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Nación católica e Imperio en la Filosofía de la Historia de García Morente*

 

David Soto Carrasco.

Doctor Europeo en Ciencia Política por la Universidad de Bolonia (Italia).

Profesor Asociado de la Universidad de Murcia (España).

 

Resumen: La obra intelectual de Manuel García Morente (1886-1942) es síntoma del trauma de la historia cultural española durante los primeros años del franquismo y de la vertiginosa institucionalización del mismo. Discípulo de Ortega, traductor de Kant y decano de la Facultad de Filosofía de la España republicana, pronto marchó al exilio, y tras una serie de experiencias místicas, regresa a España y es ordenado sacerdote. Bajo el régimen franquista, García Morente acometió la tarea de extraer de la historia de España su sentido profundo como Filosofía de la Historia. Para ello, insistió en el valor de la idea de “Hispanidad” como relato constituyente de la “futura España” monárquica, imperial y católica.

Palabras claves:  Hispanidad, Filosofía de la Historia, nación católica, Imperio.

 

Abstract: The intellectual work of Manuel García Morente (1886-1942) is a symptom of the Spanish cultural history trauma during the first years of Franco’s regime and its dizzying institutionalization. He was disciple of Ortega, translator of Kant and dean of the Faculty of Philosophy of the Republican Spain, soon went into exile, and after a series of mystical experiences, he returned to Spain where he was ordained priest. Under the Franco regime, García Morente undertook the task of extracting from the history of Spain its deep meaning as Philosophy of History. For this, he insisted on the value of the idea of "Hispanidad" as a constituent account of the monarchical, imperial and catholic "future Spain".

Palabras claves: Hispanicity, Philosophy of History, Catholic nation, Empire.

 

1. Introducción.

 

Las fuerzas que se alzaron contra la Segunda República y que llevaron al general Francisco Franco al poder siempre tuvieron como aspiración la constitución de una nación católica existencial, de tal manera que se hiciera imposible avanzar hacia un sistema asentado sobre una dinámica de soberanía popular. El régimen tomaría, por tanto, la forma de una dictadura soberana, bajo las premisas conceptuales schmittianas, que había desarrollado con brillantez, pero con poco éxito, Ramiro de Maeztu para la dictadura de Primo de Rivera[1]. De este modo, Franco se presentó como un poder soberano, limitado nada más que por su propia voluntad; pero también restringido, como potencia carismática, por la tradición. Esta doble limitación, elevó la guerra civil a “cruzada” y mantuvo al Caudillo como paradigma de gobernante católico.

Bajo esta perspectiva, de la Guerra Civil surgió un régimen que hasta 1943 se presentaría como fascista. No pretendemos con este trabajo discutir o dilucidar si así lo fue. No obstante lo que sí hubo fue una organización, el partido único de FET de las JONS, que durante los primeros años fue sin duda un movimiento fascista[2]. Sin embargo, a partir de los duros años para el régimen de 1945, 1946 e incluso 1947 se pasará a poner mucho más énfasis en el anticomunismo del sistema y en la defensa de los “valores de la civilización cristiana” buscando así una cierta alineación con Occidente[3]. Se propondrá, por entonces, la fórmula de la “democracia orgánica” que con el tiempo iba a consolidarse en las siguientes etapas del régimen. Se promulgan sucesivamente el Fuero de los Españoles (de 17 de julio de 1945), declaración muy limitada de derechos humanos reconocidos por el nuevo Estado, y la ley de Referéndum Nacional (de 22 de octubre de 1945); poco después la ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (de 27 de julio de 1947), que elevaba a las anteriores al rango de Leyes Fundamentales, junto con el Fuero del Trabajo y la Ley Constitutiva de las Cortes. Con el paso del tiempo, los distintos sectores políticos-intelectuales que componían el Movimiento desde sus inicios (Falange Española, tradicionalistas, Monárquicos de Renovación Española y Asociación Católica Nacional de Propagandistas[4]) aglutinados y equilibrados por la dirección de Franco, van a modificar sus posiciones, y los monárquicos y ACNP van adquirir más determinación dentro de régimen que llevará a este a posiciones discursiva e icónicamente menos totalitarias y más tradicionalistas. Así, mientras las publicaciones de Falange continuaban refiriéndose a la “revolución nacional proletaria”, la derecha tradicional y católica, junto a la Iglesia, hablaban más bien de “contrarrevolución”[5]. En este sentido, este texto esboza a través de la figura de García Morente como una parte del pensamiento político y filosófico que se desarrollará bajo el franquismo, y que acabará imponiéndose durante su período de institucionalización, entronca con el pensamiento tradicionalista y antimoderno clásico español. La historia de España se convertirá en Filosofía de la Historia[6], y, por tanto en la búsqueda y continuación de su “esencia eterna”[7]. Se pretenderá un vaciamiento del Estado Moderno, en provecho de la resurrección de un mundo medieval. Frente al liberalismo, al marxismo, e incluso al fascismo, se volverá a plantear la alternativa del catolicismo político reaccionario asentado sobre la Tradición. De aquí en adelante, toda posibilidad para el nuevo estado comenzó a pasar por sumisión a la “política del cielo”[8].

Esta hipótesis toma como punto de partida las teorías del historiador de la cultura y filósofo alemán Hans Blumenberg sobre la secularización, que aquí no podemos desarrollar en toda su amplitud[9]. Para el alemán, la modernidad es una respuesta absoluta (consistente en la autoafirmación humana, en la autonomía del hombre con respecto a la modernidad o a toda trascendencia) a un desafío absoluto, el del nominalismo o el de la Reforma, que eleva hasta tal punto la omnipotencia divina, que el Dios absoluto, para el cual no existe ningún límite, ni siguiera el de engañar a los hombres, se convierte en superfluo porque no desempeña función de asegurar el mundo [10]. Con la Reforma se vino a reconocer la separación estricta entre los dos reinos, el temporal y el espiritual. De tal modo, que a los estados y a las demás instituciones humanas ya no les afectaba la reflexión sobre el insondable y absoluto poder divino. Sin embargo, esta tesis difícilmente se podía sostener en España donde el catolicismo conservaba todo su poder e influencia. Para los teólogos españoles el discurso sobe la potentia ordinata Dei se impone sobre la espinosa cuestión de la potentia absoluta[11]. Mientras que en el contexto de la Reforma se llevará a cabo la separación de la esfera teológica de las otras esferas, y se afirmará la potencia del hombre para construir sus propias instituciones; en el mundo católico no se producirá la autonomización de los saberes humanos, persistirá la absolutización teológica. Todo ello ayuda a explicar la debilidad como doctrina política del fascismo español y que éste no llegará a imponerse de manera definitiva[12]. El tradicionalismo español iba por otro lado. Así lo recuerda el falangista Antonio Tovar al recordar los primeros días del alzamiento:

