Sergio Fernández Riquelme. La Economía S
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Lo pequeño puede ser bello. La economía social de E.F. Schumacher

 

Sergio Fernández Riquelme

 

Universidad de Murcia (España)

 

Resumen. En medio de su camino vital e intelectual, el famoso economista E.F. Schumacher descubrió que lo pequeño era bello. Tras conocer de primera mano las economías propias de las comunidades tradicionales, se alejó radicalmente del materialismo de su formación, y comenzó a construir su propio paradigma económico basado en la llamada “tecnología intermedia”, o modelo productivo y cooperativo entre el pequeño productor aislado y el gigantismo globalizado de industrias y urbes. Una economía social a escala humana, capaz de encontrar el bienestar en la humildad de la producción local, recuperando el valor del trabajo manual y solidario y respetando el equilibrio medioambiental; pero sobre todo, desde el imprescindible y necesario cambio de los valores supremos de la sociedad. El enorme impacto de sus obras lo puso en primera plana, sus propuestas fueron referentes para medio mundo, y por sus predicciones se le consideró casi un profeta de la sostenibilidad. Pero la final Economía social de Schumacher fue, quizás, una simple excusa para volver a hablar de ese pequeño, frágil y bello ser humano que siempre vivía, imperfectamente, entre lo terrenal y lo espiritual.

Palabras clave:  Economía, Moral, Schumacher,  Tecnología intermedia.

Abstract. In the middle of his vital and intellectual path, the famous economist E.F. Schumacher discovered that small was beautiful. After knowing first-hand the economies of the traditional communities, he radically distanced himself from the materialism of his formation, and began to build his own economic paradigm based on the so-called "intermediate technology", a productive and cooperative model between the isolated small producer and the globalized gigantism of industries and cities. A social economy on a human scale, able to find well-being in the humility of local production, recovering the value of manual and solidary work, respecting the environmental balance, but above all, from the essential and necessary change of the supreme values of the society. The enormous impact of his works put him on the front page, his proposals were references for half the world, and for his predictions he was considered almost a prophet of sustainability. But the final Social Economy of Schumacher was, perhaps, a simple excuse to return to talk about that small, fragile and beautiful human being who always lived, imperfectly, between the earthly and the spiritual.

Key words: Economy, Moral, Schumacher, Intermediate technology.

 

 

Introducción. El final de una era.

"Cuando un hombre falla en su propio conocimiento,

tiende a comprender mal o a desentenderse de

su dimensión social" (E.F. Schumacher, 1977).

 

Vivir con menos, en una economía a escala verdaderamente humana, que muestre que lo pequeño, lo simple y lo sencillo puede ser bello, útil y suficiente. Producir y consumir conociendo lo que realmente necesita el ser humano, frente al uso y abuso insostenible del mundo agigantado que nos convierte en simples números. Usar una tecnología intermedia, cercana y accesible, para todo y para todos, Organizar y distribuir los medios y recursos económicos desde un plan comunitario basado en valores morales y no solo en cálculos estadísticos. En suma, alcanzar una alternativa sostenible y práctica entre aquellos que propugnan el ”retorno al hogar” y los que preconizan la “huida hacia delante”. El legendario economista E.F. Schumacher [1911-1977], Fritz para los amigos, durante décadas uno de los pensadores más seguidos del mundo, nos hablaba y nos habla de una “economía intermedia” al servicio de hombres que tienen alma y de una naturaleza que tiene límites.

En plena globalización hiperconsumista, frente a pequeñas iniciativas aisladas del mundo y ante la gran etiqueta ecológica creada el marketing y aislada del medioambiente, la “economía intermedia” recupera plena vigencia como medio de reflexión o como instrumento de actuación; ante las consecuencias del cambio climático, ante la emergencia de la lucha por los recursos, ante supuestas soluciones que o bien parecen meros parches técnicos o bien se desvelan como simples estrategias publicitarias. Algo parecido a decrecer en nuestro consumo y no morir en el intento, como sostenía Latouche; a disfrutar de lo que tenemos antes que frustrarnos por lo que no vendrá, como reflexionó Tolstoi; a volver a vivir con tres acres y una vaca y no perder el tren del mundo, como nos legó Chesterton (Fernández Riquelme, 2018).

