Mihail Manoilescu y el paradigma del Corporativismo en el siglo XX.
Sergio Fernández Riquelme
Historiador y Profesor de Política social. Universidad de Murcia.
Resumen. Mihail Manoilescu es, en su vida y en su obra, el máximo exponente de los límites y oportunidades presentes en el desarrollo de la doctrina corporativista durante la primera mitad del siglo XX en Europa, así como de las paradojas surgidas en la conceptuación del posterior fenómeno del neocorporativismo en la ciencia política contemporánea
Palabras clave.Corporativismo, Manoilescu, Partido único, Rumania.
Abstract. Mihail Manoilescu is, in his life and his work, the best example of the limits and opportunities in the development of corporatist doctrine during the first half of the twentieth century in Europe, as well as the paradoxes encountered in the conceptualization of the later phenomenon of neo-corporatism in contemporary political science
Key words. Corporatism, Manoilescu, single party, Romania.
Introducción. Semblanza vital de un tecnócrata.
"Una notable figura intelectual de los años 30", clave para "comprender de qué modo las ideas del siglo XIX se proyectaron sobre los métodos del siglo XX" para Molina Cano, o el "tecnócrata de pura sangre" para Veiga, el pensador rumano Mihail (o Mijail) Manoilescu [1891-1950] ha sido objeto de numerosos debates y polémicas, que intentan situar su pensamiento en una u otra esfera del pensamiento ideológico; lo que indudablemente ha conducido a una manipulación revisionista de su compleja obra, clave para comprender el cambio de la mentalidad histórica que explica gran parte de los acontecimientos de buena parte del siglo XX en el Viejo Continente. Incluso Alfonso Lazo la considera como la más sistemática y elaborada de cuantas se proyectaron en este periodo histórico: "resulta ser uno de los pocos teóricos fascistas que intento precisar la ideología sin recurrir a expresiones místicas o metáforas inasibles”, de notable relevancia doctrinal en los ámbitos científicos de Francia, Alemania y esencialmente en Italia durante los años treinta, de manera especial en torno al debate corporativo[1].
El padre del modelo más puro e ideal de “corporativismo como régimen social” fue un ingeniero de caminos, canales y puertos en 1915, que a los 35 años ya había detentado los cargos de Subdirector y Director de industria del Ministerio de Industria y comercio en el gobierno Averescu (1921-1926), y Subsecretario y Ministro de Finanzas (1926-1931). Con una amplia formación lingüística, científica y humanista, y como miembro del Partido del pueblo de Averescu, ejerció puestos de responsabilidad en el gobierno que su unieron a una notable carrera como economista político en el mundo científico europeo (especialmente francés) desde la Cátedra de Economía, organización y racionalización de la Escuela politécnica de Bucarest (1931), que explica cómo, paradójicamente, sus obras se tradujeron antes en francés que en rumano, razón que bien puede explicar su resonancia intelectual en Europa y su olvido pragmático en Rumania.
En 1929 publicó en París, a través de la editorial Girad, su obra Thèorie du protectionnisme et de l´echange international, traducida en poco tiempo al alemán y al italiano, dónde atacando el sistema de “economía de mercado”, redefinió una metodología económica intervencionista. Esta obra y su papel como Ministro de Industria y comercio, y posteriormente como gobernador del Banco Nacional, le lanzaron a una notable carrera intelectual en Europa, participando activamente en los principales debates económicos europeos de la primera mitad de la década de los treinta (recogidas sistemáticamente por Manoliu[2]).
- El Siglo del corporativismo: de doctrina político-social a “profecía” histórica.
