje antiguo y rancio, cuyos antepasados descansaban en Santa María de Huerta las investigaciones que llevaron a cabo los propios hijos del secretario años después, para reclamar título de Caballero de la Orden de Santiago, no fueron concluyentes, quedando así que los Pérez de los que descendía Antonio y su padre eran de Calatayud, “judíos conversos y apóstatas, por lo que fueron perseguidos y condenados por la Inquisición”. Cit. MARAÑÓN, G., Ibídem, p. 13. De todas formas, esas pruebas no fueron concluyentes, y más parece que fueron forzadas al calor de las presiones del propio proceso. Lo que sí parece que quedó claro era que sus orígenes eran modestos y para nada caballerescos o linajudos.

[vii] ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, M.”Felipe II y su tiempo”. RBA, Barcelona, 2008, p. 598

[viii] Ibídem, p. 513

[ix]SAIZ DE ROBLES, F.C., “Breve historia de Madrid”, Espasa Calpe, Madrid 1970, p.81

[x] Ibídem, p. 600

[xi] Felipe II…” Op. Cit. Pp. 526 y ss.

[xii][xii] Ibídem, p. 528

[xiii]ELLIOT HUXTABLE,  J. “La España Imperial, 1469-1716” RBA, Barcelona, 2006, p. 305

[xiv]MARAÑÓN Y POSADILLO, G, “Españoles fuera de España” Espasa Calpe, Madrid, 1968, p. 27

[xv]Ibídem, p. 81

[xvi]        , p. 81

[xvii]Antonio Pérez”, p. 707

[xviii]Ibídem, p. 710

[xix]Una reseña biográfica de este libro se puede leer en: http://movimientoraigambre.blogspot.com.es/2013/11/imperios-del-mar-la-batalla-final-por.html

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