Llegaba el final de una era. Y Schumacher aprendió que, tarde o temprano, las consecuencias más negativas del modelo de desarrollo moderno (avaricioso, consumista e insostenible) se mostrarían con toda su crudeza en la vida diaria de los países occidentales.

  1. La economía moderna: crecer a toda costa.

Schumacher fue un alumno ejemplar. Tras una meteórica carrera académica en su Alemania natal, fue becado como economista de futuro con la prestigiosa Beca Rhodes en el New College de Oxford, y con solo veintidós años dio clases en la estadounidense Universidad de Columbia. Emigró a Gran Bretaña tras el triunfo nacionalsocialista, pero sospechoso por su origen alemán en plena conflagración mundial, durante años tuvo que trabajar como peón en una granja (Pigem, 2009).

De la mano del economista de moda J.M. Keynes, quién leyó y utilizó el primer gran artículo de Schumacher, Multilateral Clearing (donde proponía una serie de reformas del sistema monetario internacional), colaboró con él en su trabajo International Clearing Union de 1944, trascendental para la elaboración del "Informe Beveridge" (base del actual Welfare State) y del "Plan Marshall" (clave en la reconstrucción de posguerra). Su enorme capacidad de trabajo y de análisis le abrió las puertas, primero de la British Control Commission en Alemania como Chief Statistician, y después del National Coal Board, trabajando como Chief Economic Advisor durante dos décadas y siendo defensor acérrimo del lobby del carbón (deudor de las principales corrientes neomarxistas del momento, especialmente en clave socialdemócrata). Se había convertido en asesor técnico y estadístico de primer nivel (Schumacher, 1944), siguiendo la máxima de incentivar públicamente la producción y la ocupación corrigiendo y manteniendo el sistema, como Keynes ya planteaba en 1926:

"el capitalismo, dirigido con sensatez, puede probablemente hacerse más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero que en sí mismo es en muchos sentidos extremadamente cuestionable. Nuestro problema es construir una organización social que sea lo más eficiente posible sin contrariar nuestra idea de un modo de vida satisfactoria" (Keynes, 1926).

  1. La Economía intermedia: la tecnología al tamaño del hombre.

Su visita a la subdesarrollada Birmania supuso un punto de inflexión. Enviado por Naciones Unidas en 1955 para asesorar al gobierno en sus planes de crecimiento a corto plazo, el prestigioso economista y asesor comprobó, in situ, los límites del progreso materialista y las injusticias sociales que conllevaba. Atraído por la cultura tradicional birmana (instalándose en un monasterio budista), inició un profundo cambio radical en su forma de pensar vital (desde su agnosticismo) y económicamente (desde su neomarxismo).

Y comenzó plantear esa “economía intermedia” (y moralizada) entre el pequeño productor y el "gigantismo" industrial que aislaba, entre el propietario artesanal y los colosales sistemas que inundaban el mundo de faraónicas infraestructuras y sueños nucleares; era el camino adecuado para un progreso justo y viable. Así, en este periodo empezó a escribir sobre una especie de "economía budista" alejada de los supuestos materialistas occidentales tras adoptar esta fe, profundamente influida por las tesis de M. Gandhi y J. C. Kumarappa (la llamada esencia de “la permanencia”). El modo de producir y consumir del mundo tradicional asiático no tenía que aprender de la economía occidental moderna; frente al sistema basado en la acumulación monetaria el consumo de bienes materiales, la "economía budista" se basaba en la justa subsistencia y en la vía media entre los extremos, orientada a maximizar el bienestar humano y que no busca acumular bienes materiales más allá de lo necesario para satisfacer las necesidades humanas. Era un sistema moral alternativo, que podría llevarse a su mundo occidental, como fórmula concreta para describir economías sostenibles que anteponen la felicidad humana a las abstracciones monetarias. Y con él descubría y defendía (frente a los que consideraba como "decimonónicos" economistas modernos, liberales o marxistas) que toda economía se basaba en una filosofía, en unos valores, en una determinada forma de ver el mundo y de entender al ser humano. No todo era cuantificable, no todo era mecánico, no todo se podía predecir.