Pero progresivamente, desde su formación tecnocrática y su inicial reflexión económico-política, su obra se inclinó hacia la teorización político-social en torno al fenómeno funcional de Corporativismo, como método inevitable de sustitución universal del modelo socioeconómico liberal, funcionalmente denunciado. Para Veiga, a lo largo de los años 30, se consagró "como uno de los ideólogos mas depurados del Corporativismo”. Así, la influencia del funcionalismo sociológico (Durkheim), del nacionalismo ortodoxo rumano, del gremialismo francés (Saint-Leon y Lavergne), del socialismo no estatista (Saint Simon), pero de manera fundamental de los doctrinarios fascistas Spirito, Alfieri, Gianni y Ferri, le hicieron redefinir sus posiciones intelectuales en los ámbitos social y político.
Su participación en 1933 en el congreso científico de Ferrara sobre el tema de la doctrina corporativa, junto con los autores antes citados y con pensadores europeos de la talla de O. Spann o Sombart, fue un punto de inflexión determinante. La solución corporativa allí conocida de primera mano, le decidió a intentar su aplicación en su atrasada Rumania natal, adoptando referencias declaradamente nacionalistas. En 1932 creó la Liga Nacional Corporativa, sociedad de estudios que englobaba a algunos intelectuales nacionalistas burgueses y numerosos simpatizantes universitarios, y que poseía su propia revista mensual, Lumea Nova (Nuevo Mundo), órgano de difusión pública de las propuestas corporativas, creando “una verdadera escuela corporativa rumana”[3].
En 1934 vio la luz también en París, en la editorial F. Alcán, Le siècle du corporatisme. La doctrine du corporatisme intégral et pur, donde sistematiza la doctrina integral de la organización de un Estado corporativo, pero intentado elaborar una construcción teórica funcional e ideal, situada en los parámetros de una especie de “tercera vía” (recogiendo, revisando o completando los postulados leídos en Spann, Spirito, Bortolotto..). Una obra que lo situó en primera línea del debate teórico corporativo europeo, siendo acogido favorablemente en Italia por Bortolotto o Marchesi, aunque con reservas por Costamagna (quien defendía la paternidad y originalidad fascista). Su evolución teórico-política alcanzó su máximo grado con la publicación de Le Parti Unique (1936) en el que, atraído por el desarrollo del Estado fascista, analizaba el fenómeno del partido único y llegaba a la conclusión de la necesidad transitoria de estos regímenes totalitarios o autoritarios, en el proceso de construcción del “corporativismo puro”[4].
Las principales claves de su pensamiento se centraron, pues, en torno a la construcción doctrinal del corporativismo integral y puro. Materializada en última instancia en una compleja y sistemática teoría político-social[5], su solución corporativa respondía plenamente a la época de colectivismos; donde diversos socialismos, autoritarismos y totalitarismos adoptaron o usaron como respuesta nacionalista-estatal al problema social los mecanismos de control corporativos en la participación y representación político-social. Pero dicha teoría, pretendida y en numerosas ocasiones realmente “integral y pura”, intentó superar la subordinación del ideal corporativo a las apetencias estatistas, y la parcialidad de experiencias nacionales, profetizando el siglo XX bajo la hégira corporativa [6].
Para ello, articulaba su propuesta en torno a un funcionalismo social, un reformismo tecnocrático “desde arriba”, y un nacionalismo idealista que palidecía ante concreciones parciales o universalistas a que dicha teoría aspiraba. Y eso sí, aunque partía de la generalizada crítica secular al modelo de Estado y de Sociedad engendrado por el Liberalismo económico y político, y a su alternativa socialista y comunista, no las cuestionaba esencialmente por sus consecuencias morales, espirituales o simbólicas; sino por su viabilidad funcional para hacer frente a los imperativos de su tiempo histórico [7].
Así, sus concomitancias con fascistas, nacionalsindicalistas o falangistas, junto a innegable solidaridad nacionalista, se explicaban principalmente por ver en dichos movimientos los marcos más favorables, que no únicos, para la inicial implantación de sus postulados integrales [8]. En suma, un corporativismo técnico y funcional, ontologización de lo social, que demuestra la ignorada diversidad conceptual e institucional de este polémico fenómeno político-social, amén de la participación en diversas manifestaciones y su utilización doctrinal e instrumental por pensadores y movimientos del “pensamiento progresista” (Bauer, Besteiro, Sombart o Thomas). Su “tercera vía corporativa” surgía en el horizonte intelectual como una profecía funcionalista que, ocultada por las circunstancias históricas posbélicas, reaparecía necesariamente al calor de la redefinición del Estado del Bienestar y del mundo globalizado, anticipando muchos de los rasgos de la edad de la organización funcional, de su no tan equivocado “siglo del corporativismo” [9].
