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La cuarta Teoría política y la emergencia del neoliberalismo[1].


José Alsina Calvés.


Licenciado en Biología (Universidad de Barcelona). Master en Historia de las Ciencias y Doctor en Filosofía (España).


 

En esta conferencia nos ocuparemos primero de una introducción general a lo que significa la Cuarta Teoría Política, y analizaremos después uno de los problemas más interesantes que plantea: la emergencia del neoliberalismo en el marco de la posmodernidad.

Al hablar o escribir sobre la Cuarta Teoría Política (en adelante CTP) todos pensamos, con razón, en el filósofo y politólogo ruso Alexander Dugin. Pero a pesar de ser este el principal impulsor de la CTP, no debemos verla como la elucubración personal de un solo autor. Muchos de los temas impulsados por Dugin tienen sus antecedentes lejanos en las obras de autores tradicionalistas, como Julius Evola, y, sobretodo, en la Nueva Derecha francesa. La expresión “Cuarta Teoría Política” apareció por primera vez en el libro de Alain de Benoist Contra el liberalismo: la Cuarta Teoría Política.

En el libro de Dugin La Cuarta Teoría Política, traducido recientemente al español y publicado en Ediciones Nueva República, el filósofo ruso insiste en el carácter colectivo de su creación, en que no es un sistema cerrado, sino abierto a las aportaciones posteriores.

 A nuestro entender la CTP que Dugin expone se fundamenta en un armazón teórico que consta de cinco elementos fundamentales:

1.      Una teoría de la modernidad y sus ideologías

2.      Una teoría del tiempo

3.      Una fundamentación filosófica en la ontología de Heidegger.

4.      La geopolítica de los grandes espacios.

5.      La posmodernidad como mutación del liberalismo a neoliberalismo

 

 

Teoría de la modernidad

La CTP aparece como una oposición radical a la modernidad y a todas sus manifestaciones, incluida la actual implosión postmoderna. La CTP se dirige a todas aquellas personas que sienten una radical insatisfacción ante la sociedad actual, sus mensajes y sus “valores”. Una disección previa de la modernidad es el paso previo a la síntesis y construcción de la CTP.

Las raíces últimas de la modernidad son difíciles de rastrear. Para Heidegger en los albores de la filosofía occidental, en la Grecia presocrática, ya se produjo el “olvido del Ser” que empaparía la metafísica occidental y que desembocaría en el “Gesteller” o dominio de la técnica que lleva al nihilismo. Para Alain de Benoist (y otros autores de la Nueva Derecha) será el cristianismo el que introducirá la metafísica de la subjetividad, la visión lineal de la historia y la separación radical entre Dios y el mundo, que convertirá a este en un objeto desacralizado, presto a ser utilizado por una técnica al servicio de lo inmanente.

Dugin, no tan radical, sitúa los orígenes de la modernidad con la aparición del liberalismo. Sus antecedentes inmediatos son la filosofía de Descartes y la Ilustración, y sus grandes teorizadores son Rousseau, Locke y Schmitt. Aquí Dugin introduce un concepto interesante: el de “sujeto”. Toda teoría política pivota sobre un sujeto, y el sujeto del liberalismo es el individuo.

Para el liberalismo el individuo es anterior a la sociedad. El mismo concepto de “sociedad” (opuesto al de comunidad) es esencialmente liberal, y se refiere a la asociación libre y voluntaria de los individuos a través del “contrato social”. Por otra parte, para el liberalismo el individuo, por el mero hecho de haber nacido, es portador de unos derechos inalienables (Derechos Humanos): la libertad (entendida en abstracto) y la propiedad son los derechos más importantes. Hay que señalar que la libertad liberal es un concepto negativo: se refiere a la falta de coerción de cualquier tipo. Aunque la idea de libertad al principio se refería a las coerciones del Antiguo Régimen, esta ha ido evolucionando hasta considerar un obstáculo cualquier relación de pertenencia: la identidad cultural, religiosa, nacional o incluso sexual acaba siendo obstáculos para la “libre” elección del individuo.

El desarrollo político y social del liberalismo dio lugar al capitalismo, y a la aparición de nuevas teorías políticas que disputaron al liberalismo la realización de los ideales de la modernidad: el socialismo (segunda teoría política) y el fascismo (tercera teoría política).

Por socialismo entiende Dugin todas las variantes que tienen al marxismo como ideología nuclear: desde el socialismo democrático al comunismo estalinista o al trostquismo. Si el sujeto político del liberalismo era el individuo, el del marxismo es la clase social. Se entiende por clase social el conjunto de personas que ocupan un mismo lugar el proceso de producción: terratenientes, burgueses (propietarios de las fabricas) o proletarios (que viven de vender su fuerza de trabajo).

El marxismo no se opone a la modernidad, sino que pretende realizar sus ideales mejor que el liberalismo. Comparte con él una visión puramente económica del ser humano, y una concepción lineal y progresista de la historia, que avanza desde un primitivismo hacia un “final de la historia”, la era del socialismo en que el Estado se disolverá por innecesario.

El marxismo como filosofía política tuvo diversas concreciones prácticas. La más evidente fue el comunismo soviético ruso o “socialismo real” y el de sus países satélites. Pero Dugin, al igual que los nacional-bolcheviques rusos, cree ver en este comunismo ruso una manifestación del alma rusa. Llega a decir que las causas ultimas de la Revolución de Octubre hay que buscarlas en el descontento del pueblo ruso frente a la occidentalización y “modernización” de Rusia patrocinadas por los Romanov. Habría pues en el comunismo ruso dos “almas”: la marxista con sus mitos economicistas y progresistas, antirreligiosa y antinacional (su representante más genuino sería Trotsky, defensor de la revolución mundial), y la nacional-comunista donde, por debajo de la epidermis marxista, sobreviviría el espíritu patriótico de la Gran Rusia.

