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HABLAR DE LO DIVINO.

EL PROBLEMA DE INSUFICIENCIA EN EL LENGUAJE RACIONAL

 

Patricio Iván Pantaleo.

 

UNSL (Universidad Nacional de San Luis); UCC (Universidad Católica de Córdoba) - Argentina

 

 

INTRODUCCIÓN

 

El objetivo del presente trabajo es, por un lado, dar cuenta de cómo lo divino es presentado en el discurso lógico-racional con características propias del campo, es decir, mediante argumentos coherentemente organizados, tomando como ejemplo el desarrollo de la teología política. Por otra parte y en contraste con lo anterior, se pretende indagar el papel que, tanto el lenguaje simbólico como el silencio juegan en el acceso cognitivo de lo divino, propiciando una experiencia diferente de la presentada en la teología política.

Para abordar los objetivos propuestos se parte de la siguiente hipótesis: El mensaje de lo divino es transmitido, en las principales tradiciones religiosas, a través de un lenguaje simbólico. El posible conocimiento de dicho mensaje viene dado, principalmente, por una meditación personal sobre el símbolo, donde el silencio y la contemplación adquieren roles fundamentales. Frente a esto, la pretensión de acceder al conocimiento de lo divino mediante la argumentación lógico-racional, y a través de una comprobación empírico-comunal presente en la teología política, exhibe dos problemas consecuentes: la insuficiencia expresiva del lenguaje racional que cohíbe y limita la experiencia religiosa, y la defensa de un acceso a lo divino que se acomode a las falencias del lenguaje utilizado.   

Dos acápites principales constituyen la organización del desarrollo en el presente trabajo. En primera instancia, el apartado “La experiencia argumentativa de lo divino” indaga las principales concepciones que en la teología política, de la mano de la filosofía, se proponen sobre la experiencia divina. En el segundo, “La experiencia silenciosa de lo divino”, se retoma la importancia del lenguaje simbólico y la contemplación en la experiencia mística de lo divino.   

 

 

LA EXPERIENCIA ARGUMENTATIVA DE LO DIVINO

 

La experiencia de lo divino en la tradición católica, como en las demás religiones monoteístas de la actualidad, se plantea un gran interrogante en el siglo XX. Un siglo que se inicia con la esperanza en la razón y se desayuna con dos guerras mundiales y la expresión del sufrimiento humano en los campos de concentración alemanes, genera replanteamientos existenciales en la teología como en la filosofía. Ambas, adhieren a la crítica a la razón, expresada ésta en términos decimonónicos, y a su utilización por la clase burguesa para fundamentar el reacomodamiento en la repartición mundial de la renta capitalista de mediados de siglo. Específicamente, la teología “progresista” europea, como sostiene Moltmann[1], se cuestiona frente al conservadurismo eclesiástico, cómo se puede seguir planteando un discurso teológico que verse sobre la experiencia de lo divino a partir de este convulsionado contexto de mediado de siglo. Para decirlo de la manera habitual, surge el interrogante ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz? De igual manera, la teología latinoamericana, siempre marcando la diferencia con los “progresistas” de Europa, se planeta también la relación de las víctimas con la experiencia divina. Si bien, no es la intención aquí marcar las diferencias y similitudes de las teologías postconciliares en cuanto al papel de las víctimas, sirve esta aclaración para destacar los cuestionamientos que se dan en la segunda mitad del siglo XX, en lo que se denomina generalmente como “teología política.”[2]

El sufrimiento humano empieza a ser considerado como social y la teología, en su lectura de los “signos de los tiempos”, empieza adquirir la función necesaria de dar respuestas sociales genuinas, que se tornen en una transformación social que responda a víctimas, excluidos y marginados. La teología se encuentra así, en la misión de interpretar y entender el mensaje divino. No se pone en cuestión la interpelación y el protagonismo que la teología postconciliar da a las víctimas, sino a las respuestas que ofrece, y a las pretensiones gnoseológicas y de legitimación que bajo ellas subyacen. “¿Puede una teología digna de este nombre seguir impasiblemente hablando de Dios y de los hombres, como si a vista de ella no hubiese que revisar a fondo la supuesta inocencia de nuestras palabras humanas?”[3] La respuesta de los teólogos políticos sería: “para hablar de Dios en este tiempo, se ha de tener presente el contexto, el momento y la solidaridad social.”[4] Se debe contextualizar, analizar y hablar de la experiencia de lo divino desde un contexto socio-histórico que legitime el discurso teologal en el contexto argumentativo actual. Un contexto argumentativo político, donde la religión pase de la privacidad, a la esfera pública para “…hacer de la palabra de salvación una palabra socialmente eficaz.”[5]

