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 La realidad dilemática de la Ultramodernidad.

 

 

Guillermo Gómez Santibáñez.

 

Director del Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad Politécnica de Nicaragua. Es profesor de Filosofía y Cultura de paz en la misma Universidad.

 

 

 

El mundo posmoderno en el que nos corresponde vivir, puede ser caracterizado por la fragmentación del orden que la existencia de los imperialismos convivientes construyó. Esta realidad nos hace afirmar que el mundo ya no puede ser pensado desde un relato totalizador, desde una ideología, incluye eso también al neoliberalismo. Partiendo de esta premisa, en la que la revolución tecnológica tiene un desmedido predomino y un enfoque diferenciado de la realidad, hay quienes afirman la muerte de los sujetos pre-constituidos, construidos a partir de un saber pre-existente. Sin eufemismo, esta afirmación niega la existencia de los pueblos.

 

Estos son tiempos de globalización, de búsqueda de mercados. La globalización es un fenómeno antiguo, fiel heredero del paradigma de la modernidad, del ideal ilustrado que ha venido a desembocar en la revolución tecno-científica, generadora de la nueva “cruzada civilizatoria” que atraviesa el planeta.

El paradigma inaugurado en el siglo XV con la racionalidad iluminista, espantó los fantasmas medievales e hizo promesas de liberación de la humanidad, sin embargo, no resultó más que un dispositivo instrumental del poder y de la dominación. El racionalismo europeo de la ilustración no llegó a ser otra cosa que buscar en nuestra América morena la reproducción de Europa. Así lo confirma el congreso de Berlín en 1885 con la unión subjetiva del mundo. “Los países centrales de Europa se repartirán el mundo, adueñándose de él, pensándolo y soñándolo civilizado”. De este modo, la expansión del proyecto de la modernidad, dio lugar en estas latitudes a la diversidad cultural, que dista del ideal del mundo homogéneo pensado desde el paradigma de la modernidad.

 

Desde la lógica económica la globalización impone una necesidad cuando las sobre ganancias capitalistas provienen, más que de los productos mismos, de la capacidad para colocar mundialmente esos productos con una mayor capacidad de gestión administrativa. Si se quiere producir para el mundo, se exige un control (gestión) mundial. La globalización del mundo designa un único proceso, pero altamente diferenciado y conflictivo. Esto significa un proceso de concentración de poder en las economías y Estados centrales y un proceso de desagregación e impotencia en las sociedades de su periferia. Podríamos seguir ubicando otros ángulos de interpretación de nuestra dilemática realidad, pero en suma, desde la globalidad se van imponiendo diferentes maneras de ver, pensar, sentir, imaginar la mundialización. Estamos frente a un cambio de paradigma, que nos exige modos distintos de comprender el mundo y de responder a sus desafíos desde otra lógica. No fue diferente cuando el mundo tuvo que repensarse desde el heliocentrismo (teoría de Aristóteles), el evolucionismo (teoría de Darwin) o el psicoanálisis (teoría de Freud).

 

Los caminos de la historia son diversos y casi imposibles de predecir. Aunque vivimos un cambio epocal, con grandes dificultades para prever el futuro, existen ciertas tendencias probables que sirven de criterio para el análisis de la realidad actual. El vacío causado por el hundimiento del marxismo ha dado fuerza a nuevos conflictos. Por ejemplo, en occidente el fundamentalismo religioso se ha levantado con nuevos y violentos impulsos. El “yihad” es una viva manifestación del nacionalismo islámico que arremete contra occidente con celo religioso. Por otro lado estamos en presencia de un cristianismo de tipo integrista, de viejo molde constantiniano, que impone su credo a un mundo diversificado multiétnico y pluricultural, muy lejos ya del paradigma teocéntrico y del esencialismo medieval. Según expertos, con motivo de la indiferencia espiritual de occidente se levantan en un  apasionado conflicto, nuevas escuelas de pensamiento religioso y secular. Estamos hoy también frente a una nueva visión del hombre y del mundo. Muchos de los problemas fundamentales que atraviesa el planeta, tales como la contaminación, la multipolaridad del mundo, los conflictos geopolíticos entres oriente y occidente, la marginación de los hombres del trabajo por la búsqueda obsesiva de nuevas tecnologías que hagan más ágil la productividad, deberán ser abordados desde otra lógica y desde un cambio sustantivos de las ideas y actitudes hacia el mundo y la sociedad. El mundo camina aceleradamente hacia una mestización masiva.

