Cine y política en la historia.
Miguel Ángel Dato Pérez.
Jurista. Universidad de Murcia.
El 11 de Agosto de 1984 se podría escuchar de boca del Presidente de los Estados Unidos de América: “Compatriotas americanos, me alegra decirles que hoy he firmado una ley que ilegalizará a Rusia para siempre. Empezamos a bombardear en cinco minutos”. El Presidente era Ronald Reagan y la declaración no era tal, una prueba de un micrófono activado cuando no debía facilitó que dicha sentencia fuera radiada para todo el país en directo.
Es, quizás, Ronald Reagan el ejemplo más claro de la conexión que a lo largo de la historia ha unido a disciplinas tan distantes, en esencia, como política y cine. Sin embargo, se trata de una
excepción en cuanto a la forma, se pueden contar los casos en que miembros de la industria cinematográfica han dejado a un lado su faceta artística para dedicarse por entero a representar a los
ciudadanos en cargo público cualquiera. Esta unión entre cine y política se ha desarrollado históricamente de distinta manera, ha sido común la utilización del cine por parte del poder político y
no su vertiente contraria, casos como el mencionado de Ronald Reagan o el más reciente protagonizado por Arnold Schwarzenegger son meras anécdotas si las comparamos con el aprovechamiento que del
cine han hecho a lo largo de los años regímenes de cualquier tendencia política imaginable.
Una de las ramificaciones de la relación política-cine es el uso que sobre este tipo de arte se hace desde el grupo que se encuentra en el poder.
En el seno de las naciones democráticas, la presión política para imponer su mensaje en el cine se lleva a cabo de forma diferente a lo que acontece en otro tipo de regímenes, se trata de métodos
más sutiles pero igualmente efectivos. Un ejemplo claro puede ser la evolución de este tipo de técnicas en el país considerado meca del cine, Estados Unidos de América.
Una vez que el cine se popularizó y permitió su acceso a grandes masas de gentes pasó de ser un mero entretenimiento a alcanzar un potencial como arma política de incalculable valor. Se trataba
de una nueva manera a través de la cual los poderes fácticos ejercían su influencia sobre el pensamiento del pueblo, con una diferencia en comparación con las proclamas políticas tradicionales,
bajo el manto del cine se podía acceder al subconsciente común de manera indirecta. Así, los espectadores no salían del cine preocupados de tener que asimilar tal o cual concepto ideológico, éste
se difumina a través de todo el film produciendo el efecto deseado sin la necesidad de un arduo esfuerzo comprensivo por parte del espectador.
Estados Unidos pronto se convertiría en la industria cinematográfica más potente del mundo. Cuando en 1880 hubo la que llamaron segunda inmigración americana, el cine empezó a tomar en
Norteamérica un volumen colosal, se apoderaron de este asunto grandes empresarios bancarios, judíos de los ghettos orientales de Europa se apoderaron de esta incipiente industria. Así se juntaron
la Casa Zukor, la Metro Goldwin, la Paramount, la de Carl Laemmle, la Fox, la Universal, la Warner, y otras. El estudio de Hollywood[1] se convertía en la capital
mundial del cine.
D.W.Griffith fue uno de los pioneros del cine norteamericano. Su película “El nacimiento de una nación” (1915), realizada apenas 20 años después de la invención del cine supuso un cambio en la
forma de concebir el mismo. Sienta las bases de la narrativa y tensión dramática del cine clásico de Hollywood narrando los acontecimientos más importantes acaecidos en el nacimiento de los
Estados Unidos de America. La película es un espectáculo narrativo y visual, salpicado por la glorificación del Ku Klux Klan y con tintes racistas impensables a día de hoy.
Tras el crack de 1929, Estados Unidos necesitaba generar confianza entre los ciudadanos para reactivar la economía, Frank Capra pondría su grano de arena en 1932 (mismo año en que Roosvelt
sustituía al presidente republicano Hoover, prometiendo un nuevo trato a los norteamericanos “New Deal”) con el estreno de “La locura del dólar”. Capra estereotipaba al americano que podía salir
de la crisis a través de su esfuerzo, la honradez y colaboración con la industria bancaria. Capra habla de la fe en los pequeños, la constante lucha entre lo justo y lo injusto y creaba
personajes que se sobreponían a la adversidad venciendo finalmente al villano. Las comedias vitalistas de Capra generaron un clima favorable a las políticas intervencionistas que Roosvelt puso en
marcha entre 1933 y 1945, estamos hablando de películas como “Vive como quieras” (1938), “Caballero sin espada” (1939) o “Juan Nadie” (1941).
