El tema de la angustia religiosa en Miguel de Unamuno.
Anna Hamling
Univeristy of New Brunswick (EEUU).
Resumen. Unamuno (1864-1936), el escritor y filósofo español, fue un hombre angustiado por las dudas y en constante lucha con ellas. Una lucha múltiple: en las obras y en la tribuna de rector de la Universidad de Salamanca, e incluso cuando participaba en los actos públicos. Pero es cierto que su preocupación dominante era el problema religioso. En este artículo vamos a concentrarnos en cuatro obras fundamentales de don Miguel: Diario íntimo (1897-1902), Nicodemo el fariseo (1899), La vida de Don Quijote y Sancho (1905), y Del sentimiento trágico de la vida (1913). El objectivo principal es analizar la trayectoria religiosa de Don Miguel y su concepto propio de la religión.
Palabras claves: Unamuno, la “verdad religiosa,” los Evangelios, la crisis religiosa, la fe viva.
Abstract. Unamuno (1864-1936), Spanish writer and philosopher was struggling with the religious doubts through his entire life. He expressed them both in his writings, in his career as a rector of the University of Salamanca and in the public life. In the current study Unamuno’s four fundamental works will be studied: his Diary (1897-1902), Nicodemo Pharisee (1899), Life of Don Quijote and Sancho (1905), From the Tragic Sentiment of Life (1913). The main objective of this article is to analyse Unamuno’s religious life and his struggle with his own concept of ‘religiosity.’
Key words: Unamuno, ‘religious truth,’ Gospels, religious crisis, concept of authentic faith.
Introducción
El tema de la "verdad religiosa", entendida en términos de la intensidad en la búsqueda de los valores verdaderos de la vida, las preocupaciones e inquietudes religiosas y no los dogmas--las verdades afirmadas por la Iglesia,--integran el tema de la evolución religiosa de Unamuno. Empezamos destacando los hitos de su formación religiosa. La niñez y la juventud de Unamuno son profundamente católicas; no sólo sigue Unamuno todos los preceptos de la Iglesia, sino que medita los misterios del dogma, lee libros sagrados y reza con fervor. "Soñaba en ser santo", dice Unamuno en los Recuerdos (Unamuno, vol. 2, 1966, p.159). Le atraen y preocupan los misterios y las vidas de los santos. Esta atracción lo lleva a los estudios de los Evangelios, del pensamiento de Kant y Hegel y Balmes cuando a los dieciséis años va a Madrid a estudiar Filosofía y Letras, y piensa más sobre el misterio de la vida. Llega a la conclusión de que el mundo no tiene finalidad. Unamuno guardó este convencimiento toda su vida. "Yo creo que el mundo no tiene finalidad . . . somos los hombres quienes le damos un sentido y una finalidad que no tiene" dijo dos años antes de su muerte (Ahora 25 de diciembre 1934:4).
La vida de Don Miguel.
En el primer curso universitario Unamuno deja de ir a misa. Parece que el joven ha perdido sus creencias por no poder explicar racionalmente los misterios de la vida. Le atrae el racionalismo; expresa sus ideas sobre el poder de la inteligencia, o sea la facultad de conocer, y la de la razón, o sea la facultad de combinar en la Filosofía lógica (1886) (Zubizarreta, 1960, p 12). De este período de la vida de Unamuno es significativa la siguiente cita "Pedid el reino de la ciencia y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura" (Zubizarreta, p 2). Son los hechos que no le permiten llegar a Dios. "Llamo Conciencia al conjunto de los hechos y las ideas, los hechos relacionados a las ideas, y éstas relacionadas a los hechos, es decir al conjunto de todo lo conocido" (p 52). En una carta a Clarín del 31 de mayo de 1895 Unamuno explica que él también tiene tendencias místicas; no en vano ha estado asistiendo a misa al día y comulgando al mes con verdadero fervor y no por una fórmula hasta los ventidós años; cree que de pura religiosidad dejó de hacerlo. En la misma carta Unamuno continúa afirmando que llegó a Madrid llevando en su alma una honda educación religiosa; sin embargo, en puro querer racionalizar su fe, la perdió (Unamuno, 1966 vol 4, p 53).
Cuando regresa a Bilbao parece que vuelve a las prácticas de la fe católica probablemente por no querer causar dolor a su madre, y en parte, movido por los recuerdos de su niñez. Unamuno ya rechaza el dogmatismo de la Iglesia, pero anhela la fe pura, inspirada por la enseñanza del Jesús de los Evangelios. Es Jesucristo el que marca la conducta en la vida que se debe seguir. Unamuno todavía se siente empujado hacia los misterios, pero es la falta de explicación de ellos la que le angustia. La herencia del catolicismo provoca el nacimiento de la lucha, la agonía que le va a acompañar durante toda su vida. El período de 1895-97 señala más dudas, más agonía y el sentimiento de querer creer. Ya en 1895 Unamuno concluye que el intelectualismo es pernicioso, grave y malo (Zubizarreta, 1960, p 35). Al leer el Nazarín de Galdós dice: "Así, sólo así, quisiera ser yo católico apostólico romano. Hoy no sé lo que soy, creo que nada" (Zubizarreta, 1960, p 37).
Unamuno se casa con Concha Lizárraga en Bilbao y se traslada a Salamanca como catedrático de Griego de la Universidad de Salamanca. Pero las preocupaciones religiosas siguen siendo vigentes. El 31 de mayo de 1895, escribe a Clarín: "He seguido con interés la última dirección de usted, su período místico en cierto modo. . . . Yo también tengo mis tendencias místicas. . . . Estas van encarnando en el ideal socialista, tal cual lo abrigo. Sueño con que el socialismo sea una verdadera reforma religiosa" (Unamuno, 1966, vol 4, p 50). Para Unamuno el socialismo surge de la justicia, o sea de la caridad; debe despojarse de todo dogmatismo porque éste impide el progreso. Toda fórmula y todo concepto dogmático son obstáculos para que el pueblo camine libremente por las vías de lo íntimo y sencillo que en efecto lo llevaría al sentimiento religioso. En un artículo del mismo año publicado en La lucha de clase el 21 de diciembre 1895, el cual versa sobre los fenómenos sociales, es evidente su esperanza de un socialismo libre de dogmatismos a pesar de que recalque la importancia del factor económico: "Y es que como en la constitución económica reposa la injusticia radical, combatirla es combatir por el reino de Dios y su justicia" (Unamuno, 1966, vol 6, p152).