El fenómeno de la globalización nos está imponiendo un solo mundo en el sentido étnico y cultural, con un pensamiento único, donde impere sólo el criterio del mercado. Esta mestización levantaría inevitablemente reacciones de resistencia y graves conflictos culturales nacionales, étnicos y religiosos. Aunque nuestras luchas son por la sobrevivencia terrenal, sin embargo estas se han extendido de igual manera al espacio exterior donde en poco más de tres décadas la aspiración máxima del hombre moderno por conquistar el espacio se ha convertido en una empresa científica industrializada, justificando los presupuestos de los países poderosos y desarrollados, para sus gastos militares, la adquisición de nuevos conocimientos científicos, potenciación de tecnologías avanzadas etc. Un tema que está siendo motivo de debate y preocupación sociocultural es el de la migración histórica sur-norte, a esta se están uniendo movimientos dentro del tercer mundo, con grandes desplazamientos de pobres rurales a la vida citadina.

 

La consecuencia de este fenómeno social es que a corto plazo se irán formando enormes centros urbanos, con condiciones de vida infrahumana y guetos de inmigrantes en las grandes capitales, viviendo en un submundo de pobreza y explotación extremas. La lógica de esta espiral, nos hace pensar que en los países subdesarrollados la población joven, en edad de trabajar va en aumento progresivo, mientras que en el mundo desarrollado se está dando el proceso inverso, es decir, un envejecimiento progresivo de su población con un aumento de los flujos migratorios, creándose un rebrote del racismo. El mundo globalizado en la forma en que se va configurando; nos muestra un panorama muy desigual en cuanto a la distribución de riquezas y poder, además de potenciar la lógica de acumulación mundial de capital. El problema más grave es el de la articulación o desarticulación entre modelo económico, impuesto por los organismos  financieros mundiales (ajuste estructural, aplicado por el consenso de Washington a los países de América Latina y que implicó la jibarización del Estado, privatización etc.) el deterioro ambiental y la inadecuada relación demográfica y capital. Este peligroso “triángulo de las bermudas”, puede llevarnos al extremo del exterminio de la especie humana.

 

El mundo moderno, pareciera estar encantado con el modelo económico de los países centrales. Una economía de mercado que estimula la competencia, la iniciativa privada y se apoya en la libertad del individuo, pero en la libertad como consumidor para escoger entre varios productos. Una metáfora básica del mercado privado es la alusión a la “mano invisible”, y a la afirmación de que la economía de mercado no tiene centro

 

Cabe señalar que si bien es cierto, la privatización de la economía puede generar desarrollo y prosperidad en la economía de un país o en determinada región, no se resuelve el problema fundamental que vive un sector importante de la población mundial. El modelo económico imperante hoy, tiende a la configuración de un único mundo polarizado entre opulentos/integrados y pauperizados/fragmentados, excluidos. El modelo económico de los países centrales no es universalizable igualitariamente y esto, aunque parezca paradójico; por razones económicas y también ambientales: el planeta no soportaría un gasto energético como el que se deriva del modelo norteamericano de existencia. La globalización supone, la coexistencia conflictiva de la concentración y la desagregación, la opulencia y el derroche y la pauperización, la potencia y la impotencia. Un mundo en el que quepan todos con igualdad de oportunidades y donde se respete el medio ambiente como condición elemental de la existencia humana, es incompatible con el proceso de globalización que hoy se impone. Una reflexión fundamental e inevitable sobre este tema es formularnos la pregunta: ¿qué pasará con el  Estado-Nación?