Durante la II Guerra Mundial la industria del cine puso todos los medios posibles para que los soldados se sintieran respaldados, Hollywood idealizó a todo tipo de héroes en películas como
“Destino Tokio” (1943) de Delmer Daves, “Enviado especial” (1945) de Hitchcock o “También somos seres humanos” (1945) de Wellman. Además los mejores directores del momento son reclutados para el
ejército, entre ellos John Ford, que alcanzó el grado de comandante realizando documentales para la marina, mientras el coronel Frank Capra rodaba sobre la infantería y el mayor William Wyler
hacía lo propio con el ejército del aire.
Tras la derrota Nazi un nuevo peligro se cernía sobre el pueblo norteamericano, el comunismo. Con la intención de eliminar cualquier atisbo de relevancia pública del movimiento comunista fue creado el Comité de Actividades Norteamericanas.
En 1936, Charles Chaplin dio una nueva vuelta de tuerca a la denuncia política a través del cine. Con “Tiempos modernos”, Chaplin a través del humor reflejó los cambios que en los trabajadores
suponía la inmersión en la sociedad industrializada. Pero fue en 1940, con “El gran dictador” cuando Chaplin acabó de dar forma a una nueva forma de hacer cine, a través de la ironía y sátira
política y en plena segunda guerra mundial construiría la obra culmen antifascista ridiculizando a Hitler con elegancia y brillantez.
Pero ni siquiera una estrella como Chaplin pudo escapar del control del cine por el poder central. Fue una de las víctimas de la llamada “caza de brujas” construida por el senador McCarthy. Para
impedir la penetración nazi en Estados Unidos fue creado en 1938 el Comité de Actividades Antiamericanas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, su patrocinador, el senador Ranking, consiguió
reactivarlo cuando estaba a punto de ser disuelto y fue convertido en una Comisión permanente de la Cámara de Representantes. La Guerra Fría dotaría a esta Comisión de un objetivo claro: la
represión del comunismo en Estados Unidos.
Espoleadas por McCarthy, las sesiones del Comité de Actividades Antiamericanas, en un clima de sospecha alimentado por la difamación y los rumores, descubrieron efectivamente algunos culpables
pero a costa de perseguir a muchos inocentes. La confesión de Chaplin de que nunca había sido comunista no impidió que supiera que iba a ser llamado a declarar, debido a las presiones Chaplin
decidiría no regresar a Estados Unidos y establecer su residencia en Suiza.
El Comité se cebó especialmente con el mundo del cine, sobre todo por la publicidad que otorgaba el llamar a declarar a representativos miembros de esta industria. En esa circunstancia
defendieron la libertad figuras famosas, como Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katherine Hepburn, Kirk Douglas, Burt Lancaster, Gene Kelly, John Huston. Entre los que colaboraron con
el Comité y denunciaron a otros cineastas, pronunciando además discursos patrióticos de tono anticomunista, comparecieron entre otros, Gary Cooper, Ronald Reagan y Robert Taylor.
Los métodos de McCarthy terminaron por desacreditarlo y fue destituido en 1954, aunque todavía continuó con menor ritmo la actividad del Comité durante unos años. Con el final del Comité se
cerraba la época más negra de la historia del cine norteamericano.
Así, desde el fin de la II Guerra Mundial hasta los años sesenta, se promovió la creación de películas que advirtieran del peligro comunista. Películas como “Fugitivos de poder rojo” (1954) de
Elia Kazan (activo colaborador del Comité de Actividades Antiamericanas), o “Rojo atardecer” (1959) de Anatole Litvak. Además se utilizaron las recién nacidas películas de ciencia-ficción como
símil del enfrentamiento USA-URSS, “Ultimátum a la tierra” (1951) de Robert Wise, o “Them!” (1954) de Gordon Douglas, representan un claro ejemplo. El enfrentamiento permanente con una amenaza
tecnológicamente superior, despiadada y mortífera suponía en muchas ocasiones una metáfora del conflicto real entre las dos grandes superpotencias.