 

“al lado de la JAP, la CEDA, don Luciano de Calzada, los requetés, los miembros de Renovación Española y las innumerables milicias locales de los caciques de cada pueblo me di cuenta que la Falange, paradójicamente, resultaba lo más europeo, lo más moderno y hasta lo más liberal de todo aquello”. [13]

 

Bajo estas premisas, en el primer epígrafe se lleva a cabo un aproximación al concepto de nación católica en el pensamiento reaccionario español y en García Morente, en el segundo nos acercamos a su reflexión sobre el concepto de Hispanidad, se concluye con una aproximación a la concepción imperial del autor, muy alejada de una concepción territorial soberana y se apostilla con una conclusión en la revela la necesidad de Morente de construir una legitimidad para el franquismo en base a la historia de España mediante la construcción ad hoc de una suerte de Filosofía de la Historia.

 

2. El concepto de nación en el pensamiento reaccionario español.

 

          Como ha advertido Antonio Rivera[14] la historia de las instituciones sociales y de las fuentes filosófico-políticas exige ser muy preciso en la selección, estudio y utilización de los conceptos. Por eso, es necesario, primero, subrayar de donde emerge la racionalidad específica que reanuda García Morente, y que se ha denominado pensamiento reaccionario español. Hay que recodar que el argumentario ideológico de los reaccionarios españoles fue desarrollado y construido durante la revolución liberal entre 1808 y 1823, que dicho conflicto histórico-político revela una consecuencia inmediata que atraviesa toda la historia de España: la impotencia del pensamiento liberal hispánico para ofrecer convincentemente a la sociedad hispana un horizonte moderno, estable y eficaz frente a la interpretación apocalíptica de su rival. Creemos, que esto fue así porque el liberalismo español nunca tuvo la fuerza ni la legitimidad suficiente para poder institucionalizar la nación como un dios absoluto, quedaría en simple potentia ordinata[15]. Así lo podemos ver en torno a 1808-1812 y se reveló con todo su esplendor en 1814, 1820, 1823, etc. Es más, como han señalado algunos autores[16], quedaría proclamado constitucionalmente en el artículo 12 de aquella primera ley fundamental: “La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”. Nunca se dio por tanto una verdadera secularización, a lo más que se llegaría fue al relativo cuestionamiento de la esfera económica: la desamortización fue el gris resultado de ello. El pensamiento reaccionario rechazará cualquier teoría que asiente la nación sobre la soberanía popular, al tiempo que pretenderá limitar cualquier absolutismo expansivo por parte del monarca.

Bajo este prisma, el pensamiento reaccionario durante el franquismo va a ser, a nuestro modo de ver, en algunos aspectos una continuación del pensamiento reaccionario de los siglos anteriores. La cuestión fundamental para el pensamiento reaccionario iba a ser a raíz de la revoluciones liberales, la de como impedir que el Estado se convirtiera en un peligro. Por ello, José Luis Villacañas ha podido señalar que:

El pensamiento reaccionario no fue la obra de unos cuantos frailes traduciendo autores extranjeros. Fue la obra de los grupos sociales y estamentos detentadores de la administración religiosa, jurídica y militar luchando en la batalla política contra la irrupción de una sociedad civil libera y democrática, tanto en Cádiz, como en Bayona. De este manera, se concretó la penetración conceptual victoriosa de la sociedad estamental en la obra de la misma revolución por medio del derecho histórico y la ortodoxia católica[17].

 

El argumento era el siguiente: la Iglesia como administración territorial y potencia internacional había perdido ya toda su fuerza, de ahí que sólo una “construcción interna al Estado podría detener la aspiración de todo Estado a un poder absoluto incluso por encima de la Iglesia” [18]. El mal había pasado del corazón del hombre al corazón de las instituciones[19]. Por ello, el pensamiento reaccionario se dedicará al estudio de la soberanía. En este sentido, desde las Cortes de Cádiz, hasta algunos sectores del pensamiento reaccionario durante el Franquismo, pasando por la legitimación de uno de los bandos de la Guerra Civil, el principio de sociedad civil moderna se verá acosado por la ortodoxia católica y, consecuentemente por una idea de una comunicad histórica católica. Para estos sectores, España había sido formada como nación por la acción combinada de la fe católica y la Monarquía. Ya en su momento, Balmes había afirmado: “Por lo que toca a materias religiosas no cabe en España transacción: el catolicismo debe ser respetado y acatado en toda extensión de la palabra”[20]. Catolicismo y Nación serán así los dos polos del pensamiento antiliberal y conservador español. Frente a la sociedad civil sive res publica el pensamiento reaccionario planteará la existencia de una nación histórica católica y española sobre la que descansa el Estado. La soberanía estatal no dependerá de la legitimidad o no de la Constitución vigente, sino del cumplimiento con la tradición histórica propia del “estilo” [21] español: la católica. Sobre el catolicismo reposará “la civilización hispana”[22]. Para los reaccionarios españoles, todo poder político va  a estar limitado por las leyes históricos y divinas, de tal modo que van a equiparar historia de España como la historia de la tradición religiosa española, reconociendo en todo momento la jurisdicción de la Iglesia  y su derecho a intervenir sobre el presente de la sociedad español. Esta afirmación de lo que podemos llamar, co-soberanía de la Iglesia y el monarca, o alianza del trono y el altar, marcará la historia del poder en España en los siglos siguientes e impedirá la instauración estable de una auténtica res publica hasta la Constitución de 1978, no sin ciertos matices. En otros términos, podemos decir que el Estado siempre será un dios menor respecto a la Dios católico.