La interpretación de Dugin del comunismo ruso tiene una gran influencia en la Rusia actual e inspira la política del propio Putin. Los mitos marxistas han sido totalmente superados y abandonados y el patriotismo y la religión ortodoxa han visto un renacimiento inaudito. Pero el país no se avergüenza de su pasado, al que recupera como parte de su historia. Los símbolos comunistas no han sido retirados de sus edificios oficiales, ni se han derribado las estatuas de Lenin.

El marxismo occidental fue otra cosa. La filosofía que anima a los partidos comunistas de Europa Occidental durante la última parte del siglo XX fue una encarnación mucho más purista de una ideología de la modernidad. Pero el hundimiento de la Unión Soviética y el fenómeno de la globalización significaron un duro golpe para las pretensiones marxistas de haber descubierto las leyes que regían la historia humana. Hoy día el marxismo es una filosofía superada, abatida por el liberalismo triunfante.

La tercera teoría política que aparece en la modernidad es el fascismo. Pero aquí vale la pena detenernos y hacer unas precisiones a la tesis de Dugin. Recordemos que este definía a una teoría política por su sujeto: para el liberalismo el sujeto político es el individuo y para el marxismo es la clase social. En su intento de definición genérica del fascismo Dugin tiene que reconocer una dualidad de sujetos políticos: la raza en el nacional-socialismo alemán y el Estado en el fascismo italiano. Esta reconocida dualidad de sujetos políticos hace sospechas que estamos ante dos fenómenos distintos.

En realidad cuando hablamos del fenómeno fascista nos estamos refiriendo a una realidad plural, con una evidente pluralidad de sujetos. Algunas manifestaciones del fascismo (como la Guardia de Hierro Rumana o la Falange Española) estuvieron absolutamente impregnadas de espíritu religioso-católico, mientras que otras fueron absolutamente laicas y seculares. Algunos regímenes calificados de “fascistas”, como el de Franco en España, el de Oliveira Salazar en Portugal o el de Dollfus en Austria fueron en realidad dictaduras impregnadas de espíritu contrarrevolucionario, ideología por cierto a la que Dugin nunca se refiere, quizás porque no la considera propia de la modernidad, sino vestigio del antiguo régimen.

Algunos estudiosos del fenómeno fascista, como Sternhell, han intentado buscar un denominador común de todas estas tendencias, y han situado en Francia el origen de la ideología fascista, como una síntesis del monarquismo católico de Charles Maurras y sus seguidores y el sindicalismo revolucionario de Sorel. Pero esta síntesis sigue dejando fuera al nacional-socialismo alemán, centrado en la doctrina de la raza.

Para Dugin el fenómeno fascista forma parte de la modernidad. Su principal batería de argumentos se centra, con razón, en el nacional-socialismo alemán. Estamos totalmente de acuerdo en que el racismo, que caracteriza a esta ideología, es un fenómeno esencialmente moderno. A nuestro entender el racismo tiene dos raíces ideológicas, ambas esencialmente modernas: la teoría calvinista de la predestinación, y una interpretación del darwinismo, de la mano de Spencer y de Haeckel (el darwinismo social) que nunca fue admitida por el propio Darwin.

Para determinadas sectas protestantes cuando un ser humano viene al mundo ya está predeterminado por Dios si va a salvarse o a condenarse. Las buenas obras y el éxito profesional y en los negocios no son méritos, sino señales de que uno pertenece a los “elegidos”. Max Weber ya señaló en su momento la influencia de esta ideología en el capitalismo naciente. Pasar de la categoría de “individuos” elegidos a la de “pueblos” elegidos es fácil. El mismo fenómeno se da en el judaísmo con su teoría de “pueblo elegido por Dios”. Es significativo que en los pueblos de tradición católica raramente se han dado manifestaciones de racismo (que no hay que confundir con la xenofobia).

La otra gran fuente ideológica del racismo es el darwinismos social, desarrollado por el filósofo ingles Herbert Spencer y el biólogo y filósofo alemán Ernst Haeckel. El darwinismo social (que nunca fue aceptado por Darwin) traslada los conceptos biológicos de selección natural y supervivencia del más apto a la vida social. La lucha de todos contra todos tuvo en un principio carácter de enfrentamiento físico, trasladándose después al terreno económico. Los más “aptos” sobreviven y se apropian de todo. Cualquier intento por parte del Estado o de la sociedad de apoyar a los “débiles”, a los derrotados por la lucha social, va en contra del progreso y solo hace que cultivar vicio y pereza.

Cuando el darwinismo social se traslada de los individuos a los pueblos aparece el racismo. Obsérvese que los mitos racistas están impregnados de mitos modernos ¿Por qué cree el racista que la raza blanca (léase alemana, inglesa etc.) es superior? Pues porque ha avanzado mucho más en el camino de la modernización, frente a otros pueblos “atrasados”, porque ha desarrollado la técnica, la industria, el capitalismo. Porque han destruido sus propias tradiciones y olvidado sus raíces, decimos nosotros. Aquí la “superioridad” de la civilización occidental.

El racismo vinculado al darwinismo social y a la teoría calvinista de la predestinación son los nexos de unión entre liberalismo y nacional-socialismo, que confieren a esta ideología una indudable patina de modernidad, dando así la razón a Dugin. La cuestión es más problemática cuando nos referimos a otras formas de fascismo.

En el fascismo italiano hay una mezcla algo confusa de elementos modernos y “tradicionales”. El culto a las máquinas y a la velocidad, procedentes del “futurismo”, así como el nacionalismo, que algunos autores relacionan con el jacobinismo de la Revolución Francesa, serían elementos modernos. Pero el culto al mito del Imperio, opuesto a la idea moderna de Estado-nación sería un elemento tradicional presente en el fascismo.

En otros movimientos fascistas, como Falange Española o la Guardia de Hierro Rumana el elemento tradicional se hace presente en forma de una importante visión religioso-católica que impregna completamente estas ideologías.

Hay finalmente un conjunto confuso de corrientes, que Dugin llama de la “tercera via” que, aunque relacionadas con el fascismo, refuerzan de forma notable su rechazo global a la modernidad. Aquí estaría el nacional-bolchevismo, el socialismo de Strasser, o ciertos autores de la revolución conservadora.