Tras diversos viajes por diferentes países del Tercer mundo (de Zambia a la India, pasando por Tanzania) amplió su nuevo meta-enfoque económico. El líder indio Nehru pidió en 1962 el asesoramiento económico de Schumacher, que lo basó en su concepto y programa de "tecnología intermedia". Un sistema basado en "una tecnología apropiada con rostro humano", capaz de producir instrumentos sencillos, metodologías claras y aparatos baratos y útiles, que pudieran estar al alcance de todas las personas y en cualquier lugar del mundo y que se mantuviese con materiales locales, pero siempre "compatibles con las necesidades creativas de los seres humanos". Para Schumacher las tecnologías complejas y caras hacían más dependientes a las personas de "fuerzas externas sobre las que no podemos ejercer ningún control"; y por su alto consumo dependían de recursos poco accesibles y limitados en su cantidad (no renovables).

Con este paradigma buscaba aquellos presupuestos morales y filosóficos alternativos capaces de reorientar dicha ciencia y actividad, para volver a considerar a las personas más importantes que los bienes y a la actividad creativa más relevante que el mero consumo. Propuesta que sintetizaba lo racional y lo espiritual (culminación de “sus etapas  de desarrollo”) para superar la insuficiencia del liberalismo y las restricciones del comunismo. Así, desde 1960 participó en la agricultura orgánica de la Soil Association, convirtiéndose en administrador de la cooperativa Scott Bader Commonwealth (empresa química cedida por su dueño), y en 1966 fundó junto a George Mac Robie y Julia Poter el Intermediate Technology Development Group, con varias filiales, como I. T. Publications o I. T. Industrial Services, y diversas organizaciones asociadas en varios puntos de mundo (en India, Pakistán, Sri-Lanka, Birmania, Ghana, Nigeria, Tanzania, Colombia o Filipinas).

  1. La economía social.

Una tecnología intermedia, un nuevo sistema de valores y un trabajo digno. Esos fueron los tres pilares de la Economía social de Schumacher, profundamente moral en su concepción y moralizante en sus fines. Recuperar la utilidad de la producción a pequeña escala para la justicia social y la sostenibilidad natural partía, inevitablemente, de una filosofía de vida sostenida en la recuperación de los valores supremos y trascendentales presentes en el ejemplo de las comunidades tradicionales. Todo ello se concretaba en un trabajo cooperativo que responsabilizaba al ser humano con su labor y en la labor con los demás (Gomis y Pérez Adán, 1994).   

Y no era ni una utopía ni una ucronía, aunque lo pudiera parecer. Era, para Schumacher, la verdadera alternativa humanista contemporánea, frente al materialismo consumista del Mercado omnímodo y al materialismo burocrático del Estado todopoderoso. Era real, muy real; se fundaba histórica y moralmente en las experiencias tradicionales, y se comprobaba actualmente en su utilidad, viabilidad y necesidad dentro de las numerosas organizaciones e instituciones que situaban a la ”tecnología intermedia” (posiblemente sin denominarla así) en la base de sus sistemas de producción y consumo local o regional. Su Economía social quería reivindicarse como pequeña ante los gigantes del mundo, y ser muy bella ante la suciedad contaminante de los modelos dominantes.

a)      Lo pequeño es hermoso.

La vida, incluida la vida económica, precisamente porque resulta impredecible, todavía vale vivirla” proclamaba Schumacher. Por ello, durante su conversión al catolicismo (que dejó perplejos a sus antiguos amigos budistas y marxistas), publicó la obra que le dio fama universal, su gran best seller Small is beautiful (1973); texto  subtitulado "una economía como si la gente tuviera importancia", influido decisivamente por el chestertoniano Christopher Derrick (así como por el humanismo de Dorothy L. Sayers, las encíclicas sociales y el neotomismo de Jacques Maritain), y definido por The Times Literary Supplement como uno de los cien libros más influyentes de los publicados desde la Segunda Guerra Mundial (Sevilla, 1977a).