Esta visión de la soberanía, desde el catolicismo, tendrá un momento importante de recuperación durante los primeros años de la Guerra Civil y tendrá su consolidación tras 1940. El catolicismo será considerado por la mayoría de sectores que apoyaron la sublevación el elemento que se situaba en el centro de la españolidad. La nación católica y el derecho histórico pasarán a ser el ariete de ataque a la legitimidad republicana. La nación católica eterna ser, por tanto, la fuente de legitimidad de la sublevación. En la conferencia de junio de 1938, Manuel García Morente afirma: “La falta más grave que un gobernante puede cometer es la ruptura con la tradición” [23]. Según García Morente, España habría perdido su ser porque había roto su adhesión al pasado. La II República, para el pensamiento reaccionario, había roto con la “filosofía de la historia española”, se había descarriado porque se había alejado del derecho histórico que recorre la historia de España según estos autores desde su fundación. ¡España era Católica!, y no cabía otra posibilidad. La nación no podía subordinarse al Estado, cuando es la nación la que precedía al Estado[24]. Luis de Valle Pascual, en una obra de 1937 lo dirá de una manera no muy distinta: “La Nación creará al Estado y Estado creará, a su vez, la Nación. Se elevarán así, los intereses supremos y permanentes de la raza hispánica, sus valores eternos, su significación característica en el mundo”[25].

La II República carecía por tanto, de legitimidad, por haberse desviado de los valores históricos españoles. Y el Estado sólo tendría oportunidad como servidor de la nación, anterior e independiente de él, construida a base de siglos de lucha desde el catolicismo: pues sólo en este último reposaba, según el sacerdote, la “civilización hispana”. De ahí que algunos de estos sectores considerasen el legado de Menéndez  Pelayo como el más adecuado para la reparación de la tradición nacional [26].

 

2. Hispanidad: una idea para el nuevo Estado.

 

Tal y como ha señalado Koselleck en una terminología con marcado acento kantiano: “Las condiciones de posibilidad de la historia real son al mismo tiempo las condiciones para su conocimiento”[27]. Cualquier acción tendrá siempre en cuenta las acciones anteriores y el relato se abrirá pasó desde otros relatos. De este modo entre una acción y un relato siempre existirá o se dará la experiencia del tiempo. Por eso, como vio el historiador alemán, el hombre opera históricamente y narra historias. Así, cada hombre o cada grupo humano contará organizará y comunicará sus experiencias a su modo[28].  De manera que se dará tantas narraciones, justificaciones y tiempos históricos como individuos o grupos prácticos reflexivamente constituidos organicen su experiencia y elaboren sus diagnósticos y pronósticos, sus relatos constituyentes con lo que sean capaces de identificar tanto los grandes hechos y los cambios de su contexto como sus revoluciones internas. Además, estos grupos, como ha visto el profesor Villacañas[29], permitirán una genuina historia o narración en la medida en que su acción haya producido objetos sociales duraderos, prácticas vinculantes, retóricas estables e instituciones permanentes. Dicho de otra manera, Koselleck ha pensado la historicidad como estructura universal activa-narrativa de nuestra vida. De ella,

 

“se derivarían todas las formas temporales con las que construimos y narramos las historias: la síntesis insoslayable de expectativa y de experiencia, de prognosis y de diagnosis, de esperanza y de recuerdo, de pasado y de futuro, de principio de realidad, con sus coacciones, y de principio de placer con sus proyecciones”.[30]

 

La posibilidad de narraciones y de las historias se basaría, por tanto, en una antropología, basada en la “experiencia”, vivencia y diagnóstico de los sucesos presentes y  recuerdo de las narraciones e historias pasadas y en las “expectativas”, o esperanzas para el futuro. En el caso que nos ocupa, que es el de Manuel García Morente, el espacio de experiencia es claro: la II República española, la Guerra Civil y los primeros años de franquismo. Aún así, cuesta comprender cómo García Morente, conocedor del pensamiento secularizante de la Modernidad y desde su más temprana edad “un espíritu a todas luces agnóstico”[31] diera el “salto”, en términos kierkegaardianos, a lo que más tarde se ha llamado “nacionalcatolicismo”. Un salto que para autores como Julián Marías no existe y que le lleva, por tanto, a hablar en Morente de “su mente ya católica” [32]. Pero acerquemos a su caso. García Morente nació en 1886 en Arjonilla (Jaén) de madre católica y padre liberal de ideas avanzadas. Realizó estudios de Letras en La Soborna. Amplió estudios en Alemania, donde conoce a los principales filósofos neokantianos del momento. En 1911 defiende sus tesis doctoral sobre Kant y un año después es nombrado Catedrático de Ética de la Universidad de Madrid. Colaborará con Ortega y Gasset en la conocida Revista de Occidente, y traducirá la Crítica de la razón práctica de Kant. Posteriormente estudiará derecho, y en 1930 será nombrado subsecretario de Instrucción Pública. Justo un año después será elegido decano de su Facultad. Con el estallido de la Guerra Civil española, llegarán los sucesos que marcarán profundamente su vida y su pensamiento. En 1936 queda destituido del decanato y de la cátedra y su yerno Bonelli es asesinado por el ejército republicano, lo que le llevará a exiliarse a Francia. En el exilio sufre “el hecho extraordinario”, una experiencia mística que le conducirá a considerar su pasado como inauténtico y a abrazar el catolicismo (1937). Al poco decidirá ser sacerdote. En el plano del pensamiento García Morente abandonará su posición liberal para dedicarse por completo al estudio de Tomás de Aquino. Se trasladará a la Universidad de Tucumán, donde impartirá dos cátedras. En 1938, se publicarán sus “Lecciones Preliminares de Filosofía”. Y ya definitivamente en 1940 es ordenado sacerdote. En 1941, dará la conferencia “El clasicismo de Santo Tomás” en donde expondrá sus tesis sobre el aquinate. Por iniciativa del obispado, en 1942 se reincorporará a su Cátedra en Madrid y fallecerá al poco tiempo. Su obra intelectual acabará en la edición póstuma de unas Ideas para una filosofía de la historia de España en 1943. Desde ese espacio de experiencia, Morente va a proyectar un horizonte de expectativas. En consecuencia, lo que supone la obra de Morente, y su “hecho extraordinario” para nosotros es la interpretación del salto de un liberal  a un pensamiento que se acerca al tradicionalismo español de los Maeztu [33] y Menéndez Pelayo, que engarza con la generación del 98 y que se contrapondrá a la otra España de la República y de la I.L.E. Desde su salto, García Morente afrontará la tarea de compaginar su nueva fe, y su carrera intelectual con la construcción de una filosofía de la historia de España[34] que auné nación y catolicismo y que le llevará en aquellos años a construir una teoría de la Hispanidad para el nuevo estado. Tarea que acometerá con furor dando diversas conferencias en Hispanoamérica. Por todo ello es tan importante, en nuestra opinión, la figura de Morente. Su obra intelectual ayuda a clarificar la institucionalización del régimen y la conversión de España en lo que algunos han llamado un “erial”[35]. Además, las obras del sacerdote sobre filosofía de la historia de España tienen especial relevancia actual para rastrear la estela continuadora de esta “concepción sustancialista y homogeneizadora de la historia de España” [36].