Al margen de estas matizaciones Dugin sostiene que tanto el fascismo como el comunismo se enfrentaron al liberalismo no por ir en contra de la modernidad, sino por presentar un programa de modernidad alternativa. El fascismo fue derrotado en el plano militar (con la colaboración comunista) y se convirtió en la “bestia negra” de la modernidad, en una auténtica encarnación diabólica del mal. El comunismo fue derrotado en el plano económico, y, tras el hundimiento de la URSS se convirtió en una antigualla que ni la misma izquierda se atreve a reivindicar.

Comunismo y fascismo fueron, pues, dos ideologías que participaron de la modernidad, pero fueron derrotadas por el liberalismo, porque este representa, mejor que nadie, los ideales de la modernidad. 

Cuando el liberalismo se encuentra sin oponentes comienza una nueva era. La era de la globalización, de la muerte de la política, de la conversión del liberalismo en neoliberalismo: hemos entrado en la posmodernidad.


Una teoría del tiempo

El discurso de Dugin en torno al tiempo y sus consecuencias filosóficas y políticas es, quizás, uno de los elementos más interesantes y originales de la CTP.

La concepción moderna del tiempo viene definida por dos factores

·         La idea del tiempo lineal, introducida por el cristianismo y continuada por el racionalismo, el positivismo y los progresismos de todo fuste y pelaje.

·         La idea de Newton del “tiempo absoluto”.

La primera es más conocida. Hay un origen, un “pecado original” (el pecado de Adan y Eva en el cristianismo, el origen de la propiedad privada en el marxismo, la aparición de las supersticiones y los “ídolos” en el racionalismo) que provoca la caída, y luego un avanzar progresivo hacia una época de felicidad, que culminará en un “final de la historia”.

La segunda no es tan conocida. Newton definió un tiempo absoluto, que transcurría en un fluir independiente de los acontecimientos que acontecieran en él. La idea de Newton se oponía a la de Liebnitz, para el cual solo se podía hablar de transcurso del tiempo cuando en su seno ocurrían acontecimientos que diferenciaban una unidad de tiempo de la siguiente. Cuando no sucedía así, las unidades de tiempo eran idénticas, y según su principio de la unidad de los indiscernibles, eran lo mismo, por tanto el tiempo no había transcurrido.

El tiempo absoluto de Newton era, en principio, compatible con la idea lineal o cíclica del tiempo. El geólogo escoces James Hutton se basó en la idea de Newton para desarrollar su teoría de los ciclos geológicos que se repetían de forma indefinida. Pero la síntesis del tiempo absoluto con la concepción lineal de la historia forjó la concepción moderna del tiempo.

Según esta teoría moderna del tiempo, este no solamente es independiente de los sucesos que ocurren en él, sin que, conducido por la flecha que la lleva la historia hacia su final, determina a los propios acontecimientos. La expresión moderna de aquellos que se escandalizan ante sucesos que les parecen retrógrados y que no “deberían” ocurrir, “que en pleno siglo XXI ocurran estas cosas¡¡” refleja perfectamente esta visión del tiempo.

Dugin, basándose en Heidegger, impugna esta concepción del tiempo. Para Heiddgger el ser humano es el Dasein, (el Ser-ahí). El Dasein no es determinado por el tiempo, sino que a la inversa, el Dasein determina al tiempo. Imaginemos un ser vivo racional y consciente, pero que viviera menos de un año. No vería las estaciones como un ciclo que se repite, sino como una flecha que avanza hacia un “estado final”. Si viviera de verano a invierno, su flecha del tiempo coincidiría con el enfriamiento, e imaginaria una “etapa final” de la historia fría y nevada. Si viviera de invierno a verano su flecha del tiempo coincidiría con el calentamiento, y vería el “final de la historia” como algo tórrido.

Para Dugin el tiempo es reversible y socialmente dependiente. Es cierto que en nuestra sociedad es lineal, progresivo y acelerado. Pero son perfectamente imaginables otras sociedades donde el tiempo sea cíclico o incluso regresivo. En esta sentido hay que señalar la coincidencia con el antropólogo estructuralista Levi-Strauss, cuando esta hace una distinción entre sociedades “frías” y “calientes”. Las primeras coincidirían con las sociedades tradicionales, con un concepto cíclico o regresivo del tiempo. Las segundas con las sociedades modernas, con un sentido lineal del tiempo.

 

La ontología de Heidegger

Muchos de los elementos teóricos de la CTP que desarrolla Dugin están fundamentados en la ontología de Heidegger. La filosofía de Heidegger, expuesta en su obra capital Ser y Tiempo, es compleja y abstrusa, y gira en torno del concepto de Ser. Para Heidegger, en los inicios de la filosofía occidente, en Grecia, se produjo un error fundamental: la de considerar al Ser únicamente como la razón suficiente del ente. Este “olvido del Ser” está presente en toda la historia intelectual de occidente, y acaba dando lugar a la técnica, que es “metafísica realizada”.

El ser humano es, para Heidegger, el “pastor del Ser”, pues es el Dasein (el Ser-ahí). Pero el Dasein puede ser de dos maneras: autentico o inauténtico (das Man). Dugin insinúa, aunque solo como posibilidad, que el Dasein pueda ser el sujeto de la CTP, pues el Dasein autentico es plural, y cada pueblo, cultura o civilización tendrá su propio Dasein.   

La posmodernidad, que Heidegger no vivió, sería el olvido final del Ser, donde la “nada”, el nihilismo, empieza a aparecer por todas sus fisuras. El Dasein auténtico desaparece en su pluralidad, y aparece el inauténtico, el Das Man, representado por una civilización global, idéntica en todas partes.

Pero Heidegger deja una puerta abierta a la esperanza cuando habla de das Ereignis, el “acontecimiento, para describir el regreso repentino del Ser. Dugin recoge esta idea cuando nos dice que en corazón de la CTP, en su centro magnético, se encuentra la trayectoria y la esperanza de este Ereignis, “el Evento”, que se acerca. Encarnará el regreso triunfal del Ser, justo en el momento en que la humanidad de haya olvidado completamente de él.

