Un libro ejemplar.
Recensión del libro “Ángel Ossorio y Gallardo. Biografía política de un conservador heterodoxo”. Antonio M. López García. Reus Editorial. Madrid, 2017.
Joaquín J. Marco Marco
Profesor Derecho Constitucional. Universidad CEU Cardenal Herrera
Socio de la Asociación Valenciana de Politología (AVAPOL) (España)
Como el lector de esta reseña podrá comprobar conforme vaya avanzando en la lectura de la misma, la decisión de Antonio M. López de estudiar en profundidad la biografía política de Ángel Ossorio y Gallardo ha posibilitado que aquellos -entre los que me incluyo-, que desconocíamos la profundidad y el interés del personaje, hayamos descubierto a un político que, sin pertenecer a los que suelen destacarse como referencia indiscutible del siglo XX, sí desempeñó un papel relevante durante la primera mitad de dicha centuria. La obra de López, minuciosa y cuidada, lleva a cabo un análisis omnicomprensivo del abogado y político madrileño, cubriendo el vacío existente respecto de su figura: hasta la fecha, los estudios acerca de Ossorio eran de carácter tangencial; ahora, gracias al ímprobo trabajo de López, contamos con una monografía integral que, a la vista de la lectura del libro, resultaba necesaria.
Ossorio y Gallardo, madrileño de nacimiento y de convicción, nació en 1873, durante la escasa vigencia de la I República española. Tras obtener su Licenciatura en Derecho, comenzó a ejercer como Abogado en 1894, llegando a gozar de gran prestigio y convirtiéndose en uno de los más destacados letrados de su época. Además, como hombre ilustrado que era, también le atraía la escritura, dedicación que en algunos momentos de su vida compaginaría con el Derecho en obras como “El Alma de la Toga” (1919) o “Los Hombres de Toga en el Proceso de D. Rodrigo Calderón” (1934).
Dado que su vida transcurría entre togas y tribunales, su llegada a la política se produjo, tal y como relata López, “por casualidad”. La decisión de implicar a las organizaciones sociales en la vida política de Madrid y, particularmente, en su Ayuntamiento, hizo que Ossorio, que era Secretario de la asociación por el Fomento de las Artes, se acabara convirtiendo en Concejal del mismo en 1899. A partir de ese momento, su gran pasión, la abogacía, comenzará a compartir espacio con la política.
Pero, sin duda, el “salto de calidad” en su actividad política se produjo en 1903. De cara a las elecciones legislativas de ese año, el sector más joven y alternativo del Partido Conservador le propuso al entonces Alcalde de Madrid, Portazgo, que se presentara como candidato en la circunscripción de Caspe. El Alcalde no consideró oportuno dar ese paso y se lo propuso a Ossorio, quien, marcado por su carácter temperamental, aceptó y, sabiéndose en desventaja al no ser el candidato oficial, buscó apoyos en Maura, en ese momento Ministro de Gobernación. Ese contacto con Maura, que le recomendó pisar suelo aragonés, pues “las elecciones se ganan en el terreno”, marcaría su vida política durante varias décadas.
Ossorio alcanzó la credencial de Diputado en dichas elecciones y, pese a los muchos avatares que sufrió en las siguientes convocatorias -todas ellas exquisitamente relatadas por López en la obra de la que estamos hablando-, la renovó durante varias legislaturas, siendo Diputado por Caspe durante 20 años de forma ininterrumpida, algunos de ellos compaginados con otros cargos como Gobernador de Barcelona (1907-1909), Concejal del Ayuntamiento de Madrid (1917-1919) o Ministro de Fomento (4 meses en 1919).
Como ya he anticipado, su condición de “maurista” propició que, tras el acceso del mallorquín a la Presidencia del Gobierno (1907), le propusiera ser Gobernador de Barcelona. Ossorio, al que, como ya hemos dicho, le gustaba la acción, aceptó y desarrolló su gestión hasta el mismo momento en que comenzaba la “Semana Trágica” de Barcelona, cuando decidió dimitir. Su experiencia en Barcelona quedó reflejada en otra de sus obras “Barcelona. Julio de 1909: Declaración de un testigo” (1910). Además, su interés por la cuestión catalana le llevó a analizarla desde una perspectiva histórica, elaborando su Tesis Doctoral sobre la “Historia del pensamiento político catalán durante la guerra de España con la República francesa (1793-1795)” (1913).
La “Semana Trágica” no sólo propició la dimisión de Ossorio sino que puso fin a la segunda etapa de Maura como Presidente del Gobierno (el llamado “gobierno largo” de Maura). A consecuencia del trato que el propio Partido Conservador dio a Maura tras el traumático final de su “gobierno largo” con el ajusticiamiento del anarquista Ferrer i Guardia, Ossorio creó -en 1913- el movimiento “maurista” para defender la figura del mallorquín, propiciando así la escisión en el seno de su antiguo partido. El “maurismo” quedó reflejado en un credo (no exactamente un programa político) cuyos puntos clave eran: el catolicismo secular; la monarquía constitucional; la democracia; el liberalismo; la protección de los obreros; el reconocimiento de distintas entidades históricas en España; el ejército; y la defensa de la verdad.