En 1896 la pesadumbre oprime el hogar de los Unamuno. Raimundo Jenaro, el tercer hijo, a los pocos meses se enferma de meningitis y se le produce hidrocefalia. Un año después Unamuno sufre una neurosis cardíaca que agudiza el miedo de la muerte y lo hace reflexionar profundamente. La agónica necesidad de creer en Dios se ahonda con la imposibilidad racional de creer en El. Estas sacudidas en el ámbito familiar probablemente entrañan el principio de una crisis religiosa que tiene repercusiones en la formación de su pensamiento.
Aunque no se conocen las exactas circunstancias y por ende la fecha del comienzo de su crisis religiosa, no faltan testimonios de ella en las cartas de Unamuno a varios conocidos. En una de ellas la dirigida a Jiménez Ilundáin del 3 de enero de 1898, escribe:
Qué cosa más terrible atravesar la estepa del intelectualismo y encontrarse un día en que como llamada y vista de advertencia, nos viene la imagen de la muerte y del total acabamiento. Si supiera usted qué noches de angustia y que días de inapetencia espiritual. . . . Me cogió la crisis de un modo violento y repentino . . . y comprendí la vida recogida, cuando al verme llorar se le escapó a mi mujer esta exclamación viniendo a mi: 'Hijo mío'. Entonces me llamó hijo, hijo. Me refugié en prácticas que evocaran los días de mi infancia. (Benítez, 1948, p 49)
A raíz de esta crisis Unamuno se esfuerza por recobrar la fe sencilla de su infancia e incluso empieza a practicar los rezos rutinarios para despertar el sentimiento religioso de antaño. Sánchez Barbudo comenta que este acontecimiento no ocurrió ni la primera vez ni tampoco la última cuando Unamuno intentó, sin lograrlo, volver a la fe pérdida de su infancia. Aunque Sánchez Barbudo admite que después de 1900 Unamuno se instaló de un modo definitivo en la lucha y en la duda, se opone a la tesis de Marías que afirma la confianza en Dios de Unamuno y en su salvación personal. Sánchez Barbudo explica que la lucha y la duda sustituyen juegos con ideas para ocultar el vacío y para engañarse a sí mismo. "Unamuno en fondo no creía"--afirma el mismo autor (Sánchez Barbudo, 1951, p 46).
La interpretación de Sánchez Barbudo parece bastante dogmática y, en consecuencia, inusta. El crítico reconoce la agonía y la duda de Unamuno, pero las contradice insistiendo en la falta de creencia del escritor. Lo que sí hay que tener en cuenta es la constante vacilación de Unamuno entre el creer y el querer creer, sin olvidar la fuerza creadora del querer creer.
En efecto, en una carta a Clarín del 30 de octubre de 1897, Unamuno pregunta: "Si yo creo o ¿es que tan sólo quiero creer? No lo sé. Ando desorientado, pero con mayor paz interior" (Unamuno, 1966, vol 4, p 49).
En una carta a Jiménez Ilundain del 3 de enero de 1898, escribe:
Recójase usted en sí mismo, cultive el grano de íntima bondad que llevamos todos, si es posible métase, en la medida de sus fuerzas, en cualquier empresa o instituto benéfico. Procure aliviar dolores ajenos y lea usted con el corazón, una vez y otra, el libro eterno, el Evangelio. . . . Y el amor es fe. (Benítez, 1948, p 68)
La crisis religiosa
Desde 1897 se abre un nuevo período en la vida de Unamuno, en el que los temas de la fe en Dios, la resurrección, la muerte y la nada dominan todo lo que escribe. Para seguir el hilo de la evolución religiosa de Unamuno cabe detenernos en el Diario íntimo. Según el estudio de Zubizarreta, como se sabe, Unamuno empezó a apuntar sus pensamientos agónicos en abril de 1897 (Zubizarreta, 1960, p 118).
En su Diario Unamuno se refiere a las palabras de Jesús a quien dio de beber la mujer de Samaria: "Señor dame esa agua para que no tenga sed ni venga acá a sacarla" (Juan 4.15-16). Y le pide a Jesús:
Ungeme Jesús mío, del lodo los ojos y mándame ir al lavadero de tu enviado, y la confesión, para que vuelva viendo. Dame fuerzas que no tengo voluntad. Yo diré para glorificarte: Sí, yo soy, yo soy el que mendigaba gloria humana. Jesús hizo lodo y me ungió los ojos y me dijo: Vete al lavadero del enviado y lávate, y fui una vez que me hube lavado, vi. Del polvo a que con el análisis reduje todo durante mi paso por el desierto del intelectualismo, ha hecho el Señor barro y me lo ha puesto ante los ojos para que desee ver y vaya y me lave y vea. (8:814)
Unamuno se identifica aquí con el ciego del Evangelio y quiere ver también. Pero, según sus propias palabras, le queda un largo camino.
Hay otro pasaje en su Diario que evoca a San Pablo que quiere vincularse definitivamente con Dios y que aún lucha con el hombre que había sido antes. "Quiero vivir en mí, donde tengo a mi Dios, y no en ellos, quiero libertad. Mi yo, que me arrancan mi yo" (8:816). Su lucha entre la razón y la fe, le lleva a la duda y al escepticismo y, a la vez, a la búsqueda de un credo que pueda reconciliar con su lado racional. Pero también se da cuenta de que la duda marca su personalidad.
Todo el Diario nos da una candente prueba del esfuerzo de Unamuno por sojuzgar su orgullo, por alcanzar la fe, por encarrilarse en las prácticas religiosas con la sencillez y la aceptación de los humildes, mas también nos da pruebas de sus titubeos, de su discurrir consigo mismo como lo vemos en el pasaje a continuación:
Estoy queriendo autosugestionarme. Parece imposible que escriba yo estas cosas y que luego me rebele contra ellas. ¿No soy acaso sincero al escribirlas? ¿No lo soy al revolverme contra ellas? ¿Es que hay en mí dos yos y uno traza estas líneas y otro las desprueba como delirios? ¿Es la lucha de que hablaba San Pablo y que le hacía prorrumpir en aquel miserable hombre de mí? ¿Es que Dios mueve mi mano y esto que escribo no lo escribo yo sino un Espíritu que en mí mora? Es, de todos modos, tema de honda meditación esto de que me esté aleccionando y predicando a mí mismo y convirtiéndome y que escriba hoy cosas que me parecerán mañana escritas por otro que no soy. (8:843)
En la cita que sigue Unamuno casi musita su indecisión: "Y me pasará el tiempo en pensar a quién confiarme como si no fueran iguales todos, todos meros representantes, meras figuras. Si conociera a un santo me entregaría a él. Y, ¿en qué conoceré a un santo?" (8:868).