Como miembro de instituciones estatales de gestión y planificación económica durante más de diez años, Manoilescu forjó desde su Cátedra de Bucarest su construcción económico-política desde la crítica feroz a la “doctrina clásica” y al orden capitalista internacional; frente a ambas, oponía tanto el intervencionismo estatal como la planificación centralizada, que ocupaban un papel rector en la necesaria "regeneración del liberalismo decimonónico" (fundamentado en su obra Theorie des Protectionnisme et de l´echange international, 1929). Para Veiga suponía una especie de "tercera vía" basada en "ideas para recrear el Liberalismo sobre una base ultraplanificada y corporativa", y donde "subyacía en sus proyectos el objetivo de modernizar la economía y la sociedad rumana mediante un relanzamiento acelerado de la industrialización, acompañado de un reajuste de la agricultura que le sirviera de soporte" [10].
Pero la falta de aplicación práctica de estos principios regeneracionistas en la política económica rumana de los años veinte, provocaron una evolución teórica de su planteamientos político-sociales, que conducirían a la articulación de un sistemático y global discurso político, económico y social corporativo y totalitario en los años treinta. Su teoría económico-política, articulada en torno a los conceptos de protección y equilibrio, y unida indisolublemente a su experiencia ministerial, se integró en los principales debates intelectuales, y se desplegó a través de las dimensiones agrícola, comercial, industrial, financiera y monetaria. En dichas dimensiones, los temas transversales versaron sobre la revisión de la teoría económica clásica, el proteccionismo comercial, la racionalización y organización laboral, y el diseño final de una política económica adaptada a las necesidades y realidades rumanas, y concluía con un diagnostico peculiar de la desigualdad de la organización económica internacional [11].
Su concepción del corporativismo, pues, en la dialéctica secular entre Estado y sociedad, partía de la necesidad de un Estado fuerte, nacionalista, autoritario y reformista, caracterización basada sobre la "moderna idea de Dictadura como sistema completo de funciones", surgido de la visión de su atrasada Rumania natal y de las nuevas consecuencias materiales, geoestratégicas y espirituales que advirtió tras la Primera Guerra mundial. Pero un Estado fuerte que se resolvía como una necesidad estratégica y funcional, y un paso previo a esa ideal “sociedad corporativa integral y pura”, asentada para su realización en el pilar socioeconómico de la Corporación y en el pilar político del Partido único; una sociedad profetizada que, por tanto, presidiría el siglo al calor de aquellos regímenes predispuestos a su concepción. Por ello señaló que el siglo XX, que empezó para él en 1918, se encontraba presidido por "dos instituciones que, cuando menos en su forma contemporánea, presenta una originalidad y una novedad incontestables y que se bastan por sí solas para dar relieve al paisaje político contemporáneo: la Corporación y el Partido único" [12].
Por ello, el corporativismo no era la restauración del viejo gremio medieval, ni una copia del fascismo, ni un estatismo nacionalista sin más; surgía una nueva organización social y política “superior”, basada en la racionalización funcional y nacional del capitalismo económico. Junto con los imperativos idealistas, nacionalistas y autoritarios descritos, el gran “imperativo histórico” del siglo XX, y al que respondía plenamente el corporativismo, era el de la organización o “natural evolución del proceso de reconstrucción social”: como medio de superar los conflictos entre clases sociales, e integrar a las diferentes fuerzas productivas en la empresa de desarrollo nacional (así se conseguiría un aumento de la productividad industrial y agrícola, la armonía interclasista y la cohesión nacional); como orden, unidad, disciplina, competencia, coordinación y continuidad, que acabaría “victoriosa sobre el beneficio capitalista” (mediante un “nuevo sistema de propiedad y producción” en la corporativización de los distintos cuerpos socio profesionales en los que se dividía la estructura social) [13].
