Democracia y matrimonio en Chesterton: el valor supremo de la Familia.
Sebastián Dueñas.
Historiador. IEHS (España).
“La aventura suprema es nacer. Nos encontramos de repente en una trampa espléndida y estremecedora. Ahí vemos de verdad algo que jamás habíamos soñado antes. Nuestro padre y nuestra madre están al acecho, esperándonos, y saltan sobre nosotros como si fueran bandoleros detrás de un matorral (…). Al entrar en la familia por el nacimiento entramos, de verdad, en un mundo incalculable, en un mundo que tiene sus leyes propias y extrañas, en un mundo que podría bien continuar su curso sin nosotros, en un mundo que no hemos fabricado nosotros. En otras palabras, cuando entramos en la familia, entramos en un cuento de hadas”. Herejes, 1905.
En “tiempos modernos” como los que vivimos a inicios del siglo XXI, donde la sociedad amoral se convierte en el paradigma analizado por los sociólogos, promovido por los pedagogos e interpretado por los psicólogos, parece haber muerto el “sentido común”. Así, la tradición muere ante el sueño del progreso ilimitado, y la ley natural aparece como el recuerdo de una era casi prehistórica. Pero pese a la desnaturalización de la vida humana, tecnificada en sus modos de supervivencia y alejada del terruño vital donde su moral era su destino, autores como el “ortodoxo” G.K. Chesterton nos devuelven un halo de esperanza en la defensa de la trascendencia y dignidad del ser humano, en la lucha para mantener con vida las instituciones sociales que nos educaron y socializaron.
Así, la familia y el matrimonio, las únicas esferas naturales donde el “hombre es verdaderamente libre”, son objeto por parte del ensayista inglés de una de las defensas más formadas e informadas de nuestra literatura contemporánea. Casi un siglo ha transcurrido entre sus palabras y nuestro acontecer actual, aunque parece que ha pasado casi un milenio; pero en lo más íntimo de muchas conciencias, informadas por el denigrado “sentido común”, se albergan las mismas dudas y las mismas convicciones. El lenguaje de la “ingeniería social”, con sus conceptos sobre la eugenesia social y del género “general”, sobre la libertad diseñada y los derechos sin responsabilidades, no puede ni debe acabar con la verdadera libertad humana, la libertad que Chesterton cifraba en el matrimonio y en la familia, y base de cualquier democracia justa y sana. “La familia es la piedra de toque de la libertad; porque la familia es la única cosa que el hombre libre hace para si mismo y por si mismo” (The New Witness, 17 de enero de 1919). Así resumía Chesterton la esencia democrática de la familia tradicional, en cuya defensa, la sociedad debía tomar partido, al estar demasiado en juego para el presente y el futuro de la Humanidad. Y este podría ser el lema de una nueva generación: “si queremos preservar la familia debemos revolucionar la nación” (Lo que está mal en el mundo. 1910).
a) El matrimonio y el pensamiento moderno.
“Los que se llaman así mismo modernos parecen haber abandonado el uso de la razón; han vuelto a hundirse en su propio subconsciente, quizás bajo la influencia de la psicología que está ahora más de moda; y sería podo afirmar que actúan de manera más automática que los animales” (pág. 51). Por ello, Chesterton afirmaba que “es natural que la gente sin inteligencia no desee el matrimonio. El matrimonio, humanamente considerado, descansa sobre un hecho de la naturaleza humana que podríamos llamar un hecho de historia natural. La educación es un cultivo complejo y de mucha facetas para hacer frente a un mundo igualmente complejo” (pág. 52).
Para Chesterton la idea básica del matrimonio residía “en que fundar una familia debe hacerse sobre un cimiento firme; que la educación de los niños debe ser protegida por algo que es paciente y permanente”. Frente a ello, la “mentalidad moderna” propone “deshacerse de los niños”, de tres maneras típicas:
- Decir que no habrán niños.