La obra (en puridad una recopilación de artículos), pese a ciertas limitaciones propias del contexto en que se escribió y ciertas predicciones que no se cumplieron, anunciaba el nuevo tiempo histórico que vivimos en el siglo XXI: la tendencia hacia el gigantismo, el imparable crecimiento de las mega ciudades, el desempleo masivo crónico, los patrones insostenibles en el uso de la energía, la degradación ambiental o la violencia en la lucha por los recursos. Fue una de las primeras grandes y fundamentadas denuncias frente a la sociedad consumista (industrial o agrícola), que sobrevivía artificial e insosteniblemente sobre un entorno de fuentes limitadas y sobre la sistemática explotación de los recursos naturales no renovables de los países más pobres de la tierra. Por ello se preguntaba:

“¿Vamos a seguir aferrándonos a un estilo de vida que crecientemente vacía al mundo y desbasta a la naturaleza por medio de su excesivo énfasis en las satisfacciones materiales, o vamos a emplear los poderes creativos de la ciencia y de la tecnología, bajo el control de la sabiduría, en la elaboración de formas de vida que se encuadren dentro de las leyes inalterables del universo y que sean capaces de alentar las más altas aspiraciones de la naturaleza humana? (Schumacher, 1988: 4-5).

La “batalla occidental contra la naturaleza” debía acabar y los logros del modo de producción debían adaptarse a los límites del “capital natural” finito. Frente a la realidad petrolífera y el sueño nuclear, que desgranaba empíricamente, Schumacher propugnaba esa economía "como si le importarán las personas", capaz de conseguir la sostenibilidad desde la restricción ética: la trascendencia de los valores morales que preservasen la igualdad y dignidad de todas las personas; la integridad del trabajo humano como el factor económico esencial; el papel central de la Familia como unidad básica de convivencia y formación; y el valor de las comunidades locales como entidades soberanas, si es posible, en una toma de decisiones descentralizada y desde una autosuficiencia creciente respecto a los alimentos y al combustible. Y en medio de los optimistas que defendían que “todo tenía solución” y los pesimistas que anunciaban “la inminente catástrofe”, para Schumacher:

“Lo que necesitamos son optimistas que estén totalmente convencidos de que la catástrofe es ciertamente inevitable salvo que nos acordemos de nosotros mismos, que recordemos quiénes somos: una gente peculiar destinada a disfruta de salud, belleza y permanencia; dotada de enormes dones creativos y capaz de desarrollar un sistema económico tal que la «gente» esté en el primer lugar y la provisión de «mercancías» en el segundo” (Schumacher, 1988: 6-7).

Obra donde Schumacher pretendía completar los problemas que detectaba en las tesis de su admirado Distributismo de Chesterton, Belloc y Gill. Este modelo acertaba a proponer, entre el Mercado divinizado y el Estado todopoderoso, un modelo basado en la promoción de la propiedad independiente (el llamado “retorno al hogar”); pero el mismo resultaba limitado para Schumacher ya que, a su juicio, solo alcanzaba a representar una "economía pequeña" de escaso impacto. Era necesario, además, una "economía intermedia" que atendiese a "cientos de miles de personas que no pueden tener esperanzas de ser auto-suficientes en la propiedad o en la artesanía", que llegase a los desposeídos de la tierra y a los explotados por el sistema.

Pero esta vía intermedia no podía basarse, como se había hecho durante años, en remedios dictados en exclusiva por los expertos especializados; debía fundarse en la previa transformación interna, moral, del hombre y su comunidad: “la gente continúa clamando por soluciones, y se enoja cuando se le dice que la restauración de la sociedad debe venir desde dentro y no puede venir desde fuera”. Frente al individualismo sistémico construido, a la vez, desde la lealtad al capital y desde la dependencia de lo público, Schumacher oponía una comunidad soberana ligada tanto al minúsculo productor como al gran mundo interconectado.

“La cuestión no es la elección entre «crecimiento moderno» y «estancamiento tradicional». La cuestión más bien radica en encontrar el camino correcto de desarrollo, el Camino Medio entre la negligencia materialista y la inmovilidad tradicionalista. En pocas palabras, encontrar «Los Medios Correctos de Subsistencia»” (Schumacher, 1988: 60-63).