2. La unidad de acción política: el Partido único.
Al final de este camino, el “corporativismo integral y puro” se vinculó con la idea del “partido único”. Manoilescu publicó de nuevo en París, esta vez en Oeuvres Françaises, Le Parti unique (1936), donde dotaba al pilar socioeconómico de la Corporación un nuevo pilar político. La sociedad corporativa que presidiría el siglo, necesitaba de este pilar partidista, como instrumento político capaz de llevar la “unidad de mando”. Así afirmaba que el siglo XX, que comenzó para él en 1918, se encontraba presidido por “dos instituciones que, cuando menos en su forma contemporánea, presenta una originalidad y una novedad incontestables y que se bastan por sí solas para dar relieve al paisaje político contemporáneo: la Corporación y el Partido único” [14].
Este instrumento completaba la crítica al Parlamentarismo liberal, por no representar al conjunto de la nación, al estar sometido a disputas particulares de partidos escasamente representativos, y al impedir la necesaria concentración de los esfuerzos productivos en pro del “interés nacional”. Frente a esta institución agotada, el Partido único, expediente transitorio, ayudaría a fijar la consideración de la «función social» de la propiedad privada y a promover la corporativización de las organizaciones sociales y económicas[15]. Para Manoilescu consistía en un “partido político que posee exclusivamente de hecho o de derecho, la libertad de acción política en un país y que por tanto constituye una institución fundamental del régimen”, de carácter universal, con múltiples fuentes, de generación espontánea, y de naturaleza nacional); un partido que sería el paso práctico previo en la constitución corporativismo como un sistema interclasista, basado en el espíritu nacional de colaboración, solidaridad y funcionalidad de las organizaciones socio productivas autónomas, y en una “moral social” de justicia colectiva, jerarquía funcional y aumento de la productividad [16].
La Corporación y el Partido único cumplían, de esta manera, las condiciones o imperativos históricos que dictaban esta organización integral, este “medio de salvación”. No era un simple “capricho” de algunos teóricos ni el “resultado fortuito de la voluntad del jefe de la revolución italiana”; era para el pensador rumano «la expresión lógica de “una nueva fase histórica”, producto de la “intuición general de algunos hombres filtrada por el instinto de los pueblos”. Frente a la monotonía “ideológica posrevolucionaria y la demagogia política”, solo rotas por la eclosión del marxismo, proponía la recuperación de la Política como generador de ideas y doctrinas político-sociales nuevas como el corporativismo moderno. “La dirección general de nuestra época –sostenía Manoilescu- es la organización de cada colectividad nacional por el corporativismo”, convirtiéndolo en un fenómeno político-social aparentemente “inevitable” [17]. El carácter orgánico de la evolución social humana, que obligaba para Manoilescu a respetar los procesos evolutivos naturales, dictaba la “iniciativa de transformación social ejercida por las individualidades capaces de comprender la evolución y de influenciarla”. Esta era una evolución con un “ritmo natural avivado y precitado” por ciertos factores socioeconómicos que imprimen una “evolución precipitada”; esta era la época en la que el «imperativo de la adaptación» se hace que los pueblos comprendan y se suman a este movimiento corporativo, ya que si no se puede “morir, sin saber porqué” [18].