El 13 de noviembre de 1899, Unamuno lee una conferencia en el Ateneo de Madrid titulada: Nicodemo el Fariseo. En la introducción al mismo ensayo Unamuno dice: "He llegado a conocer una enfermedad terrible, semejante en el orden del espíritu a . . . un estómago ulcerado, que . . . empieza a digerirse a sí mismo" (7:369).
Y sigue afirmando que esta enfermedad es el intelectualismo; se la cura volviendo a "la leche de la infancia." Este ensayo parece ser no sólo la prueba de la crisis de Unamuno sino su confesión pública de ella. El ensayo estriba en el Evangelio de San Juan 3.2 en que se narra que Nicodemo "vino a Jesús de noche." Unamuno comenta las noches angustiadas de Nicodemo que recuerda la fe de su niñez y que al fin visita a Cristo. Mas aun después de esa visita, Nicodemo siguió revelando su alma en la vida exterior, "ocultando siempre en el oculto fondo el fervor de aquella noche” (7:370). La confesión de Nicodemo corresponde a los acontecimientos de la crisis de Unamuno que también vive la vida exterior y aprovecha las ideas de la noche de su crisis que serán la base de su pensamiento religioso durante el resto de su vida. Según esta confesión de Unamuno, el objetivo de la vida debe ser la decisión del hombre de huir de lo superficial, de lo externo, y hundirse en lo interior, en lo íntimo aunque esté lleno de angustia y de lucha, es decir a la fe viva, a la salvación. "Eres dueño de tu querer y de tus intenciones; no lo eres en rigor ni de tu hacer ni de tus actos" (7:371).
En una carta a Jiménez Ilundain del 16 de agosto de 1899, Unamuno dice
que en el Nicodemo ante todo puso "su corazón." "He pensado integralmente, con alma y cuerpo y sangre y meollo, no sólo con el cerebro" (Benítez, 1960, p 29). Pero en Nicodemo, como en todos, hay dos hombres, el temporal y el eterno y en esta dualidad asienta Unamuno la preocupación: "qué ha de ser de mi conciencia, de la del otro y de la de todos, después de que cada uno de nosotros se muera." Unamuno afirma la conciencia del hombre de carne y hueso, la conciencia de la muerte, "porque todo lo que no es conciencia . . . no es más que apariencia" (7:155).
En su explicación Unamuno afirma la corporeidad de la conciencia y siguiendo a Kant, explica que es nuestro cuerpo con los estados de conciencia el que piensa, quiere y siente. La razón sólo prueba que el alma es mortal. Unamuno comenta:
La conciencia individual humana depende de la organización del cuerpo; va naciendo poco a poco, según el cerebro recibe las impresiones de fuera; se interrumpe temporalmente, durante el sueño, los desmayos y otros accidentes, y todo nos lleva a conjeturar racionalmente que la muerte trae consigo la pérdida de la conciencia. Y así como antes de nacer no fuimos ni tenemos recuerdo alguno personal de entonces, así después de morir no seremos. Esto es lo racional. El alma es la sucesión de estados de conciencia y es claro que cambia, se integra y se desintegra. La razón concluye pero no niega la posibilidad de encontrar otros caminos. (7:156)
Razón y fe
Unamuno habla del sacramento de la confesión y dice que el pecado provoca la angustia y que por eso tenemos el sacramento de la Confesión. Observa que los pecados más graves son: el pecado de la herejía, el de pensar por nuestra propia cuenta y el pecado de no obedecer a la Iglesia cuya infalibilidad nos defiende de la razón (7:149). Unamuno añade que se afirma lo vital y para afirmarse crea, sirviéndose de lo racional, su enemigo o sea toda la construcción dogmática. La teología se estriba en el dogma; el dogma es la ley que no se discute sino que se aplica. Pero aplicar la ley por medio de la autoridad es lo que produce el escepticismo de la duda.
Según Kierkegaard, la consecuencia vital del racionalismo, del pensamiento puro, sería el suicidio (7:178). Kierkegaard explica que para llegar a Dios no sirven los instrumentos racionales pues permanecen mudos; pero que el corazón siente la necesidad de acercarse a Dios. De ahí surge la contradicción entre razón y pasión. Para Kierkegaard, al hundirse en el dolor, en la resignación, se encuentran semillas de esperanza.
Unamuno por su parte explica que, a pesar de todo, el pensador es hombre y pone la razón al servicio de la vida, que engaña a la razón (7:150). Surge el escepticismo vital del choque entre la razón y el deseo de creer. La fe humana tiene como base la duda, la incertidumbre. Hay que querer creer. Y así nosotros vivimos de Dios, en Dios y espíritu y conciencia de la sociedad y del Universo todo. "Dios no es sentido sino en cuanto es vivido y no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de El (Mateo 4.1).
Según Unamuno, hemos creado a Dios para salvar al Universo de la nada, o sea de la apariencia. Lo único real es lo que uno siente, sufre, compadece, ama y anhela, o sea, es la conciencia; no para pensar de la existencia sino para vivirla, no para saber por qué y cómo es, sino para sentir para qué es (7:156,).
Unamuno escribe a Jiménez Ilundain: "¿Quién nos ha dicho que no hay más medio que la razón para comunicarnos con la realidad?" y en Del sentimiento trágico repite: "¿No habrá realidad inasequible, por su naturaleza misma, a la razón y acaso, por su misma naturaleza, opuesta a ella?" (7:203).