- Mandar a los hijos a una escuela distante e inaccesible.
- Abandonar a los niños “a las puertas de la Ministerio de Educación y de Ajuste Social Universal” (el lugar de la familia puede ser ahora usurpado por el Estado)
Estas tres maneras llevaban a la siguiente realidad: “si nadie tiene hijos, todo el mundo puede estar satisfecho de los métodos de control de la natalidad” (págs. 53-55). Por ello, el Estado providencia, trasunto de una sociedad que entrega su libertad provocaba que “el asilo de niños abandonados se ha ensanchado hasta hacerse la escuela y liego el Estado, que se convierte de esta forma no el guardián de algunos niños que están fuera de lo normal, sino en guardián de todos los niños normales”. Los padres y madres son ahora “liberados” por una engañosa “noción moderna del Estado”, basada en las lecturas sobre los Estados irreales o ideales. Aunque el Estado real es una combinación humana y necesaria, siempre ha sido y siempre será demasiado grande, ancho, torpe, indirecto y hasta inseguro para ser el hogar de seres humanos jóvenes que deben ser instruidos en la tradición humana. Si la humanidad no se hubiera organizado en familias, nunca habría tenido el poder orgánico para ser organizada en naciones. Por ello, “la cultura humana se transmite en las costumbres de incontables hogares; es la única manera en que la cultura humana pueda permanecer humana” (pág. 56).
El gobierno crece cada día de manera más evidente. Pero las tradiciones de la humanidad soportan a la humanidad; y la tradición del matrimonio es central. Y los más esencial en ella es que un hombre libre y una mujer libre escogen fundar en la tierra el único Estado voluntario; el único Estado que crea y ama a sus ciudadanos. Mientras esto seres reales y responsables se mantengan juntos pueden sobrevivir a todos los cambios, parones y reveses que constituyen lo que no es nada más que la historia política. Pero si se fallan mutuamente, entonces es más cierto que la muerte que “el Estado” les fallará a ellos (pág. 57).
b) La familia como institución en el mundo moderno.
La familia es la institución humana fundamental, la célula principal y la unidad central de casi todas las sociedades, con la excepción de algunas sociedades como la de Lacedemón o la Unión soviética, que optaron por la “eficiencia” y “que perecieron sin dejar rastro”. Esta realidad que Chesterton diagnósticaba, venía corroborado por el gran hecho trascendental de la Humanidad “el cristianismo, por enorme que fuera la revolución que supuso no alteró esta cosa sagrada, tan antigua y salvaje; no hizo nada más que darle la vuelta. No negó la trinidad de padre, madre y niño. Sencillamente la leyó al revés, haciéndola niño, madre y padre. Y ésta ya no se llama familia, sino Sagrada Familia” (pág. 58).
Para Chesterton “la familia resultaban sitio pacífico, cómodo y unido, ya que el ser humano que vive en una comunidad pequeña vive en un mundo mucho más grande. En una comunidad grande podemos elegir a nuestros compañeros. En una comunidad pequeña nuestros compañeros nos vienen dados”. Frente a esta “sociedad pequeña”, de lealtades y sentimientos, se desarrollaba los “sociedades grandes” edificadas por el Estado y el Mercado. Ambas hablaban de libertad individual, pero ambas caían en el atomismo y la lucha feroz. “En toda sociedad grande y civilizada –señalaba Chesterton- se crean pequeños grupos en función de la simpatía”, que se silencian del mundo real “de modo más cortante que las puertas de un monasterio”. Esta era la realidad: “una sociedad grande existe para forma grupillos, es una sociedad para la promoción de la estrechez, es una maquinaria que engulle a los individuos”, y plantea una falsa libertad que convierte la democracia en un mero juego de mayorías y minorías, sin estabilidad moral y sin continuidad social.
Véase G. K. Chesterton, El amor o la fuerza del sino. Madrid, Rialp, 1999.