El occidental y el occidentalizado debían, por tanto, cambiar en sus valores para poder cambiar el sistema en sus instrumentos. Tenía que reconstruirse el arquetipo del homo viator o “el hombre con un  propósito” con su colectivo y desde la escuela, con una misión interna (atemperando la codicia y la envidia) y con un deber externo (buscando la paz y la cooperación), más allá del compulsivo comprador o del mecánico productor. Marx, Freud y Einstein eran, a su juicio, “el trío diabólico” del que la modernidad había sacado las lecciones para erigir el rechazo a la asunción de responsabilidades individuales respecto a la comunidad de pertenencia o de referencia: del primero la interpretación revolucionaria del “odio a los demás” como motor de la historia; del segundo la sacralización individualista de la subjetiva “autorrealización interna” alejada de las necesidades de los demás; y del tercero la aplicación moral de su insistencia en la “relatividad de todo” (Schumacher, 1988: 70-73).

Devolver la belleza a lo pequeño suponía recuperar la conciencia de que el hombre depende del mundo natural, de que el consumo no puede ser el único fin y propósito de la actividad económica, y de que el modo actual de producción destruye la naturaleza y genera una sociedad que mutila al ser humano. Un objetivo que debía demostrar, para Schumacher, el error de la que denominaba como dominante religión materialista (la única supuestamente racional), fundada en el culto al consumismo y la idolatría del gigantismo, y generalizada mediante la cultura de la salvación personal (e individualista) basada en el imparable desarrollo de la producción y la sistemática adquisición de riqueza personal (Sevilla, 1977b). Y la demostración de la viabilidad de su alternativa intermedia partía de la convicción de que "una onza de práctica vale más que una tonelada de teoría": había comprobado en países olvidados por el progreso que la producción desde los recursos comunitarios inmediatos para cubrir las necesidades locales era la forma más racional de vida económica: adaptando la tecnología existente (y a descubrir) a las posibilidades intermedias, aumentando la variedad utilitaria de los sistemas instrumentales, generalizando mercados de proximidad al origen productivo, impulsando la educación moral y la comunicación solidaria, fomentando decididamente la vida rural (soñaba con “dos millones de aldeas”), y por ello, difundiendo para todos, libre y gratuitamente, mecanismos técnicos de bajo costo necesarios para el crecimiento autónomo responsable. Una forma de ser y trabajar que resultaba imprescindible ya que como señalaba en su obra posterior Age of Plenty: A Christian View (1974):

"La preocupación por la degradación ambiental y los peligros de la ruptura ecológica, las limitaciones en la energía fósil, las condiciones en que se desarrolla la vida moderna en la sociedad industrial, todo ello sugiere que nos movemos hacia una verdadera crisis de convivencia" (Schumacher, 1974: 4-6).

b)      La nueva filosofía.

El segundo pilar de su pensamiento lo encontraremos en A guide for the perplexed; una Guía para perplejos (1977), auténtico testamento de Schumacher, donde completaba sus aportaciones a esa "economía alternativa" al servicio de la comunidad y respetuosa de la naturaleza, subrayando la necesidad de valores sociales humanistas como fundamento de la misma. Schumacher advertía que no solo había que resolver el problema de la producción con una tecnología intermedia; teníamos que recuperar los valores morales fundamentales:

"aunque se resolviesen todos estos problemas, permanecería el estado de futilidad, desorden y corrupción dominante.... Más y más gente llega a la conclusión de que el experimento moderno ha fracasado. El hombre se cerró las puertas del Cielo e intentó, con inmensa energía e ingenuidad, confinarse en la Tierra; ahora descubre que la Tierra es un estado transitorio y que, por tanto, rehusar el Cielo implica descender al Infierno" (Schumacher, 1981: 157-159).

El hombre era rico en medios pero pobre en fines. Este era el resultado del modo de desarrollo de los últimos 300 años para Schumacher, "donde su voluntad se ha paralizado porque ha perdido los cimientos en los que basar su jerarquía de valores", siguiendo las tesis de Etienne Gilson. Los valores materiales de la sociedad pluralista moderna se basaban en simples medios como el poder, la riqueza, velocidad o la cuota de mercado, número de hospitales, cuantía de educación....), con Dioses propios "como la ciega Evolución, el benevolente Progreso, la clarividente Ortogénesis, y tantos otros"; una "nueva mitología científica, social y política que rige la vida moderna" con deidades que luchan a muerte entre ellos o contra los hombres, y que es religión de "pseudo-agnósticos que combinan el conocimiento científico y la generosidad social con una completa ausencia de cultura filosófica" (Schumacher, 1981).