Unamuno reincide en el que la razón lo lleva a rechazar la inmortalidad del alma pero se niega a aceptar esta versión limitada de la verdad:
La sinceridad me lleva a afirmar también que no me resigno a esta otra afirmación y que protesto contra su validaz. Lo que siento es una verdad, tan verdad por lo menos como lo que veo, toco, oigo y se me demuestra--yo creo que más aun verdad--y la sinceridad me obliga a no ocultar mis sentimientos. (7:281)
Hay problemas que la razón nunca puede resolver; nuestros sentimientos e intuiciones pueden ser válidos tanto como las sensaciones de nuestros sentidos físicos. Unamuno ha dicho en muchas ocasiones que para quien hubiese experimentado la realidad de Dios, las pruebas racionales no son relevantes. Por ejemplo, en su carta a Luis de Zulueta escrita en 1903, declara: "El que tiene experiencia de Dios . . . no necesita que se lo demuestre; la lógica le está de más " (4: 46). En La plenitud de plenitudes y todo plenitud se refiere otra vez a la falta de pruebas racionales de la existencia de Dios y explica que no hace falta probar la existencia de las cosas de que se tiene experiencia inmediata (7:1170). Una carta a Jiménez Ilundain escrita en 1905, prueba que Unamuno no sólo ha vuelto a su fe después de la crisis de 1897, sino que ella está basada en una experiencia personal de Dios. Según Benítez, Unamuno en una de las expresiones más significativas de la experiencia personal escribe:
Yo no soy ni ateísta ni panteísta. . . . Creo que el universo tiene una finalidad y una finalidad espiritual y ética. Lo que sí le diré . . . es que con argumentos lógicos no se llega más que a la idea de Dios, no a Dios mismo. . . . Ni en ciencia ni en metafísica hace falta Dios. Pero creo en El porque tengo de El experiencia personal, porque lo siento obrar y vivir en mí. Y no me pregunte más de esto que ni es cuestión de razonar ni me gustan las polémicas. Me quedo con mi Dios y le pido que se manifieste a los demás. (Benítez, 1960, p 399)
En Del sentimiento trágico Unamuno habla otra vez de su experiencia con Dios como base de su creencia: "Dios mismo, no ya la idea de Dios, puede llegar a ser una realidad inmediatamente sentida; y aunque no nos expliquemos con su idea ni la existencia ni la esencia del Universo, tenemos a las veces el sentimiento directo de Dios, sobre todo en los momentos de ahogo espiritual" (7:209).
Y explica como alcanzó el momento del sentimiento espiritual cuando le falló la razón y se le quedó sólo el sentimiento de la presencia de Dios. Unamuno afirma que al hundirse en el escepticismo racional por una parte y en la desesperación sentimental, por otra, "se me encendió el hambre de Dios y el ahogo de espíritu me hizo sentir con su falta su realidad. . . . Y Dios no existe, sino que más bien sobre-existe" (7:346). Al decir que Dios no existe sino sobre-existe, sobretiende Unamuno que Dios no es una idea sino que racionalmente no se puede probar ni refutar su existencia. Entre algunos espíritus afines se destaca Pascal a quien Unamuno evoca en el conflicto de la razón y la fe, por ejemplo en un pasaje de La agonía del cristianismo (1924) en que intuye la lucha interior del matemático: "no ha creído con la razón, no pudo jamás, aun queriéndolo, llegar a creer con la razón, no se hubo jamás convencido de aquello de que estuvo persuadido" (7:346).
Unamuno está persuadido pero no convencido de la existencia de Dios porque no tiene una prueba racional; por consiguiente, se inclina a creer por medio de sus emociones y de sus sentimientos. En muchas ocasiones, Unamuno siente esta angustia espiritual; su escepticismo intelectual hace que dude y en consecuencia la lucha por superar la razón mantiene su fe en vilo. Su lado racional quiere tener una prueba concreta de la existencia de Dios y una prueba de la vida después de la muerte, pero Unamuno admite que es la falta de prueba la que constituye la fuente de la esperanza para él. Y paradójicamente, como dice Unamuno, sólo los que dudan pueden esperar la creencia verdadera.
Los Evangelios
En Mi religión Unamuno dice: "Y si creo en Dios, o por lo menos creo creer en El, es, ante todo porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio, y a través de Cristo y de la historia. Es cosa de corazón" (7:260).
La fe, pues, se contrapone a la razón. Pero el hombre busca el apoyo de la razón para justificar sus creencias; la idea de Dios y de la inmortalidad exigen alguna prueba y ésta se encuentra en los planteamientos bíblicos. Los Evangelios pueden solucionar la vida del hombre a la luz de la existencia de Dios. La razón misma no prueba ni la existencia ni la inexistencia de Dios. La cuestión sigue siendo agónica. Sin embargo, el cumplimiento de los mandamientos de la Biblia, por lo menos, trata de satisfacer el lado racional del hombre y lo acerca a sentir a Dios. Unamuno a menudo habla de que "creer es crear" o que la "fe crea su objeto." No es sólo la fe la que crea su objeto sino que también la razón participa en ello a través de un conocimiento creativo. La necesidad de acercarse a Dios origina el conocimiento por medio del cumplimiento de los mandamientos de Dios, por los Evangelios. El hombre crea la realidad a través del conocimiento racional mientras que el amor constituye el conocimiento vital, pero ambos nos acercan a Dios. Sólo el ser humano que necesita a Dios, lo desea y lo ama, y-- consecuentemente-- puede encontrarlo. Para conocerlo, hay que desearlo, hay que tener hambre de El, afirma Unamuno. Sólo el que lo busca lo encontrará.
Unamuno se sirve de Kant para plantear una forma positiva de la existencia de Dios: no conocemos las cosas en sí, aunque pensamos que las conocemos objetivamente. Por eso, sólo podemos conocer la versión fenomenológica del objeto. Sólo conocemos las cosas en la apariencia (7:125). Sin embargo, según Unamuno por medio del fenómeno del amor, podemos conocer a Dios. El medio de solución del conocimiento vital y racional son los Evangelios.
Los Evangelios eran la lectura cotidiana de Unamuno durante toda su vida (Serrano Poncela 156); se los sabía de memoria. Les daba una interpretación personal, porque pensaba que la interpretación de ellos le ayudaba a la gente a resolver el problema de su propia salvación. Unamuno indica que las doctrinas generales de la Iglesia no sirven para alcanzar una experiencia individual.