Para los objetivos anteriormente propuestos, la teología política postconciliar y la teología conservadora contra la cual ésta dirige sus principales críticas, presentan una misma experiencia de lo divino. Ambas, enmarcadas en una concepción catafática, conciben una experimentación posibilitada a través del intelecto y la razón humana, lo que también posibilita ser comunicada, ser hablada. La experiencia de lo divino es cognoscible a través de la razón. Así, para los cuestionamientos que se plantea la teología política, se contrapone una consigna que ésta no ha premeditado. La pregunta sería, ¿es posible tan sólo hablar de Dios? ¿Cómo se expresa lo inefable? La teología política parte de un supuesto de legitimación afirmativo, de posibilidad y dialogo social, comunicable y compartible. La experiencia de lo divino está dada, y es reconocible en los “signos de los tiempos”. El misterio y las limitaciones de la razón humana, cada vez tienen menos lugar en el discurso y la práctica de la teología contemporánea. Se plantee ésta como política progresista o dogmática conservadora, la realidad percibida por el ser humano está dada, lo real es indiscutible y la perspectiva elaborada por cada una, es lo único cierto. El dialogo o la interpelación con lo divino, está guiada por la razón y la retórica humana. Es la razón quien facilita la expresión de la voluntad divina. No es posible, en una sociedad politizada y post-secular, que la religión adquiera un papel existencial y mistérico. La religión, ante todo, debe dar primero cuenta de y en lo social.

En esta experiencia histórico-política de lo divino, el silencio es entendido mayoritariamente en el mismo sentido, es decir en su carácter peyorativo y de complicidad. El silencio es comparado con la inacción, y ésta, como asentimiento de las injusticias llevadas a cabo en el mundo por los poderes de turno. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, la teología política y la argumentación racional de lo divino, pierden de vista el carácter activo de la contemplación y la capacidad cognitiva del silencio. Más allá de que el conservadurismo eclesiástico ha pecado de omisión en contadas veces, no es ese el silencio al cual aquí se hace referencia. Más bien, desde una perspectiva mística, se refiere al silencio contemplativo y al carácter social constructivo que ello presenta. Este acceso a la experiencia de lo divino propio de la teología apofática posibilita una integración, junto al fuerte papel protagónico que la teología política da a las víctimas, que podrían nutrir la experimentación socio-personal de lo divino para los tiempos actuales.

 

LA EXPERIENCIA SILENCIOSA DE LO DIVINO

 

Los cambios que han alterado el mundo y que han generado, en gran parte, los sufrimientos de Auschwitz, son los mismos que guían las reformulaciones contestatarias de la contemporaneidad. El siglo XX presenta, dialécticamente, un proyecto representante de la avidez capitalista por abrir mercados y generar ganancias, y otro representante de la propiedad comunal y de la eliminación, previa revolución, de la diferenciación clasista que genera el capitalismo. Sin embargo, y según nuestro análisis, la esencia del proyecto egoísta, y que caracteriza el derrotero histórico que culmina en el siglo XX con la desigualdad y el sufrimiento, permanece desde los movimientos que pretenden superación, incuestionable. La razón subsiste como paradigma fundamental de Occidente, y su empirismo e instrumentalización, más allá de las críticas filosóficas, continúan práxicamente ejercidos.

La teología catafática, y más aún el desarrollo político postconciliar, pone en cuestión las principales falencias del sistema, intenta brindarle voz a las víctimas y excluidos pero, sin embargo, continua con la argumentación lógico-racional como arma de combate contra el sistema. Desde nuestro análisis, es aquí donde el desarrollo apofático puede brindar una superación. Superación, claro está, que implica la incómoda máxima de pregonar el cambio, primero, en la experiencia individual, para luego transmitirla a la sociedad. Ésta valoración implica un combate a priori contra toda una tradición que valora lo empírico y una concepción de lo real desde perspectivas cartesianas y estáticas. Moltmann sostiene al respecto que

 

“Desde que la praxis fue entronizada como el criterio de verdad, la meditación ha sido considerada como falsa puesto que es especulativa. La verdad ha de ser "siempre concreta" (B. Brecht) y la meditación, en cambio, es siempre considerada como abstracta, como lejana a la realidad y a la acción. Las sociedades que estimulan una vida de actividad y premian sólo sus éxitos, tienen a la meditación como algo trasnochado e inútil.” [6]

 

Por esto, en una sociedad donde sus principales protagonistas políticos, sean conservadores o progresistas, valoran el progreso material por sobre todas las cosas, una propuesta silenciosa y austera representa, realmente, una posición superadora. El interés actual es por puro dominio[7], donde el poder y su ejercicio representan hoy el verdadero estímulo de la acción, y la única posibilidad de cambio. El poder social, es hoy la fe, el horizonte de expectativas[8] a perseguir.