La revolución económica en estos tiempos de globalización no tiene precedentes históricos, y esto debido a que la revolución tecnológica que estamos viviendo ha causado una fractura importante en el desarrollo histórico de la humanidad. Existe una visión fundamentalista de la globalización según el cual la economía mundial respondería a fuerzas que están fuera del control de los sistemas políticos y de los Estado nacionales. La acumulación del capital y la producción y distribución de bienes y servicios se realizan hoy predominantemente en el mercado mundial. La liberalización económica ha gatillado una competencia feroz tanto al interior de las naciones como entre ellas mismas. No cabe duda que ésta nueva realidad ha hecho más eficiente la producción, pero también ha sido un golpe bajo a los salarios, aumentando el desempleo y extremando la pobreza. Los más pobres han sufrido un agravamiento de su situación por la retirada sistemática del Estado de la economía, y la reducción constante de los subsidios que garantizaban bienes básicos de la población, como el transporte, la educación y los servicios de seguridad social. Los cambios sustantivos que hoy experimentamos, tiene repercusiones planetarias; ponen en tela de juicio la utilidad del Estado-Nación

 

El actor autónomo más importante de la escena política internacional de estos últimos siglos se encuentra bajo sospecha, tanto en su control como en su autonomía y parece anquilosado en una vieja estructura que no se adapta a la coyuntura actual. Existen problemas demasiados grandes para que el Estado los pueda resolver, pero también hay otros demasiado pequeños para que los asuma. La tendencia creciente es hacia una relocalización de la autoridad con la fluidez suficiente y necesaria para responder de manera eficaz a las demandas de los tiempos actuales. La relocalización del Estado-Nación remite a la emergencia de actores transnacionales que se expresan hoy en las multinacionales, en los mega Bancos y en un sistema planetario de comunicación, dejando imposibilitado de control a los gobiernos. Hoy se está manejando en un creciente número, los acuerdos marco, de carácter internacional con intereses comerciales, posibilitando así un papel protagónico a organizaciones supranacionales. La relocalización del Estado-Nación entonces es fruto de transformaciones políticas, económicas y tecnológicas. Los poderes del Estado-Nación se han erosionado en los últimos decenios, esto es consecuencia directa de los procesos sociopolíticos y las transformaciones históricas que ha experimentado occidente, sin embargo, esta entidad queda como elemento primordial de identidad para la mayoría de las personas. El camino que se avizora no es fácil, no podemos predecir la sustitución del  Estado.

 

Nuestras sociedades contemporáneas enfrentan una realidad dilemática, nos encontramos en un camino intermedio entre Estados soberanos que se debilitan y un nuevo mundo multicéntrico en gestación. Los Estados ya no son autónomos en este proceso de transición sin marco de regulación, pero tampoco están en agonía. En medio de esta realidad dilemática, la acción política debe cambiar su estrategia y su agenda. No puede enfrentar los desafíos que le presenta un mundo moderno y cambiante con una racionalidad cortoplacista, mercantilista ni regionalista. Debe más bien poner su agenda dentro de una órbita internacional, donde los problemas se puedan ver desde un ángulo global: los derechos de las personas, desarrollo sostenible, ecología, demografía, mejores condiciones de “hábitat”. Un país no puede pretender resolver los problemas fundamentales que le son propios, sin una clara y decidida voluntad política consensuada, ni menos por una acción de mercado a corto plazo. La situación actual de los Estados es crítica, sobre todo porque experimentan un continuo proceso de transacción con otros actores en competencia, como por ejemplo el económico, donde señorean las multinacionales y los poderes financieros internacionales, más aún cuando estos lo hacen dentro de un proceso de interculturalidad, multiculturalidad y diversidad étnica. Estamos comprometidos con nuestra historia y con nuestros procesos sociales y políticos, por tanto debemos encontrar el genio para reinventarnos en el ejercicio ciudadano y político y en la refundación del Estado.

 

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