Frente a ellos, y en gran medida sepultados por ellos, existían "valores supremos" que permitían conciliar el autoconocimiento individual y la comprensión social. Y sobre ellos había que construir y difundir un "cambio de conciencia" en los hombres y sus comunidades, en las sociedades y en sus políticos, "en el corazón y el alma de cada uno de nosotros"; demostrando, así, a esos "perplejos" que lo consideran imposible o utópico, que toda reforma política o económica que respetara el medio ambiente pasaba por resolver los problemas vitales de la sociedad industrial.

"el hombre de hoy es demasiado listo para ser capaz de sobrevivir sin sabiduría… Sin sabiduría el hombre se ve obligado a construir una economía monstruosa que destruye el mundo, y a buscar afanosamente satisfacciones fantásticas, como la de poner un hombre en la Luna" (Schumacher, 1981).

Un ensayo filosófico que quizás rememoraba la medieval Guía de perplejos de Maimónides (1200), donde el erudito hebreo intentaba "dar luz al hombre piadoso que fue educado para creer en la verdad de nuestra Santa Ley, el cual conscientemente cumple sus deberes morales y religiosos, y, al mismo tiempo, ha seguido con acierto y aprovechamiento el estudio de la filosofía". Schumacher, desde la neoescolástica tomista, quería iluminar el camino de su generación reivindicando la verdadera filosofía frente la sacralización del materialismo, y por ello, subrayando la dimensión moral de su "economía intermedia".

Por ello planteaba  la búsqueda de la sabiduría a través del propio conocimiento fundado en esos "valores supremos", exponiendo su nueva concepción católico-tomista y ligándola a otras religiones como el budismo (buscando sus aspectos concordantes). Eran los principios que debían fundamentar toda actividad económica humana y humanista, frente a las bases empírico-materialistas que predominaban en su tiempo.

c)      El buen trabajo.

Y el tercer pilar era el trabajo; pero no uno cualquiera sino un "buen trabajo". Así se publicó después de su fallecimiento, en septiembre de 1977 A good work, conjunto de conferencias dictadas en Estados Unidos en las que alude nuevamente a la necesidad de modificar las bases materialistas de la economía moderna desde el cooperativismo.

 "Viajando hace pocos días en tren por los campos de Inglaterra, coincidí con tres señores, sentados en el mismo compartimento que yo, que mantenían una acalorada discusión. No pude evitar oír lo que decían, de lo que deduje que uno de ellos era cirujano, otro arquitecto y el tercero economista. Discutían acerca de cuál de las tres profesiones era la más antigua. Tras un intercambio de opiniones nada concluyente, el cirujano dijo por fin: ¡Dejáos de historias! Mirad, la cosa esta clarísima: si habéis leído el Génesis, recordaréis que el señor, para crear a Eva, le quitó una costilla a Adán. Fue una intervención quirúrgica. Pero el arquitecto, sin amilanarse, le replicó: 'Bueno, pero mucho antes de eso había creado del caos todo el universo, y eso fue un trabajo de arquitecto'. Y el economista no dijo nada más que lo siguiente: 'Y quién creó el caos?' (Schumacher, 1980: 18-19).

Una nueva forma de entender la economía necesitaba una nueva manera vivir el trabajo. Siguiendo a Santo Tomás señalaba que "no puede haber alegría de vivir sin alegría de trabajar, la pereza es tristeza del alma" (Schumacher, 1980: 113-115).

Había que enseñar a los más jóvenes que "el trabajo es la alegría de la vida"; eso sí, sobre ese "buen trabajo" alejado del materialismo alienante y centrado en alcanzar la perfección humana (de la salvación del alma en el cristianismo al Nirvana en el budismo). Perfección ligada a la reconstrucción metafísica sobre el origen, el destino y la finalidad del ser humano que permita recuperar la libertad y no solo reduzca su vida a acumular más y más, a ganar dinero rápidamente y sin ningún objetivo trascendental. Schumacher escuchaba continuamente que los jóvenes de su tiempo no querían ser esclavizados por máquinas, no ser burócratas ni robots; decían que querían libertad y que la naturaleza importaba (Schumacher, 1980: 115-120).