3. El recuerdo de Manoilescu en el debate neocorporativista.
El complicado debate sociológico y politológico sobre el epifenómeno del neocorporativismo durante mediados de los años 70, situó a Manoilescu en el centro del análisis sociológico sobre el impacto de los “grupos de intereses” en la sociedad política. Se convirtió en el símbolo mediático y en el paradigma intelectual del superado “corporativismo tradicional”. Juan Martínez Alier señalaba como un término político podía influir en la realidad política, al ser parte integrante de ella, al ser en sí una cuestión de distribución de poder; dependiendo su éxito en gran medida de la aceptación general o de la utilización por un sector social. El término «Corporativismo» se reutilizaba como Corporatismo en dos sentidos generales, en función del adjetivo que le acompañara, aunque cada autor difiriera en el contenido de ese corporativismo moderno. Por un lado se hablaba del “autoritario, viejo o estatal” y por otro del “liberal, nuevo o social”; por ello, conceptualmente se intentaban definir dos tipos de Corporativismo: el antiguo, una simple doctrina o ideología, y el nuevo, una actual realidad en busca de una ideología que no sea explícitamente corporativista. Ello demostraba que cada concepto político-social “depende de la posición política de autores y lectores y de su visión del curso de la historia”, siendo todavía este «un concepto en litigio” [19].
El gran gurú del «renacimiento neocorporativo», P. C. Schmitter, fundamentando su hipótesis neocorporativa a partir del estudio de las estructuras de los regímenes autoritarios ibéricos y mediterráneos, nacidos de periodo de entreguerras, rescató las controvertidas hasta esa fecha tesis de Manoilescu. A partir de su construcción conceptual, Schmitter definía el Corporativismo como un “sistema de representación de intereses en el que las unidades constituyentes están organizadas en un número limitado de categorías singulares, obligatorias jerárquicamente ordenadas y funcionalmente diferenciadas, reconocidas o autorizadas (cuando no creadas por el Estado), a las que se les concede un deliberado monopolio representativo en el seno de esas categorías a cambio del respeto a ciertos controles en la selección de sus dirigentes y en la articulación de demandas y apoyos” [20]. De ello distinguía un corporativismo social organizado desde abajo, con organismos autónomos y con capacidad de penetración aunque con límites borrosos (en Suiza, Holanda o Escandinavia), incardinado en sistemas políticos con unidades territoriales diversificadas y relativamente autónomas, con procesos electorales abiertos y competitivos y sistemas partidistas, autoridades ideológicamente plurales basadas en coaliciones (incluso con subculturas políticas muy estratificadas o fuertemente cimentadas). Era un componente correlativo, aunque no ineludible, de las sociedades capitalistas avanzadas, postliberales y democráticamente organizadas en el Estado del Bienestar; y un corporativismo estatal, organizado desde arriba con organismos dependientes que resultan penetrados (Portugal, España, Brasil, Grecia, México...) [21]. En ellos, las subunidades territoriales estaban rígidamente subordinadas al poder burocrático central, donde las elecciones no existen o tiene carácter plebiscitario, y el sistema de partidos está dominado o monopolizado por un partido único, las autoridades ejecutivas son ideológicamente excluyentes, y se reprimen las subculturas políticas basadas en la clase, la etnia, la lengua o el regionalismo (es elemento definitorio y necesidad estructural del Estado neomercantilista, antiliberal, autoritario y en sociedades de capitalismo retrasado) [22].
Paralelamente, durante los años 70, la dimensión económica (proteccionista) de su obra fue, no tan paradójicamente, reutilizada por pensadores situados en supuestos márgenes ideológicos extremos. Diversas teorías económico-sociales latinoamericanas situada al abrigo de la izquierda política pro-revolucionaria, recogía sus tesis sobre el comercio internacional y el proteccionismo antiliberal para redefinir, teórica e ideológicamente, la situación de dependencia comercial de diversos países latinoamericanos en el contexto internacional, y en especial en su relación con los EEUU. Buscando un modelo de Economía política no recurrentemente marxista, se reutilizaban las tesis proteccionistas y catalácticas de Manoilescu (y las del propio Wagemann), conectándolas explicativamente con las situaciones de subdesarrollo estructural del subcontinente latinoamericano.