La meditación y la contemplación, como oposición a la forma de vida que el mundo actual venera, se inscriben como posible aporte personal y social que nutre los intentos vanos y agotados de transformación, ejercidos por la razón. Moltmann, acorde a eso, sostiene que “…en el mundo moderno la razón es funcional: "sólo reconoce lo que se ha producido según su plan" (Kant). Y prácticamente nada más. La razón ya no es un instrumento receptivo. En cambio la meditación es una forma de recibir, de aceptar, de compartir.”[9]

La experiencia mística de lo divino, donde el silencio y la contemplación son la acción y el símbolo, el medio de comunicación, aporta al juicio y al discurso político, un a priori fundamental que es cimiento de toda ética, y de todo verdadero dialogo; la capacidad de respetar la opinión del otro, de empeñar el máximo esfuerzo en el entendimiento de una realidad opuesta y no en su mero juzgamiento, y saber construir y no imponer, vienen dado principalmente por el silencio y la contemplación.

La experimentación mística tiene así un rol fundamental para las sociedades contemporáneas. Ésta representa la posibilidad de cultivo de éstos medios, un campo de experimentación que posibilita el cambio de las bases racionalistas sobre los que la sociedad actual se sienta. Cuando prima la razón, el argumento y la intencionalidad de construir conjuntamente, sólo resta la capacidad de valorar al otro, de escucharlo y aceptarlo en su integridad, para que el cambio sea genuino y perdurable. El desprecio de antaño por el silencio y la contemplación, sea en la teología como en la filosofía, se encuentra hoy frente a estas premisas que brindan una oportunidad, no sólo como forma social, sino, ante todo, de crecimiento personal. Pregonar por una validación de la experiencia mística, en un mundo catafático, es, desde nuestro análisis, una verdadera superación.   

 

CONCLUSIÓN

 

En este breve análisis se puede visualizar las conclusiones a las que se arribó. Por un lado, la insuficiencia programática que representa la argumentación lógico-racional y la forma de experiencia y conocimiento que ella encarna, demostrado en los acontecimientos históricos que se desarrollaron en el siglo XX hasta la actualidad. Por otro, la fe que siguen pregonando los proyectos alternativos que no ven en la razón la principal causa de la marginalización social, sino que la siguen concibiendo como un medio posible de superación y liberación, como se puede evidenciar en la teología progresista europea, como en la teología de la liberación latinoamericana. Por último, la alternativa y complementación que puede representar la cognición y la experiencia derivada de la teología apofática. Se comparte aquí con Moltmann cunado sostiene que

 

“…necesitamos por los menos un cierto equilibrio entre la vita activa y la vita contemplativa si no queremos echarnos a perder psicológica y espiritualmente. (…) La actividad social o política no es un remedio para la debilidad personal. Quien desea trabajar para los demás, pero ni ha profundizado en su conocimiento propio, ni ha madurado en su capacidad de amar, ni ha conseguido su libertad interior, no encontrará en sí mismo nada que ofrecer a los demás.”[10]

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

  • Beptist Metz, J. (1968) “Teología política”, en Selecciones de teología, Vol.: 7, Sumario 25.
  • Beptist Metz, J. (1994) “Cómo hablar de Dios frente a la historia de sufrimiento del mundo”, en Selecciones de teología, Vol.: 33, Sumario 130.
  • Koselleck, R (1992) Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Paidos: Barcelona.
  • Moltmann, J. (1981) “Teología de la experiencia mística”, en Selecciones de teología, Vol.: 20, Sumario 79.
  • Moltmann, J. (1998) “Hablar de Dios en este tiempo. La herencia de la teología política”, en Selecciones de teología, Vol.: 37, Sumario 148.
  • Painadath, S. (1997) “Despertar la mística en la Iglesia”, en Selecciones de teología, Vol.: 36, Sumario 143.
  • Schellenberger, B. (2007) “Hablar de lo inefable: ¿Cómo se puede hablar hoy de Dios?”, en Selecciones de teología, Vol.: 42, Sumario 182.
  • Sobrino, J. (s/d) Hablar de Dios desde la experiencia de las víctimas. Apunte de cátedra. Pp.: 175-184.

 

 



[1] Cf.: Moltmann, J. (1998) “Hablar de Dios en este tiempo. La herencia de la teología política”, en Selecciones de teología, Vol.: 37, Sumario 148.

[2] Cf.: Beptist Metz, J. (1968) “Teología política”, en Selecciones de teología, Vol.: 7, Sumario 25.

[3] Beptist Metz, J. (1994) “Cómo hablar de Dios frente a la historia de sufrimiento del mundo”, en Selecciones de teología, Vol.: 33, Sumario 130. Pág.: 1.

[4] Moltmann, J. (1998) Op. Cit. Pág.: 3.

[5] Baptist Metz, J. (1968) Op. Cit. Pág.: 4.

[6] Moltmann, J. (1981) “Teología de la experiencia mística”, en Selecciones de teología, Vol.: 20, Sumario 79. Pág.: 1.

[7]Cf.: Ibíd. Pág.: 2.

[8] Cf.: Koselleck, R (1992) Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Paidos: Barcelona.

[9] Moltmann, J. (1981) Op. Cit. Pág.: 2.

[10] Ibíd. Pág.: 2.

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