Por otra parte, conociendo algo de la personalidad agónica de Unamuno, se puede decir que para él la experiencia de interpretar los Evangelios era probablemente el resultado de una constante contradicción y agonía, una lucha por reconciliar los temas de la Biblia con su propia creencia creativa. A pesar de la duda atormentadora, parece ser que la interpretación de los Evangelios constituye para Unamuno, una vía a la vez cordial y racional para acercarse a Dios. Unamuno interpreta la enseñanza del Cristo de los Evangelios según su propio entendimiento, no según la interpretación de la Iglesia. Unamuno comenta la enseñanza de Cristo sobre el poder del amor, el lugar de la mujer, la duda acuciadora no sólo del creyente sino de Jesús mismo y los sacramentos requeridos por la Iglesia. Al interpretar los Evangelios, Unamuno crea su propio sistema de análisis, diríamos, un sistema basado en la duda. Sin embargo, lo que salta a la vista es el dominio del amor en la vida. Parece que Unamuno sustituye las palabras de Descartes "pienso luego existo" por "amo luego existo."
En los Evangelios Unamuno encuentra el testimonio del Dios-Hombre que nació, agonizó, murió y resucitó para transmitir su agonía a los cristianos, no por fe dogmática, sino agónica. Cristo que en la hora de su muerte exhaló: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Es esta cita del Dios-Hombre que Unamuno incluye en su Diario íntimo (8:884). Este Cristo que duda ante su Padre, comparte con nosostros la agonía y el dolor de haber nacido.
Unamuno cree que las doctrinas y los misterios son válidos si se nos revelan interiormente. Las doctrinas que enseña la Iglesia se basan en la interpretación de sus ministros, pero son las doctrinas de los Evangelios las que hay que interrogar por cuenta propia y con sencillez para aceptar sus enseñanzas; hay que apoyarse en la frecuente oración; ésta ayuda a encontrar la verdad por medio del espíritu.
En el Diario íntimo, Unamuno explica que perdió la fe pensando mucho en el credo y tratando de racionalizar los misterios, de entenderlos de modo racional. Unamuno añade que la teología mata el dogma; la oración es la única fuente de la posible comprensión del misterio. Según Unamuno, rezar y meditar de rodillas es el mejor camino de acercarse a Dios. En el capítulo V del Sentimiento trágico de la vida Unamuno afirma de nuevo:
Parece difícil probar con la mera luz de la razón la inmortalidad del alma. Los argumentos en favor de ella se derivan comunmente de tópicos metafísicos, morales o físicos. Pero es en realidad el Evangelio, y sólo el Evangelio, el que ha traído a la luz vida y la inmortalidad. (7:155)
Ya en el Diario íntimo Unamuno había intentado aliviar su angustia meditando los Evangelios. A veces amalgamándolos con su concepto de intra-historia, comenta la tradición oral y la vida cristiana de una milenaria sucesión de generaciones cuya base es la revelación oral, fijada en las Escrituras, y cuyo espíritu nos ayuda a escoger las enseñanzas verdaderas.
En el capítulo "La esencia del catolicismo" de Del sentimiento trágico de la vida Unamuno cita a Mateo 12. 29-32, a Marcos 12. 24-27, a Lucas 16. 22-31, a Juan 20. 24-29 y sobre todo a Mateo 27. 52 que dice que al resucitar Cristo resucitaron muchos cuerpos santos que dormían el sueño eterno (7:193). Como se ve, Unamuno se refiere frecuentemente a los Evangelios. La mayor parte de las citas bíblicas procede del Nuevo Testamento. Son los mandamientos de la Biblia interpretados por Unamuno los que constituyen una base firme para el comportamiento ético del escritor; o sea una base para formular su propio sistema de comportamiento en la vida terrenal.
La fe cristiana nació de la fe en que Jesús resucitó y que esta resurrección fue un hecho. El dogma central de la resurrección en Cristo y por Cristo corresponde al sacramento de la Eucaristía, reflejo de la creencia en la inmortalidad.
Cristiandad y cristianismo
Unamuno dice que el proceso del cristianismo se debió a las enseñanzas de Cristo (8:799). Es la enseñanza de Cristo según los Evangelios la que prueba la necesidad del amor a Dios y al prójimo. Cristo creó una religión: no la reformó, no la compuso, no la sincretizó, sino que la creó y la agonizó. La doctrina de la redención es toda una creación religiosa. Unamuno afirma que Cristo es un genio religioso (8:848).
En Mi religión, Unamuno admite que tiene con el corazón, con el sentimiento, una fuerte tendencia al cristianismo; considera cristiano a cada uno que invoca con respeto y amor el nombre de Cristo; le repugnan los ortodoxos, bien sea católicos, bien sea protestantes porque niegan el cristianismo a quienes no interpretan los Evangelios como ellos (7:260).
Según Unamuno, el puro cristianismo ansía por la vida eterna fuera de la Historia, la cual se encuentra en el silencio del Universo. La cristiandad nada tiene que ver con la civilización, ni con la cultura. Y como sin civilización y sin cultura no puede vivir la cristiandad, de aquí surge la agonía del cristianismo. La Iglesia Católica, si quiere mantenerse cristiana, no puede predicar ni la guerra ni la paz. Según Unamuno, la lucha del cristianismo, su agonía, no es ni de paz ni de guerra mundana. La Iglesia Romana predica la paz de la conciencia. Pero la paz de la conciencia se obtiene sólo despertando al durmiente.
Es la cristiandad bíblica individual la que hace el ser, cristiano, no el cristianismo que se nutre de la función de la lucha doctrinal--afirma Unamuno. En La agonía del cristianismo (1924) Unamuno concluye que el cristiano se hace Cristo. La vida auténticamente cristiana es la realización de la humanidad pura y simple, tal como lo hacía Jesucristo. Lo experimentó San Pablo que se sentía nacer, agonizar y morir en Cristo. Unamuno cita frecuentemente las epístolas de San Pablo el primer cristiano. San Pablo vio a Cristo en sí mismo (Cor 15.19); también oyó "dichos indecibles" que no es dado al hombre expresar (Cor 15. 2-5). Nació la agonía de San Pablo por el dogma de la resurrección de la carne y de la inmortalidad del alma. Unamuno añade que las Epístolas de San Pablo ofrecen no un modo dialéctico, porque allí no se dialoga, sino agónico porque se lucha, se discute.