Las denominadas como corrientes dependistas, en la línea marcada por argentino Raúl Presbich y la CEPAL, rescataban «las categorías primigenias «centro» y «periferia». Estos conceptos explicativos poseían la aparente virtud de sancionar la realidad de un intercambio estructuralmente desigual entre el conjunto de naciones que conocieron tempranamente la revolución industrial y los países latinoamericanos que se atascaron en las actividades primarias. Esta perspectiva del análisis de las relaciones económicas internacionales pretendían demostrar que los países que participan en el comercio internacional no presentan caracteres similares ni se benefician en igual cuantía, ya sea por razones económicas, por la posible elasticidad desigual de la demanda de los productos intercambiados, o por circunstancias y asimetrías políticas [23].
Veinte años después de su muerte, Manoilescu reapareció bruscamente en la escena intelectual y científica, gracias al interés de diversas universidades americanas y británicas, y al diverso uso de teóricos y estadistas latinoamericanos [24]. Jacob Viner y la ECLA (CEPAL) discutieron sobre el uso de sus tesis, y Joseph Love (Universidad de Illinois) comenzó el estudio de las relaciones teóricas entre Manoilescu y Raul Prebisch. Prebisch, autor del manifiesto de la ECLA en 1949 («The Economic Development of Latin America and its Principal Problems»), fue considerado como el principal reactualizador de las ideas del rumano. Su interés se hace visible en dos de las principales instituciones sobre el Desarrollo social en la que participó: la ECLA (CEPAL), y el UNCTAD (United Nation’s Conference on Trade and Development). Manoilescu aparecía a sus ojos como el gran teórico del proyecto de nuevo orden económico mundial (moratoria del pago de deudas, acuerdos multilaterales...) [25]. Llegó incluso a ser uno de los más importantes economistas de la Rumania comunista, usado, pese a su rechazo oficial por el régimen comunista, por Gheorghe Dolgu y Gheorghe Cucu; mientras que la Rumania postcomunista permitió superar la censura sobre su obra, tras el doctorado de Vasile C. Nechita en 1970 o la introducción de Mihail Todosia en 1986 sobre la Teoría del proteccionismo. En Francia, el primer ministro Raymond Barre, mencionó la obra de Manoilescu en 1970, y algunas de sus reflexiones históricas (el Dictado de Viena) fueron publicadas en Magazin Istoric. Una situación de similar y paradójico regreso lo encontramos en su compatriota y coetáneo Mircea Eliade, igualmente seguidor del nacionalismo radical de la Guardia de Hierro y de su Conducator Condreanu, y hoy en día un famoso antropólogo y literato de prestigio contemporáneo.
Notas.
[1]Jerónimo Molina: “Representación, asociación, participación”, pág. 456, en Anuario Filosófico, XXXVI/1, 2003, págs. 455-471; Francesc Veiga,: La mística del
ultranacionalismo (Historia de la Guardia de Hierro), Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 1989. El autor señala como" la preeminencia de Manoilesco es este periodo (los añoos 30) no
constituía un mero biombo, sino un síntoma de que la tercera vía no era simplemente un negocio fraudulento a gran escala"; Alfonso Lazo: La Iglesia, la falange y el fascismo, Universidad
de Sevilla, 1998, págs. 34-35. La literatura española o en castellano sobre Manoilescu ha sido muy escasa hasta la fecha. Existen contadas notas sobre
algunos aspectos de su pensamiento, como la reseña de Luis E. Nieto sobre la edición chilena del Partido Único titulada «El Partido y la revolución» en Universidad católica bolivariana,
vol. II, nº 22, Santiago de Chile, agosto-diciembre de 1941; o la de Sergio Fernández, «Mihail Manoilesco en España», en Empresas políticas, nº 3, Murcia 2003, págs. 107-111. Roxana
Bobulescu, «El Proteccionismo general de Mihail Manoilescu» en Empresas políticas, nº 3, Murcia 2003, págs. 93-99; o la de Joseph L. Love, «Acotaciones a la influencia de las ideas
económicas de Mihail Manoilescu en Portugal y España» en Empresas políticas, nº 3, Murcia 2003, págs. 101-105.