Nuestro interés parte entonces de demostrar que en la obra de García Morente, como síntoma y paradigma de la inteligencia bajo el franquismo, no hay pensamiento de la Hispanidad[37], en cuanto a posibilidad de relación cultural y  política con los pueblos de habla hispana. Este esquema, a nuestro parecer se configurará como “visión del mundo” más que como “instrumento de combarte”[38]. En su obra, y en la misma enunciación de la Hispanidad franquista sólo encontramos la afirmación de la nación española como forma eterna de vida social. De este modo, de lo que se va a tratar es de levantar un pasado eterno esencial español frente al pasado accidental próximo republicano, invocando incluso la doctrina de la guerra justa de Francisco de Vitoria. Así, por ejemplo alzarían sus voces el padre Getino o el rector de la Universidad de Oviedo Sabino Álvaréz-Gendín, a la vez que la Propaganda franquista daba por entregada la España republicana a Rusia[39]. La auténtica España sólo podía ser una, eterna y católica. Para el abogado y futuro profesor de la Reina Sofía, José Solas: “Con el Alzamiento Nacional del Ejército y del pueblo español, el 18 de julio de 1936, comenzó el triunfo de la Revolución Nacional Española contra un orden antiespañol”[40]. La constitución de la legitimidad del Régimen pasaba en estos primeros momentos por la demostración de la ilegitimidad del anterior. La II República no sería más que la continuidad de las formas de pensamiento extranjeras que habían ido entrando en España desde la Reforma, y que habían causado el declive del Imperio. La historia de España se revelaba, para el pensamiento reaccionario, como una serie de esfuerzo de “ascesis nacional”[41] contra “lo otro”, contra lo no católico, lo descarriado del mundo. Europa, no era para este pensamiento la solución, sino el problema. “España no necesitaba europeizarse”[42], necesitaba refugiarse en sí misma, y rememorar la tradición que la habían llevado al esplendor perdido[43], y que estaba representada en los textos de Balmes, Menéndez y Pelayo, Donoso Cortés, Aparisi Guijarro, Vázquez de Mella, Pradera, Maeztu y José Antonio Primo de Rivera [44]. “El fin estaba claro: devolver a España al sentido católico y nacional de su civilización”, escribe también el filósofo José Solas.  Para estos intelectuales, la sublevación es la manifestación histórica de la existencia de la esencia eterna de España. Una esencia eterna que se manifiesta en el campo de la ideas, y que según Manuel García Morente, constituiría la Filosofía de la historia de España, en tanto ésta no es histórica sino intemporal[45], y en tanto define la sustancia española que permanece idéntica a través de los tiempos. La Nación española será para el sacerdote, una “unidad de vida” que se manifiesta en sus más recientes acontecimientos. El levantamiento del 18 de julio va a significar el hecho que en la trayectoria española constituye su “nacionalidad”. Fue la manifestación viva de la “esencia eterna”. En línea con lo que sosteníamos al comienzo de nuestro texto, escribe también Solas: “No cabe entre ideas de distinto orden lógico, sino la sustitución íntegra; y la finalidad, dotar a la sociedad y al Estado del mismo ideal que sustenta la fuerza social que impone”[46]. El golpe se legitima, por tanto, en una Filosofía de la historia que redescubre la esencia española “auténtica”. Y que implica “el triunfo exclusivo del uno con el aniquilamiento del otro”[47]. Para la historia y para los medios de comunicación extranjeros, Franco lo había enunciado ya en una declaraciones publicadas en The New York Times Magazine, a finales de 1937: “España tiene su propia tradición”[48]; y en un discurso a tres semanas del fin de la guerra explicita: “Es la política tradicional de España, la de la Iglesia española, la del hogar, la de la familia y la del sentido católico”[49]. Precisamente oímos decir a García Morente:

 

“La nación, al darse cuenta de que se pretendía asesinarla, ha reaccionado del modo más espléndido. Agrupándose en torno del ejercito, ha puesto en tensión todas sus energías de resistencia, de afirmación y ha logrado la victoria. La victoria no sólo en los campos de batalla, sino en la obra magnífica de la reconstrucción nacional, que, paralelamente a la reconquista, se prosigue en las pacíficas o pacificadas regiones del interior. Ahora todos esos afanes de casi medio siglo, todas esas aspiraciones cruelmente defraudadas desde 1898 están encontrando su forma netamente española. El movimiento nacionalista actual no es sino la conclusión del movimiento nacionalista iniciado en 1898, a raíz de la pérdida de las colonias. Conclusión y al mismo tiempo triunfo y pleno desenvolvimiento porque ahora, en la prueba de fuego, aquilatada por el esfuerzo, el sacrificio y la muerte, es cuando la emoción nacional y patriótica española puede ya encontrar su forma definitiva y vivaz, que conduzca a la patria y a los más altos destino” [50].