Posteriormente, como relata López en otro delicioso capítulo de su obra, esa misma relación con Maura le permitió ser Ministro de Fomento (durante el cuarto Gobierno de Maura) entre abril y julio de 1919. La experiencia, evidentemente breve, no estuvo exenta de intensidad, pues tuvo que hacer frente a sendas huelgas, tanto en telégrafos, como en el ámbito agrario. La huelga de telégrafos, que tenía al país incomunicado, se produjo a raíz de unas manifestaciones de Cierva, Ministro de Hacienda, en las que proponía disolver los Cuerpos de Correos y Telégrafos. El Consejo de Ministros se planteó que fuera el Ejército quien frenara la huelga, pero Ossorio propuso frenarla haciendo uso de un “ejército civil” conformado por ingenieros, geógrafos y guardavías; y lo consiguió en pocos días, ganándose las alabanzas de los medios de comunicación. Más grave resultó la huelga que, con motivo del caciquismo y el hambre, castigaba los campos de Andalucía y Extremadura. La situación, particularmente explosiva en el campo andaluz, provocó muertes y numerosos heridos antes de que el Ministro pudiera apaciguar la situación con un plan de choque, aunque la brevedad de su mandato le impidió trabajar a largo plazo para alcanzar una solución definitiva. Las situaciones vividas y el abrupto final del Gobierno desagradaron sobremanera a Ossorio quien evolucionó desde el maurismo hacia la Democracia Cristiana de Severino Aznar, con quien fundará el Partido Social Popular, de efímera existencia (1922-1923).
La Dictadura de Primo de Rivera, con quien Ossorio no compartía en absoluto visión política, puso fin a la primera gran etapa de su actividad pública. Durante los años siguientes retomó con mayor dedicación su vertiente jurídica y social. Así, fue Presidente del Ateneo de Madrid (1923-24), Presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (1928-1930) y Decano del Colegio de Abogados de Madrid (1930-1932). Además, durante este período, pese a considerarse monárquico, pidió la abdicación de Alfonso XIII pues, desde su punto de vista, la monarquía tenía que ser democrática. Así, paso a considerarse a sí mismo como “un monárquico sin Rey, al servicio de la República”, aunque no compartiera todos los extremos republicanos, particularmente su anticlericalismo.
Así, durante la II República retomó su actividad política, siendo elegido en 1931 Diputado por Madrid, en esta ocasión como independiente junto a Melquíades Álvarez y Sánchez Guerra. Durante este período Ossorio se reencontró con dos cuestiones políticas de gran relevancia con las que ya había lidiado en su experiencia política pasada y que ahora volvían a la palestra: el problema nacionalista catalán y la reforma agraria. Cómo no, ambas son profusamente abordadas por López en su estudio. D. Ángel fue Diputado hasta 1933.
Su persistente apoyo a la República, su inequívoco y radical rechazo al alzamiento del 18 de julio de 1936, así como su prestigio profesional hicieron que Ossorio y Gallardo, que ya contaba 63 años, fuera elegido Embajador de España en Francia y Bélgica entre 1936 y 1938. Tuvo la difícil tarea de mediar con los católicos europeos y tratar de defender las posiciones (y lavar la imagen) de los republicanos españoles, algo que debía resultar un tanto más sencillo para un conservador católico dotado de autoridad moral. En 1938 sería designado Embajador en Argentina y allí -en Buenos Aires- estaba cuando finalizó la Guerra Civil, por lo que se quedó exiliado, formando parte del Gobierno español en el exilio (con Giral), hasta su fallecimiento en 1946.
El libro de López tiene la virtud de no ser, únicamente, un estudio de su principal protagonista, sino también del pensamiento político de la época, resultando particularmente interesante el Capítulo IV, dedicado a la Democracia Cristiana. Dicho Capítulo analiza cuestiones como el concepto de democracia cristiana; su evolución; sus principios y fuentes ideológicas; su desarrollo en el contexto europeo; y, sobre todo, sus particularidades en el ámbito español, profundizando en el concreto pensamiento de Ossorio. El autor apunta que en la visión de D. Ángel el aspecto esencial es el valor del hombre como fin en sí mismo y como propietario de derechos esenciales contra los que ninguna institución humana puede atentar. Por ello, entre los principales referentes de Ossorio se encuentran Papas como León XIII o Pío XI; religiosos como Ketteler, Mercier o Balmes; y laicos como Maritain.
La obra desmenuza, con detalle y apasionamiento, todo el periplo que acabo de resumir, periodo que, obviamente, no abarca únicamente la biografía de Ossorio, sino la historia política de España durante la primera mitad del siglo XX, que no es poco. Y todo ello lo hace con la dificultad de “desnudar” a un político poliédrico, singular, polémico… como dice el título del libro, heterodoxo. Si osado se suele considerar a Ossorio, no menos osado ha sido Antonio M. López al decidirse a realizar este profundo estudio y convertirlo en un libro, cuya lectura recomiendo.