[2]Textos rumanos recogidos en la revista (editados en Universul) , y citados por E. Manoliu en francés:, Robert
Paiusan, «La réceptión de l’oeuvre de Mihail Manoilesco daux le monde scientifique italien des annes 1930», en S. Martín, R. Dinu and I. Bulei (eds), Anuario. Istituto Romeno de Cultura e
ricerca umanistica, Venice, nº 3 2001, págs.. 30-32: “Une activité parlamentaire corporative” (discursos en el Senado, 1933), “Philosophie et doctrine
corporatiste” (1934), “Petres et professsours dans l´etat corporatif” (1934), ,”L´espace economique corporatif” (1934), y “La Roumanie état corporatif” (1934).
[3]Robert Paiusan: “La réceptión de l´oeuvre de Mihail Manoilesco daux le monde scientifique italien des annes 1930”, en S. Martín, R.
Dinu and I. Bulei (eds): Anuario. Istituto Romeno de Cultura e ricerca umanistica , 3 , Venice, 2001, págs. 296-300
[4] M. Manoilesco, El Partido único, Ed. Heraldo de Aragón , Zaragoza, 1938, pág. 204.
[5] Podemos citar las siguientes conferencias: Mayo de 1929 en Paris; Noviembre de 1930 en Ginebra; Marzo de 1932 en Budapest; Abril de 1932 en Innsbruck; Mayo de 1932 en Ferrara; Octubre de 1932 en Basilea; Noviembre de 1932 en Roma; Junio de 1933 en Viena; Noviembre de 1933 en Sofia; Diciembre de 1933 en Viena; Mayo de 1934 en Viena; Enero de 1935 en Kiel; Junio de 1935 en París; Marzo de 1936 en Paris; Marzo de 1936 en Madrid y Lisboa; Noviembre de 1936 en Frankfurt, Stuttgart y Berliín.
[6]M. Manoilescu, Memorii. Bucaresti 1993, pág. 323.
[7]Robert Paiusan, op.cit., págs. 296-300
[8]M. Manoilesco, El Partido único. Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1938, pág. 204.
[9] Paradigma del Estado antiliberal y autoritario para P.C Schmitter, «Reflections on Mihail Manoilesco and the Politicals Consequences of Delayed-dependent Development on teh Periphery of western Europe» (págs. 117-139), en Kenneth Jowie (ed.), Social Change in Romania (1860-1940), Institute of International Studies, University of California, Berkeley 1978, págs. 117-138.
[10]M. Manoilesco, El siglo del corporativismo. Doctrina del corporativismo integral y puro. El Chileno, Santiago de Chile 1941, págs. 34-38.
[11]M. Manoilescu, Memorii.., op.cit., pág. 181.
[12]M. Manoilesco, El siglo del corporativismo, pág. 222.
[13]Ídem, pág. 56 ss.
[14]Sergio Fernández, Corporativismo y Política social, págs. 95 y 96
[15]M. Manoilescu, El partido único, págs. 20, 21 y 25
[16]El Partido Único (1936) supuso el primer estudio genérico como fenómeno político, sociológico e histórico del Partido único, intentaba establecer una teoría explicativa de dicho fenómeno político como «problema general de nuestra época» y como instrumento político que se da en diversos países y que surge de raíces diversas (y que «se encuentra en la base de los regímenes más distintos en cuanto concepciones sociales e ideales humanos»); pero que se concreta en la modernidad, al insertarse como elemento tutelar y transitorio del sistema corporativo por él diseñado. La obra se componía de dos partes temáticas: en la primera se analiza «el partido único como institución», afirmando su necesidad histórica como racionalización del Estado, reacción frente al parlamentarismo y su evolución natural (desde partido revolucionario a partido único y oficial). Señalaba las funciones transitorias (antes de tomar el poder) y permanentes (monopolio político), y describía su organización (principios de jefatura, jerarquía, juventud y militarización). En la segunda parte se describen someramente los «los grandes partidos únicos contemporáneos» (soviético, fascista, turco, español, portugués y nacionalsocialista). Ídem, pág. 204.