En este punto, algo utópico, de su pensamiento, Dugin imagina un retorno del Ser, una reactivación del Dasein auténtico en su pluralidad y una retirada del Das Man. Por eso nos dice también que la lucha contra la Globalización (Das Man) debe hacerse desde una tradición cultural concreta, que, en su caso, es la rusa. Este regreso del Ser no se manifestaría en la reactivación de los Estados-nación, sino en la organización del mundo en Grandes Espacios que coincidirían con las civilizaciones, las cuales a su vez coinciden con la distribución de las religiones.


La geopolítica de los Grandes Espacios

La idea de que los auténticos sujetos de la historia son las grandes civilizaciones no es original de Dugin. Fue defendida por Toybe es su libro Estudio de la Historia, y ha sido actualizada por Huntington con su tesis sobre el choque de civilizaciones.

La novedad de Dugin es que considera a las civilizaciones como la base de una posible superación, en el futuro, de la globalización, a partir de los “grandes espacios”. Serian conjuntos de naciones, unidas por una civilización común y por unos intereses geopolíticos y geoestratégicos. Los grandes espacios son imaginados por Dugin a la manera de los Imperios, con un Centro soberano, pero con una amplia descentralización de los territorios que permitiera aplicar el principio de subsidiariedad, es decir, nada que pueda ser administrado a un nivel debe hacerse a un nivel superior.

Dugin se refiere especialmente a dos grandes espacios que le son próximos: uno seria Eurasia, con su centro en Rusia. Otro seria la Unión Europea. El Dasein de Eurasia sería la civilización cristiano-ortodoxa. Con respecto a la Unión Europea hay que hacer unas matizaciones importantes. Para que esta fuera realmente un Gran Espacio de los imaginados por Dugin tendría que ser fiel a su Dasein, cosa que evidentemente no es así. Liberal desde sus orígenes y vanguardia del neoliberalismo en la actualidad, la Unión Europea es concebida únicamente como un espacio de librecambio comercial, donde se aplican las normas del neoliberalismo más ortodoxo, y como un espacio “político” para la plena realización del postindividuo.

Además la dependencia política y militar de la UE respecto a los Estados Unidos y al atlantismo le alejan de la soberanía imprescindible para poder hablar de un gran espacio en el sentido duginiano del término. El hecho de que la UE se plantee la integración de Turquía, país absolutamente ajeno al Dasein europeo, tanto por su cultura, su religión o su situación geográfica confirma lo que estamos diciendo. La penosa actuación de la UE en la crisis de Ucrania, mostrando su absoluto seguidismo de los intereses estadounidenses es otro argumento a nuestro favor. Los intereses geopolíticos de Europa aconsejan a esta una alianza con Eurasia, y por tanto la UE está actuando en contra de los intereses de Europa.

Es sintomático que la UE este liderada por Alemania, país absolutamente “nuevo”, destruido no solo física, sino espiritualmente después de la II Guerra Mundial y moldeado a imagen y semejanza de sus ocupantes ingleses y americanos, y a su vez liderado por una excomunista reconvertida al neoliberalismo más “ortodoxo”.

 

LA EMERGENCIA DEL NEOLIBERALISMO: DE LA MODERNIDAD A LA POSMODERNIDAD.


Los antecedentes

Como ha ocurrido siempre en la historia del pensamiento, el neoliberalismo empieza a gestarse en la mente de una minoría, y acaba extendiéndose, aprovechando las circunstancias favorables, a la mayoría de la sociedad. Podemos situar el nacimiento ideológico del neoliberalismo en el coloquio Walter Lippmann[2], que se celebró en Paris a partir del 26 de agosto de 1938, y que duró cinco días, en el marco del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual (ancestro de la UNESCO). Posteriormente, en 1947, se crearía la sociedad de Mont- Pèlerin[3], que algunos autores citan erróneamente como acto de nacimiento del neoliberalismo. Más adelante, Anthony Fischer, discípulo y seguidor de Hayek, fundaría fundó el Institute of Economic Affairs (IEA) y la Atlas Ecomomic Researcf Foundation [4] , dos instituciones que también iban a ser claves en la difusión de las ideas neoliberales.

El coloquio de Paris destacó por la calidad de sus participantes, muchos de los cuales marcaron la historia del pensamiento y de la política liberal después de la segunda guerra mundial, como Friedrich Hayeck, Jaques Rueff, Raymon Aron, Wilhelm Röpke o Alexander von Rüstow.

Como muy bien ha señalado Duguin[5] es liberalismo es una filosofía y una ideología política y económica que contiene en sí misma las más importante líneas de fuerza de la modernidad:

·         La compresión del individuo como medida de todas las cosas.

·         La creencia en el carácter sagrado de la propiedad privada.

·         La creencia en la base “contractual” de todas las instituciones sociopolíticas, incluido el gobierno.

·         La abolición de las autoridades gubernamentales, religiosas y sociales, que afirman detentar la “verdad universal”.

·         La separación de poderes y la formulación de sistemas de control social sobre cualquier institución gubernamental.

·         La creación de una sociedad civil sin razas, pueblos ni religiones en lugar de los gobiernos tradicionales.

·         El predominio de las relaciones de mercado frente a otras formas de política (la economía es el destino)

·         La certeza de que el cambio histórico de los pueblos y países occidentales es un modelo universal de desarrollo y progreso para el mundo entero, que debe, imperativamente, ser tomado como estándar.

Estos principios ideológicos del liberalismo histórico fueron desarrollados por filósofos como Locke, Mill, Kant, Bentham y Smith. La escuela neoliberal del siglo XX los actualizó a través de la obre de Friedrich Hayek[6] y Karl Popper.

Hayek fue uno de los participantes más activos en el coloquio Lippmman. El neoliberalismo naciente hace una crítica exhaustiva del liberalismo clásico. El gran error que se le atribuye es atribuir un carácter “natural” a las instituciones liberales y defender la progresiva retirada del Estado y una política de “laisser-faire”. Los neoliberales (Hayek, Lippmman, Rougier) son conscientes de que el mercado y el reino de la competencia no son instituciones naturales (es decir, reconocen su naturaleza política) y que deben, por tanto, ser “construidas”.