La fe viva
Ser hombre es tener conciencia de la temporalidad, es sentir no sólo la realidad al ser sujeto a ella, sino sentir esa realidad dentro de sí, en la propia conciencia. "La conciencia de sí mismo no es sino la conciencia de la propia limitación y la inmortalidad que esta conciencia exige para sí no es la de otro mundo" (7:113), sino la que vivimos ahora y en este mundo. Unamuno afirma que la razón tiene límites, pero que el conocimiento vivo de la fe sobrepasa los límites de la razón. Unamuno acepta el cristianismo agónico. Y es exactamente por esta preocupación acerca del hombre, angustiado y concreto, de carne y hueso "que nace, sufre y muere" (7:112) que Unamuno escribe Vida de Don Quijote y Sancho (1905) en la que Don Quijote se hace símbolo de fe viva ganada palmo a palmo en la lucha de cada día. Bien se puede decir que este ensayo es el que más transparenta la postura existencial cristiana de Unamuno. En su sutil análisis de la visión existencialista, Ilie observa que la soledad operaba en Unamuno más como método que como estado anímico pues tenía la soledad un poder recuperador de fuerzas interiores, además de constituir una técnica de autoconocimiento (Ilie, 1967, p 49).
Aunque el crítico no se refiere a El sepulcro de Don Quijote que Unamuno hizo preceder a la segunda y a la tercera edición de La vida de Don Quijote y Sancho, es en este ensayo introductivo donde más se ensalza la soledad como camino hacia una fe en constante hacerse: la soledad en medio de un 'escuadrón' de solitarios y solidarios rumbo al alcance de la fe (7:51).
Unamuno no demora en encaminar al lector hacia la captación de Don Quijote como símbolo de fe viva. La pérdida de juicio le ahorra al caballero el conflicto con la razón y le abre la fantasía a hermosos 'desatinos' en los que cree con 'fe viva', con 'fe engendradora de obras'--comenta Unamuno al final del primer capítulo. El significado religioso del símbolo surge al seguir Unamuno un triple hilo narrativo que entrelaza comentarios interpretativos de la Vida del bienaventurado Padre Ignacio de Loyola, caballero andante de Cristo, según el Padre Ribadeneyra, autor de tal Vida y los sentimientos de Unamuno. Don Quijote como Jesús "estaba a lo que aventura de los caminos le trajese" atendiendo al que más lo necesitase, en un dado momento, pues "en el momento que pasa y en el reducido lugar que ocupamos, están nuestra eternidad y nuestra infinidad" (7:71).
Pero en todo momento queda sólo con su conocimiento de sí mismo, "yo sé quién soy," lo cual da fuerza inspiradora a sus hazañas por risibles que parezcan a los demás (7:81).
Fe en sí mismo y fe en Dios se juntaban en Don Quijote "y es que no hay fe en sí mismo como la del servidor de Dios, pues éste ve a Dios en sí" (7:125). Fe en sí mismo y voluntad de vida siendo el criterio de esta verdad que se realiza en sus obras fecundas: "No es la inteligencia, sino la voluntad, la que nos hace el mundo" (3:130). La fe sanchopanchesca que Unamuno comenta en el capítulo X de la segunda parte es una anticipación de la misión de San Manuel Bueno que inspira a la misma a Lázaro. Sancho Panza aunque estaba convencido de la locura de su señor, se dejaba arrastrar de la fe que en él tenía "y sin creerle, creía en él, y viendo que eran . . . manadas de carneros los ejércitos del enemigo, creía en la ínsula tantas veces prometida" (7:76). Parece ser que La vida de Don Quijote y Sancho delata un influjo omnipresente de Harnack, pero el concepto de fe viva se lo brinda Don Quijote cuya filosofía es "la de no morir, la de creer, la de crear la verdad" (7:76).
He aquí, en breve, la trayectoria de Don Quijote y Sancho en términos unamunianos.
Don Quijote es pobre pero a pesar de todo es "hijo de bienes" porque posee
virtudes. A los cincuenta años Don Quijote se entrega a su obra redentora y "aspira a la gloria que queda" (7:59). Pero la gloria viene de la acción. La característica dominante del caballero andante es el hambre de inmortalidad. Esta surge del sentimiento de querer ser siempre en lo glorioso. Sancho deja a su mujer y a sus hijos para servir a Don Quijote de escudero, de interlocutor porque necesitaba hablar, pensar en voz alta para oírse a sí mismo y para oír el rechazo vivo de su voz en el mundo. Sancho constituye la humanidad toda para él. Como dice: "En cabeza de Sancho amo a la humanidad toda" (7:66). Sancho es el hombre práctico, positivo y materialista que no sabe ni leer ni escribir, que tiene miedo, hambre y deseo de poder temporal. Su amo le dice: "El miedo que tienes, te hace Sancho, que no veas ni oyas a derecha" (7:81). Y le pregunta a Sancho que cuándo va a comprender que no es el poder temporal sino la gloria de su señor, el querer eterno que es la recompensa.
Sancho reconoce que su señor le identifica con lo bueno por considerarle como hombre bueno, discreto, cristiano y sincero, hombre de fe en cierne, de aquella fe que lleva a la inmortalidad de la fama, ni siquiera soñada por él, y al esplendor de la vida. Unamuno comenta que la carrera de Sancho era la de lucha interior pero ,que pocos ven cómo ha llegado a esa fe sencilla que es la cumbre salvadora.