 

Para García Morente, en línea con el tomismo, al que acaba de adscribirse y a lo que luego se denominaría filosofía perenne[51], la Nación se desplegará en la historia como si fuera una “persona”. De acuerdo con el aquinate, la realización de la persona será la realización en sí del valor. En parangón, la realización de la nación será la realización en sí de su esencia (eterna). García Morente nos comentará que “la nación no es naturaleza; y ni la biología, ni la lingüística, ni la geografía dan cuenta integra y exhaustiva de lo que es una nación”. Para el sacerdote, será una imagen construida del pasado, del presente y del futuro en cuanto esencia eterna. El nuevo Estado no debía ser como el liberal, un agregado de intereses individuales sino una comunidad orgánica de cooperación en base a aquella sustancia perdida. Dicho de otra manera, si la Nación es ideal de perfección, no hay auténtica nacionalidad, no podrá haber Estado, si la forma la constituye  un ideal negativo. El Estado no podía ser el republicano, en tanto subscribir dicha forma política era para Morente un desvío de la Tradición. El estado debía ser nacional, y por tanto católico. En correspondencia con la Persona, la nación debía aspirar a lo máximo del ser que es el Imperio, o lo que es lo mismo: “La plenitud histórica de los pueblos”[52], en palabras de José Antonio Primo de Rivera. En síntesis, nuestro autor viene a reavivar, como ahora veremos un concepto de nación de tipo misional, basado en la idea de comunidad de destino que formuló José Antonio Primo de Rivera, bajo el legado de Ortega[53]. Dice Morente:

 

“Los acontecimientos históricos son manifestaciones externas de una alma, de un espíritu vivo, actos de un sujeto que los quiso, los sintió, los vivió; en suma, de una persona. La historia de España es pues, la narración de los actos verificados al hilo del tiempo por el alma hispánica, por es querida persona que llamamos hispanidad. La auténtica interpretación de la historia de España, consistirá, pues, necesariamente, en al etopeya de al hispanidad, en la descripción de los rasgos espirituales, que constituyen las estructuras permanentes del alma hispánica. La historia nos reflejará lo que ha hecho y producido la hispanidad. Pero la etopeya o interpretación será en cambio la declaración del alma hispánica”[54].

 

       Desde ese momento, García Morente, en una serie de conferencias pronunciadas desde 1938 hasta 1942, va a intentar extraer de una suerte de historia de España su filosofía de la historia. El filósofo pretenderá dar una “definición dinámica” de España, en base a la unidad intemporal de su ser. Dicho en sus propios términos: “El objeto ya no es la historia de España sino esa España eterna”[55].

 

3. El imperio como estilo .

 

La manifestación de la esencia de España en sus acciones quedará, según el sacerdote, circunscrita a cuatro grades acontecimientos o períodos históricos. El primero, de preparación, que ocupa los tres o cuatro siglos que van desde el Imperio romano hasta la invasión, en la cual el impulso decisivo a la formación de las naciones vendrá dado por la monarquía visigoda, y sobre todo, por el cristianismo. El segundo período se prolongará desde la invasión árabe hasta 1492, año en que según Morente aparece la formación de la nacionalidad[56]. Para el sacerdote, “para que la idea de España se realizase, dispuso Dios que los árabes invadieran victoriosos España y que crearan una circunstancia, que impuso a los españoles la identificación de su realidad política con su realidad religiosa”[57]. Así, según nuestro filósofo,  desde la conquista árabe, el horizonte de la vida española estuvo limitado por la contraposición “entre el cristiano y el moro”. Lo que llevaría a la conjugación identitaria entre el sentimiento religioso y el nacional, según el filósofo. “Lo ajeno es a la vez musulmán y extranjero. Lo propio es, pues a la vez cristiano y español. La afirmación de lo propio recae simultánea e indivisa sobre la catolicidad y la hispanidad” [58]. A partir de este momento histórico, la catolicidad corresponderá con la razón de ser de la nacionalidad española. La catolicidad ha engendrado de esta manera a España y España ha engendrado la catolicidad. Éste será el “estilo” de España: lo que fue, es y será. España, para García Morente existe porque tiene un modo de ser propio, un estilo de vida colectiva basada en la homogeneidad de su esencia “por encima de la pluralidad de instantes en el tiempo”. Desde este punto de vista, que España descuidase el “estilo” que le es propio constituye un suicidio como nación, porque se produce una desviación con la tradición española[59]. Si España quiere ser tendrá que ser católica, concluye Morente. El catedrático de Ética hablará de un tercer período histórico, en el que España fue movida por el impulso de catolizar el mundo. Precisamente, frente al impulso imperial mercatil, propio de Inglaterra y posteriormente Estados Unidos, Morente plantea la vocación misional de España. La idea de Imperio pasará entonces por la idea de un imperio católico, mundial, que poco a poco será recuperado por los propagandistas del franquismo. Las reivindicaciones territoriales quedarán reducidas a Gibraltar y al norte de África si aparecen. Posteriormente, en el siglo XVII, con el que se inicia el cuarto período de esta Filosofía de la Historia, España se aleja de Europa, para cerrarse en el culto a Dios. Para no caer en la “enfermedad” de la secularización[60], y mantenerse fiel a sí mismo España se cerró dentro de sí:

 

“Hay, pues, aquí, en este aislamiento de España, la auténtica manifestación de España, la auténtica manifestación de una decidida voluntad, una resolución profunda, tomada por el alma nacional, por esa cuasi-persona colectiva cuya es la historia”.[61]

 

       Sostiene así García Morente que no hay decadencia sino un aislamiento positivo, un retirarse para mantener incólume la propia esencia y la esencia de la propia fe[62]. El sacerdote considerará como quintaesencia de la filosofía la historia de España la noción de Hispanidad, retomada de Zacarías de Vizcarra y Ramiro de Maeztu. Como veíamos, no se tratara de un vínculo cultural y político entre todas la naciones hispánicas, sino que “la Hispanidad será aquello por lo que uno es Español”[63], que será el elemento sustancial católico y por tanto, la esencia de España. Concluye Morente:

 

“España está hecha de fe cristiana y de sangre ibérica. Por eso entre la nación española y la religión católica hay una profunda y esencial identidad. El caballero español fue el único que no necesito salir de su tierra para combatir por su fe. La cruzada fue guerra interior. En las otras naciones de Europa el caballero cristiano tenía que buscar fuera de su propio país las ocasiones de servir a Dios contra el infiel. El caballero español encontraba al infiel dentro de casa; bastábale ser buen español para ser buen cristiano; o inversamente; ser buen cristiano para ser buen español”[64]

 

4. A modo de conclusión.

 

       En síntesis, será la unidad religiosa la que produzca, según García Morente, la unidad de ideal comunitario de perfección, luego la entidad nacional. También un reconocido pensador reaccionario había como Vázquez de Mella había sostenido con anterioridad que “únicamente en el Catolicismo existen las nacionalidades”[65]. Toda la historia española quedaba “dominada” por la identificación de la Hispanidad con la religión. Hispanidad equivaldrá entonces a cristianización. La nación se convierte de este modo en instrumento al servicio de la religión católica, de su misión[66]. En consecuencia, la nación es “Misión”, en tanto que aceptación de un pasado: la Tradición (católica) y proyección de un futuro. En ella, es posible conseguir la mayor perfección del ser, es posible una forma de vida temporal que nos llevará, a modo de ver de García Morente, a la vida eterna. A la sazón, vemos que no hay aquí pensamiento, propiamente dicho, de una comunidad iberoamericana unida mediante lazos culturales, sociales y económicos. Nada hay aquí de América. Hay pensamiento de la nación como desarrollo la esencia católica propia del ser español. La historia se ha hecho pues filosofía de la historia, y legitima mediante el recurso a la tradición, a través de la estructura misional, mediante prácticas y discursos el nuevo régimen establecido. Toda posibilidad para España pasó entonces por el mandato de creación de un estado nacional al servicio de Dios o de la Iglesia, que debía cumplir el régimen de Franco, ese “caballero cristiano”, del que hablaba Morente. El Caudillo se mantendría fiel al modelo clásico del gobernante católico, de tal manera que, a imitación del modelo de la doble sociedad perfecta, el Estado franquista serviría a la idea católica. Así el gobierno de Franco podía ser totalitario y al mismo tiempo conforme a la tradición.

 

 

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* Este artículo desarrolla las tesis expuestas en un capítulo publicado en el libro colectivo coordinado por Antoni Segura, Andreu Mayayo y Teresa Abelló: La dictadura franquista. La instituzionalització d’un règin. Barcelona, Universidad de Barcelona, 2012. Se inscribe en el marco del proyecto de investigación “Biblioteca Saavedra Fajardo V: populismo vs. republicanismo. El reto político de la segunda globalización” (FFI2016-75978-R).

[1] VILLACAÑAS BERLANGA, J.L., Ramiro de Maeztu y el Ideal de Burguesía en España. Madrid: Espasa-Calpe, 2000.

[2] Véase entre la amplia bibliografía sobre el tema los ya clásicos: CHUECA, R., El fascismo en los comienzos del régimen de Franco: un estudio sobre FET-JONS. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 1983; ELLWOOD, S., Historia de la Falange Española. Barcelona: Crítica, 2001; ELORZA, A., “Caballeros y fascistas”, Historia 16, 91, 1983, pp. 26-32; JIMÉNEZ CAMPO, J., El fascismo ante la crisis de la II República española. Madrid: 1979; MONTERO, J.R., “Catolicismo político y fascismo en la II República”, Historia 16, 91, 1983, pp. 42-47; PALACIOS, J., La España totalitaria. Las raíces del franquismo, 1934-1946. Barcelona: Planeta, 1999; PASTOR, M., Los orígenes del fascismo en España. Madrid: Ediciones Tucar, 1975 y PAYNE, S.G., Falange. Historia del fascismo español, Madrid: Sarpe, 1985.

[3] Cfr. DÍAZ, E., Notas para una Historia del Pensamiento español actual (1939-1979). Madrid: Cuadernos para el dialogo, 1973, p. 53.

[4] Así se diversifica por todos los tratadistas de la época la composición del “Movimiento Nacional” en un primer momento. Véase: BARCO, G. Del, Los forjadores de la nueva España. Serradilla: Sánchez Rodrigo, 1937. Cfr. MORODO, R., Los orígenes ideológicos del franquismo: Acción Española. Madrid: Alianza Universidad, 1985.

[5] Cfr. LAZO DÍEZ, A., “El fascismo en las publicaciones católicas de postguerra”, Sistema, 77, 1987, p. 45.

[6] Sobre la filosofía de la historia conservadora véase: MOREIRAS, A., “La piel del lobo. Apuntes sobre la categorización de lo reaccionario”, Archipiélago, 56, 2003, pp. 7-11.

[7] En el mismo sentido, para José Corts Grau: “Nuestra guerra no podía ser sino la primera fase de un proceso de salvación duro y austero. Por algo era y signe siendo un Movimiento. Y un Movimiento que representa un viraje de ciento ochenta grados en la trayectoria nacional, un reenquiciamiento de España, es irremisiblemente mucho más que un cambio circunstancial de la política y más que una guerra civil” (CORTS GRAU, J., Motivos de la España eterna”, Revista de Estudios Políticos, 9-10, 1943, p. 20).

[8] Véase el clásico: BOTTI, A., Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España. Madrid: Alianza, 1992.