Para los neoliberales la cuestión del arte de gobierno es fundamental. Rechazan tanto al colectivismo como la doctrina del laissez-faire del liberalismo tradicional: unos quieren administrar todas las relaciones de los hombres, y otros piensan que estas relaciones son libres y se establecen de manera natural. Ellos proponen que el Estado debe intervenir para generar la estructura que permita a los hombres organizar y administrar sus propios asuntos.

Según Lippmann (que dio nombre al coloquio) el modo de gobierno liberal no atañe a la ideología sino a la necesidad de una estructura. La división del trabajo no permite la arbitrariedad de un poder dictatorial, y es imposible dirigir mediante órdenes y decretos a la sociedad civil[7]. Sólo se pueden conciliar intereses diferentes determinando una ley común.

Para Lippmann la nueva gubernamentalidad es esencialmente judicial, es decir, realiza una operación íntegramente judicial en su contenido y en su efecto. La oposición simplista entre intervención y no intervención del Estado, que tanto se impone en la tradición liberal, impide comprender su papel efectivo en la creación jurídica. El conjunto de las normas producidas por la costumbre, la interpretación de los juicios y la legislación, con la garantía del Estado, evolucionan mediante una reforma permanente que hace de la política liberal una función esencialmente judicial. El modelo más puro es el de la Common Law, opuesto al derecho romano del que surge la teoría  moderna de la soberanía.

El Estado no puede dirigir ni gestionar de forma directa y total las relaciones económicas. Pero para los neoliberales no se trata de disminuir la fuerza de la autoridad del Estado, sino de cambiar el tipo de autoridad y el campo de su ejercicio. Hay que abandonar la ilusión de un poder gubernamental débil.

La tesis del Estado fuerte lleva a los neoliberales a reconsiderar lo que se entiende por democracia y, especialmente, el concepto de “soberanía del pueblo”. El Estado fuerte debe ser gobernado por una elite competente, cuyas mentalidades se encuentran en el extremo opuesto de la mentalidad “mágica e impaciente” de las masas. El pueblo debe nombrar a quién le dirige, pero no decidir lo que se deberá hacer en cada momento.

El marco ideológico del neoliberalismo fue diseñado en la década de 1930. Posteriormente Hayek asumiría la dirección del movimiento con la publicación de El Camino de la servidumbre, y la fundación de  la sociedad de Mont-Pelerín. No es una radicalización del liberalismo clásico en contra de las derivas intervencionistas, sino una redefinición del papel del Estado, y un reconocimiento explícito de que el orden liberal no es un “orden natural”, sino un orden político que debe ser construido.


Desarrollo del neoliberalismo

El punto clave para entender la originalidad del neoliberalismo se encuentra en la relación entre las instituciones y la acción individual. A diferencia del liberalismo clásico, ya no se considera enteramente natural la conducta económica maximizadora, y, por tanto, conviene considerar los factores que influyen en ella.

En este punto hay algunas divergencias entre los autores neoliberales. Algunos, como von Mises[8], siguen defendiendo a ultranza los principios del laisser-faire, pero la mayoría de autores, y los que han tenido más influencia, como Lippmann o Hayek, enfatizan la necesidad de la intervención gubernamental.

De estos autores ha destacado Hayek como el principal ideólogo de este neointervencionismo, que es una revisión más que una actualización del liberalismo[9]. El punto clave de la cuestión consiste en sustituir la alternativa intervención/ no intervención por la cuestión de saber la naturaleza de dichas intervenciones.

En primer lugar Hayek deja bien claro que el tipo de intervencionismo gubernamental que propugna no tiene nada que ver con la “justicia social” y rechaza los términos equívocos como “economía social de mercado” [10].

En segundo lugar Hayek define un concepto que será fundamental: el “orden espontaneo de mercado” o catalaxia. Hayek rechaza la oposición clásica entre lo que es physis (natural), y nomos (producto de la acción humana). Para Hayek lo que es independiente de la voluntad humana no es necesariamente independiente de la acción humana; ciertos resultados de la acción humana pueden no haber sido deseados en sí mismos y aun así poner en manifiesto una forma de orden o regularidad.

Entre lo artificial y lo natural hay que introducir una categoría intermedia: la de aquellas estructuras resultantes de la acción humana independientemente de toda intención. Al primer tipo de estructura Hayek la llama taxis, término griego que designa un orden construido por el ser humano con un designio y de acuerdo con un plan; al segundo tipo lo llama kosmos, u orden natural (por ejemplo, un organismo); al tercer tipo lo llamará “orden espontáneo” y se refiere a los fenómenos resultantes de la acción humana sin que sean consecuencias de un designio. El “orden de mercado” o “catalaxia” pertenece a este tercer grupo[11].

Una consecuencia teórica importante de esta clasificación tripartita es que no hay que confundir el “orden de mercado” con una “economía”. En sentido estricto una “economía” es una organización dirigida a un fin determinado (por ejemplo una empresa), y entraría por tanto dentro de la categoría de taxis. En cambio el orden de mercado es una estructura formal independiente de todo fin particular, lo cual hace que pueda ser utilizado para perseguir objetivos individuales, numerosos, divergentes e incluso opuestos.

Otra consecuencia importante es que la cohesión del orden de mercado se hace posible por reglas formales, sin un fin particular determinado. Las reglas no deben fijar lo que las personas deben hacer, sino únicamente lo que no deben hacer. A estas reglas Hayek les llama leyes, para distinguirlas de prescripciones positivas particulares o mandatos. De esta manera el orden de mercado puede ser considerado como algo regido por la nomocracia (regido por la ley), y no como teleocracia (regido por una finalidad).