El punto de partida que lleva al ser humano a esta fe sencilla despojada de dogmas, surge de la honda angustia del hombre que se da cuenta de su mortalidad:
Porque hay veces en que sin saber cómo ni de dónde, nos sobrecoje de pronto y al menos esperarlo, atrapándonos desprevenidos y en descuido, el sentimiento de nuestra mortalidad. Cuando más entoñado me encuentro en el tráfago de los cuidados y menesteres de la vida, estando distraído en fiesta o en agradable charla, de repente parece como si la muerte aleteara sobre mí. No la muerte, sino algo peor, una sensación de anonadamiento, una suprema angustia. (3:109)
Es la angustia que le da al hombre el conocimiento sustancial de la realidad. Este conocimiento sustancial, o sea personal, hondamente experimentado constituye el angustioso despertar al darse cuenta de nuestra finitud. Es también la angustia que lo lleva a Unamuno a cambiar las ideas sobre la creación que origina en la base de nuestros sentimientos. Según Unamuno en esa angustia, o sea en esa suprema congoja del ahogo espiritual, se llega a la conclusión que el mundo es la creación de uno, no su representación. Sólo de trabajo de congoja, se conquistará la verdad, que no es el reflejo del Universo en la mente, sino su asiento en el corazón (7:110). La imaginación crea la realidad. Don Quijote, la creación de un hombre, hecho símbolo de la existencia del ser humano que lucha por mantener viva su fe, se puede comparar con el Cristo de los Evangelios. Como dice el mismo Unamuno en Sobre la lectura e interpretación del Quijote (1905):
A nadie se le ocurría sostener en serio, no siendo acaso de mí, que Don Quijote existió real y verdaderamente e hizo todo lo que de él nos cuenta Cervantes, como la casi totalidad de los cristianos creen que el Cristo existió e hizo y dijo lo que de él nos cuentan los Evangelios; pero puede y debe sostenerse que Don Quijote existió y sigue existiendo, vivió y sigue viviendo con una existencia y una vida acaso más intensas y más eficaces que si hubiera existido y vivido al modo vulgar y corriente. (7:130)
La vida de Don Quijote y Sancho se convierte en religión para Unamuno, pues seguir ideales de justicia es una señal de lo divino en la humanidad. Aunque Cervantes muchas veces usa la palabra sin razón para caracterizar la locura de su personaje, Unamuno la sustituye con la palabra “suprarazón” para indicar la razón excelsa que mueve a Don Quijote. Don Quijote es símbolo de la búsqueda de la madurez espiritual ya que siente sus ideales en vez de tratar de definirlos. Como los seres humanos que no son esclavos de la razón, Don Quijote cree en lo que no parece posible dentro de los límites de la razón. Unamuno trata de recordarles a los hombres de carne y hueso que aunque son mortales quieren creer y crear su inmortalidad. La fuerza creativa del ser humano se basa en el querer creer, como lo repite tantas veces Unamuno. En efecto, lo que importa es la realidad del individuo mismo, o sea su creación de la realidad. La fe de Sancho es la fe de Unamuno porque está nutrida de la duda. Sancho no cree que la bacía del barbero sea el yelmo de Mambrino, al ver de Don Quijote, sino que es la combinación de las dos cosas, o sea un baciyelmo. Y cuando al fin Don Quijote enfermo, muriéndose de melancolía, pero cuerdo según la moral al uso, renuncia a las aventuras, es Sancho el que le suplica que no se deje morir, que "vuelva en sí." La oración esperanzadora de Unamuno a Don Quijote, con la que se cierra este ensayo: "Intercede pues, en favor mío, ¡oh mi señor y patrón!, para que tu Dulcinea del Toboso . . . me lleve de su mano a la inmortalidad del nombre y de la fama. Y si es la vida sueño, ¡déjame soñarla inacabable! (3:6), es tan sólo un remanso. Sancho crea el concepto de la inmortalidad y busca la bondad: los dos objetivos del escritor.
En una carta a Luis de Zulueta de 1909, Unamuno dice: "Y yo, que estimo respetable al que no crea que haya Dios ni que seamos inmortales--yo mismo no estoy convencido de ello--; me repugna el que no quiere que lo haya ni que los seamos" (Cartas, vol 4, pp 220-21). En otra carta a Jiménez Ilundain, escrita en 1911, Unamuno afirma de nuevo que no creer en Dios es respetable porque nadie ha probado racionalmente su existencia. No querer que Dios exista le es odioso a don Unamuno (Benítez, 1960, p 60). En su artículo de 1913 La honda inquietud única, Unamuno abunda en lo mismo y además repite que aunque no esté convencido de que su conciencia personal e individual sobreviva a la muerte de su organismo físico, no se resigna a que así sea. Tampoco le parece digno y humano que los demás se resignen a ello (8: 843).
La duda, estímulo de la fe
Jesús le dijo a Tomás Dídimo: "Si no hubieras visto, no habrías creído. Bienaventurados los que creen sin ver" (Juan 20. 24-30). La letra se ve pero la palabra se oye y la fe entra por el oído. Pablo mismo oyó "dichos indecibles." Por eso la fe verdaderamente viva, vive de la duda. El triunfo de la agonía es la muerte y esta muerte es acaso la vida eterna.
Unamuno corrige el dogma de la Iglesia que dice que la fe es creer lo que no vimos. Unamuno reformula el entendimiento de la fe. Para él, la fe es crear lo que no vemos. Esta definición viene de la tradición del apóstol San Pablo que considera como la fe "la sustancia de las cosas que se espera, la demonstración de lo que no se ve" (Heb 11.7).
Es en el fondo del alma donde reside la incertidumbre, donde se yuxtapone la razón y el deseo de la inmortalidad y donde emerge la esperanza para crear "lo que no vemos" (8:98), "la incertidumbre, última posición a que llega la razón ejerciendo su análisis sobre sí misma, sobre su propia validez, es el fundamento sobre el que la desesperación vital ha de fundar su esperanza" (8:234). La razón puede llevar al escepticismo total que puede acabar en el parálisis del vivir y actuar en el sentido espiritual; pero cuando tenemos la duda tenemos en potencia la esperanza. De la desesperación y del escepticismo nace el consuelo que es la incertidumbre. Esta incertidumbre parece ser para Unamuno la base de la vida de una religión.
El amor al prójimo
Unamuno comenta que para San Pablo el más execrable pecado es la avaricia porque consiste en tomar los medios por los fines. Pero ¿qué es el medio, qué es el fin, dónde está la finalidad de la vida? pregunta Unamuno. Se apoya en la explicación de Kant que pide que como suprema regla moral tomemos a nuestro prójimo por fin en sí mismo, no como medio.
Mas ya ha quedado evidente que Unamuno desarrolla su doctrina basándola en la enseñanza de Cristo; el hombre puede llegar al amor universal, o sea a la compasión total. El amor personaliza cuanto ama. Cuando el amor es tan grande y tan vivo y tan fuerte cuando lo ama todo, entonces lo personaliza todo y descubre que el Universo es Persona también, que tiene una Conciencia que a su vez sufre, compadece y ama. Esta Conciencia del Universo, "que el amor descubre personalizando cuanto ama, es lo que llamamos Dios" (7:192).