"La sociedad industrial moderna es tremendamente complicada, tremendamente enrevesada, y exige al hombre enormes cantidades de tiempo y atención. Este puede considerarse, en mi opinión, el más grande de los males. Por paradójico que pueda parecer, la sociedad industrial moderna no ha proporcionado a la gente, a pesar de la increíble proliferación de aparatos que ahorran trabajo, más tiempo para dedicarlo a sus trascendentales tareas espirituales; es más, y con la excepción de los más decididos, le ha puesto a todo el mundo muy difícil lo de hallar algún tiempo para esas tareas. En realidad, creo que no me equivocaría mucho si afirmara que la cantidad de auténtico tiempo libre de que se dispone en una sociedad es, por lo general, inversamente proporcional a la cantidad de maquinaria que se emplea para ahorrar trabajo" (Schumacher, 1980: 41-42).

Pero para el economista "la misión de los jóvenes no es sólo la de mantener la tradición, también deben hacerla"; es decir, había que recuperar los valores y actuar:

«¿Y cómo nos organizamos en los Grupos para el Desarrollo de la Tecnología Intermedia? Pues intentamos tener una estructura similar a la de la Naturaleza, por células pequeñas de tipo general, en las que se reúne la gente y por grupos especializados en cada materia en los que se reúnen los más interesados ... Hay tres principales categorías de conocimiento profesional que llamamos A, B y C; A de administración, son funcionarios y personas familiarizadas con los organismos oficiales; B de business, empresarios y gerentes que saben cómo hacer las cosas; y C de comunicación, la gente de la palabra... En cada grupo procuramos reunir gente de A, B y C; cuando se reúnen suelen descubrir que los otros dos tipos, de los que tenían una baja opinión, son gente bastante buena también y lo disfrutan. Es un método muy efectivo" (Schumacher, 1980: 85-87).

Y había que formar en esta nueva economía, reivindicar el "buen trabajo" porque, cualitativa y cuantitativamente, "la fiesta ha terminado" para el progreso entendido en exclusiva de manera material (the party's over):

"No es que sea el fin del mundo, pero sí de algunas estructuras, de algunas formas de vida, que se han basado en tres presupuestos ilusorios.... Uno de ellos era la ilusión de que, en alguna manera, y contra todas las leyes de la Naturaleza, el crecimiento infinito era posible en un medio finito... El segundo era que, por alguna extraña ley natural, había una oferta de mano de obra ilimitada y que aceptaba un trabajo mecánico y repetitivo a cambio de una remuneración modesta... La tercera ilusión, que todavía está en alza, era que la Ciencia puede resolver todos los problemas; pero la experiencia es que, para resolver un problema, se crea toda una nueva serie de ellos. Estas tres ilusiones han durado casi un siglo, y todavía hablamos de ellas como si pudiesen volver; pero no pueden, porque sus efectos lo impiden" (Schumacher, 1980: 96-98).

Epílogo. El hombre es siempre pequeño.

Fue admirado por comunistas y cristianos, seguido por líderes africanos y americanos, invitado por la Casa blanca y por el Vaticano, considerado mero conservacionista o valiente eco-guerrero, adulado a la vez por postcapitalistas y postcomunistas, llamado oportunista o elevado a la categoría de profeta (Videla, (2001).

Pero quizás Schumacher, Fritz para los amigos, solo quiso que volviéramos a ver al ser humano, más allá de su dimensión de productor o consumidor, en su belleza, por dentro y por fuera.

“No tengo dudas de que es posible dar una nueva dirección al desarrollo tecnológico, una dirección que habrá de conducirlo de vuelta a las necesidades reales del hombre, lo que también significa volver al tamaño correcto del hombre. El hombre es pequeño y, por lo tanto, lo pequeño es hermoso" (Schumacher, 1988).

 

Bibliografía.

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·         (1974). Age of Plenty: A Christian View. St Andrew Press.

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Sevilla García, A. M. (1977a). Introducción a E. F. Schumacher. Cuadernos de administración, Vol. 2, Nº. 3, pp. 2-5

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Videla, L. (2001). E. F. Schumacher: un profeta olvidado. Revista empresa y humanismo, Vol. 4, Nº. 2, pp. 407-422.

 

 

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