La tercera consecuencia es que la sociedad en su conjunto debe ser entendida como un orden espontaneo. La intervención gubernamental no debe fijar ningún tipo de fin, sino de crear las condiciones para que este orden espontáneo de realice. Aunque la sociedad no pueda reducirse a un orden de mercado, este ocupa un lugar esencial. La paulatina extensión de este orden de mercado tuvo como resultado, desde un punto de vista histórico, la ampliación de la sociedad desde las estrechas organizaciones del clan y de la tribu, hasta la “Gran Sociedad” o “Sociedad Abierta”. El camino hacia la globalización y el gobierno mundial estaba ya marcado.

 

El giro decisivo: de la teoría a la práctica

En la década de los 80 se produjo en los países occidentales la emergencia de una “nueva derecha” política, calificada a la vez como “conservadora” y “neoliberal”, y cuyos exponentes más representativos son Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Inglaterra[12].

Las ideas-fuerza de este movimiento son conocidas y un poco simplistas: las sociedades pagan demasiados impuestos, están demasiado reglamentadas, sometidas a las presiones múltiples de los sindicatos, de las corporaciones egoístas, de los funcionarios. Los nuevos gobiernos conservadores cuestionaron profundamente la regulación keyenesiana macroeconómica, la propiedad pública de las empresas, el sistema fiscal progresivo, la protección social y la restricción del sector privado por reglamentaciones estrictas. La inflación se convirtió en el problema prioritario.

Estas nuevas formas políticas implicaban un cambio mucho más importante que una simple restauración del puro capitalismo de antaño y del liberalismo tradicional. Significaban una modificación radical en el modo de ejercicio del poder gubernamental, asi como de las referencias doctrinales, en el contexto de un cambio de reglas en el funcionamiento del capitalismo. Pusieron en manifiesto una nueva racionalidad política y social, articulada con la mundialización y financierización del capitalismo. En otras palabras, se puede hablar de un “giro decisivo” porque se instaura una nueva lógica normativa capaz de integrar y de reorientar de forma duradera políticas y comportamientos en una nueva dirección.

En este punto persisten los malentendidos, que hacen que en muchas ocasiones no se perciba la auténtica naturaleza del neoliberalismo. Algunos analistas han denunciado estas políticas como una simple “vuelta al mercado”. Tienen razón en el sentido de que este tipo de políticas siempre se han apoyado en la idea de que para que los mercados funcionen bien, hay que reducir los impuestos, disminuir el gasto público, transferir al sector privado las empresas públicas, restringir la protección social, controlar la inflación y desregular el mercado de trabajo. Pero la atención exclusiva que han prestado estos analistas a la ideología del laisser-faire ha desviado la atención del examen de las prácticas y los dispositivos estimulados o directamente instaurados por los gobiernos ejecutores de estas políticas.

Existe pues una dimensión estratégica de las políticas neoliberales, articulada por una racionalidad global que a veces pasa desapercibida. El giro político de los inicios de los años 80 movilizó todo un abanico de medios para alcanzar en el plazo más breve ciertos objetivos bien determinados: desmantelamiento del Estado social, privatización de las empresas públicas, etc. Se puede hablar pues de una estrategia neoliberal como el conjunto de los discursos, las prácticas, los dispositivos de poder destinados a instaurar nuevas condiciones políticas, a modificar las reglas de funcionamiento económico y a transformar las relaciones sociales. Hay una intervención gubernamental al servicio de esta estrategia, y el objetivo final es una sociedad gobernada y regulada por la competencia.

Esta instauración de la norma mundial de la competencia se operó mediante el entronque de un proyecto político en una dinámica endógena, al mismo tiempo tecnológica, comercial y productiva. Este programa político de Thatcher y Reagan, copiado por otros gobiernos (incluso por algunos de signo socialdemócrata), fue adoptado también por organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial.

Por otra parte estas políticas adoptaron la forma de respuestas a una situación económica  social imposible de administrar. Este aspecto reactivo se puso en manifiesto, de forma notable, en el informe de la Comisión Trilateral[13], titulado La Crisis de la Democracia[14] . Los autores constataban que los gobernantes se habían vuelto incapaces de gobernar debido a la excesiva implicación de los gobernados en la vida política y social.

De este modo, una nueva orientación fue tomando cuerpo progresivamente en dispositivos y mecanismos económicos que modificaron progresivamente las reglas del juego entre los diferentes capitalismos nacionales y entre las clases sociales en el interior de cada uno de estos espacios nacionales. Esta nueva orientación se caracterizó, entre otras cosas, por la gran ola de privatización de empresas públicas, y por el movimiento general de desregulación de la economía.

La flotación general de las monedas a partir de 1973 abrió la vía a una mayor influencia de los mercados sobre las políticas económicas, y, en este nuevo contexto, la apertura creciente de las economías socavó las bases del circuito autocentrado “producción-beneficios-demanda”. Las nuevas políticas monetaristas iban dirigidas a responder a los problemas principales: la inflación y el poder de presión de los sindicatos. Rompiendo la indexación de los salarios en función de los precios se intentó transferir la crisis al poder de compra de los asalariados. 

Estas políticas monetaristas, de bajadas de impuestos y desregulación, fueron también aplicadas por gobiernos de izquierdas, como el de Delors en Francia.

Mediante el círculo vicioso del alza de los tipos de interés, se provocó en 1982 la crisis de la deuda de los países latinoamericanos, lo cual supuso una oportunidad para el FMI de imponer planes de ajuste estructural que suponían profundas reformas.  Esta disciplina  monetaria y presupuestaria se convierte en la nueva norma de las políticas anti inflacionistas en el conjunto de los países de la OCDE y de los países del Sur, que dependen de los créditos del Banco Mundial y el apoyo del FMI.

Este sistema de reglas ha definido lo que podríamos llamar un sistema disciplinario mundial. Es la culminación de un proceso de experimentación de los dispositivos disciplinarios iniciados en 1970 por los gobiernos que se habían sumado al monetarismo. Es lo que John Williamson llamó el “consenso de Washington”.