[17]Las conexiones entre socialismo y corporativismo se ejemplifican, nuevamente, en los últimos años de su vida. Preso de las tropas comunistas desde 1944, pese a ser liberado a los catorce meses por la necesidad del nuevo gobierno pro soviético de cuadros tecnocráticos, acabó muriendo en la cárcel en 1950 y enterrado en una fosa común. Las necesidades de políticas monetarias concretas, de fundación de oficinas industriales, de un régimen final de cooperativas, y de un plan de electrificación hicieron llamar de nuevo a Manoilescu por el nuevo régimen pro soviético. La defensa que hizo en 1930 del sindicalista Gheorghiu Dej, no fue olvidada por este en 1946. Comenzó a escribir sus memorias y publicó su último estudio «Productividad del trabajo y comercio exterior» en Santiago de Chile (1947), además de desarrollar estudios geotérmicos públicos en Suiza (bajo el nombre de su hijo Alexandru). En diciembre de 1948 fue nuevamente arrestado, acusado de publicación de ideas fascistas, y condenado a 15 años de cárcel.
[18]Algunos de los más destacados estudios internacionales podrían ser el de Harris Competition and the corporate state (1972), de P. C. Schmitter, Trends toward corporatist intermediation (1979), de Maraffi, La società neocorporativa (1982), Mishra, The Welfare State in crisis (1984), de Van Waarden, Dimensions and types of policy networks (1992). En español, pueden consultarse las obres de S. Giner & M. Pérez Yruela (ed.): «Corporatismo», en Revista Española de Investigaciones Sociológicas (31, julio-septiembre, 1985); de V. Pérez Díaz, «Empresarios, sindicatos y marco institucional» en Papeles de Economía Española (vol., 22, 1985); de G. Fernández de la Mora, «Neocorporativismo y representación política» en Razón Española (núm. 6, marzo-abril, 1986); de J. M. Serrano Ruiz-Calderón, «Neocorporativismo», en Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense (1974) o de M. Ramírez Jiménez, España en sus ocasiones perdidas y la democracia mejorable, Mira Editores, Zaragoza 2000.
[19]J. Martínez Alier, «Viejas ideologías y nuevas realidades corporativas», en S. Giner y M. Pérez Yruela (ed.): El corporatismo en España, Ariel, Barcelona 1988, págs. 291-317.
[20]P. C. Schmitter, «Reflections on Mihail Manoilesco and the Politicals Consequences of Delayed-dependent Development on teh Periphery of western Europe» (págs. 117-139), en Kenneth Jowie (ed.), Social Change in Romania (1860-1940), Institute of International Studies, University of California, Berkeley 1978.
[21]Ídem, pág. 135
[22]R. Bobulescu, «El proteccionismo», op. cit, pág. 99.
[23]De esa manera pretendían fundamentar teóricamente sus postulados ideológicos, subrayando el origen estructural y neocolonial de las desigualdades dentro de la sociedad latinoamericana; condenaban asimismo las influencias desnacionalizantes de las grandes corporaciones y enclaves; censuraban el régimen consular o de cooptación surgido de la asimétrica relación imperial; y la denuncia, por último, de los privilegios y de los mecanismos ostensibles y ocultos de los cuales las elites dominantes echan mano para perennizarlos Y sentenciaban así que la prosperidad de los centros (especialmente los Estados Unidos) emanaba exclusivamente de la explotación de los recursos de la periferia. Con ello, los teóricos izquierdistas integraban en su discurso «antiimperialista» y en su análisis marxista, conceptos económicos teóricos y explicativos sobre la situación socioeconómica latinoamericana, situada desde esos años en la situación de dependencia comercial
[24]P. C. Schmitter, Reflections on..., op. cit., pág. 121.
[25] Ídem, pág. 7.