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POPULISMO. LA OPA LANZADA A LA IZQUIERDA

 

Carlos Martínez-Cava Arenas

Abogado y ensayista político. Autor de España defendida y colaborador de revistas como Hespérides y La Emboscadura (España).

 

 

Cuando el lingüista norteamericano George Lakoff publicó en 2004 su obra “No pienses en un elefante” dedicada a estudiar cómo los conservadores americanos habían logrado conquistar el terreno de la comunicación a los liberales, seguramente no llegó a imaginar cómo las llamadas “extremas derechas” europeas iban a evolucionar al galope de sus ideas.

Si hoy es posible dibujar el mapa político de Europa designando campos pertenecientes a un lado al “soberanismo” y al otro lado a “los globalizadores” (dentro del cual están en caja común liberales, social demócratas y liberales), sin duda es por tributo a la aplicación de la definición de marcos y conceptos del contrario que iban a ser objeto de apropiación.

Lo que habían sido, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, partidos de memoria y partidos “nicho” donde vectores como la inmigración, el desempleo o el comunismo aglutinaban a buena parte de la disidencia que no se había dejado controlar por los sistemas bipartidistas del mundo americanomorfo , pasaron a ser movimientos culturales y políticos de amplia resistencia moviendo el mapa de significados como nunca antes había sucedido.

¿Qué había pasado en el mundo hasta entonces? El desembarco de Normandía, el final de esa guerra civil europea (en expresión de Ernst Nolte) abierta desde 1914, iba a dar paso a las sociedades del bienestar construidas bajo paraguas americano y con clara dependencia económica y militar en un mundo bipolar de capitalismo y comunismo.

La caída del muro de Berlín en 1989 alentó a algunos a afirmar la paz kantiana universal y un mundo unipolar donde ya no habría conflicto ni guerra porque todas las sociedades serían gobernadas según el modelo norteamericano de democracia liberal.

Nada más erróneo. Tras ese periodo de descomposición de la Unión Soviética tras su implosión, Vladimir Putin enuncia en 2007 su concepto de “Democracia Soberana” y la afirmación de un nuevo mundo multipolar donde la Identidad, la Economía no liberal o el concepto mismo de Derechos Humanos no tenía por qué coincidir con los dictados de organismos mundialistas enclavados en Norteamérica y dirigidos a acrecentar el poder financiero y militar de ésta.

En paralelo a este corrimiento tectónico en materia geopolítica esos movimientos antaño de extrema derecha en Europa finalizaban su largo camino del desierto metamorfoseados en sujetos irreconocibles que ahora criticaban el mundo consumista del capitalismo, el crecimiento desmedido, la desindustrialización y el rapto de las decisiones por entes supranacionales donde los ciudadanos tenían muy poco que elegir y sí veían como esas decisiones condicionaban su pequeño mundo cercano.

Nacía así el populismo como respuesta a un modelo que habiendo prometido a los europeos una sociedad donde las instituciones garantizasen más democracia, más libertad y más bienestar material, el resultado se alejaba cada día más de tan ampulosas y vacías pretensiones.

Quizá el ejemplo más cristalino que ilustra todo esto es el ejemplo francés. La evolución del Frente Nacional magistralmente relatada por un pensador español de izquierda como es Guillermo Fernández Vázquez en su reciente obra “Qué hacer con la extrema derecha en Europa” es el mejor guión para ello.

Guillermo Fernández nos abre ese escenario desde la perplejidad de hombre formado en el pensamiento clásico de izquierda que ve como, ante sus ojos, movimientos como el Frente Nacional roban el voto obrero y se convierten en el primer partido en unas elecciones europeas. Su respuesta no es levantar la alarma y la “alerta antifascista”, sino suscitar y formular el mayor número de preguntas posibles para comprender el fenómeno.

Y si bien todos estos movimientos que ahora han emergido y son sujetos de primer orden han llegado hasta el borde mismo del Poder (en Italia lo ejercen ya con soltura y desparpajo en unión a un movimiento de izquierda), pareciera que han surgido de la nada, lo cierto es que su evolución y ruptura de sus propios techos ha sido un largo caminar. 

Tuvo que llegar la crisis de 2008 con las subprime y la quiebra de Lehmann Brothers para que muchos vieran su pequeño mundo desmoronarse en sus, hasta entonces, frágiles certezas. Nada volvió a ser lo mismo. Nadie que perdió su empleo entonces volvió a los niveles de antes de acabar en las filas del desempleo. Nadie que, desde el mundo rural, vio como las grandes corporaciones preferían los productos agrícolas de Sudáfrica o Hispanoamérica en detrimento de los suyos, ha visto como todo eso ha dado marcha atrás.

Al contrario, ante nuestros ojos desfilan imágenes de pueblos vacios, de montañas de legumbres que nadie quiere comprar o de lanchas con migrantes sin formación ni destino concreto que arriban en busca de un subsidio que, en cuantía, es ya mayor que las pensiones de nuestros mayores.

Y la llama se ha encendido desde esos populismos que le han ocupado el campo a la izquierda. A una izquierda que ha perdido el pulso en toda Europa más preocupada por la ideología de género, por los movimientos LGTBI o por los flujos migratorios provenientes de Siria (esa guerra que se alimentó por esas izquierdas y esos liberales que apoyaron al más feroz yihadismo contra un régimen soberano).

Y es así como el marinismo llega a convertirse en Francia en el primer movimiento político sobrepasando a los globalistas liberales de Macron. La causa del Pueblo ya no la encarna la izquierda.

Estos populismos que ya no quieren abandonar la Unión Europea sino transformarla desde dentro para dar contenido soberano a sus naciones han perdido toda marginalidad y son opción de poder real. Su mayor triunfo ha sido redefinir el campo político: ya no hay izquierda ni derecha. Hay “Soberanistas” frente a “Globalizadores”. Y en este ultimo campo, en España, caben todos los partidos representados en el arco parlamentario. Pues ni siquiera el recién llegado VOX se ha querido posicionar junto a la vanguardia clara que representa el Grupo de Visegrado y los gobiernos de Salvini o los postulados sociales y nacionales de Marine Le Pen. Al contrario, su programa ultraliberal y conservador corre un riesgo atroz de ser absorbido por un Partido Popular empujado a la derecha por un movimiento clonado del francés dirigido por Macron como es Ciudadanos. Ambos de claro tinte mundialista y sin ningún ánimo de presentar batalla ideológica a la globalización y al marxismo cultural.

Lakoff fue ese adelantado que nos ayudó a comprender los marcos políticos que, ahora, desfilan ante los ojos perplejos de quienes piensa que “el fascismo” ha vuelto para dar el triunfo definitivo al capitalismo. Y si Lakoff hablaba de cómo la comunicación política es esencial para hacer que el adversario hable tu lenguaje –y no el suyo- y con ello derrotarlo, otra figura es esencial para comprender lo que el tablero político está dibujando sobre el mapa europeo: Alexander Duguin y su Cuarta Teoría Política. Todo un sistema de pensamiento que supera el liberalismo, el comunismo y el fascismo y que ha dado ese tono con el que han designado a los actuales populismos como “iliberal”. Un sistema de pensamiento y político que prefigura un mundo multipolar, mucho más garante de riesgos bélicos y más respetuoso con las identidades nacionales.

Si hubiéramos de preguntarnos por qué el populismo hoy y ahora, la respuesta tendría que ser que es la hora de la persona y de las Naciones como garantía primera y última de sus libertades profundas.

 

 

 

 

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