A nivel mundial, la difusión de la norma neoliberal encuentra un vehículo privilegiado  en la liberalización financiera  y la mundialización de la tecnología. Un mercado único de los capitales se instaura a través de una serie de reformas de la legislación, las más significativas de las cuales han sido la liberalización completa de los cambios, la privatización del sector bancario, la liberalización de los mercados financieros, y, a nivel regional, la creación de la moneda única europea. Esta liberalización política de las finanzas se basa en una necesidad de financiamiento de la deuda pública que se satisfará recurriendo a los inversores internacionales.

Las finanzas mundiales han conocido, durante cerca de dos decenios, una extensión considerable. El volumen de las transacciones a partir de la década de los ochenta muestra que el mercado financiero se ha autonomizado respecto de la esfera de la producción y de los intercambios comerciales, incrementando así la inestabilidad, ya convertida en crónica, de la economía mundial.  Desde que la globalización es arrastrada por las finanzas, la mayoría de los países se encuentran en la imposibilidad de tomar medidas contra los intereses de los dueños del capital.

Todo este proceso se halla marcado por una serie de ítems ideológicos y organizativos:


1.      El capitalismo “libre”

Desde poco después de la Segunda Guerra Mundial diversos filósofos, sociólogos y economistas  (Hayek, von Mises, Friedman) empezaron una auténtica cruzada ideológica contra el Estado y las políticas públicas, y a favor de la “eficacia de los mercados”. Poco a poco estas ideas fueron ganando terreno, primero entre los partidos de derechas, pero también entre los socialdemócratas.

La fijación y la repetición de los mismos argumentos acabaron imponiendo este discurso en todas partes, especialmente en los medios de comunicación, la universidad y el mundo político. Esta inmensa ola, portadora de nuevas “evidencias”, fue fabricando un nuevo consentimiento, si no de las poblaciones, al menos de la “elites” (¿la casta?) en posesión del discurso público, y permitió estigmatizar como “arcaicos” a los que osaban oponerse. El debilitamiento de las doctrinas de la izquierda, y la ausencia de toda alternativa al capitalismo, especialmente después del hundimiento de la URSS, han facilitado el proceso.

 

2.      El “Estado providencia” y la desmoralización de los individuos.

Un aluvión de informes y estudios han tendido a demostrar que las intervenciones del Estado social son catastróficas des del punto de vista económico. El subsidio de paro produce más paro pues desincentiva a encontrar trabajo; la gratuidad de los estudios empuja a la vagancia; las políticas de redistribución de beneficios desincentivan el esfuerzo, etc.

Pero el problema que plantean los neoliberales no es solamente económico, sino también “moral”. Afirman que el Estado social destruye las virtudes de la sociedad civil, la honradez, el sentido del trabajo bien hecho, el esfuerzo personal, la civilidad y el patriotismo. Una de las constantes del discurso neoliberal es su crítica de la “cultura del subsidio” engendrada por las coberturas excesivamente generosas de los riesgos por parte de los sistemas de seguridad social. No solamente recurren al argumento de la eficacia y el costo, sino que afirman la superioridad “moral” de las soluciones del mercado o inspiradas en él.

Algunos autores neoliberales recurren a los valores “tradicionales”, cosa que no deja de ser curiosa, pues es precisamente la dinámica individualista la que más ha contribuido a la erosión de los mismos. “Trabajo, familia y fe, son los únicos remedios contra la pobreza”[15]. Este tipo de argumentación es propia de los autores que Duguin califica de liberal-conservadores [16].

Un nuevo discurso que valoriza el “riesgo” inherente a la existencia individual y colectiva tenderá a hacer pensar que los dispositivos del Estado social son profundamente perjudiciales para la creatividad, la innovación y a realización de sí. La vida es presentada como una perpetua gestión de riesgos, y que reclama una rigurosa abstención de las prácticas peligrosas, el control permanente de sí y una regulación de los propios comportamientos. Esta “sociedad del riesgo” se ha convertido en una de esas evidencias que acompañan a las proposiciones más variadas de la protección y la seguridad privada. Un inmenso mercado de la seguridad personal, que va des de la alarma doméstica a las inversiones por jubilación, se ha desarrollado de forma proporcional a la debilitación de los dispositivos de seguridad pública.

 

3.      Un nuevo sistema de disciplina

En la lógica neoliberal la disciplina se disocia de cualquier proceso de coacción exterior y se orienta hacia la promoción de la “libertad de elegir”. Esta supuesta libertad se identifica, de hecho, con la obligación de obedecer a una conducta maximizadora en un marco legal, institucional, reglamentario, arquitectónico, relacional, que debe estar construido, precisamente, para que el individuo elija, con “toda libertad” lo que necesita elegir obligatoriamente, en su propio beneficio.

La estrategia neoliberal consistirá  en crear el mayor número posible de situaciones de mercado, o sea, en organizar por diversos medios (privatización, competencia entre servicios públicos, salida al mercado de escuelas y hospitales) la “obligación de elegir” se identifica de hecho con la obligación de obedecer a una conducta maximizadora. Todo el secreto del arte del poder, decía Bentham, es hacer de tal manera  que el individuo persiga su interés como si fuera su deber, e inversamente.

 

4.      La obligación de elegir

No hay un solo dominio donde la competencia no sea alabada como medio de acrecentar la satisfacción del cliente gracias al estímulo ejercido sobre los productores. La “libertad de elección” es un tema fundamental de las nuevas formas de conducta de los sujetos. Parece que no se pueda concebir un sujeto que no sea activo, calculador, al acecho de las mejores oportunidades.  Olvidando incluso todos los límites de sus beneficios, que muestra la teoría económica de hace al menos un siglo, la nueva doxa sólo quiere tener en cuenta la presión que el consumidor es capaz de aplicar sobre el proveedor de bienes y servicios. Se trata, en suma, de construir nuevas constricciones que sitúan a los individuos  en situaciones en las que se ven obligados a elegir entre dos ofertas alternativas y son incitados a maximizar su interés propio.