[9] Hans Blumenberg, el filósofo alemán más significativo, según Hans Jonas, de la segunda mitad del siglo XX, era hasta hace poco prácticamente un desconocido en España. La publicación de algunos de sus principales libros, sobre todo, La legibilidad del mundo, trad. P. Madrigal, Paidós, Barcelona, 2000 (Die Lesbarkeit der Welt, Suhrkamp, Frankfurt, 1981), Trabajo sobre el mito, trad. P. Madrigal, Paidós, Barcelona, 2003 (Arbeit am Mythos, Suhrkamp, Frankfurt, 1979) y Paradigmas para una metaforología, trad. J. Pérez de Tudela, Madrid: Trotta, 2003 (Paradigmen zu einer Metaphorologie, Bouvier, Bonn, 1960), entre otros tantos, permite ya al público de habla española acceder al monumental pensamiento de este filósofo.

[10] Cfr. VILLACAÑA BERLANGA, J.L., “De nobis ipsis silemus. Reflexiones sobre Hans Blumenberg, lector de Kant”, Daimon, Revista de Filosofía, 33, 2004, pp. 65-77; VILLACAÑAS BERLANGA, J.L., “Historia de la razón y giro copernicano”, Logos. Anales del Seminario de Metafísica, 37, 2004, pp. 67- 88; RIVERA, A., “La secularización después de Blumenberg”, Res Publica, 11-12, 2003, pp. 95-142; RIVERA, A., “La filosofía del mito de Hans Blumenberg: De la politización antigua del mito al esteticismo moderno de la realidad”, Analecta Malacitana, XXVII, 1, 2004. 

[11] Aquí seguimos de cerca las tesis expuestas por RIVERA, A., El dios de los tiranos. Un recorrido por los fundamentos teóricos del absolutismo, la contrarrevolución y el totalitarismo. Córdoba: Editorial Almuzara, 2007.

[12] Véase: SOTO CARRASCO, D., La conquista del Estado liberal: Ramiro Ledesma Ramos. Valencia: Kyrios, 2013, pp. 290-303 y 321 y ss.

[13] Citado por DÍAZ, E., Pensamiento español en la era de Franco. Madrid: Tecnos, 1983, p. 31. Sobre Antonio Tovar y el carácter “liberal” de Falange véase: JULIÁ, S., “¿Falange liberal o intelectuales fascistas?”, Claves de razón práctica, 121, 2002, pp. 4-13; Me permito remitir a mi estudio “La historia como motor histórico. A propósito de A. Tovar, El Imperio de España”, en la web de la Biblioteca Virtual Saavedra Fajardo. <saavedrafajardo.org>. [Consultada: 12 de diciembre de 2017].

[14] RIVERA GARCÍA, A., “Catolicismo y revolución: el mito de la nación tardía en las Cortes de Cádiz”. Araucaria, 6, 2006, pp. 203-226.

[15] Cfr. LÓPEZ ALÓS, J., Entre el trono y el escaño. El pensamiento reaccionario frente a la revolución liberal (1808-1823). Madrid: Congreso de los Diputados, 2011.

[16] VILLACAÑAS BERLANGA, J. L. “La nación católica. Una aproximación histórico conceptual”, Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico, 2003. En: <http://www.saavedrafajardo.org/Archivos/respublica/hispana/documento33.pdf>. [Consultada: 12 de diciembre de 2017].

[17] VILLACAÑAS BERLANGA, J.L., “Ortodoxia católica y derecho histórico en el origen del pensamiento reaccionario español”, Res Publica, 13-14, 2004, p. 48.

[18] Ibídem, p. 47.

[19] RIVERA, A., Reacción y revolución en la España liberal. Madrid: Biblioteca Nueva, 2006, p. 23.

[20] BALMÉS, J., “Consideraciones políticas sobre la situación de España”, en: Política y Constitución. Madrid: C.E.C., 1988, p. 80.

[21] Cfr. GARCÍA MORENTE, M., Idea de Hispanidad. Madrid: Espasa-Calpe, 1961, pp. 40 y ss.

[22] BURGO, J. DEL, Comunión Tradicionalista. Ideario. Pamplona: s.e., 1937, pp. 4-5.

[23] GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 47.

[24] NÚÑEZ SEXAS, X.M., ¡Fuera el invasor!. Nacionalismos y movilización bélica durante la Guerra Civil española (1936-1939). Madrid: Marcial Pons, 2006, p. 190.

[25] VALLE, L. DEL, El Estado nacionalista totalitario autoritario. Zaragoza: Atheanarum, 1940. Luis del Valle es un autor olvidado que pasaría del pensamiento regeneracionista costista al totalitario. Véase: X.M. Núñez Seixas, op. cit., pp. 202 y ss. Sobre Luis de Valle, puede consultarse la entrada de: Jerónimo Molina: “Valle Pascual, Luis del”, en: PELÁEZ, M.J., Diccionario crítico de juristas españoles, portugueses y latinoamericanos (hispánicos, brasileños, quebequenses y restantes francófonos). Barcelona: Universidad de Málaga, 2005, Vol. II, pp. 624-625.

[26] Cfr. GASCÓN, M., Menéndez y Pelayo y la tradición y los destinos de España. S.L. [Palencia]: Imprenta “El Día de Palencia”, 1937; ARTIGAS, M., La vida y la obra de Menéndez Pelayo. Zaragoza: Editorial Heraldo de Aragón, 1939.

[27] Cfr. KOSELLECK, R., Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona: Paidós, Barcelona, 1993.

[28] Cfr. VILLACAÑAS BERLANGA, J.L., “Histórica, historia social e historia de los conceptos”, Res publica, 11-12, 2003, pp. 69-94.

[29] Ibídem, p. 82.

[30] Ibídem, p. 78.

[31] LEMA-HINCAPIÉ, A., “García Morente y su idea de hispanidad: un capítulo olvidado en «el problema de España»”, Revista de Occidente, 262, mayo 2003, p. 18.

[32] MARÍAS, J., “El legado filosófico de Manuel García Morente”, Filosofía española actual: Unamuno, Ortega, Morente, Zubiri. Madrid, Espasa-Calpe, 1963, p. 131.

[33] VILLACAÑAS BERLANGA, J.L., “Hispanidad: Maeztu y Morente”, The Colarado Review of Hispanic Studies, Vol. 5, 2007, pp. 121-143.