Durante la Guerra de Vietnam también se dejó ver el cine propagandístico, pero sin la profusión de años anteriores. La mayor parte de los films que
abordaron la guerra no se alinearon con la versión gubernamental y “Boinas verdes” (1968) de John Wayne sería una de las contadas excepciones, tratándose de una película visceralmente
anticomunista y favorable a la intervención norteamericana. Sería en la postguerra cuando salieron a la luz gran cantidad de películas que abordarían la problemática vietnamita, en unos casos
mediante alegatos antibelicistas y en otros loando las proezas bélicas de los soldados norteamericanos como en “La patrulla” (1977) de Ted Prost, o años más tarde mediante la serie de películas
de Chuck Norris “Desaparecido en combate I y II” (1984-1985) o “Más allá del valor” de Ted Kotcheff.
Estos y otros muchos ejemplos arrojan luz sobre los lazos que pueden unir a la política y cine en un sistema democrático, y de cómo a través del 7º arte puede transmitirse un mensaje político de
forma más eficaz que desde cualquier tribuna política.
En los regímenes dictatoriales se da una situación diferente. Quizás los más claros ejemplos de esta utilización política del cine se dieron en la primera mitad del siglo XX en el seno de
diversos regímenes totalitarios. Así, en 1935, en la Alemania nazi, vio la luz de la mano de “El triunfo de la voluntad”, documental de innegable factura técnica y visual pero en el que se
destila la exaltación de los comportamientos y signos distintivos de la ideología nacionalsocialista.
La España franquista también tuvo sus filmes propagandísticos, un buen ejemplo es “Raza”, película de 1942 dirigida por José Luis Sáenz de Heredia (basada en la novela homónima de Francisco
Franco), en la que sobre el fondo de una familia dividida entre republicanos y nacionales durante la guerra civil se van a exponer los ideales representativos del bando vencedor.
La Unión Soviética fue quizás el máximo exponente de esta corriente. En el germen de la revolución dos películas de Sergei M. Eisenstein hicieron una gran labor por la fructificación de la misma.
“La huelga” (1924), constituye un alegato por la lucha de clases y acción obrera, y “El acorazado Potemkin” (1925), cuyo objetivo es exaltar los ideales de la Revolución de Octubre de 1917. En
los sistemas totalitarios el cine, como el resto de los ámbitos artísticos, era controlado y dirigido completamente desde el poder y para el poder.
Resulta a estas alturas evidente el uso que desde el poder se le ha dado al cine como medio para alcanzar sus diversas metas políticas. La relación existente entre cine y poder es más estrecha
cuanto menor es el abanico de libertades en el que se enmarca la relación. En aquellos regímenes definidos por la falta de libertad ideológica y de pensamiento, el cine no puede existir si no es
doblegado a los designios del poder omnipresente. Conforme van rompiéndose las cadenas de la opresión y se abren los caminos de la libertad las creaciones cinematográficas rompen en una multitud
de variedades ideológicas que se corresponden con los pareceres de sus creadores.
Sin embargo esta libertad de creación nunca será total si se sigue dependiendo del dinero del poderoso o de la subvención del gobierno de turno para llevar a cabo una u otra obra cinematográfica.
Pero pensar otra cosa sería vivir en un mundo irreal, mientras el cine, como el resto de los órdenes de la sociedad, siga dependiendo del vil metal, seguirá dependiendo de los caprichos del
poderoso del momento.
Eso si, en este momento histórico se ha “democratizado” el uso del cine por parte de la política. Ya no sólo impera el uso y abuso del poder estatal a la hora de establecer argumentos y mensajes
en una u otra película, ahora bien, son los miembros de la industria del cine los que también se aprovechan de la relevancia pública adquirida a través de las pantallas cinematográficas para dar
publicidad a las más dispares reivindicaciones políticas. No cabe duda de que no se les da la posibilidad de ofrecer al mundo su parecer político por sus hondos estudios en política
internacional, o por su servicio a la comunidad, sin embargo son escuchados con atención y dan lugar a encendidos debates. ¿Es su proyección pública y la imagen de sus intervenciones en la
ficción cinematográfica la que los dota de protagonismo político o solo son meros muñecos de trapo manejados por distintos poderes fácticos para el alcance de sus intereses?....Quizás solo
Schwarzenegger tenga la respuesta….
[1] Establecido hacia
1903 por Horace Wilcox sobre unas grandes praderas desiertas debido, en parte, al magnífico clima que permitía rodar la mayor parte del año.