Para Unamuno la existencia del amor es la que prueba la existencia de Dios. El amor que no se funda en el provecho, sino en el sentirse juntos y hermanos, en sentirse unos a otros afirma la existencia de Dios (8:896). Unamuno explica que sólo por Cristo y a través de él podemos pensar y amar a Dios. Hay que pensar en Cristo como en Dios y hay que concebir a Dios como en Cristo (8:890).
Según Unamuno, en la vida no sólo hay que actuar de una manera moral, sino que hay que ser religioso; no basta hacer el bien, hay que ser bueno. Unamuno explica que ser bueno significa hacerse uno con Cristo, seguir la voluntad de Dios, de nuestro Padre. La fe es nuestro anhelo de lo eterno, de Dios, de la unión íntima con El. El anhelo de unirse con Dios no es ni por la ciencia ni por el arte, es por la vida, en la compasión (7:193).
Unamuno explica en Del sentimiento trágico de la vida que las características de cada persona son: la de amar, de sufrir y de compadecer. Según Unamuno el amor es lo más trágico de la vida y del mundo (7:195). Hay amor carnal, sexual, y el amor espiritual que nace del dolor, o sea nace de la muerte del amor carnal. Unamuno dice "que los hombres sólo se aman con amor espiritual cuando han sufrido juntos un mismo dolor, cuando araron durante algún tiempo la tierra pedregosa uncidos al mismo yugo de un dolor común" (7:195). El sufrimiento es una parte esencial de la vida humana porque por el sufrimiento el hombre descubre el hambre de inmortalidad y de divinidad. Es la compasión que hace salir al hombre de sí mismo para buscar alrededor, en los otros, la plenitud que ansía. Descubre que otros seres sufren como él, y al encontrarlos siente que "Amar en espíritu es compadecer y quien más compadece más ama" (7:197).
Sin embargo Unamuno se da cuenta de que la fe pura, libre de dogmas, es un fantasma. La fe que definió San Pablo “pistis” se traduce mejor por confianza. La fe en Dios consiste en crear a Dios. Se crea a Dios por la compasión, por el amor. Creer en Dios es "amarle y temerle con amor, y se empieza por amarle aún antes de conocerle y amándole es como se acaba por verle y descubrirle en todo" (2:240). La fe (pistis) se opone a la gnosis, el conocimiento pasivo que se confunde con la razón. En el mismo ensayo, Unamuno añade que la fe cristiana consiste en que el Cristo del Evangelio nos lleva al Dios vivo, cordial, irracional, el Dios del imperativo religioso y no al concepto abstracto construído por los teólogos. "La fe es, ante todo, sinceridad, tolerancia y misericordia" (7:197).
Unamuno y Dios
El poder de crear a Dios a nuestra imagen y semejanza, de personalizar el Universo, no significa otra cosa sino "llevar a Dios dentro, como sustancia de lo que esperamos" (8:321). Dios no es sólo un producto de nuestra imaginación, sino que hay una relación entre los dos según el significado de esta cita de La agonía del cristianismo:
Dios y el hombre se hacen mutuamente, en efecto; Dios se hace o se revela en el hombre, y el hombre se hace en Dios. Dios se hizo a sí mismo Deus ipse se fecit, dijo Lactancio . . . y podemos decir que se está haciendo y en el hombre y por el hombre. (7:324)
La realidad es el proceso creativo que tiene lugar en Dios. Dios se manifiesta a través del ser humano que actúa con amor:
Creo en Dios como creo en mis amigos, por sentir el aliento de su cariño y su mano invisible e intangible que me trae y me lleva y me estruja, por tener íntima conciencia de una providencia particular y de una mente universal que me traza mi propio destino. Y el concepto de la ley--¡concepto al cabo!--nada me enseña. (7:615)
Dios es para Unamuno una duda constante, pero también es la causa necesaria que explica su propia existencia y, sobre todo, su trascendencia personal. Es la angustia vital, la que le lleva a creer en Dios. Unamuno afirma que "creer en Dios es anhelar que lo haya, y es además conducirse como si le hubiera; es vivir de ese anhelo y hacer de él nuestro íntimo resorte de la acción" (7:320).
Ya que Unamuno no encuentra una prueba racional para este punto de vista, ofrece una justificación moral basada en la ley de la conducta religiosa: "¿Y cuál es su prueba moral?" se pregunta Unamuno. "Obra como si hubieses de morirte mañana, pero quieres eternizarte. El fin de la moral es dar finalidad humana, personal, al Universo; descubrir la que tenga--si es que la tiene--y descubrirla obrando" (8:187). Pues Unamuno encuentra la base para la esperanza en la inmortalidad y para el sentido de la vida por medio de la intuición, de lo irracional. Como se sabe, Unamuno era un hombre apasionado que solía experimentar frecuentes momentos de angustia y pesimismo y que nunca ha dominado sus dudas. Pero es igualmente válido decir que nunca llegó a la falta de creencia. Decía que, a pesar de que no podemos probar algo, no podemos decir que este algo no sea real. Si vivir significa agonizar, o sea luchar contra la muerte, la idea de la inmortalidad sería imposible sin aceptar a la vez la idea
Textos
Unamuno, Miguel de. (1966-72) Obras completas. 9 vols. Ed. Manuel García Blanco. Madrid: Escelicer.
- Vol 4. Cartas.
- Vol 7. Del sentimiento trágico de la vida; La agonía del cristiansismo; La vida de Don Quijote y Sancho.
- Vol 8. Diarios.
Bibiografía General
Benítez, Hernán. (July-September 1948) "Unamuno y la existencia auténtica." Revista de la Universidad de Buenos Aires, pp 8-11.
- (January-March 1949) "La crisis religiosa de Unamuno." Revista de la Universidad de Buenos Aires pp 11-28.
- (1960) El drama religioso de Unamuno. Buenos Aires: Losada.
Ilie, Paul (1967) Unamuno: An Existential View of Self and Society. Madison: Wisconsin UP.
Revista Ahora ( 25 de diciembre 1934:4), Madrid.
Sánchez Barbudo. (1951) A. La fe religiosa de Unamuno y su crisis de 1897. Buenos Aires: Revista de la Universidad de Buenos Aires.
Zubizarreta, Armando .F (1960) Tras las huellas de Unamuno. Madrid: Taurus.