[34] Hace algunos años Gustavo Bueno ha recuperó con cierta suerte editorial la expresión “filosofía de la historia de España”. BUENO, G., España frente a Europa. Barcelona: Alba, 1999. Cfr. PÉREZ HERRANZ, F.M. “«España» como provocación filosófica. Aproximación a la filosofía de Gustavo Bueno”, Daimon, Revista de Filosofía, 20, 2000, pp. 137-156.

[35] Cfr. MORÁN, G., El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo. Madrid: Tusquets Editores, 1998. Por su parte, Martín Puerta ha reivindicado una presunta frondosidad del panorama intelectual de estos años: Ortega y Unamuno en la España de Franco. El debate intelectual durante los años cuarenta y cincuenta. Madrid, Ediciones Encuentro, 2009.

[36] LEMA-HINCAPIÉ, A., op. cit., p. 23.

[37] VILLACAÑAS BERLANGA, J.L., op. cit., 2007, p. 125.

[38] GONZÁLEZ CALLEJA. E., y LIMÓN NEVADO, F., La Hispanidad como instrumento de combate. Raza e Imperio en la Prensa Franquista durante la Guerra Civil española. Madrid: CSIC, Centro de Estudios Históricos, 1998; DELGADO GÓMEZ-ESCALOPINA, L., Imperio de papel. Acción cultural y política exterior durante el primer franquismo. Madrid; C.S.I.C, 1992.

[39] NÚÑEZ SEIXAS, X.M., op. cit., p. 243.

[40] SOLAS, J., La nación en la filosofía de la revolución española. Madrid: Fax, 1940, p. 23. Sobre este autor, puede ser de interés: SOTO CARRASCO, D. “Nación y misión en un epígono del nacionalcatolicismo”, Spagna contemporanea, 39, 2011, pp. 87-106.

[41] GARCÍA MORENTE, M., op. cit., pp. 216-218.

[42] Ibídem, p. 226.

[43] Cfr.UCELAY-DA CAL, E., “Las ‘causas perdidas’ como una tipología de la reacción”, Res Publica, 13-14, 2004, pp. 219-246.

[44] El pensamiento de Pradera será adoptado por el mismo Franco como ejemplo de concepción corporativa, tradicional y a la vez católica de la nación. El Dictador prologará la edición póstuma de sus obras completas (PRADERA, V., Obra completa. Madrid, Instituto de Estudio Políticos, 1945, vol. 1, pp. V-XII).

[45] GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 174.

[46] SOLAS, J., op. cit., p. 20.

[47] Ibídem, p. 20.

[48] FRANCO, F., Declaraciones hechas a William P. Carney, publicadas en The New York Times Magazine. 26 de diciembre de 1937, en: Palabras del Caudillo. Madrid: Editora Nacional, 1943, pp. 406-407.

[49] FRANCO, F., Discurso del 20 de abril de 1939 en Granada, en: Ibídem, pp. 406-407. Bajo esta óptica, el Caudillo será considerado como el vicario de Dios para la solución de los asuntos temporales. Hacía posible la redención final del pueblo en tanto acababa con el pecado y el orden. La acción excepcional o milagrosa del Caudillo devolvía a España a su curso natural, regenerándola de los vicios y elementos extranjerizantes. Su legitimidad, que designaba la continuidad y el orden normal, por tanto, emanaba de la tradición, de la cual era consideraba el intérprete último. Véase: REIG TAPIA, A., “Aproximación a la teoría del Caudillaje en Francisco Javier Conde”, Revista de Estudios Políticos, 69, 1990, pp. 61-81; SOTO CARRASCO, D., “Para con Dios y la Patria: representación y autoridad en el caudillismo franquista”, Confluenze: Rivista di Studi Iberoamericani, 4, 2, 2012, pp. 192-208.

[50] GARCÍA MORENTE, F., Orígenes del nacionalismo español. Conferencia pronunciada en el Teatro Solís de Montevideo el día 24 de mayo de 1938, bajo los auspicios de la Institución Cultural del Uruguay. Buenos Aires: s. e., 1938, p. 44.

[51] MORÁN, G., op. cit., p.123.

[52] NOVELLA, J. El pensamiento reaccionario español (1812-1975). Tradición y contrarrevolución en España. Madrid: Biblioteca Nueva, 2007, p. 185.

[53]  CONDE, F.J., “La idea actual española de nación”, en: Escritos y fragmentos políticos, vol I. Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1974, pp. 323-364. Cfr. NÚÑEZ SEIXAS, X.M., op. cit., pp. 198 y ss.

[54] GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 107.

[55] Ibídem, p. 173.

[56] “Y así, España, que es cristiana y española en contraposición del moro, tiene que conquistar su propio cuerpo y su propia alma por puro esfuerzo bélico. España no se encuentra, no se hereda a sí misma. Necesita ganar su vida a la punta de la espada cristiana. Dios la ha puesto en el trance de amasar su entidad nacional con el licor de sus sangre y el calor de su fe” (GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 188).

[57] GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 189.

[58] Ibídem, p. 187.

[59] “Tradición es, en realidad, la transmisión del estilo nacional de una generación a otra” (GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 47).

[60] Cfr. GARCÍA MORENTE, M., op. cit., pp. 200 y ss.

[61] Ibídem, p. 200.

[62] Cfr. BOTTI, A., op. cit., p. 159. Con la evolución del régimen los intelectuales franquistas intentarán romper con esta “tibetanización” de España. Tal sería los casos de Maravall, Díez del Corral o Julián Marías. Su lectura del siglo XVIII será distinta de la aquí presentada. Cfr. SOTO CARRASCO, D., “Contra la «tibetanización» de España. Una mirada sobre las lecturas del s. XVIII de Marías, Maravall y Díez del Corral”, Res Publica. Revista de filosofía política, 22, 2009, pp. 399-412.

[63] GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 176.

[64] Ibídem, pp. 188-189.

[65] VÁZQUEZ DE MELLA, J., Discurso de Santiago, agosto de 1908, citado en: SOLAS, J., op. cit., p. 97.

[66] Cfr. GARCÍA MORENTE, M., op. cit., p. 105 y ss.

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