 

5.      La gestión neoliberal de la empresa

La disciplina neoliberal no se detiene en este modo “negativo” de orientar las conductas mediante reglas inmutables de un plan económico que se espera que los agentes racionales integren en su propio cálculo. Tampoco se reduce a la instauración de sistemas de competencia que obliguen a elegir, incluso más allá del consumo de bienes y de servicios mercantiles. Toda actividad humana se ve reducida a su significado económico: se habla de “inversión” en formación, e incluso de “inversión” en salud, o en “felicidad”.

Pero además de todo esto la extensión, de forma que podríamos llamar “totalitaria”, de la lógica de mercado ha tenido efectos muy sensible en la organización del trabajo y en las formas de empleo. Estas nuevas formas han definido un nuevo modelo de empresa que Thomas Coutrot ha llamado la “empresa neoliberal”[17]. La empresa ya no es concebida como una unidad de convivencia ni de vertebración social, ni siquiera como un equipo que trabaja coordinadamente para un fin. La mayor autonomía de los equipos o de los individuos, la movilidad entre “grupos de proyecto” y unidades descentralizadas se traducen en un debilitamiento y una inestabilidad de los colectivos de trabajo.

Hacer actuar a los individuos en la dirección deseada supone crear condiciones particulares que les obliguen a trabajar y a comportarse como “agentes racionales”. El resorte del paro y de la precariedad han sido un medio poderoso de disciplina, pero esta palanca negativa, cuyo resorte es el miedo no era suficiente. El management de las empresas privadas, que se ha exportado también a la función pública, ha desarrollado prácticas de gestión de la mano de obra, cuyos principios son la individualización de los objetivos y las recompensas, basadas en evaluaciones cuantitativas repetidas.

La externalización de determinadas actividades y la descentralización en unidades autónomas acrecienta la necesidad de evaluación para coordinar actividades. Esta nueva forma de organización de la empresa ha tenido consecuencias importantes sobre el trabajo y el empleo: intensificación del trabajo, acortamiento de los plazos e individualización de los salarios. Esto último reduce todas las formas colectivas de la solidaridad.

El colmo del autocontrol, que muestra lo perverso del mecanismo, viene cuando el asalariado es invitado a definir los criterios en función de los cuales debe ser juzgado y evaluado.


6.      La “tercera vía” de la izquierda neoliberal.

El éxito del neoliberalismo se debe no solamente a la adhesión de las grandes formaciones de centro-derecha, sino también a la porosidad de la izquierda socialdemócrata a las tesis neoliberales. Si ya los gobiernos de Felipe González en España y de Delors en Francia habían mostrado esta tendencia, fue con Tony Blair[18] y Anthony Giddens (principal ideólogo del New Labour) cuando se consumó del todo la rendición de la izquierda al neoliberalismo.

Lo más notorio de esta institucionalización del neoliberalismo consistió en la aceptación por parte de la izquierda de la visión neoliberal del mercado del trabajo [19]. En el plano doctrinal hay un abandono absoluto de cualquier referencia a Keynes. Para “diferenciarse” de la derecha, la izquierda neoliberal recurre a mitemas “progres”: aborto, matrimonio homosexual, derechos de los inmigrantes, “antifascismo”, que encajan perfectamente en la subjetividad neoliberal (y que no molestan en absoluto a los intereses del capital).

 

 


[1] Conferencia pronunciada en las IX Jornadas de la Disidencia. Madrid, 6,7 y 8 de Marzo de 2015.

[2] Ver Denort, F. (2001) “Aux origines du néolibéralisme en France: Louis Rougier et le Colloque Walter Lippmann de 1938” Le Mouvement social, nº 195, pp. 9-34.

[3] Ver Hartwell, R.M. (1995) A history of the Mont-Pèlerin Society. Indianapolis, Liberty Fund.

[4] Daniel Mato, obra citada.

[5] La Cuarta Teoría Política, p. 175.

[6] Esperanza Aguirre, una de las pocas figuras del Partido Popular que parece haber leído algo más que el Marca, ha manifestado en repetidas ocasiones su admiración por la obra de Hayek.

[7] A pesar de este discurso, algunos neoliberales como Milton Friedman, han visto con buenos ojos a determinadas dictaduras militares, como de la Pinochet en Chile,  que seguían ciegamente sus recetas económicas y ajustaban sus políticas a las directrices del Fondo Monetario Internacional.

[8] Von Mises (1985) L’Action humaine, Traité d’économie. Paris, PUF, p. 297.

[9] Ver Hayek, F. (1980) Droit, legislation et liberté, Paris, PUF; (1994) La Constitutión de la Liberté, Paris, Litec; (2002) La Route de la servitude, Paris, PUF.

[10] Hayek, F. (2007) “What is Social? What does it mean?” en Essais de philosophie, de science politique et d’economie. Paris, Les Belles Lettres.

[11] Ver Hayek, F. Los principios de un orden social liberal. Trabajo presentado en el encuentro de Tokio de la Sociedad Mont Pelerin en septiembre de 1966.

[12] La expresión “nueva derecha” aplicada a esta corrientes políticas no debe confundirse con la escuela de pensamiento que nace en Francia, y que se llama también “nueva derecha”. Sus presupuestos ideológicos son absolutamente opuestos a los del neoliberalismo.

[13] Fundada en 1973 por David Rockefeller, agrupa a miembros muy selectos de la élite económica y política de la “triada”: Estados Unidos, Europa y Japón.

[14] Crozier, M., Huntington, S. y Watanufi, J. (1975) The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilaterla Comission. Nueva York, New York University Press.

[15] Milton y Rose Friedman (1984) La Tyrannie du statu quo. París, Lattès, p. 211.

[16] Duguin, obra citada, pp. 117-118

[17] Coutrot, T. (1998) L’Entreprise néo-libérale, nouvelle utopie capitaliste. Enquête sur les modes d’organisation du travail. Paris, La Decouverte.

[18] Es especialmente significativa la participación de Blair, junto con Aznar y Busch, en la cumbre de las Azores, donde se decidió el ataque a Iraq.

[19] En España, por ejemplo, las reformas laborales llevadas a cabo por los gobiernos socialistas, participan de la misma filosofía que las de los gobiernos del Partido Popular.

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